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Curso urgente de política (para indecentes), por Antonio José Monagas

política

Aunque el deber y el poder conducen a conceptos disímiles, las circunstancias parecieran combinarlos en aras de las urgencias y prioridades que las realidades han comenzado a establecer a consecuencia del desastre al que ha ido a parar Venezuela. Catástrofe ésta motivada por la incomprensión conceptual de “política” que padecen quienes siguen empeñados en enroscarse en el poder político con el auxilio de trampas y legalidades elaboradas a juicio de sus más sectarios intereses. Reconocer este problema, pone en claro que la intención que acompaña el correspondiente ejercicio de gobierno se ha concentrado en el objetivo de retrotraer el país al atraso que caracterizó al feudalismo o a épocas primadas por el más despiadado e infeliz oscurantismo.

La situación cuestionada evidencia un detalle que suele pasar desapercibido por causa de la violencia que ha arrastrado la dinámica política venezolana, al pretender sortear las conflagraciones que se suscitan alrededor  de sus hechos. Y que además, tienden a descuadrarle el retorcido proyecto ideológico sobre el cual se depara la irónica política gubernamental que fundamenta sus lacónicos programas de gestión pública nacional. Este detalle tiene que ver con la falta de preparación en materia política de los actuales gobernantes la cual han confundido con la militarista como determinante instigador de la desmedida represión y grosera intervención asumidas como medidas del absurdo socialismo pretendido. Y peor aún, concebidas como estrategias aniquiladoras de la democracia trazadas por orden de la “revolución bolivariana”.

De ahí la necesidad de someter a consideración de quienes se dedican a la fútil politiquería, este breviario de política que simula ser anacrónico. Ello, con el urgente fin de precisar algunos criterios que puedan servirles a estos gobierneros no tanto a asegurarlos en los cargos de control y de coerción que impúdicamente ejercen. Pero sí, para infundirles la antipatía suficiente para que sigan ganándose el desprecio de millones de venezolanos decepcionados y apesadumbrados por el grado de ruindad y desolación al cual llevaron al país. Condición ésta que continuará incitando, cada vez más, la voluntad popular a rechazarlos mediante los mecanismos de repudio o destitución delineados constitucionalmente con el manifiesto propósito de recuperar las libertades conculcadas, los derechos violentados y la democracia menguada por obra del inhumano fundamentalismo revolucionario.

Este curso pudiera estructurarse en tantas partes como perversiones animan el ideario político de quienes creen sabérselas todas por ocupar actualmente –con la venia roja- algún escaño gubernamental. No obstante, la brevedad obliga a resumirlo según las ejecutorias de mayor connotación en virtud de la saña con la cual procuran ponerlas en acción. De esta forma, cabrían secciones relacionadas con aspectos como: 1) La rebeldía conspiradora. 2) ¿Quién manda a quién? 3) ¿Cómo aturdir al otro?. 4) La infelicidad como política pública.

1) La rebeldía conspiradora: Es la no aceptación de los fundamentos jurídicos que apostaron en un principio a la redacción de la Constitución aprobada en 1999, aunque elaborada a condición de jugar al presidencialismo como factor de autoritarismo. Al actuar con rebeldía, no se hace nada difícil encubrir la condición de conspirador por cuanto de su praxis depende la forma de burlar, bajo amenaza policial, militar o esbirra, los preceptos constitucionales para así, con la excusa de la no-concordancia, confundir al pueblo valiéndose de engaños propios del mejor populismo demagógico, equivalente a la más vil disfrazada dictadura.

2) ¿Quién manda a quién?: Constituye el paradigma que motiva las decisiones a partir de las cuales el gobernante y su facción de seguidores, militantes y simpatizantes asumen el papel de héroes populares. Pero para defender la brutalidad ejercida. Por eso, se busca la justificación de la autoridad con procedimientos caprichosos por lo que se hace necesario arrogarse ideas majaderas que pueden acreditarse con el uso reiterado y hostigador de medios de comunicación sometidos. Sus resultados mediáticos, potencian la necesidad de hacer alarde del poder y de los criterios básicos de fuerza empleados para atropellar a quienes sean capaces de resistirse a las imposiciones o expresiones de dominio manejadas desde el alto gobierno.

