Cinzia Procopio, autor en Runrun

Cinzia Procopio

Diego Arroyo Gil: “En el libro sobre Osmel yo he hecho el papel del mudo, y ha sido a propósito”

@CinziaProcopio

 

En un ensayo recogido en el libro Nuevo País de las Letras, editado en 2016 por Banesco, la escritora Elisa Lerner afirmaba que Diego Arroyo Gil es un “biógrafo de la herencia cultural” de Venezuela. Lerner lo decía porque Arroyo había publicado, hasta entonces, cinco libros, cada uno de ellos dedicado a un personaje relevante de la vida venezolana: la pintora Luisa “la Nena” Palacios, el profesor y museógrafo Miguel Arroyo, el político Simón Alberto Consalvi, el periodista Nelson Bocaranda y la intransigente Sofía Ímber. Tras la buena acogida de los libros sobre Bocaranda e Ímber, ambos editados por Planeta, Diego Arroyo regresa a las librerías con uno sobre Osmel Sousa, una figura que se distancia tanto de las anteriores que algunos se han preguntado a qué se debe su interés por el llamado “Zar de la belleza”. Aquí lo explica.

Nacido en Caracas el 23 de enero de 1985, un dato que a él le gusta resaltar “porque el 23 de enero es el día de la democracia”, Arroyo Gil se graduó de periodista en la UCV e hizo un posgrado en Edición en la Universidad Complutense de Madrid, en donde, según dice, le enseñaron “lo que Consalvi, mi maestro, ya me había enseñado, tal como Milagros Socorro me advirtió que ocurriría”. Con una expresión un poco indescifrable (a veces parece arisco, o bravo, y otras resulta simpatiquísimo), Diego tiene 33 años, y aunque trabaja desde los 19 como reportero, dice que todavía le cuesta reportear.

–¿Por qué?

–Porque mi reportería siempre es muy lenta. Yo admiro mucho a mis colegas que llegan a la reunión de pauta a las 10 de la mañana y a las 11 salen a buscar la noticia porque ya la tienen en la mira. Yo nunca he logrado hacer eso. No tengo ese olfato. Una de mis quejas cuando estudiaba periodismo era que el periodismo se hacía muy rápido. Una profesora me miró alarmada y me dijo: “Pero, bueno, ¡desde luego!”. Yo me tardo un horror, y eso no funciona en el diarismo. Quizá por eso me he dedicado a escribir libros. Con los libros uno siempre puede decir: “No he terminado” y no se cae el mundo. En el periódico, si no has terminado, tienes que terminar o estás despedido.

–Pero eso no significa que no tengas olfato. Has publicado un libro sobre Osmel Sousa justo ahora cuando Osmel Sousa renunció a la presidencia del Miss Venezuela. Reaccionaste rápido.

–Es que la idea de escribir el libro sobre Osmel no surgió a propósito de su renuncia al Miss Venezuela. Osmel todavía era el presidente del concurso cuando yo le propuse entrevistarlo para hacer el libro. Su renuncia sucedió medio año después de nuestra primera sesión de trabajo, que duró un mes y pico. Renunció y volví a llamarlo, y hubo una segunda sesión, de un mes. Y luego hubo una tercera, que consistió en que yo lo citaba para aclarar dudas, para hacerle consultas puntuales, esas cosas.

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–Ahora, esta biografía…

–No, no. El libro sobre Osmel no es una biografía.

–¿Y cómo lo definirías?

–Yo diría que es una larga entrevista, solo que es una entrevista que está presentada de tal manera que no parece una entrevista, porque el entrevistador no habla nunca, no interviene, de modo que no te das cuenta siquiera de que él existe, y si te das cuenta, muy pronto te olvidas de él. El libro es una entrevista, no una biografía. Para escribir una biografía de Osmel hubiera tenido que proceder de una manera muy distinta. Para empezar, no hubiera escrito el libro en primera persona sino en tercera persona. Y hubiera sido un libro con más voces, no solo con la voz de Osmel. Pero desde el principio yo quise que el libro fuese solo él, porque él nunca había estado dispuesto a hablar así y me pareció que tenía que aprovechar el momento para escucharlo. No creas que no tuve dudas. El personaje es tremendamente polémico.

