Elisa Lerner, autor en Runrun

Elisa Lerner

Rafael Cadenas. Testimonio de una compañera de generación
Texto hasta ahora inédito de Elisa Lerner sobre Rafael Cadenas. Ha sido cedido a Runrun.es por la autora para celebrar los 90 años del poeta

Fotografía: Lisbeth Salas

 

Yo tuve la oportunidad de conocer a nuestro gran poeta Rafael Cadenas durante el primer año de la carrera de Derecho, en la antigua sede la Universidad Central, en el centro de Caracas. Fue en 1950, cuando mataron a Delgado Chalbaud, asesinato con el que comenzó la dictadura. En ese entonces uno se encontraba una gran diversidad de gente estudiando Derecho porque todavía la Escuela de Letras no estaba bien enraizada. Para los que queríamos o pensábamos que nuestra vocación era la escritura, los estudios en Ciencias Políticas se presentaban como un espejo de disciplina. Éramos jóvenes cuya temprana adolescencia había sido marcada por el breve período de la presidencia de Rómulo Gallegos.

Fue entonces cuando conocí a Rafael Cadenas, miembro de un grupo caudaloso que recuerdo como un océano. Y claro, yo estaba ilusionadísima y quería ser amiga de los escritores, cosa que ahora no se me ocurriría. Cadenas era un par de años mayor que yo y ya había publicado Cantos iniciales. Yo no los había leído, pero sabía quién era él. Entonces un día, en la balaustrada que daba del primer piso al jardín de la vieja Universidad, me acerqué a él con cierta timidez pero al mismo tiempo con desenfado juvenil para decirle que para mí era como una distinción estar en el mismo salón que él, y pensé que se iba a iniciar un diálogo, pero me encontré ante un paisaje rocoso. Después comprendí que en el interior de esa piedra corría el agua de la poesía y que tú tenías que descubrirla. Entendí que, para llegar a Cadenas, o a la poesía, había que hacerlo con el tributo de una pena, de algún pequeño dolor.

Pasaron los años y durante la dictadura Caracas pretendía de ser una ciudad muy segura. Una tarde alguien me dio la cola para el centro de Caracas. Yo quería ir porque ya entonces me acompañaba la sensación de que había perdido el centro de la ciudad, que era el signo de mi infancia y de mi felicidad. Durante la dictadura perdimos el centro para siempre. Entonces pasé por la esquina de Mercaderes y me encontré con alguien que venía de un largo viaje. Era Cadenas que acaba de llegar de su exilio de Trinidad. Me habló con mucha emoción y fue largo lo que me dijo, pero no me acuerdo.

Lo que recuerdo es el asombro, la sorpresa de encontrarme con ese Cadenas que venía como de un sufrimiento muy temprano y que al mismo tiempo estaba feliz de encontrar a alguien que era como de su pasado. Era una confesión de cariño que me hacía. Me sentí muy conmovida y en ese momento hubo como un asomo, como una luz de amistad. Después no hubo más nada, excepto la lectura y la reverencia hacia Cadenas. A pesar de mi amor por la palabra adornada, el poemario que más me gusta entre los suyos no es Los cuadernos del destierro sino Falsas maniobras, y me gusta mucho su poema “Derrota”. A pesar de que no he vuelto a leerlo, sé que todos en el país hemos sufrido una derrota.

Luego, en los últimos años, me he encontrado con un Cadenas que, aun dentro de su silencio, de esa manera suya de huir de la sociabilidad trivial, de pronto se aparece y te dice una frase corta pero tan hermosa que tú dices que vale la pena seguir escribiendo en un país con gente con la honestidad de Rafael Cadenas. Sus escritos publicados en la revista Conciencia Activa de Atanasio Alegre han sido para mí una iluminación para mis propios escritos. Hay una frase de Irish Murdoch que dice que todo pensamiento viene del silencio, y yo creo que nunca como en Cadenas eso ha estado tan presente. Lo siento cuando lo veo y por eso lo admiro. Es una gran paradoja ésta la de que toda verdadera escritura venga del silencio.