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El segundo capítulo de Bachelet

michelle

Michelle Bachelet encarna los ideales de la izquierda chilena que desde finales de los ochenta, abandonó el purismo ideológico que la había marcado desde el golpe contra Salvador Allende en 1973.

La polarización chilena, alrededor de la figura de Augusto Pinochet, hacía difícil pensar en una transición exitosa. Un segmento importante reclamaba justicia por lo ocurrido con Allende, mientras otro consideraba que Pinochet había salvado a Chile de convertirse en una segunda Cuba. Vale decir, que es un debate vigente en ese país.

En medio de un ambiente de total división, la agrupación de partidos de izquierda y de centro denominada “La Concertación”, fue la encargada de desafiar el poder omnímodo del entonces dictador Pinochet. Éste, mediante un gesto de arrogancia, decidió someterse a una consulta popular que indagara en los chilenos, si preferían seguir con el sistema o si se sentían preparados para un juego de partidos con alternancia, requisito indispensable para la democracia. El triunfo de la oposición a Pinochet en las elecciones de 1988, significó no sólo la victoria de la izquierda, sino el inicio de la transición democrática en Chile. Paradójicamente, se trató de una de las más tardías en comparación con aquellas de los andinos, o de las de Argentina o Brasil emprendidas en 1983 y 1985, respectivamente.

El segundo capítulo de Bachelet está orientado no sólo a corregir aspectos de su mandato anterior (2006-2010), sino a profundizar una transformación inconclusa desde hace décadas. Esto se entiende, porque a pesar de que Chile sea visto como uno de los modelos de mayor éxito democrático en la región, aún subsisten dos pasivos de su sistema político.

El primero, tiene que ver con el sistema de educación que presenta niveles de exclusión tan importantes, que en los últimos años, se ha convertido en el principal móvil de manifestaciones. El hecho de no haber garantizado una universalidad en el régimen educativo, habla de un bemol en el proceso democratizador y de una deuda histórica, que no ha podido traducir el éxito de su modelo económico, en una prosperidad educativa igualitaria. A pesar de que La Concertación redujo la pobreza chilena en 15 puntos desde 1990, en materia educativa, queda un largo camino por recorrer. Y en segundo lugar, reemplazar la Constitución pinochetista es un deber urgente en la tarea compleja de reconciliar a Chile y cerrar las heridas del pasado. Uno de los vestigios más imponentes del antiguo régimen ha sido la constitución que, aunque reformada, fue aprobada por consulta popular (el 11 de septiembre de 1980, exactamente siete años después del golpe a Allende).

En consecuencia, esta segunda etapa de la izquierda chilena, contará con el apoyo de movimientos sociales protagonistas de las movilizaciones recientes, y de una izquierda chilena más comprometida con el socialismo que con la socialdemocracia. Esto da para pensar en un segundo mandato más cargado de ideología, y con la intención de cambiar de fondo el admirado modelo chileno.

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Michelle Bachelet encarna los ideales de la izquierda chilena que desde finales de los ochenta, abandonó el purismo ideológico que la había marcado desde el golpe contra Salvador Allende en 1973.

La polarización chilena, alrededor de la figura de Augusto Pinochet, hacía difícil pensar en una transición exitosa. Un segmento importante reclamaba justicia por lo ocurrido con Allende, mientras otro consideraba que Pinochet había salvado a Chile de convertirse en una segunda Cuba. Vale decir, que es un debate vigente en ese país.

En medio de un ambiente de total división, la agrupación de partidos de izquierda y de centro denominada “La Concertación”, fue la encargada de desafiar el poder omnímodo del entonces dictador Pinochet. Éste, mediante un gesto de arrogancia, decidió someterse a una consulta popular que indagara en los chilenos, si preferían seguir con el sistema o si se sentían preparados para un juego de partidos con alternancia, requisito indispensable para la democracia. El triunfo de la oposición a Pinochet en las elecciones de 1988, significó no sólo la victoria de la izquierda, sino el inicio de la transición democrática en Chile. Paradójicamente, se trató de una de las más tardías en comparación con aquellas de los andinos, o de las de Argentina o Brasil emprendidas en 1983 y 1985, respectivamente.

El segundo capítulo de Bachelet está orientado no sólo a corregir aspectos de su mandato anterior (2006-2010), sino a profundizar una transformación inconclusa desde hace décadas. Esto se entiende, porque a pesar de que Chile sea visto como uno de los modelos de mayor éxito democrático en la región, aún subsisten dos pasivos de su sistema político.

El primero, tiene que ver con el sistema de educación que presenta niveles de exclusión tan importantes, que en los últimos años, se ha convertido en el principal móvil de manifestaciones. El hecho de no haber garantizado una universalidad en el régimen educativo, habla de un bemol en el proceso democratizador y de una deuda histórica, que no ha podido traducir el éxito de su modelo económico, en una prosperidad educativa igualitaria. A pesar de que La Concertación redujo la pobreza chilena en 15 puntos desde 1990, en materia educativa, queda un largo camino por recorrer. Y en segundo lugar, reemplazar la Constitución pinochetista es un deber urgente en la tarea compleja de reconciliar a Chile y cerrar las heridas del pasado. Uno de los vestigios más imponentes del antiguo régimen ha sido la constitución que, aunque reformada, fue aprobada por consulta popular (el 11 de septiembre de 1980, exactamente siete años después del golpe a Allende).

En consecuencia, esta segunda etapa de la izquierda chilena, contará con el apoyo de movimientos sociales protagonistas de las movilizaciones recientes, y de una izquierda chilena más comprometida con el socialismo que con la socialdemocracia. Esto da para pensar en un segundo mandato más cargado de ideología, y con la intención de cambiar de fondo el admirado modelo chileno.

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