–El otro día lo comentaste en la radio, con Shirley Varnagy. Y dijiste que las dudas se debían a que Osmel te resultaba “ajeno”. ¿Ajeno en qué sentido?

–Es un personaje muy singular, ¿no? Con un mundo muy distinto al mío. No te olvides de que yo me he dedicado al periodismo literario. El Miss Venezuela era un fenómeno que me llamaba la atención, como a muchos venezolanos, pero hasta ahí.

–¿Y luego de esta experiencia crees que has cambiado? ¿Hay personajes sobre los cuales te atreverías a escribir que antes no hubieras considerado?

–A mí ahorita me gustaría escribir sobre Bibiana Fernández, la actriz española, sobre Chavela Vargas, sobre Celia Cruz, sobre Carolina Herrera, sobre Diana Vreeland. Pero esos son personajes que me interesan desde hace mucho tiempo, no es de ahora. Y son sueños, claro. Fantasías.

–Y puras mujeres.

–Es verdad. No me había dado cuenta. Son puras mujeres. Debe ser que yo cada vez me siento más a gusto con las mujeres. Siempre ha sido así, pero con el tiempo más. Yo nací y crecí en medio de un mujerero muy bien poblado, y luego me he rodeado de otras mujeres maravillosas: María Fernanda Palacios, Elisa Lerner, Sofía Ímber. Creo que hay algo en mí que sintoniza mejor con la manera como ellas viven el drama humano que con la manera como lo viven los hombres. Ciertos hombres. Porque fíjate que si me preguntas sobre qué hombres me gustaría escribir, te respondería que me gustaría escribir sobre Saint Laurent, sobre Diaghilev, sobre Bola de Nieve, hombres con una feminidad muy a flor de piel. Otra opción sería algún actor porno tipo Rocco Siffredi, del que por cierto hay un documental extraordinario en Netflix. A lo mejor lo que me interesa, finalmente, es que haya una pasión a la vista, se trate de un hombre o de una mujer. Eso es.

–Pero has escrito, hasta ahora, seis libros, y cuatro de ellos son sobre hombres: Miguel Arroyo, Consalvi, Bocaranda y ahora Osmel.

–Bueno, cuatro grandes pasiones: Miguel, la pasión por el arte. Consalvi, la pasión por la política. Nelson, la pasión por el periodismo. Osmel, la pasión por la belleza física.

–¿La experiencia con Osmel hizo que cambiara tu percepción de la belleza física? Osmel ha dicho en muchas oportunidades que la belleza interior no existe, y tú, que vienes de la literatura, pensarás que eso es un disparate.

–Sobre esa frase hablamos bastante él y yo. A mí no me gusta, pero entiendo la boutade. Él dice: “La belleza interior no existe, ese es un cuento que inventaron los feos. ¿Cómo van a ser bellas las tripas?”. Yo le rebatí, no lo de las tripas, que efectivamente son muy feas, pero le dije que una persona dulce, por ejemplo, es una bella persona, en el sentido de que es bella interiormente. Él me contestó: “¡Pero eso no es ser bello, eso es ser dulce!”. El asunto es que para Osmel la belleza es lo que se ve, lo que puede percibirse con la vista, no con la inteligencia. Osmel es un cultor absoluto de la belleza física, de la belleza superficial, pero cuando digo superficial me refiero a lo que la palabra significa literalmente, la belleza de la superficie. En ese caso “superficial” no es “irrelevante”. Podría llevarlo más lejos y recordar la frase de Wilde: “Solo la gente frívola no juzga por las apariencias”, o algo así. Me parece que es el mismo principio, aunque se trata de dos personas, Osmel y Wilde, muy, muy distintas. Lo aclaro para que no salgan algunos intelectuales amigos míos a decir que tengo la osadía de comparar a Wilde con Osmel, tú sabes, que están de a toque.

