Comienza la Belle Époque: sobre el secesionismo destructor, por Isaac Nahón Serfaty
Comienza la Belle Époque: sobre el secesionismo destructor, por Isaac Nahón Serfaty

Cataluña

 

En la secuencia inicial de Belle Époque de Fernando Trueba, que ganó en 1994 el Oscar a la mejor película extranjera, dos guardias civiles, que después uno descubre que son suegro y yerno, discuten por el arresto de un joven republicano que se encuentran en el camino. El yerno mata al suegro en un arrebato (por una arrechera, diríamos en Venezuela), y después se suicida. En pocos minutos el director de la película retrató la tragedia de España. Y esta tragedia fratricida podría repetirse por la convergencia de varios factores alrededor del secesionismo en Cataluña.

El primer factor es un cóctel explosivo que hemos visto ya en otras partes donde el populismo ha surgido con fuerza destructiva, particularmente en la Venezuela bajo el chavismo. Es la combinación de élites hambrientas de más poder y más dinero, corruptos ansiosos por seguir robando, y radicales extremistas enceguecidos por una utopía. Esta “coalición”, un poco contra natura, se basa en la coincidencia de “intereses apasionados” (la expresión es del sociólogo Bruno Latour) que movilizan a sectores que en otras circunstancias jamás coincidirían. ¿Qué hacen juntos burgueses capitalistas catalanes y radicales anarco-comunistas? Pues quieren hacer saltar el pacto constitucional español de 1978 para ponerle la mano a un Estado catalán independiente que les permita alcanzar sus respectivos objetivos, que no son necesariamente los mismos. Los burgueses quieren todo el poder político de un estado soberano. Los anarco-comunistas quieren dinamitar a la Unión Europea, empezando por España. En eso coinciden con la extrema derecha y los neonazis.

El segundo factor que actúa como elemento aglutinador, la goma que mantiene unidos a la insólita coalición independentista, es el resentimiento. No hay duda que hay razones históricas para que los catalanes odien a una cierta idea de España, aquella del franquismo “Una, Grande y Libre”. Es cierto que los catalanes vivieron oprimidos, que se les negaron sus derechos políticos, culturales y económicos. Pero la España de hoy no es la del franquismo, aunque el victimismo secesionista pretenda lo contrario. Cataluña es una región autónoma de un país democrático que forma parte de la Unión Europea. No es un territorio sometido a un poder colonial opresor.

Pero el resentimiento es una emoción potente, o un afecto (como prefiero llamarlo pues afecta a unos y otros), que mueve a la gente. Probablemente toda política tiene algo de resentimiento. Quien busca el poder de alguna manera tiene alguna «cuenta pendiente» que quiere saldar con alguien. Pero cuando la política no es otra cosa que resentimiento, las consecuencias pueden ser desastrosas. Y eso ha quedado claro en la Cataluña revuelta de estos días. Guardias civiles y policías que representan al Estado español no consiguen hoteles donde dormir en la región autónoma por el repudio del que son objeto de secesionistas. Los insultos van y vienen en la vida real y en la vida virtual. En Twitter las pasiones se desatan y las palabras suben de tono. El Rey Felipe es un “h de p”, los catalanes pro-España son “cabrones súbditos”, y cualquiera que intente razonar es un “fascista” (así calificaron a Joan Manuel Serrat por oponerse al supuesto referéndum).

Los venezolanos conocemos lo que viene después que la dinámica de las alianzas contra-natura y el resentimiento se imponen: es la destrucción, como un bulldozer que se lleva por delante las instituciones, las relaciones familiares y personales, la economía, la convivencia. Allí radica la mayor irresponsabilidad de los políticos independentistas catalanes. Pusieron en marcha un proceso que posiblemente ya no puedan parar. A los burgueses capitalistas ese mismo proceso los terminará devorando (que lo digan algunos empresarios venezolanos que apoyaron a Chávez al principio). A los radicales anarco-comunistas todo les sale como previsto. El objetivo es la disrupción del sistema, quebrarlo, y, creen ellos, que de las ruinas emergerá su afiebrada utopía.

*Profesor en la Universidad de Ottawa (Canadá)