Por Juan Carlos Zapata
Figura en las encuestas. Tiene propuesta. No representa al pasado. Tiene una gestión. Pero está inhabilitado. O sea, el gobierno de Chávez lo ha colocado al margen, le ha arrebatado sus derechos políticos. Esto ya se sabe. Lo interesante es la pelea de fondo en la que está enfrascado el líder de Voluntad Popular.
Toda esta semana los titulares han copado su comparecencia ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. “Estar inhabilitado es como estar preso en libertad”, ha dicho López. Pero es peor. Ya que su inhabilitación cercena el derecho de elegir de millones de venezolanos que seguramente votarían por él. Y este es el caso.
La lucha de López está poniendo al gobierno en una encrucijada. Si levanta la medida, genera un revolcón en las fuerzas opositoras, pero abre la puerta a una candidatura de gran fuerza. Si sostiene la medida, convierte a López en gran elector. Y en ambos casos significa un grave peso para el gobierno. Las primarias opositoras van a ser este año. Con seguridad en diciembre. Para esto viene preparándose Leopoldo López desde el 2006. Tiene en sus manos una bandera, de cómo la ondea, depende de cuánta calle coja su liderazgo. Está López en su mejor momento, pese a que la vigencia de la medida diga lo contrario.
Es que su inhabilitación ya suena a venganza, a ensañamiento, dentro como fuera del país, dentro como fuera de las líneas de la oposición. El gobierno no está en su mejor momento ético, palabra de uso diario en sus fuerzas. Los ejemplos de los diputados Pilieri y Curupe, libres por presión estudiantil, confirman hasta dónde el gobierno interviene en los asuntos judiciales, o retuerce la democracia.
En esto también López tiene su bandera. Su derecho es el de los electores.