¿Ofuscación o insensatez política? por Antonio José Monagas - Runrun
¿Ofuscación o insensatez política? por Antonio José Monagas

A decir de las realidades que actualmente caracterizan a Venezuela, no cabe duda en afirmar que el país está atrapado por condiciones sumamente críticas. De ahí que haya quienes califican tal situación de “colapso inducido”, propia de un “Estado Fallido”. El problema que ha determinado tan cruda calificación, es la intemperancia de un gobierno nacional para el cual no hay otro criterio político que el marcado por lo impositivo o lo tiránico. Pero en virtud de lo que ha ocurrido, tal situación deriva del autoritarismo o modo de ejercer el poder de manera despótica. Es decir, lo que se tiene es un régimen político orientado por una opresión de tal efecto, que aplasta libertades al impedir críticas que desnuden el estilo punzante seguido.

La teoría política se refiere a ello como “autoritarismo hegemónico”. O sea, aquel estilo de gobierno ejercido con base en el dominio sobre la institucionalidad republicana. De esa forma, el poder es ejercido obviando restricciones institucionales o legales. De ahí que frente a tan dantesco cuadro, sobran causas para aducir razones que tienden a justificar algunas vías para superar la problemática de la que se queja el país político. Indistintamente del credo político-ideológico que comulgue su gente. Particularmente, toda vez que las incidencias de la crisis que agobia a Venezuela, traspasa todo frente, barrera o trinchera que haya podido levantarse en estos últimos años.

En ese contexto, se hablan, fundamentalmente, de rutas de salida. Y al menos, son dos las que más arrastran opinión pública. Incluso, una inusitada excitación aun cuando luego se convierte en una ristra de palabras sueltas. En todo caso, cualquier de esas dos formas: la ayuda externa o alguna modalidad de fractura de la coalición dominante, tienen la fuerza necesaria para operar un tipo de rescate de la institucionalidad democrática extraviada.

Son salidas al problema político que afecta la vida democrática nacional. Sin embargo, de funcionar alguna de ellas, que además se lograrían mediante acuerdos o pactos con un sector moderado de la coalición dominante, se posibilita la recuperación de la institucionalidad ordenada constitucionalmente. Sobre todo, si se atienden las tensiones la sociedad venezolana ejerce sobre factores políticos que ahora están en pugna.

Dichas fórmulas fueron recorridas por experiencias internacionales. Pero que, como resultado del análisis político comparativo, pudieran permitir las inferencias necesarias y suficientes que demanda el hecho de superar la actual crisis política venezolana.

No obstante las grietas entendidas como cortaduras que dificultan el necesario proceso de transición democrático que debe recorrerse de cara al cambio de horizonte político, dejan ver la magnitud del problema que mantiene inmovilizada  a la oposición venezolana. Al verse afectada cualquier intención de avanzar con alguna coherencia en la línea de una posible transición política, las distintas propuestas trazadas, por la misma razón antes aludida, se excluyen entre sí. Fue la razón para que comenzara a configurarse el terreno sobre el cual la movilidad con la que se presta a funcionar la oposición venezolana, se tornara torpe y maula. Además, dichos intersticios, contradictoriamente, se convirtieron en el impedimento que ha obstruido cualquiera de las salidas expuestas como opciones válidas que evitarían que el colapso continúe su racha de aberrantes dislocaciones de la institucionalidad democrática nacional.

En el fragor de tanto enredo, inducido por la soberbia de quienes han pretendido arrogarse condiciones de líderes políticos, la oposición democrática ha entrado en una fase de descomposición, hasta ahora insólita. En consecuencia, esta precariedad la ha sabido aprovechar el régimen socialista para imponer su dogmatismo, su ineptitud y el resentimiento que acompaña cada una de sus decisiones tomadas.

En medio de tal desbarajuste, los factores políticos reunidos alrededor de la Mesa de la Unidad Democrática, identificados con sectores enfrentados al alto gobierno, dejaron que las propuestas de la oposición democrática no fueran atinentes respecto a la inminente necesidad de conciliar actitudes políticas. Actitudes políticas éstas capaces de reivindicar el Estado democrático y social de Justicia y de Derecho sobre el cual se afianzan las libertades y los derechos restados en el curso del actual ejercicio de gobierno político-administrativo.

Desde el mismo momento en que la oposición democrática reconquista el Poder Legislativo, en Diciembre de 2015, actores de la oposición venezolana comenzaron a enfrentarse entre sí. Precisamente, por el afán de protagonizar cambios que pudieron capitalizarse a modo de comenzar a desmenuzarle la arrogancia que envolvía la actitud de personajes sustantivos del alto gobierno. No obstante, tal reacción evidenció una importante cuota de discordancia, cuya respuesta combinó desconfianza con decepción en la población que le apoyó políticamente. Y producto de tan triste cuadro de condiciones y consideraciones, hizo fomentar la desesperanzadora idea de que la presente crisis no tuviese salida alguna.

Sin embargo, no es propio que venezolanos, hijos de una historia cuyos hechos no muestran complacencia alguna ante la incontinencia de gobernantes despóticos y represores, acepten pasivamente la degradante situación de anormalidad que ha devenido en un derrumbe de valores y proyectos de país democrático que muchos se esforzaron y otros tantos siguen intentando alcanzar. Y aunque los traumas que genera un proceso de transición hacia un estadio democrático son inexorables, no habrá duda de que los resultados a ser logrados serán parte de realidades que luego serán razón de una nueva historia política contemporánea. De lo contrario, cualquier traba en ese sentido, da pié para preguntarse si ello sería resultante de lo que habría signado la actitud de la oposición venezolana. Es decir,  fue acaso ¿ofuscación o insensatez política?

antoniomonagas@gmail.com