3) ¿Cómo aturdir al otro?: Es el movimiento maquinado alevosamente de acciones o criterios funcionales que garanticen un gobierno opresivo orientado por la idea de subyugar al ciudadano a fin de convertirlo en un individuo resignado, abatido o desesperanzado toda vez que la forjada crisis institucional, al mismo tiempo, ha logrado infundir molestias e indignación con las colas y la escasez, o con el desesperado cuento de la “guerra económica”. Asimismo, agobiarlo con la inflación y la inseguridad, tanto como decepcionarlo al verse abandonado a la suerte de las intemperancias políticas del momento o avasallado por el temperamental carácter del gobernante mayor.

4) La infelicidad como política pública: De su consecución ha de depender el grado de animadversión política del ciudadano en contra de las organizaciones político-partidistas. Esta inyección de odio que también es de codicia, pereza, lujuria, ego, ira y de egoísmo, es el mecanismo más expedito para situarlo en el plano de la infelicidad. Y si ello se consigue a través de políticas públicas que reivindiquen un defectuoso nacionalismo o un insulso patrioterismo, estaría formándose el “hombre nuevo”. Pero “nuevo” en el sentido de contrario  al “hombre” del cual habla y exalta la Constitución Nacional, aunque en teoría, como la razón para hacer del país una nación presuntamente próspera y desarrollada. Con la presencia de ese fulano “hombre nuevo”, se alcanzaría un país con marcadas deficiencias en cuanto a excelencia, calidad de vida y desarrollo económico, político y social, como en efecto viene intentándose exitosamente.

Estos cuatro contenidos, son la apresurada simplificación de todo cuanto puede aprender un politiquero. Particularmente, si es indecente. No tanto para remediar su talante, pues seguro que no va a lograrlo. Pero sí para hacer de la política el mejor instrumento de inmoralidad con el cual sería posible la inminente descomposición de la ideología en que se afinca la labor del gobiernero ante el cargo para el cual fue escogido. O que a punta de truco, carnet rojo y mentira, alcanzó. De manera que si desde afuera luce difícil contener las fechorías de estos politiqueros insolentes en ejercicio de un gobierno ilegitimado por tantas patrañas cometidas, desde adentro será más inmediata su defenestración. Y así pudiera ser, de lograrse motivar al gobernante y a su cohorte, a actuar a la inversa o de modo contrario al dictado de la política entendida en su exacto y pedagógico sentido. De ahí entonces la necesidad de invitarlos a que sigan este curso urgente de política (para indecentes).

política

Aunque el deber y el poder conducen a conceptos disímiles, las circunstancias parecieran combinarlos en aras de las urgencias y prioridades que las realidades han comenzado a establecer a consecuencia del desastre al que ha ido a parar Venezuela. Catástrofe ésta motivada por la incomprensión conceptual de “política” que padecen quienes siguen empeñados en enroscarse en el poder político con el auxilio de trampas y legalidades elaboradas a juicio de sus más sectarios intereses. Reconocer este problema, pone en claro que la intención que acompaña el correspondiente ejercicio de gobierno se ha concentrado en el objetivo de retrotraer el país al atraso que caracterizó al feudalismo o a épocas primadas por el más despiadado e infeliz oscurantismo.

La situación cuestionada evidencia un detalle que suele pasar desapercibido por causa de la violencia que ha arrastrado la dinámica política venezolana, al pretender sortear las conflagraciones que se suscitan alrededor  de sus hechos. Y que además, tienden a descuadrarle el retorcido proyecto ideológico sobre el cual se depara la irónica política gubernamental que fundamenta sus lacónicos programas de gestión pública nacional. Este detalle tiene que ver con la falta de preparación en materia política de los actuales gobernantes la cual han confundido con la militarista como determinante instigador de la desmedida represión y grosera intervención asumidas como medidas del absurdo socialismo pretendido. Y peor aún, concebidas como estrategias aniquiladoras de la democracia trazadas por orden de la “revolución bolivariana”.