 

–¿Te han juzgado algunos amigos tuyos intelectuales?

–¿Por lo de Osmel?  Un poquito. Pero me lo esperaba. Sabía que iba a ser así. Al principio me dio temor, pero después se me quitó, creo.

–¿Cuál es la crítica?

–Que les parece un error, o un horror, que haya decidido escribir sobre un personaje de la farándula, porque para ellos la farándula es una cosa de segunda mano, ahí no hay nada que buscar. Un amigo escritor preguntó en una reunión en la que yo no estaba: “¿Por qué Diego está escribiendo sobre ese tipo? ¿Qué importancia tiene?”. Luego nos encontramos, y me dijo: “Me vas a disculpar, pero Osmel no me cae bien”. Yo quise saber por qué se disculpaba. ¿Cuál era el problema con que Osmel no le cayera bien? El comentario revelaba que mi amigo tenía una idea equivocada de lo que es un periodista. El hecho de que yo entreviste y escriba sobre Osmel Sousa no significa, en primer lugar, que yo sea Osmel Sousa. El problema de la identificación. Segundo, tampoco significa que yo sea un seguidor o un defensor de Osmel Sousa. Mi amigo se disculpaba porque no entendía que al periodista, tanto como al intelectual, le interesa el fenómeno humano, y que el fenómeno humano está en todas partes, entre ellas, en el espectáculo.

¿Te molesta esa confusión?

–No debería molestarme tanto. Tú misma has recordado que yo tuve dudas de si escribir o no sobre Osmel. Y esas dudas eran parte del mismo prejuicio. Cuando me comentaron la idea de entrevistar a Osmel para un libro, al principio yo me negué. Tenía en la cabeza que cualquier persona de la llamada “telerrealidad”, que es una palabra ciertamente repelente, no era digna de atención. ¿Por qué iba a importarme la vida de un hombre dedicado a hacer reinas de belleza? Un hombre, además, con fama de antipaticón, que está rodeado de una chismografía espantosa. Sofía estaba viva, mi libro sobre ella ya había salido, y me escuchó decir todo eso. Y me paró en seco: “¡No seas pendejo!”, me dijo. “No hay personajes menores sino periodistas menores”. Yo me quedé patidifuso, y me dio vergüenza. Una mujer que había entrevistado a media humanidad, y a quien yo quería y quiero tanto, me estaba dando una grandísima lección, una lección que nunca olvidaré. Me estaba diciendo: Mira, carajito, ¿quién te crees tú, que con esa pedantería rechazas un trabajo que no tienes ni la menor idea de qué aprendizaje puede darte? Sofía era feroz, y esa noche me fui de su casa con el rabo entre las piernas. Hablé con mi editora de Planeta, Mariana Marczuk, y le dije que iba a entrevistar a Osmel.

¿Cuál crees tú que hubiera sido la reacción de Consalvi al enterarse de que ibas a escribir sobre Osmel?

–Posiblemente hubiera dicho: “¡Coño!”, y se hubiera echado a reír, y luego se hubiese preocupado en saber a qué se debía mi interés. Consalvi era un hombre muy libre, amaba la libertad, y estoy seguro de que al final me hubiera apoyado, como me han apoyado María Fernanda [Palacios] y otra persona que es muy importante para mí, el profesor Jaime López-Sanz. No creo que Consalvi hubiese estado encantado, pero te aseguro que hubiera disfrutado mucho el proceso, porque Consalvi era un hombre al que nada humano le era ajeno, como dice el proverbio. A él le gustaba mucho esa frase. Consalvi era un ser maravilloso.

¿Cuál es la mayor enseñanza que te dejó Consalvi?

–Uy… Cultivar el amor propio, que quiere decir esforzarse por vivir con franqueza. Respetar y amar la vida, y no ser mezquino con la felicidad, celebrarla cuando aparece, no dudar de la felicidad.

¿Por qué el título de tu libro es Osmel, un hombre desconocido?

