Pocas cosas me dan más placer en esta vida que ir al cine. Malo, bueno, regular o sencillamente espléndido, tiendo a creer que si en el Paraíso no hay una pantalla gigante y un carrito de cotufas me devuelvo a espantar a Scorsese. Me encantan las películas pero sé que hacer listas de las diez mejores es un intento fallido de dárselas de erudito antipático. Así que vayámonos por lo chévere. Hablemos de lo traumatizados que nos dejó el encarcelamiento de la mamá de Dumbo. Así mismo. Hay buenas películas allá afuera que nos han arruinado nuestra existencia, sólo porque a Dios –es decir Walter Elías Disney- se le ocurrió pensar que una escena como esa era necesaria.
Miren, la mamá de Bambi es una cosa. Esa muerte era inevitable porque francamente la trama de Bambi es fastidiosísima hasta que la deciden aniquilar. Dumbo no. El elefante orejón es la personificación de ese gallo que fuimos en primaria y que nos ha costado toda una vida esconder. Encima, vienen e inhabilitan políticamente a la mamá elefante que es un sol de animal. ¡Eso fue una tragedia infantil!
Es que desde que somos chamos, las películas nos ofrecen una visión de la vida que no concuerda con la felicidad que nos pinta Forrest Gump. ¿Alguien no se traumatizó con el malo de Indiana Jones y el Templo Maldito? No puede ser que uno aplauda toda la película a James Bond disfrazado de safari para que venga Mola Ram, el sacerdote vudú, a intentar arrancarle el corazón. Ni los proyectiles exorcizados de Linda Blair en Cine Millonario dicen “voy a dormir con la luz prendida” como este intento de asesinato en contra de Indiana Jones. Eso, conjuntamente con el niño maharajá drogado con burundanga que clava alfileres a un muñeco para herir a nuestro aventurero con sombrero de hacendado expropiado, es suficiente como para que ningún niño considere a la religión vudú como una alternativa.
Ahora bien, eso es porque el cine no nos había preparado para ver a Rebecca de Mornay en La Mano que Mece la Cuna. A uno lo acostumbran desde chiquito que las únicas niñeras que valen la pena son aquellas interpretadas por Julie Andrews. Es tiempo después que uno se da cuenta que Mary Poppins estaba más drogada que Lucy en el cielo de los diamantes y que la Novicia Rebelde fue la trepadora social más grande de la industria cinematográfica, con la posible excepción de la Cenicienta.
Con de Mornay es distinto. La Mano que Mece la Cuna es una película sobre una señora cuyo marido es un ginecólogo que se suicida luego de ser enviado a la cárcel por abuso sexual a sus pacientes. Para vengarse, de Mornay se hace pasar por la niñera de una de las victimas que testificó contra él en el juicio. Eso lleva a la protagonista por un espiral de horrores, en los que la niñera no solamente asesina a su mejor amiga, sino que le da de comer leche materna al bebé e intenta robarse al marido. Un horror de película que te hace cuestionar hasta las intenciones de la señora estupenda que hace el café en la oficina.
Ni hablar de Bajos Instintos. Sharon Stone es la razón primordial por la cual todos los hombres venezolanos estrellamos las bolsas de hielo en el piso para llenar una cava con cerveza. Nada dice “asesinato” más que un pica hielo luego de haber visto esta película, logrando que hasta el cuchillo para raspar el queso de bola nos recuerde más a Hook que a Julie & Julia. Y odiamos a los perros poodles porque Hannibal Lecter nos enseñó que si algo da más miedo que verlo a él contar como se comió el hígado de un paciente con frijoles y un buen Chianti (“phht, phht, phht”) es ver como Buffalo Bill, el asesino en serie en El Silencio de los Inocentes soba con gusto al perrito de la niña que tiene secuestrada en un pozo en su casa. ¡Dantesco!
No podemos pasar por debajo de la mesa a Titanic, la película por excelencia que nos arruinó la existencia. Todavía es incomprensible el porqué demonios Leonardo di Caprio se muere congelado al final pero la razón es obvia. “Jaaaack” se murió por culpa de Kate Winslet. A esa gorda la encaramaron en una tabla que, vamos a estar claros, no era precisamente la tablita donde está pintada la Virgen de La Chinita. Esa tabla en la que flotan al final es del tamaño de un secuoya californiano cortado por la mitad. Ahí de cajón cabían los dos.
Jack Dawson se muere por idiota. No hace menos de tres horas había estado metido en un carro con Kate Winslet jugando a hacer un sauna de vapor. ¿Nos van a venir a decir que ese firi firi no se pudo montar encima de ella en un momento de supervivencia? Estamos saliendo de la era victoriana pero amiga, si tú eres lo suficientemente valiente como para andar posando al natural para vengarte del nuevo rico de tu prometido, asume tu rol de Bárbara Blade y salva a tu amante.
Por gorda. Rose mató a Jack Dawson por gorda. Y encima se pone vieja y lanza el collar al mar. Hablemos en perspectiva: matas al amor de tu vida y después le niegas una herencia suntuosa a tu prole. ¿Por amor? ¡Por egoísta! Tragedias de películas que no han hecho sino amargarnos la existencia en la vida real.-
Toto Aguerrevere
http://totoaguerrevere.blogspot.com
@totoaguerrevere