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El petróleo no salvó a Gadafi por Pedro Benítez

Muamar el-Gadafi entró en la escena política mundial el 1 de septiembre de 1969. Ese día el anciano y prooccidental rey Idris se encontraba en Turquía, tomando baños para el reumatismo, cuando un grupo de jóvenes oficiales del ejército protagonizó lo que la prensa europea de entonces calificó como  rocambolesco golpe de Estado.

Gadafi estableció un régimen que él mismo denominó como socialista, panárabe, antioccidental y antiisraelí. Proclamó la Yamahiriya (república de las masas) una especie de gobierno directo y protagónico por parte del pueblo. ¿Le suena?

Libia pasó a ser el centro de irradiación de cuanta causa anti imperialista y anti occidental hubiera. Trípoli se convirtió por varios años en el lugar de peregrinación de muchos de los revolucionarios y terroristas (o aspirantes a serlo) de extrema izquierda de todo el mundo, que encontraron refugio, armas, dinero y entrenamiento. Uno que otro venezolano.

Impetuoso, místico y caprichoso, el líder libio fascinó por mucho tiempo a buena parte de la prensa europea y norteamericana. Su Libro Verde pasó a formar parte de la literatura tercermundista. El hoy gobernador del estado Anzoátegui fue entusiasta del texto en otra época.

Con poco más de tres millones de habitantes Libia era  el principal productor de petróleo de la cuenca del Mediterráneo al oeste de Suez. Hasta 1981 el 40% del petróleo libio alimentaba la maquina industrial de Estados Unidos. Gadafi hizo uso de ese poder.

Intervino directa y abiertamente en la vida política interna de más de veinte países de África y Medio Oriente. Aliado con Idi Amim invadió Chad.

Patrocinó parte del terrorismo internacional hasta que en 1986 Ronald Reagan, que lo consideraba el hombre más peligroso del mundo,  ordenó bombardear Trípoli y Bengasi, en represalia al atentado contra una discoteca de Berlín frecuentada por personal militar norteamericano que dejó 3 muertos y 300 heridos.  El bombardero norteamericano mató a 44 personas, incluida una hija adoptiva de Gadafi.

A partir de ese momento vino el cambio. El otrora beduino se fue aproximando progresivamente a las potencias occidentales: asumió la responsabilidad por los atentados, pagó indemnizaciones a las víctimas, repartió contratos para la explotación de crudo a las transnacionales del petróleo (muy importante en todo esto), incluso apoyó la “guerra contra el terrorismo” de George W Bush.  En compensación Estados Unidos y el Reino Unido reestablecieron relaciones diplomáticas, e incluso Obama le invitó a un G-8.

Gadafi pudo dar estos espectaculares giros en la política mundial porque tenía petróleo para pagarlo. En 2010 Libia era el decimoséptimo productor mundial, pero su cercanía a los clientes europeos acrecentaba su importancia.

Ese petróleo le permitió comprarse la aparente confianza de las potencias occidentales. Pero cuando la situación política interna dio un giro (la mecha prendió justo en sus países limítrofes, Túnez y Egipto) estas no toleraron la brutal represión que derivó en guerra civil, y en la práctica  aprovecharon la oportunidad para cobrarse facturas guardadas. Hasta el reino de Arabia Saudita se apresuró en suplir el millón de barriles de crudo que el conflicto libio ha dejado fuera del mercado mundial, con lo que anuló una de las armas de presión de Gadafi.

Cosas de la política: mi enemigo del pasado puede ser mi amigo hoy, pero si las circunstancias son propicias no dejaré de recordar que fue mi enemigo.

Por otro lado, casi todos se alistan a hacer leña del árbol por caer: el gobierno del presidente Juan Manuel Santos (el nuevo mejor amigo) ya se apresta a reconocer al gobierno de los rebeldes libios. Otros como los hermanos Castro guardan un prudente pero sonoro silencio desde la Habana. Los chinos, que prestan dinero a cambio de cargamentos de petróleo a futuro y los rusos, que suministran armas, se pronuncian a favor del posible cambio del poder, aunque los rebeldes dicen que revisarán los acuerdos con China. ¿Le suena esto también?

Es difícil conseguir un gobernante que haya llevado la desverguenza y el descaro en el mentir, es decir, el cinismo, a los extremos de Muamar Gadafi. Pero esto tampoco lo ha salvado. Esa mezcla de cinismo y petróleo fue muy eficaz para mantenerse en el poder, hasta que un día dejó de servir.

La teoría de los petroestados dice que el gobierno de un país muy rico en hidrocarburos  es casi invencible pues se refuerzan (o lubrican) sus mecanismos de control. Los libios han puesto en duda esa tesis. ¿Quién sigue?