–Porque eso es lo que él es, aunque no parezca. Osmel es archifamoso, está claro, pero desconocido. Todos sabemos quién es, pero muy poca gente sabría responder de dónde salió, cuál es su historia. Hoy tú mencionas a Osmel Sousa en la calle y la gente te dice: “¡Claro, el del Miss Venezuela!”, pero más allá de eso nadie sabe nada, a pesar de que es una persona que creó un fenómeno social digno de estudio, el de las reinas venezolanas. Yo escribí el libro con la intención de conocerlo más a fondo. Quise acercarme para tratar de comprender cómo funciona esa cabeza.

¿Y cómo funciona esa cabeza?

–Para eso hay que leer el libro.

–Con lo de “reinas venezolanas” te refieres a las misses.

–Sí y no. Porque eso de “las misses”, dicho así, es muy genérico. Más que un preparador de misses, Osmel es un queenmaker. Piensa tú, qué sé yo, en Maite Delgado, por ejemplo. Sería erróneo decir que Osmel hizo a Maite. No, no, Maite se hizo a sí misma. Maite es Maite. Pero Maite pasa por Osmel, de alguna manera. O por el Miss Venezuela, pero es que el Miss Venezuela, para uno, es Osmel. Y Joaquín Riviera, desde luego. ¿Y quién es Maite hoy en día? Una reina. Maite sale a la calle y la gente se queda boba con solo mirarla. Yo no me había dado cuenta de eso hasta ahora, y me parece muy interesante porque además es algo muy natural. Nosotros no tenemos una realeza de sangre azul, faltaba más, pero tenemos a nuestras reinas, y son ellas: Maite, Irene, Viviana, Alicia, en fin, ¿cuántas son? Hay gente que dirá que eso es una pendejada, o una mariconería, pero me pregunto si nos hemos parado un momento a pensar en lo que significa la presencia de esas mujeres entre nosotros. Hace algunos años, cuando yo era chiquito, estaba en Maiquetía esperando que mi mamá llegara de un viaje y mi padrastro y yo nos encontramos con Viviana Gibelli en una tienda. Nos quedamos allí para verla, y nos fuimos, y al rato Carlos, mi padrastro, me dijo que regresáramos para verla una vez más. Porque impresionaba mucho. Tenía un aura que atraía. Algunas feministas de ahora dirán que éramos unos fetichistas y que estábamos “cosificando” a una mujer, etcétera, pero no importa.

¿No te gustan las feministas de ahora?

–Ya me vas a meter en un lío –se ríe–. No es que no me gusten “las feministas de ahora”. Eso sería injusto. El movimiento “Me Too” tiene una justificación. Hay desigualdades muy bravas. Lo que rechazo es el fanatismo, el hecho de que alguna gente, entre la que hay mujeres y hombres, se valga de la lucha por reivindicaciones sociales muy serias, necesarias y legítimas para emprender una suerte de venganza contra el mundo. Entonces ven ultrajes por todas partes y viven llamando a capítulo. A mí me recuerdan un poco a Savonarola, aquel monje loco que durante el Renacimiento llamó a insurreccionarse en contra de Venus y organizó “la hoguera de las vanidades”. Todo lo bello, a la candela. Desde cuadros con motivos mitológicos hasta espejos y maquillaje.

–¿Maquillaje?

