Hace poco en su programa de radio, “La hora de la Salsa”, el Presidente Nicolás Maduro anunció que si se postularía como alcalde de Cúcuta, o aún a gobernador de un departamento colombiano, ganaría con 100% de los votos. “A mí me ama el pueblo de Cúcuta. Yo me lanzo como alcalde y gano con el 100% de los votos,” dijo.
Por el momento dejamos al lado el asunto de que si él nació en Cúcuta o no. Tampoco discutiremos si se cree que él podría ganar con el 100% del voto Colombiano, porque ha perfeccionado las técnicas del fraude electoral en Venezuela. Aquí sólo nos interesa qué es lo que piensa el pueblo de Cúcuta y el Departamento del Norte de Santander.
Entonces fuí a Cúcuta para buscar a sus seguidores. ¿No debería ser una tarea difícil, verdad? O sea, con 100% de los votos debería poder encontrar un Madurista en el momento en que entré al hotel, ¿sí o no?. Pero ¡ay!. La familia que administra éste hotel particular, unas cuadras del terminal de buses en Cúcuta, sabian más que la familia colombiana promedio sobre el “trabajo” de Maduro en Venezuela. Como muchos Colombianos, ellos habían huído de Colombia durante la violencia al país vecino, anteriormente conocido como rico, en los ultimos años bajo el régimen, ya habían regresado a sus hogares originales, sabiendo que la vida es mucho mejor en Colombia que en Venezuela bajo el régimen de Maduro.
El hijo de la familia se llama Miguel, con nacionalidad venezolano, nacido de padres Colombianos. El sigue siendo agradecido de la revolución bolivariana por los antibioticos que recibió gratis de la Misión Barrio Adentro, en su barrio de Caracas, porque con esto no perdió una pierna. Pero con el tiempo su vida empeoró y volvio a Cúcuta dónde ya está en proceso de hacerse ciudadano Colombiano.
“No pana, la vida allá está completamente jodida,” me dice mientras nos quemamos bajo el sol fuerte del día de Año Nuevo, a media cuadra del hotel.
Por fin le pregunté si votaría por Maduro como alcalde de Cúcuta, me mira y se pone las manos en la cabeza como si fuera yo un marihuanero loco. Y entonces se rie, pensando que debería estar bromeando. No me contesta nada, pero entiendo.
He pasado ya casi una semana aquí en Colombia, en Cúcuta y en el Norte de Santander y todavía no he encontrado a un Madurista. La joven estudiante de medicina, Marisa, con quien compartí un almuerzo es Marxista, entonces tenía yo la esperanza de que posiblemente ya habia encontrado una Madurista. Pero no, porque ella, además de ser una mujer muy inteligente, vive aquí en la frontera y sabe demasiado bien qué pasa ahora en Venezuela: ella sólo tiene desdeña por el presidente venezolano. Sin embargo, nunca se sabe que va a hacer uno al entrar a una cabina de votación, ¿verdad?. Puede ser que Marisa se uniría al 100% e emitirá un voto al hombre del bigote.
Hasta ahora, no he encontrado seguidores Maduristas. Pero sí he encontrado otra cosa aquí hablando con los Colombianos en el Norte de Santander, algo sorprendente e inesperado. Estos, quienes viven en el centrífugo de todo este mercado negro de divisas, donde mandan las llamadas “mafias” en lo que Maduro califica como una “guerra financiera” en contra de su gobierno. Vi entre todos estos Colombianos una tristeza cuando hablan de Venezuela, una tristeza mezclada con una compasión profunda.
