Política es palabra … e imagen, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Oct 07, 2016 | Actualizado hace 2 semanas
Política es palabra … e imagen

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Desde su nacimiento hace poco menos de un año, este espacio ha sido usado humildemente para aportar comentarios, sobre todo, a propósito de la situación de nuestro atribulado país. Hoy, sin embargo, he optado por abordar algo que ocurre en otras latitudes, pero que no nos es completamente ajeno. Se trata de un proceso cuyo pronto desenlace tendrá consecuencias para todo el planeta. Después de todo, la designación de quienquiera que tenga las riendas de la mayor potencia económica, militar y cultural del mundo no es poca cosa. Me refiero, desde luego, a la contienda por la Casa Blanca y a sus dos protagonistas, Hillary Clinton y Donald Trump.

Para quienes sentimos inquietud ante la ya de ninguna manera descartable visión de un futuro en el que todo ese poder caiga en manos del polémico magnate, no hubo muchas buenas noticias entre agosto y septiembre. Durante ese tiempo, Clinton pareció perder una no muy grande ventaja ante su contendiente en intención de votos. Es más, varios sondeos de opinión pusieron al republicano ligeramente por encima de ella. Lo más preocupante fue que Trump iba a la cabeza en estados clave como Ohio y Florida, esos que pueden determinar el resultado de una elección presidencial en el complicado sistema indirecto norteamericano.

Por eso fue un alivio cómo terminó el primer debate entre los candidatos, que se llevó a cabo el lunes de la semana pasada. Antes de que iniciara, confieso, me sentía pesimista. Si la política, como tantos eruditos en la materia hoy se lamentan, se ha vuelto un espectáculo, esta suerte de contrapunteos argumentativos televisados puede ser considerada la cumbre de aquel showbiz, la suprema conjunción del “animal político” que para Aristóteles es el ser humano y el homo videns descrito por Sartori. Y si algo ha demostrado Trump, guste o no, es ser un showman bastante habilidoso.

Sin embargo, fue Clinton quien salió airosa del debate, según la opinión de una abrumadora mayoría de los expertos. En líneas generales, la exsecretaria de Estado se mostró más preparada para el evento y mucho más tranquila. Pudo eludir sin mayor pena los dardos lanzados por Trump. El desempeño del empresario, para ser justos, no fue considerado catastrófico, pero sí marcadamente inferior al de la abanderada demócrata, que le hizo perder la paciencia y lo puso a la defensiva en más de una ocasión, con asuntos tan variados como su supuesta evasión de impuestos, su apoyo a medidas policiales inconstitucionales y hasta sus maltratos verbales a Alicia Machado hace dos décadas.

Casi dos semanas más tarde, los efectos se han hecho sentir: nuevamente Clinton está un poco más adelante que Trump en los sondeos. Sigue lejos de poder cantar victoria, pero de todas formas es un avance importante.

Sea la política un espectáculo o no, indiscutiblemente los debates se han vuelto momentos clave en las campañas presidenciales estadounidenses. Así ha sido desde su primera realización, el 26 de septiembre de 1960. Es decir, exactamente 46 años antes del de la semana pasada. En esa ocasión los nominados fueron John F. Kennedy y Richard Nixon. Sus implicaciones le han dado a esa fecha un carácter legendario entre politólogos, especialistas en comunicación política y teóricos de la televisión.

Cuando comenzó la campaña, Nixon parecía contar con todas las de ganar. Su experiencia era evidentemente mayor que la de Kennedy. Ambos entraron al Congreso en el mismo año, pero Nixon tuvo un desempeño mucho más destacado, aunque también bastante polémico. Con solo 39 años, su partido lo designó candidato a la vicepresidencia en 1952, en una fórmula dos veces vencedora al lado del general Eisenhower. Pasó ocho años en este cargo, con un papel mucho más activo que el que había caracterizado a sus predecesores. Eisenhower le delegó responsabilidades importantísimas, sobre todo en la conducción de las relaciones internacionales en el contexto delicado de la Guerra Fría. Nixon había demostrado además ser un orador persuasivo, así que no había nada que temer ante un debate.