–Sí, maquillaje. Porque el maquillaje era un elemento del demonio, pues el maquillaje “adultera”. Hoy se diría que convierte a la mujer en “objeto” del deseo. No hay que dar muchas vueltas: en casos como ese la cosa es contra la belleza. Edgar Alfonzo-Sierra, un periodista venezolano que vive en Madrid, me contó hace unos días que un amigo suyo vio en la calle a una bebé muy bonita en un cochecito. La llevaba la mamá. La vio y comentó: “¡Ay, pero qué niña tan bella!”, algo que le podría pasar a cualquiera en cualquier parte. Y la mamá, al escucharlo, reaccionó: “¡Pues la belleza no es ningún mérito!”. Eso yo no lo entiendo. Y una actriz española decía hace poco en El País que a ella le molesta que la llamen “guapa” porque siente que la están “adjetivando”. ¿En España, donde llamar a alguien “guapo” o “guapa” es algo tan antiguo y tan hondo que a los primeros a los que llaman así son al Cristo de Triana y a la Macarena? Por favor. Lo que pasa es que uno dice estas cosas y algunos creen que estás defendiendo al monstruo de Harvey Weinstein. Eso es fanatismo puro y duro: no ver ni aceptar matices, y hay algo de eso en un sector del feminismo actual. Ojo, en un sector.

¿Estas son cosas que tú hablaste con Osmel?

–¿Con Osmel? No, no, para nada. En todo caso, no en estos términos, no. Con Sofía sí. Sofía hubiera apoyado el movimiento “Me Too”, estoy seguro, lo he pensado, pero lo hubiera apoyado con un tremendo sentido crítico. Y no hubiera durado mucho. A los tres días la hubieran expulsado, porque Sofía no se autocensuraba mucho a la hora de expresar sus opiniones.

Pero Sofía es un ícono del feminismo para muchas mujeres.

–Sí, pero una cosa es apoyar una causa que consideramos justa e incluso jugarse el tipo por ella, y otra muy distinta es hacerse un fanático en nombre de esa causa. El problema es el fanatismo. El fanatismo acaba siempre en la guillotina, porque el fanatismo es irreflexivo. Frente a ciertas realidades se puede ser hasta radical, como dijo hace poco el padre [Luis] Ugalde, pero ser fanático son palabras mayores.

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Ya que has mencionado varias veces a Sofía, en 2016 publicaste unas memorias suyas, pero escritas por ti, como también has hecho ahora con Osmel. ¿Cómo alguien puede escribir las memorias de otro, y además en primera persona?

–Es extraño, tú tienes razón. Lo es incluso para mí. Yo había comenzado a escribir el libro sobre Sofía como tres o cuatro veces, siempre en tercera persona: era yo hablando sobre ella, pero luego de algunas páginas lo desechaba. Sofía tenía mucha fuerza al hablar y yo no lograba que mi voz transmitiera esa fuerza. Un día me llama Manuel Gerardo Sánchez y me pide una semblanza de Sofía para la revista Clímax. Yo le dije que sí sin saber cómo iba a escribir lo que me pedía, porque yo estaba enredado, pero una mañana me desperté con una frase en la cabeza: “Mi nombre es Sofía Ímber, y tengo 90 años. Hay quienes dicen que son más…”, etcétera, etcétera. Me senté y escribí varias páginas de una vez, como si fuera Sofía, y dije: “¡Esto es!”. Entendí que para mostrar a Sofía debía renunciar a tratar de describirla. Ella debía llevar la voz cantante y yo hacerme el invisible. Seguí por ese camino, la semblanza se publicó e hice el libro.

¿Cuánto de ti se coló en lo que pusiste en boca de Sofía y de Osmel?

–De mí se cuela en esos libros mi lectura de sus vidas, pero esa lectura se transmite no de una manera directa sino a través de la organización de la crónica que yo armé con lo que ellos me contaron. Y esa lectura se hacía, poco a poco, con la escritura. Todo es muy informe cuando uno se sienta a escribir. La escritura es un trabajo que te ayuda a darle forma a inquietudes y percepciones que te asaltaron cuando empezaste.

¿Hay una violencia en la escritura?