De ahí la necesidad de someter a consideración de quienes se dedican a la fútil politiquería, este breviario de política que simula ser anacrónico. Ello, con el urgente fin de precisar algunos criterios que puedan servirles a estos gobierneros no tanto a asegurarlos en los cargos de control y de coerción que impúdicamente ejercen. Pero sí, para infundirles la antipatía suficiente para que sigan ganándose el desprecio de millones de venezolanos decepcionados y apesadumbrados por el grado de ruindad y desolación al cual llevaron al país. Condición ésta que continuará incitando, cada vez más, la voluntad popular a rechazarlos mediante los mecanismos de repudio o destitución delineados constitucionalmente con el manifiesto propósito de recuperar las libertades conculcadas, los derechos violentados y la democracia menguada por obra del inhumano fundamentalismo revolucionario.

Este curso pudiera estructurarse en tantas partes como perversiones animan el ideario político de quienes creen sabérselas todas por ocupar actualmente –con la venia roja- algún escaño gubernamental. No obstante, la brevedad obliga a resumirlo según las ejecutorias de mayor connotación en virtud de la saña con la cual procuran ponerlas en acción. De esta forma, cabrían secciones relacionadas con aspectos como: 1) La rebeldía conspiradora. 2) ¿Quién manda a quién? 3) ¿Cómo aturdir al otro?. 4) La infelicidad como política pública.

1) La rebeldía conspiradora: Es la no aceptación de los fundamentos jurídicos que apostaron en un principio a la redacción de la Constitución aprobada en 1999, aunque elaborada a condición de jugar al presidencialismo como factor de autoritarismo. Al actuar con rebeldía, no se hace nada difícil encubrir la condición de conspirador por cuanto de su praxis depende la forma de burlar, bajo amenaza policial, militar o esbirra, los preceptos constitucionales para así, con la excusa de la no-concordancia, confundir al pueblo valiéndose de engaños propios del mejor populismo demagógico, equivalente a la más vil disfrazada dictadura.

2) ¿Quién manda a quién?: Constituye el paradigma que motiva las decisiones a partir de las cuales el gobernante y su facción de seguidores, militantes y simpatizantes asumen el papel de héroes populares. Pero para defender la brutalidad ejercida. Por eso, se busca la justificación de la autoridad con procedimientos caprichosos por lo que se hace necesario arrogarse ideas majaderas que pueden acreditarse con el uso reiterado y hostigador de medios de comunicación sometidos. Sus resultados mediáticos, potencian la necesidad de hacer alarde del poder y de los criterios básicos de fuerza empleados para atropellar a quienes sean capaces de resistirse a las imposiciones o expresiones de dominio manejadas desde el alto gobierno.

3) ¿Cómo aturdir al otro?: Es el movimiento maquinado alevosamente de acciones o criterios funcionales que garanticen un gobierno opresivo orientado por la idea de subyugar al ciudadano a fin de convertirlo en un individuo resignado, abatido o desesperanzado toda vez que la forjada crisis institucional, al mismo tiempo, ha logrado infundir molestias e indignación con las colas y la escasez, o con el desesperado cuento de la “guerra económica”. Asimismo, agobiarlo con la inflación y la inseguridad, tanto como decepcionarlo al verse abandonado a la suerte de las intemperancias políticas del momento o avasallado por el temperamental carácter del gobernante mayor.

4) La infelicidad como política pública: De su consecución ha de depender el grado de animadversión política del ciudadano en contra de las organizaciones político-partidistas. Esta inyección de odio que también es de codicia, pereza, lujuria, ego, ira y de egoísmo, es el mecanismo más expedito para situarlo en el plano de la infelicidad. Y si ello se consigue a través de políticas públicas que reivindiquen un defectuoso nacionalismo o un insulso patrioterismo, estaría formándose el “hombre nuevo”. Pero “nuevo” en el sentido de contrario  al “hombre” del cual habla y exalta la Constitución Nacional, aunque en teoría, como la razón para hacer del país una nación presuntamente próspera y desarrollada. Con la presencia de ese fulano “hombre nuevo”, se alcanzaría un país con marcadas deficiencias en cuanto a excelencia, calidad de vida y desarrollo económico, político y social, como en efecto viene intentándose exitosamente.

