La tercera guerra mundial, Daesh y Nicolás Maduro por Andrés Volpe
La tercera guerra mundial, Daesh y Nicolás Maduro por Andrés Volpe

AtentadosParísFrancia#13N

 

 

Después de ocurridos los hechos terroristas en París el pasado viernes 13, la opinión pública ha abiertos múltiples debates sobre múltiples temas relacionados entre sí. Entre los más importantes están las diferencias y distancias que el mundo musulmán quiere poner entre los fundamentalistas religiosos y los demás musulmanes. Esto, por supuesto, es lo correcto. Arropar a todos los musulmanes bajo el manto del terrorismo, sin distinguir entre los fundamentalistas y los demás, es una acción tan ignorante como violenta.

Más allá de esta temática importante, está el debate que ha surgido alrededor del uso propio de los conceptos y nombres con los cuales se discute y habla sobre este grupo terrorista. Llamarlos Estado Islámico es un error conceptual, ya que al reconocerlos con este nombre se permite el uso del concepto de Estado para nombrar a un grupo terrorista que carece de legitimidad frente al mundo. Quizás peor aún sea el hecho de que ese es el nombre que estos fundamentalistas religiosos se han otorgado a sí mismos, ya que ellos pretenden ser un califato regido por un califa que, supuestamente, es el sucesor directo de Mahoma. La aberración terminológica ha sido reconocida por los líderes del mundo y estos han comenzado a utilizar la palabra Daesh. Este nombre, debido a un juego de palabras en árabe, puede referirse al Estado Islámico de Irak y el Levante, o puede referirse a pisotear o aplastar, o a un intolerante que impone por la fuerza su punto de vista sobre los demás. Para comprobar la importancia de este debate, que para algunos pueda ser una cuestión irrelevante, solo basta con saber que los terroristas que conforman este grupo han amenazado con cortar la lengua de cualquiera que se atreva a llamarlos Daesh. Esto ocurre porque los términos construyen narrativas que afectan nuestro proceso cognoscitivo y, por lo tanto, la misma realidad de las cosas y, por eso, a todo hay que llamarlo por su nombre.

Los mismos errores terminológicos, para aquellos que entiendan este debate como abstracto y ajeno, se han venido dando en la situación venezolana. El régimen chavista ha tratado, mediante la apropiación de la gran mayoría de los medios de comunicación, de imponer su propia terminología sobre los fenómenos que ocurren en la realidad venezolana. La hegemonía comunicacional del chavismo en Venezuela ha hecho posible la existencia de narrativas incoherentes para favorecer al régimen. Ejemplo primordial de ello ha sido la difícil lucha que ha tenido que darse para lograr enmarcar al régimen de Nicolás Maduro como una dictadura que, mediante un terrorismo de Estado, somete a toda una nación. Lamentablemente, muchas muertes y muchos presos han sido necesarios para que el país y el mundo entiendan de manera absoluta el carácter antidemocrático del régimen chavista.

Los términos que construyen las narrativas latinoamericanas son importantes para que los mecanismos internacionales puedan activar sus mecanismos de rechazo y presión. Una de las victorias más importantes en este sentido ha sido la carta de Luis Almagro, el secretario general de la OEA, en contra del régimen. No obstante, el daño causado en Latinoamérica por la narrativa que el comunismo ha infiltrado en la región contra las ideas liberales y del libre mercado ha estado vigente a lo largo de muchas décadas. Las consecuencias más atroces de lo que burdamente puede designarse como un lavado de cerebro por parte de la izquierda las vemos hoy en día en Venezuela y, en menor medida, en otros países de América del Sur. Aquel fanatismo político en favor de las ideas de la izquierda, apoyadas en una falsa narrativa sobre la superioridad ética de sus postulados, ha sido lo que ha asegurado el poder a regímenes corruptos.