–¿Violencia? ¿Por qué? Yo no lo diría de ese modo, no. Pero tampoco es que tenga mucho que decir. Yo no me considero un escritor lo que se dice un escritor. Prefiero presentarme como periodista, que es como me siento, y con salvedades. Yo lo que soy es un curioso y un obsesionado por la experiencia humana, por los misterios de la vida en nosotros, y esa curiosidad y esa obsesión me empujan a compartir algún hallazgo de interés. ¿Cómo se llama quien se dedica a eso? No sé. Yo soy un reportero de personas, digamos así, pero a diferencia del reportero que es un tigre, yo me quedo delante de todo como un búho. Así me decía Michaelle Ascencio, otra de mis amigas. Que yo investigo por observación, no por movimiento, y por eso sé que soy un pésimo reportero de calle, lo que me avergüenza un poco ante mis colegas. Cada vez que he salido a reportear, en vez de meterme en todas partes y de hablar con la mayor cantidad de gente posible, me quedo en un rincón viéndolo todo sin hacer más nada. Quizá por eso se me ha dado lo de escribir perfiles. Porque yo me siento con una persona y la escucho hablar, y la veo expresarse sin decir mucho, y de pronto la persona se olvida de que yo estoy allí y se revela, y entonces me la “robo”, entre comillas. Pero sin violencia, para responder a tu pregunta. Me gusta la intimidad, pero para acceder a la intimidad de alguien hay que hacer que el periodista en uno se esconda un poco. La intimidad exige que el micrófono desaparezca, aunque siga estando allí, porque uno igual registra todo lo que puede.

¿Tu proceso con Sofía fue igual a tu proceso con Osmel?

–Sí en cuanto a mi actitud mientras conversaba con ellos. Todo eso que te he contado sobre la relación entre el periodista y la vida ajena que ese periodista trata de esclarecer. Pero Sofía y Osmel son dos personas distintísimas. Aunque desde un punto de vista profesional haya coincidencias entre un trabajo y el otro, el trato personal con cada uno de ellos fue único. Yo me llevo bien con Osmel, nos respetamos, él ha sido una persona muy amable conmigo. Durante nuestras entrevistas hubo momentos duros, momentos en que yo lo puse entre la espada y la pared, como es natural. Tanto que un día me dijo que yo parecía un policía. Pero ni siquiera en esos momentos llegamos a estar cerca de que se interrumpiera la conversación. Osmel está bien curtido y sabe manejarse cuando alguien lo enfrenta. Pudo no haber sido así. Pudimos habernos peleado, habernos caído a gritos, esas cosas que alguna gente confunde con el buen periodismo, pero si hubiéramos caído en eso no habría habido ni entrevistas ni testimonio ni libro ni nada, y la idea era precisamente dejar que Osmel hablara, él que no habla casi nunca. Al menos no extensamente. Con Sofía sí peleé, fíjate tú. O más bien fue ella la que peleó conmigo.

¿Y por qué?

–Porque un día se molestó porque pasé cuatro horas en su casa revisando papeles mientras ella estaba allí, sentada. No interactuamos mucho, y cuando me levanté para irme me dijo que yo era un “canalla”, porque mi único objetivo era aprovecharme de su vida para tener “éxito”. Era lunes de Carnaval, y le respondí que yo estaba ahí a pesar de que podía estar en la playa. Fue peor. Me dijo que, además de canalla, era un “cínico”, que no me bastaba con haberme ido de vacaciones en diciembre, además pretendía irme a la playa en Carnavales. A mí me dio un ataque de risa, pero me di cuenta de que ella estaba brava de verdad. Agarré mis cosas y me retiré, y a los cinco segundos me gritó: “¡Dieguito, ¿a qué hora vienes mañana?!”. Al día siguiente le reclamé, y me contestó: “Si no te quisiera, no te hubiera dicho todo eso”, y me ofreció un whisky. Eso te dice que mi relación con Sofía no fue igual a mi relación con Osmel. Sofía y yo tuvimos una amistad muy cercana. Con Osmel yo no he tenido esa relación.

¿Sofía u Osmel te pidieron que censuraras algo en sus libros?

–Sí, ambos.

¿Qué cosas?