Estos cuatro contenidos, son la apresurada simplificación de todo cuanto puede aprender un politiquero. Particularmente, si es indecente. No tanto para remediar su talante, pues seguro que no va a lograrlo. Pero sí para hacer de la política el mejor instrumento de inmoralidad con el cual sería posible la inminente descomposición de la ideología en que se afinca la labor del gobiernero ante el cargo para el cual fue escogido. O que a punta de truco, carnet rojo y mentira, alcanzó. De manera que si desde afuera luce difícil contener las fechorías de estos politiqueros insolentes en ejercicio de un gobierno ilegitimado por tantas patrañas cometidas, desde adentro será más inmediata su defenestración. Y así pudiera ser, de lograrse motivar al gobernante y a su cohorte, a actuar a la inversa o de modo contrario al dictado de la política entendida en su exacto y pedagógico sentido. De ahí entonces la necesidad de invitarlos a que sigan este curso urgente de política (para indecentes).

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Aunque el deber y el poder conducen a conceptos disímiles, las circunstancias parecieran combinarlos en aras de las urgencias y prioridades que las realidades han comenzado a establecer a consecuencia del desastre al que ha ido a parar Venezuela. Catástrofe ésta motivada por la incomprensión conceptual de “política” que padecen quienes siguen empeñados en enroscarse en el poder político con el auxilio de trampas y legalidades elaboradas a juicio de sus más sectarios intereses. Reconocer este problema, pone en claro que la intención que acompaña el correspondiente ejercicio de gobierno se ha concentrado en el objetivo de retrotraer el país al atraso que caracterizó al feudalismo o a épocas primadas por el más despiadado e infeliz oscurantismo.

La situación cuestionada evidencia un detalle que suele pasar desapercibido por causa de la violencia que ha arrastrado la dinámica política venezolana, al pretender sortear las conflagraciones que se suscitan alrededor  de sus hechos. Y que además, tienden a descuadrarle el retorcido proyecto ideológico sobre el cual se depara la irónica política gubernamental que fundamenta sus lacónicos programas de gestión pública nacional. Este detalle tiene que ver con la falta de preparación en materia política de los actuales gobernantes la cual han confundido con la militarista como determinante instigador de la desmedida represión y grosera intervención asumidas como medidas del absurdo socialismo pretendido. Y peor aún, concebidas como estrategias aniquiladoras de la democracia trazadas por orden de la “revolución bolivariana”.

De ahí la necesidad de someter a consideración de quienes se dedican a la fútil politiquería, este breviario de política que simula ser anacrónico. Ello, con el urgente fin de precisar algunos criterios que puedan servirles a estos gobierneros no tanto a asegurarlos en los cargos de control y de coerción que impúdicamente ejercen. Pero sí, para infundirles la antipatía suficiente para que sigan ganándose el desprecio de millones de venezolanos decepcionados y apesadumbrados por el grado de ruindad y desolación al cual llevaron al país. Condición ésta que continuará incitando, cada vez más, la voluntad popular a rechazarlos mediante los mecanismos de repudio o destitución delineados constitucionalmente con el manifiesto propósito de recuperar las libertades conculcadas, los derechos violentados y la democracia menguada por obra del inhumano fundamentalismo revolucionario.

Este curso pudiera estructurarse en tantas partes como perversiones animan el ideario político de quienes creen sabérselas todas por ocupar actualmente –con la venia roja- algún escaño gubernamental. No obstante, la brevedad obliga a resumirlo según las ejecutorias de mayor connotación en virtud de la saña con la cual procuran ponerlas en acción. De esta forma, cabrían secciones relacionadas con aspectos como: 1) La rebeldía conspiradora. 2) ¿Quién manda a quién? 3) ¿Cómo aturdir al otro?. 4) La infelicidad como política pública.

