Mucho se ha dicho de la política. Desde conceptos que exaltan su praxis, hasta aquellos que la impugnan por impasible, injuriosa o insidiosa. Quizás, por tan cruda razón, hay quienes han fustigado su práctica cuando se apoya en futilidades. Así, por ejemplo, Benjamín Disraeli, político y escritor británico, quien siempre cuestionó todo acto de gobierno público fundamentado sobre estolideces o pretensiones insensatas, expresó que “el ejercicio de la política puede definirse con una sola palabra: disimulo”. Un tanto para apuntar que a la política está curtida de “hipocresía”. O de “falsedad”.
La historia política universal deja ver que muchas de estas situaciones, han catapultado realidades en medio de las cuales han explotado crudos y complicados problemas que sólo han devenido en desgracias cuyo impacto ha retrasado el desarrollo de naciones y de sociedades. Inclusive, han retrotraído procesos políticos causando graves consecuencias no sólo desde la óptica del tiempo. También, desde lo que refiere los conceptos de “cultura social” y “desempeño económico”.
En Venezuela, la apropiación por el poder en estos tiempos de presunta revolución, ha develado gruesas y serias contrariedades cuyos efectos han evidenciado resentimientos y un calamitoso revanchismo, al lado de un opresor sectarismo. Ello, propio de todo modelo político autoritario. Pero al mismo momento, tan insolente actitud, ha traído al plano del activismo una espiral de violencia incapaz de ser contenida por las instancias gubernamentales representativas de la institucionalidad, la legalidad y la constitucionalidad.
Tales instancias o estamentos de poder gubernamental, han incitado una impunidad cuyas consecuencias además de aberrantes son incontables. O peor aún, incontrolables dada la anomia inducida, precisamente, por la carencia de justicia, de libertades y de solidaridad. Particularmente, esta ausencia de solidaridad pareciera haber sido suplantada por una exagerada medida de demagogia o cuota de politiquería. Como si la vida de un país dependiera de cuánto pudiera contribuir ese proselitismo exacerbado al desarrollo nacional. Sobre todo, a mejorar la calidad de vida de los venezolanos. Y nada de eso ha sido logrado.
El gobierno central ha venido actuando según aquel aforismo que reza: “piensa en si mismo y nunca encontrarás la salida a tus problemas”. El régimen no ha comprendido que no se gobierna con intenciones que sólo responden a una motivación cuya fuente se corresponde con doctrinas alejadas de la idiosincrasia autóctona. No ha entendido que gobernar es un asunto que involucra a todos. Lejos de resolver problemas, los ha creado tanto como ha potenciado a los que vinieron acumulándose.
El inconveniente generado por la falta de medicamentos que padece Venezuela, no tiene parangón. Sólo los países dominados por férreas dictaduras, lo ha vivido sin que algún país, con sentido humanitario, haya contribuido con el apoyo que destaca la solidaridad entendida como sentimiento y valor humano, político y moral.
Indiscutiblemente, el alto gobierno se extravió entra los avatares de una política atascada en medio de las oxidadas herrumbres que estructuran el enmohecido proyecto socialista al cual buscan acicalarlo con el sufrimiento y las angustias del pueblo. Particularmente, de ese pueblo al que le ha sido difícil alcanzar sus legítimas y propias posibilidades de vida. Malestares como el miedo, la rabia, la angustia, la tristeza, la humillación… han provocado repetidas protestas que, a los oídos de los actuales gobernantes, parecieran extraviarse entre miles más causadas por el padecimiento de soportar hambre, frío e injustificadas pero envalentonadas amenazas por parte de quienes deberían brindar seguridad, protección y amparo. Mas no ofrecer maltratos, insultos, torturas y cuanta manifestación de salvajismo y odio sea posible.
¿Será que quienes desde el gobierno así proceden contra el pueblo, tienen garantizada la felicidad, la abundancia y la subsistencia de por vida? ¿O acaso que mientras más inhumanos se comporten estos escasos hijos del proceso, mayor y mejor será el premio a recibir por parte del dictador en ejercicio de la presidencia de la república? Definitivamente, son tan desalmados que no se compadecen del sufrimiento de venezolanos privados de recursos capaces de garantizarles vida cónsonas con sus sueños y esperanzas. Desconocen o quieren ignorar que Venezuela se extravió o la mudaron apunta de perdigones, balas frías, gas “del bueno” y palo a mansalva. Que al país lo extinguieron hasta convertirlo en un remedo o en las migajas de lo que una vez fue: una nación que alcanzó inigualables cimas en el mundo de la institucionalidad democrática y del desarrollo económico y social.
¿Cómo se explica que la “salud es un derecho social fundamental, obligación del Estado, que lo garantizará como parte del derecho a la vida” (Art. 83 Constitución Nacional) cuando quienes sufren de inusuales y serias aflicciones, o que viven bajo críticas y riesgosas condiciones de salud, son desoídos o desatendidos? Tanto que por sentirse abandonados, pasan por invisibles ante las desairadas decisiones de funcionarios directivos de organismos adscritos al sistema pública nacional de salud. Entonces, ¿dónde quedó aquel discurso según el cual “dentro de la Constitución, todo; fuera de ella, nada”? ¿Cómo queda eso? El problema se suscita porque estos personajes de marras, al usurpar recursos del Estado venezolano de manera delictiva, son atraídos por la indiferencia que les brinda el supuesto hecho de saberse miembro del bando de furibundos del régimen sin comprender el inmenso dolor que padecen muchos venezolanos cuando se ven cómo y cuánto se reducen sus expectativas de vida frente a preceptos constitucionales que exaltan y exhortan el “derecho a la protección a la salud” y el “respeto a la dignidad humana”. La situación que estos venezolanos viven, es como cuando el alma se desgarra.