Por otro lado, el otro debate que ha despertado como consecuencia de los ataques en París es aquel sobre la tercera guerra mundial. Algunos intelectuales y figuras públicas así lo han afirmado y, entre ellos, se encuentra el papa Francisco. El papa habla de una guerra mundial en trozos y Arturo Pérez Reverte advertía en 2014, al referirse al Daesh, que estábamos ante la antesala de la tercera guerra mundial. Sin embargo, adoptar esta narrativa sería un grave error por parte de Occidente.

Al hablar de una guerra mundial, se estarían trayendo al imaginario colectivo imágenes que no corresponden con la realidad del conflicto que se vive contra Daesh en el presente. Esta organización terrorista no posee la misma capacidad militar de los poderes militares de Occidente, por lo que no sería un conflicto entre poderes mundiales, sino una guerra contra el terrorismo y el fundamentalismo religioso. De la misma manera, una guerra mundial siempre ha sido un conflicto entre Estados o imperios que gozan de reconocimiento internacional como tales y  siempre con el propósito de expandir su dominio sobre otros territorios. Dicho esto, hay que aclarar que los horrores del exterminio llevado a cabo por el nazismo fueron conocidos a posteriori  por el mundo y no fueron parte de las motivaciones presentes en la declaración de guerra de ninguno de los países aliados. Por lo tanto, la Segunda Guerra Mundial no inició como una guerra para combatir crímenes contra la humanidad, ya que fue solo después, al derrotar al nazismo, que se comprendió la naturaleza de los crímenes que se habían llevado a cabo.

Así las cosas, resulta evidente que la guerra que se lleva a cabo contra el Daesh es de una naturaleza muy diferente, aunque el mundo entero se sienta involucrado en esta lucha. Los motivos principales de este grupo terrorista no son la expansión territorial, sino la dominación de la humanidad por medio de una interpretación fanática de una religión. El conflicto es el de la civilización moderna contra el barbarismo, el cual siempre se ha hecho presente en diferentes formas a lo largo de la historia. Por ello, la civilización moderna debe combatir de forma contundente y decisiva a este grupo terrorista, ya que la existencia de la humanidad tal y como la conocemos está siendo cuestionada por un grupo minoritario, pero organizado, de fundamentalistas religiosos. Olvidar estas diferencias equivale a ser derrotados por el miedo, el arma más eficiente, ya que así ellos mismos lo han declaro, del Daesh.

Todo lo contrario ocurre en Venezuela. Para hacer más claro este argumento hay que reafirmar que el Daesh es un grupo terrorista organizado, y no un Estado; allí radica pues la importancia en la implementación de la terminología, porque el régimen chavista, al contrario del Daesh, ha tomado posesión del Estado por vías inicialmente democráticas para utilizar todos sus órganos para el ejercicio del terror. Esta es la diferencia fundamental entre estos dos grupos criminales y, quizás, la semejanza entre el régimen nazi y el chavista. El régimen de Nicolás Maduro es una dictadura criminal que ha convertido al Estado en una máquina para perpetrar actos de terrorismo a nivel interno y asegurar una red de narcotráfico a nivel, al menos, regional.

Más allá de hacer analogías incompatibles entre el régimen chavista y el Daesh por sus obvias diferencias en su naturaleza, es importante reconocer que estos grupos organizados, estas bandas criminales, atentan contra los valores democráticos y de libertad que Occidente se ha esforzado en propagar por el mundo entero. La narrativa del progreso de la humanidad hacia algo mejor es contrariada por el comunismo y por el fundamentalismo religioso. Son esos valores universales, los que nacieron en Occidente, por los que los venezolanos hoy en día dejan el pellejo al enfrentarse ante un régimen narcotraficante y criminal. Son esos mismos valores universales por los que los poderes europeos se preparan para una guerra con un final incierto. Pero lo más importante, al fin y al cabo, es que todos libramos la misma batalla contra el mismo mal.

 

@andresvolpe

El Nacional