En Cuba: La linterna mágica se apaga por Yoani Sánchez
Roberto está rematando su cine 3D. Le ha puesto precio al proyector, a las gafas e incluso a la máquina de hacer palomitas de maíz. Sólo estuvo en el negocio tres meses y ya sabe que no podrá recuperar la inversión. Una nota informativa en la prensa oficial cubana terminó con sus planes de empresario. Se vio obligado a cerrar la misma semana que planeaba inaugurar una cartelera infantil en su sala climatizada y de butacas mullidas.
De los más de 442 mil trabajadores por cuenta propia que existen en el país, una buena parte se ha visto afectada en las últimas semanas por nuevas restricciones legales. El periódico Granma anunció el cierre inmediato de las salas de videojuegos y de los cines privados, aludiendo a que estos nunca habían estado permitidos. Ciertamente el listado de las más de 201 licencias particulares no incluye la proyección cinematográfica, ni las salas con computadoras en función lúdica. Sin embargo, los emprendedores se habían aprovechado de una pequeña grieta en la legalidad, para operar. En poco tiempo a lo largo de todo el país comenzaron a aparecer estos “cines de barrio” algunos lujosamente equipados, otros muy modestos.
Quizás algo que molestó al Estado es que las proyecciones tridimensionales llegaran al país de la mano del sector privado. O sea que el otrora poderoso Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos (ICAIC) viera como unos pequeños empresarios, se les adelantaran en implementar en la Isla tan novedosa tecnología. El aparato estatal se vio amenazado de perder el monopolio sobre la difusión de material audiovisual y los locales donde ésta ocurría. Por otro lado las salas 3D privadas devolvieron a muchos el concepto del cine de barrio. Por ejemplo, a mediados del siglo veinte La Habana –incluyendo los municipios Regla, Guanabacoa y Marianao- llegó a tener 134 cines. Algunos de ellos tenían entre 1.000 y 2.500 butacas, contando lunetario y balcones. Los principales llegaron a poseer hasta más de 5.000 asientos, como el Payret, el Radio Centro (actual Yara), el Metropolitan, el Blanquita (hoy Karl Marx). De ellos sólo quedan en activo 12 cines, especialmente en las zonas más céntricas de la ciudad. El concepto de un lugar cercano e íntimo, donde ir a ver una buena tanda los domingos, resultaba desconocido para los cubanos menores de 30 años. Por eso la apertura de los cines por cuenta propia, despertó los recuerdos de algunos y las sorpresas de otros.
La programación de estos nuevos espacios, se basó fundamentalmente en películas de acción, de terror y animados. La noche de Halloween, 48 horas antes de la prohibición que las cerraría, las salas 3D hicieron gala de un amplio surtido de filmes de pesadilla. Era un adelanto premonitorio de lo que vivirían dos días después sus propietarios. Desde Spiderman, Avatar, pasando por Jack y los gigantes, fueron algunas de las producciones que desfilaron por las pantallas privadas. Un cine de entretenimiento, sin grandes vuelos artísticos, pero muy popular entre los jóvenes y niños cubanos.
En el último congreso de la oficialista Asociación Hermanos Saíz –organización de jóvenes artistas- uno de los más llamativos planteamientos se lanzó contra la “cartelera de la frivolidad, la banalidad y el consumo” que promovían los cines por cuenta propia. Hay que “volver a los principios de la política cultural de la Revolución”, clamaron algunos. Era sólo cuestión de tiempo que la prohibición gubernamental cayera sobre ellos. Porque era sabido que el gobierno cubano, puesto a elegir entre ampliar los límites de la actual legalidad o mantenerla a pesar de la realidad, optaría por lo segundo.
Miedo a la difusión independiente de información, gesto político para probar fuerza, paso atrás en las reformas económicas. Todo eso y más se esconde tras las nuevas restricciones contra las salas 3D y de videojuegos. Sin embargo, resulta difícil controlar un fenómeno que ha ganado en popularidad y cuya infraestructura tecnológica está ya en manos de tantos cubanos. Muchos, a diferencia de Roberto que está rematando sus equipos, planean pasar al clandestinaje. La linterna mágica brillará de nuevo pero a puertas cerradas, más discretamente, sin anuncios lumínicos y sin el olor a palomitas de maíz esparciéndose por la sala.
Fuente: www.lageneraciony.com