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Muamar el-Gadafi entró en la escena política mundial el 1 de septiembre de 1969. Ese día el anciano y prooccidental rey Idris se encontraba en Turquía, tomando baños para el reumatismo, cuando un grupo de jóvenes oficiales del ejército protagonizó lo que la prensa europea de entonces calificó como  rocambolesco golpe de Estado.

Gadafi estableció un régimen que él mismo denominó como socialista, panárabe, antioccidental y antiisraelí. Proclamó la Yamahiriya (república de las masas) una especie de gobierno directo y protagónico por parte del pueblo. ¿Le suena?

Libia pasó a ser el centro de irradiación de cuanta causa anti imperialista y anti occidental hubiera. Trípoli se convirtió por varios años en el lugar de peregrinación de muchos de los revolucionarios y terroristas (o aspirantes a serlo) de extrema izquierda de todo el mundo, que encontraron refugio, armas, dinero y entrenamiento. Uno que otro venezolano.

Impetuoso, místico y caprichoso, el líder libio fascinó por mucho tiempo a buena parte de la prensa europea y norteamericana. Su Libro Verde pasó a formar parte de la literatura tercermundista. El hoy gobernador del estado Anzoátegui fue entusiasta del texto en otra época.

Con poco más de tres millones de habitantes Libia era  el principal productor de petróleo de la cuenca del Mediterráneo al oeste de Suez. Hasta 1981 el 40% del petróleo libio alimentaba la maquina industrial de Estados Unidos. Gadafi hizo uso de ese poder.

Intervino directa y abiertamente en la vida política interna de más de veinte países de África y Medio Oriente. Aliado con Idi Amim invadió Chad.

Patrocinó parte del terrorismo internacional hasta que en 1986 Ronald Reagan, que lo consideraba el hombre más peligroso del mundo,  ordenó bombardear Trípoli y Bengasi, en represalia al atentado contra una discoteca de Berlín frecuentada por personal militar norteamericano que dejó 3 muertos y 300 heridos.  El bombardero norteamericano mató a 44 personas, incluida una hija adoptiva de Gadafi.

A partir de ese momento vino el cambio. El otrora beduino se fue aproximando progresivamente a las potencias occidentales: asumió la responsabilidad por los atentados, pagó indemnizaciones a las víctimas, repartió contratos para la explotación de crudo a las transnacionales del petróleo (muy importante en todo esto), incluso apoyó la “guerra contra el terrorismo” de George W Bush.  En compensación Estados Unidos y el Reino Unido reestablecieron relaciones diplomáticas, e incluso Obama le invitó a un G-8.

Gadafi pudo dar estos espectaculares giros en la política mundial porque tenía petróleo para pagarlo. En 2010 Libia era el decimoséptimo productor mundial, pero su cercanía a los clientes europeos acrecentaba su importancia.

Ese petróleo le permitió comprarse la aparente confianza de las potencias occidentales. Pero cuando la situación política interna dio un giro (la mecha prendió justo en sus países limítrofes, Túnez y Egipto) estas no toleraron la brutal represión que derivó en guerra civil, y en la práctica  aprovecharon la oportunidad para cobrarse facturas guardadas. Hasta el reino de Arabia Saudita se apresuró en suplir el millón de barriles de crudo que el conflicto libio ha dejado fuera del mercado mundial, con lo que anuló una de las armas de presión de Gadafi.

Cosas de la política: mi enemigo del pasado puede ser mi amigo hoy, pero si las circunstancias son propicias no dejaré de recordar que fue mi enemigo.

Por otro lado, casi todos se alistan a hacer leña del árbol por caer: el gobierno del presidente Juan Manuel Santos (el nuevo mejor amigo) ya se apresta a reconocer al gobierno de los rebeldes libios. Otros como los hermanos Castro guardan un prudente pero sonoro silencio desde la Habana. Los chinos, que prestan dinero a cambio de cargamentos de petróleo a futuro y los rusos, que suministran armas, se pronuncian a favor del posible cambio del poder, aunque los rebeldes dicen que revisarán los acuerdos con China. ¿Le suena esto también?

Es difícil conseguir un gobernante que haya llevado la desverguenza y el descaro en el mentir, es decir, el cinismo, a los extremos de Muamar Gadafi. Pero esto tampoco lo ha salvado. Esa mezcla de cinismo y petróleo fue muy eficaz para mantenerse en el poder, hasta que un día dejó de servir.

La teoría de los petroestados dice que el gobierno de un país muy rico en hidrocarburos  es casi invencible pues se refuerzan (o lubrican) sus mecanismos de control. Los libios han puesto en duda esa tesis. ¿Quién sigue?

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