La Vinotinto tiene su Aarhus por Luis Revilla
Que el fútbol es de los futbolistas representa un hecho que el juego se encarga de refrendar con frecuencia, excepto, quizás, en el universo paralelo de las selecciones nacionales. Ahí se matizan hasta las premisas más básicas del fútbol de todos los días.
Esencialmente hay un motivo detrás de la mutación: el dilatado y discontinuo calendario FIFA, un intrincado esquema que no presenta punto medio entre finales y amistosos. El camino al mundial es un largo e impredecible rally. Una exploración disfrazada de regata, sin garantías ni recetas. Juegan los futbolistas, pero cuando hay himnos nacionales de por medio también lo hacen las circunstancias.
Más de dos años transcurren entre el primer y último partido de eliminatorias al Mundial. En ese lapso, eterno para los frenéticos estándares vigentes, los jugadores maduran, envejecen, sufren lesiones, cambian de equipo, alternan períodos de inactividad y baja forma con rachas de mayor esplendor, entre otras coyunturas.
Resulta imposible en la práctica controlar todas las variables planteadas en un escenario tan cambiante. Y menos cuando los días de trabajo de campo no sobran. Es un fútbol sin pretemporadas, el de selecciones, donde la preparación trasciende de los en ocasiones fútiles amistosos y alcanza el voluble territorio de la competición oficial.
En las manos del entrenador reposa la responsabilidad de trazar un plan de acción fiable, coherente con la naturaleza de los jugadores disponibles, y de proponer soluciones para sobrellevar o aprovechar las circunstancias.
No hay seleccionador sobre el planeta que pueda eludir este aspecto empírico de su labor. La exploración no cesa al frente de un combinado nacional, incluso en aquellos que destilan más certezas. La selección española del ciclo Aragonés-Del Bosque, la más exitosa de la historia, arroja ejemplos puntuales pero contundentes sobre este asunto.
En pleno 2013, la transición post-Xavi no tiene soluciones triviales, ya sea con el de Terrassa dentro o fuera del campo. La versión actual del mediocampista del Barça no puede imponer condiciones como hace dos años, una circunstancia que exige una variación en el discurso del equipo de Del Bosque, de marcado tono xavicentrista durante el último lustro. En juego está nada más y nada menos que la eternidad en Brasil 2014.
A 9 meses de la gran cita, a Del Bosque no le sobran fechas FIFA ni le faltan cabos sueltos. Inevitablemente, será con el balón rodando que el preparador salmantino busque las claves para refinar su propuesta. Sobre el campo, el sitio donde, desde 2007, esta generación de futbolistas ha escrito los episodios que convirtieron una historia de terror en una epopeya.
Ninguno tan célebre como el acaecido en Viena, durante la Euro 2008. Fue en cuartos de final, contra Italia en la tanda penaltis. Casillas vs Buffon. La España de Luis Aragonés contra la historia. El contexto habla por sí solo; la roja lo tenía todo para perder una vez más, pero el destino le lanzó un guiño histórico. La victoria forjó la convicción ganadora de toda una generación y legitimó un modelo que ahora cuidan y defienden con recelo.
Pero, aunque de mayor arraigo, aquella ocasión no representa el único punto de inflexión con matices de espontaneidad durante el ciclo. El año anterior, durante la fase de clasificación, la presencia de España en la Eurocopa era una incógnita que debía dirimirse en un duro compromiso frente a Dinamarca, en Aarhus.
No jugaron Torres ni Villa. Tampoco Raúl, apartado por el sabio de Hortaleza desde el naufragio español (3-2) en Belfast, ante Irlanda del Norte. Raúl Tamudo sería el elegido para ocupar la delantera, con diferencia la línea más escrutada por periodistas y aficionados. El entrenador, sin embargo, puso el acento en el centro del campo: por primera vez juntos, fueron titulares las jóvenes figuras Cesc (20 años) e Iniesta (23 años) y el ascendente Xavi, todavía lejos de sus mejor versión como jugador.
