Sobre “precios justos” por Maxim Ross
La andanada de actuaciones gubernamentales de las dos últimas semanas está montada sobre la tesis de los “precios justos”, remontándonos a una era pretérita de la economía, por lo que el tema amerita un examen más riguroso, más allá de la simple retórica y la propaganda que engaña al hombre común. Como hoy no existe tal cosa les expongo una breve historia de ese concepto, ahora recuperado por la revolución bolivariana.
En sus orígenes: la usura
Desde Aristóteles hasta Lionel Robbins, filósofos y economistas han tratado de explicar el valor de las cosas, de los bienes que intercambiamos, pero si bien algunos los percibieron en la vida cotidiana del intercambio, otros los concibieron desde un punto de vista ético o de justicia. Estos encontraron un asidero perfecto para defender la idea de lo justo y lo injusto en esa “perversa” relación del dinero con el dinero: la usura, porque, al generarse un valor, los intereses en ella, no cabía explicación para su origen, salvo desde luego, la de lo justo y lo injusto. Pero la historia no se detuvo allí.
La usura, el dinero, el interés y el tiempo
Mucho tardó la humanidad en entender que el dinero tenía un valor en sí mismo y que fue el gran facilitador del intercambio, del ahorro y de la inversión y que, por consecuencia, tiene una remuneración que llamamos interés. Tampoco se conocía que los intereses tenían que ver con el tiempo. La usura, entonces, desapareció del lenguaje económico porque quedó arrinconada solo para los que se separaban de las reglas de la competencia, como veremos.
Valor de uso y valor de cambio
De aquellas antiguas explicaciones de los precios, principalmente atadas al tema de la justicia, el hombre da un “salto vital” y, como he venido indicando, es con Aquino que aparecen las primeras ideas de su uso, su utilidad, el costo y el trabajo como determinantes de los precios, hasta llegar a ese embrión del precio donde el verdadero valor de las cosas proviene de la “estimación común” que de él tiene el conglomerado social que lo intercambia, esto es, valor común, valor de todos, valor de mercado.
Del valor de cambio al precio de mercado no hay sino un solo paso, con el “salto copernicano” de Adam Smith, quien separa la historia de la prehistoria económica. La introducción de la escasez y su relación con la oferta y la demanda completa el círculo de la teoría de los precios y la competencia.
Las ideas de usura y precios justos habían desaparecido hasta ser redescubiertas por los funcionarios y legisladores gubernamentales.
Los marxistas y la justicia del valor
Todo iba muy bien hasta que Marx se atraviesa en el camino y argumenta que la justicia del valor está mal “repartida” porque unos trabajan y otros se quedan con el valor del trabajo, la plusvalía, por lo que hay de entrada un precio justo y uno injusto, solo que a Marx se le pasaron algunos detalles, entre ellos que los tiempos cambian y la relación capital–trabajo se hizo bastante más compleja que la del trabajo y el capital. No es de extrañar, entonces, que los agentes del Gobierno hayan apelado a esa vieja tesis de los “precios justos” para justificar la intervención de los comercios y la rebaja a la fuerza de los precios.
Lo que podemos entender hoy por precio justo
Ese largo proceso de investigación condujo a la única posibilidad que tienen los seres humanos de encontrar un referente objetivo de un “precio justo”, el precio de competencia, aquel en que oferentes y demandantes equiparan sus fuerzas y llegan a una “estimación común” de lo que vale una cosa, siguiendo a Aquino. Toda diferencia sobre el precio de competencia, como por ejemplo el de monopolio, no se considere “ni “justo, ni “injusto”, sino que, por definición se sale de la normal, perjudica a algunos y debe ajustarse al de competencia.
También podría considerarse “injusto”, siguiendo esa jerga, cualquiera que fuese impuesto sin satisfacer a todos, como es el caso que nos ocupa de las intervenciones porque, si bien se puede considerar “justo” el que pagaron los consumidores, muy lejos están los vendedores de considerarlo “justo”. La regla, volvemos, es muy sencilla: solo será justo aquel que acepten voluntariamente todos, el de libre competencia. No hay otro.
Cuando hay inflación
Cuando la economía sufre esa enfermedad endémica, la inflación, ella sí que genera un precio verdaderamente “injusto”, cuando el Estado se apropia de los ingresos de las personas, de los salarios y los beneficios. Es el “impuesto inflacionario” el más “injusto” de los precios, pues infla los ingresos gubernamentales a costa de los de la sociedad. Cuando un país se maneja con déficits fiscales crónicos, excesiva liquidez y constantes devaluaciones de la moneda origina la inflación, el reflejo del inmenso fracaso de un modelo económico que paga toda la sociedad, sin Fiscalía, Asamblea, Guardia Nacional, Milicias o Guardia del Pueblo que la proteja.
Fuente: www.eluniversal.com