Las posiciones de Rusia y los EEUU en el conflicto sirio son cada vez más controversiales. Las dos potencias, alegando distintas razones, se han negado a soluciones que salgan de la ONU. Rusia se ha opuesto vehementemente a cualquier forma de intervención foránea autorizada por el Consejo de Seguridad, quizá temiendo que el antecedente libio confirme en la mente de sus socios y aliados que hay un patrón de conducta y que con Moscú no se puede contar cuando más se le necesita. Los EEUU, por su parte, ha vetado a priori la solución de paz negociada propuesta por el enviado especial del secretario general Ban Ki-moon, el ex secretario Kofi Annan, porque en la misma se contempla la participación de Irán como uno de los facilitadores para el diálogo –si uno de los objetivos es debilitar a la teocracia a través de su único aliado estatal árabe, mal podría Washington darle a Teherán protagonismo diplomático en el conflicto-. Dada la situación descrita, ¿cuál es el juego de los dos poderes? Deducimos que es darle una oportunidad a la guerra.
En 1999 el estratega Edward Luttwak afirmó que muchos de los conflictos entre y dentro de potencias menores en los que se había involucrado la ONU se habían prolongado y sus desenlaces no había sido estables en el tiempo por un afán de los grandes poderes, y de la filosofía misma de la organización, por intervenir sin que hubiese aún un orden claro en la nueva distribución de poder. Interpretando a Luttwak podríamos decir que mientras un bando no se imponga sobre otro siempre se albergarán la esperanza de la victoria y la frustración por no haberla alcanzado, abriendo la probabilidad de revancha y manteniendo vivo el conflicto, aun en condiciones de latencia. Volviendo al conflicto sirio, Rusia y los EEUU parecen convencidos de que su bando favorito en aquella guerra civil todavía puede triunfar, razón por la cual, por medios diplomáticos convencionales y de la disuasión, intentan bloquear formas directas de participación de fuerzas externas.
Resta hacer dos consideraciones al respecto, una de carácter estratégico y otra moral: la primera es si es realmente sostenible la tesis expuesta, pues existe la posibilidad de que el conflicto se prolongue indefinidamente a causa de un equilibrio de fuerzas que ninguno de los dos bandos podría quebrar sin asistencia externa (recordemos de nuevo el reciente caso libio y cómo el dominio aeronaval de la OTAN fue la clave inicial para la derrota de las fuerzas de Gadafi). La segunda consideración es si resulta humanitaria esta política, sobre todo cuando se reportan ya más de 17,000 muertes vinculadas a la guerra. ¿Puede la llamada “comunidad internacional” tolerar más masacres teniendo los medios para evitarlas? No dudamos que ambas consideraciones han sido apuntadas por Moscú y Washington, mas en un sistema de balance de poder no parece una opción viable ceder antes que el rival, por lo que siguen apostando a darle una oportunidad a la guerra, no sin tratar de intervenir indirectamente en ella.
Víctor M. Mijares