España ganó 1-3 y encarriló su clasificación a la Euro, pero no de cualquier forma. Lo de aquella noche puede considerarse en retrospectiva como la primera gran demostración de control y asociación en el mediocampo ofrecida por la incipiente selección de Xaviniesta y el tiqui-taca.
Las victorias de Aarhus y Viena tienen mucho en común por imprevisibles y trascendentales. Claridad en la oscuridad, convicción tras la incertidumbre. Aragonés comprendió en Dinamarca lo que sus jugadores terminaron de creerse en Austria y el fútbol español cambió para siempre.
La Vinotinto no ganará el Mundial y dos Copas América en el próximo lustro, pero la experiencia española puede servirle de referencia para mirar con atención lo sucedido el pasado martes 10 de septiembre en Puerto La Cruz, fecha y lugar de la victoria 3-2 sobre Perú.
Evidentemente, las circunstancias (el nivel del rival, la falta de alicientes) marcan el partido entre venezolanos y peruanos, y matizan cualquier análisis posterior.
Pero eso no esconde un hecho incuestionable: frente a La Franja de Sergio Markarian, Venezuela marcó un precedente. En criollo: con una alineación inédita, la Vinotinto hizo cosas que no había hecho antes, y las hizo muy bien. Como España en Aarhus.
Por primera vez en la eliminatoria el conjunto nacional logró llevar con éxito la iniciativa ante un rival replegado cerca de su área. Dos líneas de 4 y dos delanteros solidarios no fueron barrera suficiente para contener el ataque vinotinto, cuyo argumento más sólido fue un mecanismo de salida inédito, explorado sin demasiada suerte contra Ecuador en Puerto La Cruz en 2012 y en amistosos de este año, ante El Salvador en Mérida y Bolivia en San Cristóbal.
Históricamente, la Vinotinto de Farías se ha enfrentado pocas veces al reto de acometer el arco de un rival replegado en su campo, y el precedente más inmediato a la visita de Perú, Uruguay en Cachamay, no era nada halagueño.
Venezuela no pudo hacer daño al bloque uruguayo. Aquel día los de Farías abordaron su juego de ataque con una salida de marcada tendencia exterior, en la que el balón viajaba casi sin contemplaciones hacia las bandas para luego trepar por los carriles.
El plan se estrelló ante los movimientos de basculación del equipo de Tabárez. Rosales quedó aislado, Cichero ahogado y la Vinotinto exiliada en las bandas, incapaz de asentar el ataque en ¾. Plantarse en la frontal del área, una utopía.
Esencialmente ocurrían dos cosas cuando Venezuela pretendía conquistar terreno en el corazón del bloque charrúa. O quedaba en franca inferioridad, sin tiempo ni espacio
O perdía el balón ante la presión uruguaya y se exponía al contragolpe:
Contra Perú el cambio fue drástico. Farías modificó el planteamiento; se deshizo de la salida lateral y articuló el juego desde el centro, en lugar de las bandas. Venezuela emprendió por primera vez una salida con tendencia interior. La puesta en escena fue exitosa. Vizcarrondo, Amorebieta y Rincón, responsables del primer pase, no buscaron automáticamente a Rosales o Alex González, los laterales, sino que aguardaron con paciencia el movimiento de los mediocampistas para asociarse en el medio y superar la primera línea del bloque peruano. Independientemente del receptor (Orozco, Arango, “Maestrico” y hasta Josef Martínez se animaban a recibir en el círculo central), el primer pase era hacia adentro, no a las bandas.
Rincón jugó un rol clave para asentar la posesión. Su presencia constante cerca de Vizcarrondo y Amorebieta representaba una superioridad numérica en la salida que permitía al equipo circular el balón con paciencia hasta que el primer pase estuviera claro. Los laterales ofrecían amplitud a la altura del mediocampo y un apoyo vital en la circulación del balón. Los mediocampistas estuvieron en sintonía con la onda responsable en la posesión. Cuando el giro no era posible, pase atrás y a intentarlo de nuevo.