Pero no se preparó y el resultado le costó caro. Poco antes tuvo un accidente que le lesionó la rodilla, herida de la que no se había recuperado por completo cuando llegó el día del careo con Kennedy. Estuvo en campaña hasta unas horas antes del encuentro y no permitió que le aplicaran maquillaje. El resultado fue un Nixon que se vio frente a las cámaras agotado, pálido, sudoroso y, tal vez lo peor, tenso. Todo lo contrario a Kennedy, que estaba bronceado y se mostró con energía, pero a la vez relajado.

Esta diferencia de imágenes reforzó la percepción de que los argumentos del demócrata fueron los más sólidos. Tan es así que luego del debate, Kennedy tomó la delantera en las encuestas. Incluso llegó a decirse que quienes vieron el duelo de palabras en televisión juzgaron mayoritariamente que el ganador fue Kennedy, pero lo contrario ocurrió entre una minoría que lo escuchó en la radio. Esta tesis fue posteriormente cuestionada, pero existe un consenso en que el componente visual tuvo un impacto fuerte.

Aunque en los debates siguientes Nixon autorizó la aplicación de maquillaje y tuvo un desempeño decididamente mejor, la brecha no se revirtió. Kennedy fue electo Presidente con una diferencia de apenas poco más de 100.000 votos, una de las victorias más reñidas en la historia de Estados Unidos. Los márgenes fueron igualmente estrechos en las entidades federales que le aseguraron el triunfo, como Illinois (menos de 9.000 votos) y Texas (46.000 sufragios).

Algo atípico en la política norteamericana, después de esta caída Nixon volvió a lanzarse a la presidencia en 1968… y ganó. Cuatro años más tarde fue reelecto con el apoyo de todos los estados menos Massachusetts. Pero en ninguno de estos dos comicios debatió con sus rivales demócratas. Al parecer una de las razones fue que nunca dejó de ver aquel primer cara a cara con Kennedy como el factor decisivo en su estrecha derrota.

Hannah Arendt definía la política como el arte de resolver desacuerdos y hacer que otros compartan los mismos intereses que uno en el ámbito público mediante la retórica, en lugar de la violencia o la coerción. Es decir, la política es fundamentalmente palabra. Pero los avatares de nuestra compleja sociedad contemporánea han obligado a que también tenga un componente de imagen. Claro, idealmente la pinta refuerza al verbo, y no al contrario.

El debate entre dos o más candidatos es el episodio en el que se debe procurar una mejor combinación entre palabra e imagen. Clinton no vistió de rojo la semana pasada porque esas fueron las prendas que más le provocó usar cuando abrió su closet por la mañana. Fue una decisión cuidadosamente tomada por sus asesores, considerando lo que ella iba a decir, en qué tono iba a decirlo, e incluso el fondo que tras ella se vería en las pantallas. Parecen nimiedades, pero no lo son.

Todavía quedan dos debates más antes de la elección, que será el 8 de noviembre. Muchas cosas pueden pasar. El ganador del primer encuentro no necesariamente vencerá en los restantes. Más bien se puede esperar que el derrotado evalúe qué salió mal y contraataque con mayor habilidad. Veremos.

Posdata: Aún con dos candidatos que, a juicio de muchos expertos, dejan mucho que desear en comparación con sus predecesores, por estas tierras uno no puede sentir sino envidia al ver la verdadera política en acción. Una discusión de argumentos, no una retahíla de amenazas e insultos. Cierto, Trump en este último punto, por desgracia, ha incurrido más de una vez, pero justamente esa es una de las razones por las que su campaña ha sido tan controvertida. No es que vayamos a volvernos gringos, como dice esa terrible cuña televisiva, pero el regreso de la civilidad a nuestra política es urgente. Por primera vez en mucho tiempo ese parecer ser el anhelo de la mayoría de los venezolanos, una buena señal.

 

@AAAD25