La huella de una derrota se marca en la cara. La foto de la noche del pasado domingo 23 de febrero difícilmente se olvidará. Una derrota que irradió desde Quito pero que se extendió en las grandes capitales y ciudades más pobladas.
Es más indeleble por el alarde que se hizo de lo infalible del discurso, del proyecto pero, sobre todo, del líder. Si en política se ve tostar granizo, como dijo Andrés F. Córdova, es muy probable que la tortilla se vuelva. Es preferible no dar consejos sobre recetas escatológicas a riesgo de que sea una condena a la propia ingesta.
En política y sociología -sostienen los analistas- funcionan los acumulados. El detonante final para el derrumbe pudo ser el absurdo expediente, pedido de rectificación y multa por una caricatura a Bonil y El Universo, pero en el acumulado la lista no alcanzaría en este espacio. Los temas más recientes son el Código Penal Integral y la protesta médica, el anuncio de explotación pragmática del crudo del Parque Nacional Yasuní, la Ley de Comunicación y esa consigna de persecución a la prensa, descalificación del pensamiento libre y los sistemáticos insultos de cada sábado. Se junta a ese acumulado el abandono del proyecto de izquierda y su reiteración en el discurso. Esa contradicción salta a la vista. La revolución ciudadana ha propiciado mucha riqueza para grandes empresas de alimentos, importadoras de vehículos e industrias metálicas. A ellos no les llegó ni el estigma de pelucones ni la descalificación oficial por mercantilistas.
La ruptura del Estado de derecho, para inventarse un esquema de supuesta participación ciudadana que nunca llegó, la creación de cinco poderes y los excesos del hiperpresidencialismo y la metida de las manos en la justicia pasan factura.
Es verdad que en estos siete largos años hay algunas buenas carreteras efectuadas con la plata del petróleo, lo que se resalta, y hay esfuerzos en cambios en la educación, loables y necesarios, pero no parece ser suficiente para que la gente jure amor eterno.
La saturación de la propaganda mostró, en el último mes, que ya eran 7 años de la misma cantaleta. Eso, es posible, abrió los ojos a la mayoría sobre la falta de aire fresco.
A tanto llegó la concentración de poder y el adulo que el líder se autoconvenció que era invencible y que debía ser jefe de campaña de todos, toditos los aspirantes de su inorgánico movimiento y opacó con su sombra a los candidatos seccionales.
Una pintura variopinta se ve en los cuadros provinciales de las listas de Alianza Pais. Líderes locales como un prefecto exsocialcristiano, un back central de la Selección, experiodistas de la TV, y reinas, exmilitantes del PRE, de lzquierda Democrática y de Pachakutik adornan la colorida foto que se intentó pintar de verde con nueva mano de gato pero con el mismo contenido.
Por ahora la oposición es diversa y dispersa. Rafael Correa, está probado, es un extraordinario candidato pero un mal jefe de campaña. Tal vez su condena, o la nuestra, sea su candidatura presidencial en 2017.
Gonzalo Ruiz Álvarez