Eso sí: ninguno lo intentó más veces que Yohandry Orozco. Por su gran golpeo de balón y desequilibrante técnica en el uno contra uno, no cuesta nada asociar al ex Wolfsburgo con los metros finales del campo, pero en Puerto La Cruz el zuliano demostró que tiene potencial en un rol más relacionado con la gestación. Entre las permutas permanentes, fue Orozco quien más veces apareció en el círculo central para darle sentido al fútbol de la vinotinto. Todavía no tiene la serenidad de los mediocampistas más regios (no estuvo exento de pérdidas riesgosas), pero a base de creatividad y calidad, Yohandry ofreció todo tipo de soluciones ante el firme 4-4-2 de Perú.
Desde el círculo central:
Apoyo permanente:
Entre líneas:
Con el paso del partido, el futbolista del Táchira se convirtió en un foco de atracción que abrió espacios en el resto del campo:
La redonda actuación de Yohandry incluye también el juego sin balón, una faceta en la que demostró la intensidad y la solidaridad del resto del equipo. Venezuela fue un bloque estrecho que no ejerció una presión sobre el balón al uso, pero se esforzó en tapar líneas de pase y molestar a los receptores peruanos. Así logró recuperar el esférico en campo rival numerosas veces sin exponerse demasiado. La mejor jugada de la Vinotinto en el partido (¿el mejor no-gol en la historia de la selección?) describe muy bien el mecanismo:
La ubicuidad de Orozco fue respaldada por la movilidad de sus compañeros. Mención especial merece Josef Martínez, un jugador que partido tras partido confirma los mejores augurios sobre su talento, que no es cualquiera.
Martínez es el futbolista más singular de la selección. El carabobeño tiene por hábitat natural lo que para otros es un infierno inexpugnable: el espacio entre líneas.
El hombre del Thun es cada vez más reconocible sobre el campo. Es delantero, siente la responsabilidad de anotar, pero su fútbol está lleno de gestos tan asociados con el resto del juego como con el gol. Josef es el antídoto venezolano contra el ímpetu de las defensas rivales. Sus recepciones entre líneas paran el tiempo, mitigan la presión, giran a la defensa y permiten la incorporación de sus compañeros en el terreno enemigo.
La novedad ante Perú, sin embargo, fue su sociedad con Yohandry, una dupla que invita al optimismo. Martínez y Orozco intercambiaron permanentemente sus posiciones. Cuando uno bajaba a la zona del mediocentro, el otro aguardaba entre líneas. La combinación resultó letal:
Antes de retomar la sana rutina de jugar todos los domingos con el Deportivo Táchira, el todavía novel futbolista de 22 años estuvo dos temporadas y media en el Wolfsburgo alemán. Participó en solo 7 partidos. Es lamentable pero comprensible que la contribución de Yohandry Orozco en la eliminatoria no haya estado a la altura de su potencial.
Lo mismo puede decirse de Josef Martínez. Cuando se inició el camino a Brasil, el trequartista vinotinto tenía sólo 18 años. En las dos temporadas siguientes no tuvo en el Young Boys, club dueño de su ficha, la regularidad que el FC Thun le da hoy. En Berna el valenciano estuvo limitado a una participación residual: 19 partidos en 2 años.
No parece razonable, por lo tanto, extrapolar el rendimiento de Venezuela ante Perú al resto del premundial en búsqueda de respuestas sobre la virtual eliminación de la Vinotinto. Lo sensato, en cambio, es poner especial atención a la capacidad que demostró un equipo con un promedio de edad de 23 años.
De cara al próximo ciclo mundialista resulta indispensable explorar el potencial que futbolistas como Orozco, Martínez, González y Otero pueden dar junto a otros nombres más establecidos pero de juventud comparable, como Rondón, Rincón y Rosales.
Liderado o no por César Farías, para 2014 el cuerpo técnico de la selección tiene una responsabilidad que puja sobre el resto en la agenda vinotinto: retomar las cosas donde las dejó el incipiente equipo de Martínez y Orozco. Como hicieron Luis Aragonés y España tras lo de Aarhus.
Por @LuisRevilla