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Dejar los libros cuyos héroes soñaste ser

Leí esto en el status update de una amiga en Facebook: “[Mi hija] cree que cuando sea mayor, su hada madrina hará crecer su mano. Lo que detesto de esto no es el tema de la mano, sé que voy a tener que lidiar con eso durante mucho tiempo, sino el hecho de que tengo que obligarla a que no crea en cuentos de hadas”. Tengo varios días reflexionando sobre esta cuestión, ¿por qué hay que decirle a un niño que las historias con las cuales crecemos no son reales?

Yo crecí en un mundo donde una sabana amarrada al poste de una cama servía como la mejor de las velas para hacer zarpar la carabela pirata del cual yo era capitán. Salté de ramas en los árboles creyéndome ardilla, me lancé por el asta de una bandera jurándome bombero y aunque encontré todas las tuberías de mi casa bajo tierra, jamás me rendí a la hora de buscar el tesoro. Los libros que yo leía me decían que todo esto era posible. Imaginar era un mandamiento infantil.

No aprendí que el oro es una comodidad porque lo vi en Ciencias de la Tierra y en la sección económica de un periódico. Rumplestilstkin, el Rey Midas y el príncipe de Oscar Wilde ya me habían contado sobre el valor del mismo. Aprendí del trabajo pagado al darme cuenta de que el Flautista de Hamelín tenía razón en secuestrarnos a todos luego de que el pueblo se hiciera el musiú cuando ahuyentó a las ratas. Bastó un emperador desnudo para hablarme sobre la vanidad, a una princesa y un sapo para contarme sobre el racismo y a una espada hundida en roca para decirme que los héroes son aquellos que están ahí en el momento indicado.

A mí nunca me dijeron que esto era un mundo irreal. Lo sensacional de crecer es que uno se da cuenta solito. Duele pensar que San Nicolás no está en el Polo Norte pero hay un pequeño espacio en mi mente que piensa que sí lo está. No desechamos a los personajes que nos hicieron felices por tanto tiempo así de fácil. Los desechamos porque ya nada más tenemos que descubrir sobre ellos.

No, no hay que decirles a los niños que los cuentos de hadas son ilusorios. Hay una canción que dice: “cuando en un rincón dejas los libros cuyos héroes tú soñaste ser, ya no creerás lo que soñabas y de todo haz de dudar también”. Es mejor que un niño cierre un libro para siempre porque sabe que no puede ya aprender de él, que no abrirlo nunca y perderse de un mundo que le pudo haber enseñado todo lo que necesita saber sobre cómo ser feliz.-

Toto Aguerrevere

@totoaguerrevere

Leí esto en el status update de una amiga en Facebook: “[Mi hija] cree que cuando sea mayor, su hada madrina hará crecer su mano. Lo que detesto de esto no es el tema de la mano, sé que voy a tener que lidiar con eso durante mucho tiempo, sino el hecho de que tengo que obligarla a que no crea en cuentos de hadas”. Tengo varios días reflexionando sobre esta cuestión, ¿por qué hay que decirle a un niño que las historias con las cuales crecemos no son reales?

Yo crecí en un mundo donde una sabana amarrada al poste de una cama servía como la mejor de las velas para hacer zarpar la carabela pirata del cual yo era capitán. Salté de ramas en los árboles creyéndome ardilla, me lancé por el asta de una bandera jurándome bombero y aunque encontré todas las tuberías de mi casa bajo tierra, jamás me rendí a la hora de buscar el tesoro. Los libros que yo leía me decían que todo esto era posible. Imaginar era un mandamiento infantil.

No aprendí que el oro es una comodidad porque lo vi en Ciencias de la Tierra y en la sección económica de un periódico. Rumplestilstkin, el Rey Midas y el príncipe de Oscar Wilde ya me habían contado sobre el valor del mismo. Aprendí del trabajo pagado al darme cuenta de que el Flautista de Hamelín tenía razón en secuestrarnos a todos luego de que el pueblo se hiciera el musiú cuando ahuyentó a las ratas. Bastó un emperador desnudo para hablarme sobre la vanidad, a una princesa y un sapo para contarme sobre el racismo y a una espada hundida en roca para decirme que los héroes son aquellos que están ahí en el momento indicado.

A mí nunca me dijeron que esto era un mundo irreal. Lo sensacional de crecer es que uno se da cuenta solito. Duele pensar que San Nicolás no está en el Polo Norte pero hay un pequeño espacio en mi mente que piensa que sí lo está. No desechamos a los personajes que nos hicieron felices por tanto tiempo así de fácil. Los desechamos porque ya nada más tenemos que descubrir sobre ellos.

No, no hay que decirles a los niños que los cuentos de hadas son ilusorios. Hay una canción que dice: “cuando en un rincón dejas los libros cuyos héroes tú soñaste ser, ya no creerás lo que soñabas y de todo haz de dudar también”. Es mejor que un niño cierre un libro para siempre porque sabe que no puede ya aprender de él, que no abrirlo nunca y perderse de un mundo que le pudo haber enseñado todo lo que necesita saber sobre cómo ser feliz.-

Toto Aguerrevere

@totoaguerrevere

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Leí esto en el status update de una amiga en Facebook: “[Mi hija] cree que cuando sea mayor, su hada madrina hará crecer su mano. Lo que detesto de esto no es el tema de la mano, sé que voy a tener que lidiar con eso durante mucho tiempo, sino el hecho de que tengo que obligarla a que no crea en cuentos de hadas”. Tengo varios días reflexionando sobre esta cuestión, ¿por qué hay que decirle a un niño que las historias con las cuales crecemos no son reales?

Yo crecí en un mundo donde una sabana amarrada al poste de una cama servía como la mejor de las velas para hacer zarpar la carabela pirata del cual yo era capitán. Salté de ramas en los árboles creyéndome ardilla, me lancé por el asta de una bandera jurándome bombero y aunque encontré todas las tuberías de mi casa bajo tierra, jamás me rendí a la hora de buscar el tesoro. Los libros que yo leía me decían que todo esto era posible. Imaginar era un mandamiento infantil.

No aprendí que el oro es una comodidad porque lo vi en Ciencias de la Tierra y en la sección económica de un periódico. Rumplestilstkin, el Rey Midas y el príncipe de Oscar Wilde ya me habían contado sobre el valor del mismo. Aprendí del trabajo pagado al darme cuenta de que el Flautista de Hamelín tenía razón en secuestrarnos a todos luego de que el pueblo se hiciera el musiú cuando ahuyentó a las ratas. Bastó un emperador desnudo para hablarme sobre la vanidad, a una princesa y un sapo para contarme sobre el racismo y a una espada hundida en roca para decirme que los héroes son aquellos que están ahí en el momento indicado.

A mí nunca me dijeron que esto era un mundo irreal. Lo sensacional de crecer es que uno se da cuenta solito. Duele pensar que San Nicolás no está en el Polo Norte pero hay un pequeño espacio en mi mente que piensa que sí lo está. No desechamos a los personajes que nos hicieron felices por tanto tiempo así de fácil. Los desechamos porque ya nada más tenemos que descubrir sobre ellos.

No, no hay que decirles a los niños que los cuentos de hadas son ilusorios. Hay una canción que dice: “cuando en un rincón dejas los libros cuyos héroes tú soñaste ser, ya no creerás lo que soñabas y de todo haz de dudar también”. Es mejor que un niño cierre un libro para siempre porque sabe que no puede ya aprender de él, que no abrirlo nunca y perderse de un mundo que le pudo haber enseñado todo lo que necesita saber sobre cómo ser feliz.-

Toto Aguerrevere

@totoaguerrevere

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