–Sofía, la historia de un amor eventual y sin mayores consecuencias. Daba igual. Y Osmel, su año de nacimiento. También da igual. Cuando uno permite que un periodista lo entreviste sabe a lo que se expone, y ellos lo sabían, porque además yo no soy una persona muy expresiva, a veces a mi pesar. Sofía, con toda la cercanía que hubo entre nosotros, siempre dijo que yo era un hielo. Pero eso fue algo que yo hice adrede, porque si no, no hubiera podido escribir. Cuando murió, lloré mucho, y el hielo se derritió. Sofía se convirtió en una persona muy querida para mí. Sofía tenía la capacidad para instalarse en el centro de tu vida, no sé cómo, pero lo hacía. Y conmigo lo hizo, y fue un placer. Boris [Izaguirre] me dijo que a él le había pasado lo mismo, y me preguntó si era verdad que yo había logrado acceder a su vestier. Una de las mejores cosas que me dejó Sofía fue la amistad con sus hijas y con Boris. Son parte de mi familia elegida, como diría Isaac Chocrón.

¿Sobre qué estabas entrevistando a Osmel que te dijo que parecías un policía?

–Sobre su renuncia al Miss Venezuela y las acusaciones de proxenetismo.

Me pregunto cómo manejaste esos temas, que son tan graves.

–Hice lo que hubiera hecho cualquier periodista, ahí no había para dónde coger: puse los temas sobre la mesa y pregunté. Yo no suelo llegar a las entrevistas con actitud de inquisidor, no es mi estilo, pero pregunto de todo. Se puede preguntar de todo si uno sabe cómo y cuándo preguntar. Eso se te lo va dando el tiempo. A mí me lo enseñó Edgar Alfonzo-Sierra, en El Nacional. Edgar es siempre mi primer lector. Todo lo que publico pasa primero por él.

¿Tú crees que Osmel te dijo toda la verdad?

–Él mismo lo dice al final del libro: “No se puede decir toda la verdad”, una frase que deja la puerta abierta a muchas historias que vendrán a partir de ahora. Eso sí: Osmel respondió a todas mis preguntas. Y eso siempre lo agradece un periodista.

¿El libro es una defensa de Osmel Sousa?

–No. Osmel presenta su testimonio, eso es todo. De hecho, en el prólogo yo digo que no tengo ningún inconveniente con que el libro se lea como un informe. En el libro sobre Osmel yo he hecho el papel del mudo, y ha sido a propósito.

¿Por qué crees que Osmel aceptó hablar contigo?

–Esa es una buena pregunta. Osmel me conoció el día que yo le propuse entrevistarlo. Él no sabía quién era ni a qué me dedicaba. A lo mejor el hecho de que hubiera escrito sobre Nelson y sobre Sofía, que fue lo primero que le dije cuando nos presentaron, lo convenció, no sé. O quizá yo aparecí en un momento en que él quería hablar, por su edad o quién sabe. Nunca le he preguntado por qué aceptó mis entrevistas. Se lo voy a preguntar, pero seguro va a salir con algo gracioso.

¿Sobre quién vas a escribir ahora?

–Estoy escribiendo sobre Margot Benacerraf, la mujer que hizo Araya [la película]. La he entrevistado mucho, durante casi dos años, y espero terminar de escribir a tiempo. Margot tiene 92 años. Es la dama blanca.

¿Eso qué significa?

–Estoy escribiendo para ver si lo descubro.

–¿Pero de dónde sale lo de “la dama blanca”?

–De las montañas de sal que vemos en Araya, y de lo difícil que es una mujer que se reserva en exceso. No la estoy criticando, ella es así, y eso me resulta fascinante.

¿Será un libro también en primera persona?

–No. Es un libro de pregunta y respuesta, así lo he planteado. La primera persona no es el joker de la baraja. No es una fórmula. Es solo una posibilidad de la escritura, y con Margot la primera persona necesita de un interlocutor visible.

¿Y para cuándo Bibiana Fernández, o Celia, o Carolina Herrera, o Rocco Siffredi?

–A lo mejor jamás y nunca. No te apures. Morante de la Puebla, el torero, dijo una vez que en la vida siempre es mejor hacer las cosas lentamente. No todas, desde luego. A veces hace falta que caiga un rayo.