El primer capitalismo fue salvaje y de terrible explotación, luego el instinto de conservación más inteligente llevó a una visión de bien común que incluye como complementarios a los factores sociales y productivos ayer totalmente contrapuestos. Hasta los partidos de origen marxista, como la socialdemocracia alemana, se convencieron de que el capital y el trabajo se necesitan y se pertenecen mutuamente, y que la destrucción del otro es un disparate suicida.
Instinto de conservación frente al de destrucción. Lamentablemente Venezuela es uno de los últimos paÃses donde desde el poder “revolucionario” se deliró con la idea de que la felicidad de los trabajadores y de los pobres pasa por la eliminación de la empresa privada. Se invirtieron muchos millardos de dólares con propaganda masiva para activar instintos de agresión, resentimiento y odio. Con el voto multitudinario reciente la sociedad frenó al borde del precipicio. El bien duradero de más de 10 millones de trabajadores requiere más de 100.000 empresarios exitosos, lo que es imposible sin mutua valoración, potenciación y elevación productiva. Venezuela necesita nuevos empresarios inteligentes y visionarios que apoyen el éxito, dignidad y vida de los millones de trabajadores. Aunque no sea por amor mutuo, al menos por instinto de conservación dotado de inteligencia.
También la derrotada “revolución” necesita activar su instinto de conservación con cambio a fondo para sobrevivir. Las causas del cambio siguen siendo justas como en 1998 y las aspiraciones de los pobres irrenunciables, pero imposibles sin la contribución decidida del conjunto de la sociedad. La MUD post 6D debe activar al máximo la sensatez, para el éxito en la reconstrucción, con reconocimiento e identificación con las aspiraciones y necesidades concretas de la mayorÃa. El instinto de conservación se requiere para preservar y fortalecer la unidad y evitar -por ejemplo- las lamentables e inoportunas frases públicas contra la “salida” de 2014; asà como parecen inoportunas las campañas y presiones externas para aupar la elección de determinado presidente de la nueva AN, cuando convenÃa que fuera fruto maduro, sereno y consensuado, hasta cierto punto. Una consulta médica delicada no se decide por las pancartas de presión en la calle.
El paÃs está maltrecho en todas sus dimensiones como si hubiéramos pasado una terrible guerra.
Restaurar el instinto de conservación y sentido común nacional significa un cambio radical. Como cristianos sabemos que el amor al prójimo es la clave del reconocimiento y de la convivencia constructiva, pero -como enseña el catecismo católico- si no lo hacemos por amor a Dios, hagámoslo “por temor al infierno”. No veo el idÃlico amor universal en esta Venezuela intoxicada por el odio, pero el amor puede ser ayudado por el “temor al infierno” del desastre y la imposibilidad de reconstruir.
Necesitamos una economÃa fuerte, con millones de iniciativas, creatividad y mercado…, junto con eficaz solidaridad social y honestidad pública que buscan oportunidades de trabajo y éxito para todos, con educación, salud, seguridad ciudadana, seguridad social, espÃritu de reconocimiento mutuo sembrado por todos los medios.
Un reto hermoso. La sociedad excluirá del poder a quienes se aferren a la siembra del odio y de la exclusión, sean los actuales o los “nuevos” antiguos. Nos necesitamos renovados, capaces de reconocer e incluir al otro, aunque sea por temor a nuestro infierno social nacional.