Por supuesto no esperaba encontrar muchos Maduristas en el terminal de Cúcuta entre los “mafiosos” de divisas, pero 100% es 100%, ¿si o no?. El terminal es caótico, el negocio de arbitraje de divisas sigue en las casas de cambio si no hubiese pasado nada en las ultimas semanas cuando retiró los billetes de 100 bolos Nicolás Maduro. Aquí, entre la muchedumbre, tenía yo la oportunidad de entrevistarme con una de los mafiosos de las casas de cambio que señala Maduro. Ella parecía tan normal sentada detrás de una mesa areglando sus uñas, tan normal y tan inocente. Me le acerque a esta mafiosa bonita con mucho cuidado, empecé a entrevistarla con la maña de querer cambiar dólares. Le pregunté a esta mafiosa el precio del bolívar. Con una sonrisa me respondió: primero tiene que cambiar a pesos y después puede cambiar a bolívares a tal precio. Mirando los numeros sentí un poco de vertigo, de verdad, entendí muy poco de lo que me explicó. Soy poeta, no matematico.
Entonces esperé simplificar la conversación y le pregunté cómo había afectado a ella y a los demás mafiosos del terminal el retiro de billetes de 100 bolivares (por supuesto no los llamé “mafiosos” porque estos mafiosos prefieren ser considerados simplemente “mercantes” o algo similar). Ella dijo que había sido un golpe duro para su negocio y muchos habian perdido grandes capitales. Pregunté si habian sidos llevado a bancarota y ella me contesto, “no, para nada.” Y entonces pregunté si ella pensaba que lo que estaba haciendo ella, y el negocio de los otros “mercantes” estaba causando daño a los venezolanos, como proclamaba Maduro. “No,” dijo ella, “la causa de los problemas en Venezuela es culpa de Maduro mismo. El es quien está generando problemas en Venezuela, el hambre, la necesidad. Es el que está destruyendo el país.”
Lo mismo repitió un nuevo amigo, Juan, dueño y único trabajador en una imprenta de Pamplona. Con su edad de 83 años sigue trabajando en la profesión que tiene 60 años haciendo. Cuando le dije que el presidente venezolano dice que los Colombianos le aman y que ganaría unas elecciones como gobernador con 100%, con rostro de asombro expresó, “eso es una gran mentira. Nadie aquí le ama.” Y entonces se pone serio, con una mezcla de tristeza cuando dice, “aquí sentimos mucho guayabo por lo que está pasando en Venezuela.”
Es igual con todos los Colombianos que he encontrado aquí en el departamento del Norte de Santander. Entre todos los supuestos Maduristas, incluyendo la mafiosa que se arreglaba sus uñas: cuando uno habla de Venezuela aquí, la gente se pone triste, melancolica y pensativa. Así como con Guillermo, el viejo que tiene una agencia de viajes. “Es triste: pobre de Venezuela. Todo andaba muy bien allá. Todavía tengo familia en ese País, en la ciudad de Mérida, pero ya quieren salirse. Pero no es fácil después de tantos años. Uno pone raíces en un lugar donde vives tanto tiempo.”
Y Claudia, la dueña de la casa donde me quedo, me habla de los Venezolanos refugiados en Colombia. “¡Ay! Pobre de ellos!” Ella está a punto de llorar cuando habla de ellos, familias enteras viviendo escondidas por miedo de ser deportadas a Venezuela otra vez. “Son gente con títulos: profesores y profesionales,” me dice. La pregunté a ella y a su marido Pedro, si votarían por Maduro. Empiezan a reirse. Ya me conocen bastante y piensan que estoy bromeando. “Nadie aquí en Santander ni en Cúcuta votaría por el. Es un loco,” dice Pedro.
Durante los últimos días he sentido cómo Diógenes con su linterna, buscando un Madurista entre la muchedumbre. Si le encuentro, les estaré avisando.
* Clifton Ross participó en el Segundo Festival Mundial de Poesía de Venezuela como invitado de los EEUU, y en 2007 publicó Traducciones del Silencio (Editorial Perro y Rana). El acaba de publicar su memoria politica, Al Hogar del Lado Oscuro de Utopía, que trata de su transformación de Chavismo a la oposición. Vive en Berkeley, California con su esposa y co-editor Marcy Rein.