Alberto Ray, autor en Runrun

Nov 20, 2017 | Actualizado hace 6 años
Maduro necesita construir estabilidad, por Alberto Ray

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La magnitud del problema venezolano necesita mucho más que un diálogo y la negociación de unas elecciones para apenas aproximarse a una solución.

Ya en la recta final del 2017 queda en evidencia que los cuatro meses de protesta están pasando factura a todo el espectro político del país. Por un lado, el altísimo costo internacional que está pagando el régimen, y por el otro, la profundización de las fracturas en la Mesa de la Unidad lo que revela es que, desde las dos esquinas, los contendores llegan agotados a esta fase de la pelea.

Por primera vez pareciera que el tiempo no favorece al gobierno, de allí la carrera acelerada por sentar en la mesa de acuerdos al menos a un sector de la oposición y realizar elecciones express para dar la apariencia de legitimidad, aprovechando que su rival no logra aún levantar los brazos.

Sin embargo, el escenario no es tan simple como algunos analistas lo dibujan, pues detrás de ese aparente camino electoral en el que nos quieren embarcar hasta llegar a las presidenciales, se esconde una estrategia de control regional que lo único que necesita es estabilidad. Maduro urge entonces de una pausa en medio del caos que hoy es Venezuela.

La revolución y sus aliados internacionales saben que con la realidad tal y como está le resulta imposible avanzar en su proyecto totalitario, por ello, necesita calmar las aguas del país mientras logra construir una paz obligada y a cualquier precio. Lograrlo depende de una estrategia a tres bandas: la ANC, Rusia y las FARC.

Hasta hace apenas muy poco nos extrañábamos de la inacción mostrada desde la inconstitucional e ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, que comienza a mostrar ahora su macabra sonrisa tal como lo hace el verdugo frente a la víctima cuando baja la cabeza para cortársela. Es así como a través de la ANC y en oscuro acuerdo con algunos enanos políticos de la oposición se terminaron de entregar cuatro gobernaciones ganadas con el voto de un electorado traicionado en un modelo de sometimiento forzado, que persigue la quietud de unos estados como Táchira y Mérida, arietes de la reciente lucha ciudadana en las calles de Los Andes. No conformes con ello, la Constituyente aprueba una Ley Contra el Odio con el propósito de silenciar a la gente en su protesta cotidiana frente a la tragedia que se vive en el país. Es de suponer que desde esa tribuna robada a la original y verdadera Asamblea Nacional se sigan clavando las estacas de una estabilidad forzada.

En otro terreno, el régimen intenta que Rusia le envíe algún salvavidas para no ahogarse en la tormenta que está desatando el default de la deuda. En Moscú no parecieran estar convencidos que colaborar con Maduro sea la mejor de las ideas, pero al final les resulta muy barato y altamente conveniente contar con un súbdito que por unos barcos de trigo se le puede quitar una refinería. La poca, pero necesaria estabilidad que dan los rusos es indispensable para la Revolución, al menos mientras consigue el oxígeno que pudiera brindar el diálogo de migajas o se crean las rutas para legitimar capitales provenientes del Estado Criminal.

En lo político, Maduro está construyendo su eje de la salvación a través de una alianza profunda con las FARC, ahora en su nueva presentación de partido. Así como la salida a la crisis venezolana depende directamente de decisiones y acciones provenientes de Estados Unidos y Europa, desde Colombia se está armando una plataforma que entre sus objetivos estratégicos aparece la sinergia con la revolución bolivariana. Este espacio político binacional aún necesita tiempo y también demanda estabilidad interna para consolidarse. Juan Manuel Santos lo sabe y tardíamente intenta reaccionar a su peor pesadilla, la posibilidad cierta de entregarle el año próximo la banda presidencial a Timochenko.

Para los venezolanos que ansiamos ya en niveles de desesperación una salida a este proceso indetenible de destrucción, el 2018 luce demasiado lejos, sin embargo y aunque suene paradójico, en la magnitud de la crisis también se envuelve alguna luz de esperanza, pues este ajedrez de tres tableros puede resultar muy difícil de jugar para el régimen, abriéndose una oportunidad breve pero real de recomponerse para ganar. Ojalá podamos aprovecharla inteligentemente para encontrar el camino a la democracia.

 

 

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Miedo y hambre: instrumentos de control social, por Alberto Ray

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Se entiende como control social al conjunto de regulaciones o normas, tanto formales como informales que rigen en una sociedad, y que tienen como objetivo mantener el orden establecido. El control social per se, no es negativo, pues bien entendido y practicado, favorece el desarrollo y minimiza los conflictos.