1) La rebeldía conspiradora: Es la no aceptación de los fundamentos jurídicos que apostaron en un principio a la redacción de la Constitución aprobada en 1999, aunque elaborada a condición de jugar al presidencialismo como factor de autoritarismo. Al actuar con rebeldía, no se hace nada difícil encubrir la condición de conspirador por cuanto de su praxis depende la forma de burlar, bajo amenaza policial, militar o esbirra, los preceptos constitucionales para así, con la excusa de la no-concordancia, confundir al pueblo valiéndose de engaños propios del mejor populismo demagógico, equivalente a la más vil disfrazada dictadura.

2) ¿Quién manda a quién?: Constituye el paradigma que motiva las decisiones a partir de las cuales el gobernante y su facción de seguidores, militantes y simpatizantes asumen el papel de héroes populares. Pero para defender la brutalidad ejercida. Por eso, se busca la justificación de la autoridad con procedimientos caprichosos por lo que se hace necesario arrogarse ideas majaderas que pueden acreditarse con el uso reiterado y hostigador de medios de comunicación sometidos. Sus resultados mediáticos, potencian la necesidad de hacer alarde del poder y de los criterios básicos de fuerza empleados para atropellar a quienes sean capaces de resistirse a las imposiciones o expresiones de dominio manejadas desde el alto gobierno.

3) ¿Cómo aturdir al otro?: Es el movimiento maquinado alevosamente de acciones o criterios funcionales que garanticen un gobierno opresivo orientado por la idea de subyugar al ciudadano a fin de convertirlo en un individuo resignado, abatido o desesperanzado toda vez que la forjada crisis institucional, al mismo tiempo, ha logrado infundir molestias e indignación con las colas y la escasez, o con el desesperado cuento de la “guerra económica”. Asimismo, agobiarlo con la inflación y la inseguridad, tanto como decepcionarlo al verse abandonado a la suerte de las intemperancias políticas del momento o avasallado por el temperamental carácter del gobernante mayor.

4) La infelicidad como política pública: De su consecución ha de depender el grado de animadversión política del ciudadano en contra de las organizaciones político-partidistas. Esta inyección de odio que también es de codicia, pereza, lujuria, ego, ira y de egoísmo, es el mecanismo más expedito para situarlo en el plano de la infelicidad. Y si ello se consigue a través de políticas públicas que reivindiquen un defectuoso nacionalismo o un insulso patrioterismo, estaría formándose el “hombre nuevo”. Pero “nuevo” en el sentido de contrario  al “hombre” del cual habla y exalta la Constitución Nacional, aunque en teoría, como la razón para hacer del país una nación presuntamente próspera y desarrollada. Con la presencia de ese fulano “hombre nuevo”, se alcanzaría un país con marcadas deficiencias en cuanto a excelencia, calidad de vida y desarrollo económico, político y social, como en efecto viene intentándose exitosamente.

Estos cuatro contenidos, son la apresurada simplificación de todo cuanto puede aprender un politiquero. Particularmente, si es indecente. No tanto para remediar su talante, pues seguro que no va a lograrlo. Pero sí para hacer de la política el mejor instrumento de inmoralidad con el cual sería posible la inminente descomposición de la ideología en que se afinca la labor del gobiernero ante el cargo para el cual fue escogido. O que a punta de truco, carnet rojo y mentira, alcanzó. De manera que si desde afuera luce difícil contener las fechorías de estos politiqueros insolentes en ejercicio de un gobierno ilegitimado por tantas patrañas cometidas, desde adentro será más inmediata su defenestración. Y así pudiera ser, de lograrse motivar al gobernante y a su cohorte, a actuar a la inversa o de modo contrario al dictado de la política entendida en su exacto y pedagógico sentido. De ahí entonces la necesidad de invitarlos a que sigan este curso urgente de política (para indecentes).

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