Existe, sin embargo, una línea fina en este ejercicio de control porque la frontera entre la acción reguladora del Estado y la práctica coercitiva o autoritaria de los gobiernos es tenue y borrosa, más aún, en regímenes que se alejan de los valores democráticos. Un caso emblemático de control social ocurrió en Venezuela en el año 2004 cuando la población opositora al gobierno de Chávez, recolectó más de 3 millones de firmas para activar un referéndum revocatorio del mandato presidencial. Tales rúbricas, luego se filtrarían convirtiéndose en la tristemente célebre lista de Tascón, utilizada como mecanismo sistemático de exclusión e intimidación en las relaciones de los ciudadanos con el Estado.

La situación se agrava cuando el control social se lleva más allá de los derechos políticos, poniendo en riesgo al individuo en sus necesidades primarias como la alimentación o la seguridad.

Para nadie es un secreto que Venezuela vive en estas horas un tipo de control social similar a los propuestos en doctrinas comunistas del siglo XIX, y luego vividos en China, La Unión Soviética o Cuba.  Está concebido para “aplanar” al ciudadano, colocándolo en el nivel más básico de subsistencia, restringiendo por acción u omisión el acceso a los alimentos y oprimiéndolo a través de la acción violenta del delito.

Este tipo de control, además de intimidatorio, alcanza al individuo en su línea de sustentación, como ya lo demostró Abraham Maslow, en su Teoría sobre la Motivación Humana de 1943 y su famosa pirámide de las necesidades.

Si bien el control social se manifiesta de múltiples formas, este se hace crítico cuando pulsa al ciudadano en sus zonas de superviviencia. Las amenazas continuadas desde el poder que, además de odio, dejan ver intenciones violentas sobre la población civil, traducidas en discursos virulentos, colectivos armados, agresiones callejeras, milicias y unidades de batalla son instrumentos de una política sistemática de sometimiento a través del miedo.

El miedo es un arma clásica del autoritarismo porque limita la voluntad coartándola desde dentro. Su poder nace precisamente de la conexión irracional con el instinto de mantenernos con vida frente a las adversidades. De allí, la efectividad en el control social.

Algunas teorías psicológicas señalan que el miedo es una puerta que abre las vulnerabilidades del individuo, haciéndolo manipulable. De la misma forma, el hambre y la escasez doblegan la voluntad ablandando la integridad y dignidad del hombre.

Pareciera, sin embargo, que todo control social basado en el hambre y el miedo lleva en su seno la semilla de su propia destrucción. El ser humano, en su búsqueda incesante por espacios de libertad transforma el sometimiento en energías indetenibles de cambio. Son procesos complejos y en ocasiones, más prolongados de lo que podemos soportar, pero a la larga se materializan dejando grandes lecciones de madurez a las sociedades.

El 22 de octubre de 1978, Juan Pablo II inauguraba su pontificado. Desde la plaza de San Pedro, pronunció su recordada exhortación: “no tengáis miedo” y que dio la vuelta al mundo. En su país natal Polonia, dominado por aquél entonces por el comunismo soviético, retumbaron aquellas palabras en el movimiento obrero católico liderado por Lech Walesa, que 10 años más tarde se convertiría en el enterrador de las doctrinas marxistas e inspirador de los más grandes cambios políticos del Siglo XX.

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Cuando las amenazas se disfrazan de salvación, por Alberto Ray

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Las nuevas amenazas ya no se limitan a los grupos islamistas o a la delincuencia organizada trasnacional, las crisis políticas de la democracia representativa, tal como la conocemos hoy, vienen incubando una especie de riesgo cada vez más presente en occidente; se trata del acceso al poder de líderes y movimientos populistas o ultranacionalistas a través de procesos electorales.

En las recientes elecciones de Alemania el pasado 24 de septiembre, el partido Alianza por Alemania (AfD sus siglas en alemán) obtuvo el 13% de los votos, por primera vez desde el ascenso del partido Nazi hace más de ochenta años, dándole tribuna a un grupo que defiende las ideas nacionalistas, se define como euroescéptico y tiene como proyecto desvincular al país del Euro. De la misma manera, esta semana el movimiento separatista catalán, pretende llevar adelante un referéndum ilegal para demostrar que su territorio no forma parte del reino español. A estas manifestaciones se le agregan el triunfo de Trump a finales del 2016 en Estados Unidos, la victoria del Brexit en Inglaterra y otras tendencias radicales que parecieran marcar un paso distinto en la geopolítica del orbe.

Si bien, cada nación tiene su derecho a la autodeterminación y estos procesos se han venido dando dentro del orden democrático electoral, lo que estamos comenzando a ver debe alertarnos en la valoración de potenciales nuevas amenazas que comienzan a prefigurarse. Es una estrategia de segregación que empodera a ciertas élites, mientras aíslan a grandes porciones de la población, ya sea por raza, origen, religión o estatus migratorio, pretendiendo imponer un modelo de pensamiento único personificado por algunos privilegiados en una especie de rescate o reivindicación histórica.

Es una fórmula que funciona distinto en cada país pero que tiene el mismo objetivo, la supuesta salvación de la sociedad de los riesgos de la globalización y la integración del mundo. Resulta muy paradójico que estos movimientos surjan de las mismas fuentes del primer mundo que impulsaron hace tres décadas, luego de la caída del muro de Berlín, una dinámica univrsal de integración, libre comercio y democratización, que ahora decide que los males de la humanidad fueron producto de una sobrefusión y que ahora debe darse marcha atrás para sacudirse los problemas.

Las expresiones de estas amenazas van desde construir un muro de miles de kilómetros para dejar por fuera a quiénes nos invaden, hasta separarse porque ya no se pertenece a un continente o país, o estigmatizar a un sector de la población porque no comparte la misma visión de la realidad. Una tipo de White Supremasists globales que se autoerigen como los nuevos dictadores del orden mundial.

En estos probables escenarios aparecen espacios que esta hace poco parecían imposibles; líderes de naciones amenazándose abiertamente con el uso de armas atómicas, seres humanos que por millones deben salir de sus países porque sus padres no nacieron en la misma tierra, cierre de fronteras que tenían decenas de años abiertas y persecución o encarcelamiento perpetuo por delitos vinculados a la forma de pensar.

En este sentido, a la seguridad se le presenta un dilema de grandes proporciones: por un lado, debe respetar y hacer respetar las leyes y normas de sus naciones, pero por el otro se topa con la afectación directa del individuo que se convierte en sujeto de medidas injustas o reñidas con los Derechos Humanos. Es difícil tomar posiciones en estos casos sin asumir consecuencias severas, sin embargo, lo que he podido aprender en todos estos años de conflicto dentro de una sociedad lacerada por el drama del pensamiento único y el aislacionismo, es que los países no desaparecen, sólo se ponen ante encrucijadas extraordinariamente complejas de entender y superar, y sólo desde sus reservas morales pueden salir adelante. Aquellos que pretendemos aún saber la diferencia de los fácil y lo correcto tenemos por delante un reto mayor y es descubrir a tiempo cuando las amenazas se disfrazan de salvación.

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180 días de violencia homicida en Venezuela, por Alberto Ray

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El cierre del primer semestre de 2017 representa para aquellos que nos dedicamos a analizar la inseguridad y la violencia en el país, un buen punto para revisar algunas cifras y llegar a conclusiones sobre el perfil de criminalidad en Venezuela.

En esta oportunidad abordaremos el homicidio en el período enero – julio 2017.

Los datos en los que se basa esta caracterización provienen de diversas fuentes, siendo las principales el Centro de Análisis TotalRisk en Caracas, algunas referencias del Ministerio del Poder Popular para Relaciones Interiores, Justicia y Paz, la información disponible en medios digitales de comunicación y redes sociales con fuentes previamente confirmadas.

El número total de homicidios registrados por nuestro Centro de Análisis en el período fue de 10.551. De este total, se clasifican 2542 como resistencia a la autoridad, que básicamente corresponden a enfrentamientos entre cuerpos de seguridad y la delincuencia. La tasa de homicidios según estas cifras se sitúa en 34 muertes por cada 100 mil habitantes. Si bien, no son datos oficiales, ni corresponden a estudios rigurosos realizados por organizaciones con amplia trayectoria en la materia, se observa una reducción significativa respecto al año 2016, dada probablemente por las limitaciones que han tenido los ciudadanos en las vías públicas durante los 90 días de protestas y la reducción sensible de la actividad económica del país.

Del total de homicidios ocurridos en los primeros seis meses de 2017, figuran como estadísticas relevantes que en el 86% de los casos, los decesos fueron producto de la activación de un arma de fuego. Asimismo, 2 de cada 3 homicidios acontecieron en la vía pública, ubicándose las horas de mayor incidencia entre las 6 AM y las 6 PM con 3 de cada 4 muertes.

Durante los fines de semana, incluyendo los viernes ocurrieron el 49% de los homicidios, siendo el domingo el de mayor violencia con el 17% de los casos.

No podemos obviar el hecho que las protestas nacionales han modificado el patrón normal de la violencia en Venezuela. Cien de los primeros ciento ochenta días del año los caracterizan una dinámica callejera que sumó noventa y seis víctimas mortales, la mayoría de ellas por armas de fuego disparadas por individuos o grupos que hasta el momento no han podido ser identificados.

Otro aspecto por destacar en este semestre es la reorientación que han tenido los cuerpos de seguridad del estado, que han debido pasar de las actividades regulares de prevención y protección a funciones de orden público, esto ha generado una nueva dinámica de la violencia en Venezuela, que una vez más demuestra que no se detiene, sólo muta y se transforma en función de las condiciones del entorno.

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Los 300 mil homicidios de la era chavista, por Alberto Ray

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Si bien, abril del 2017 será recordado en la historia contemporánea de Venezuela como el mes de inicio de un gran movimiento de desobediencia ciudadana, destinado a cambiar el curso político del país, es muy probable que pase por debajo del radar de los tiempos el hecho que durante esos treinta días se alcanzó la cifra de 300 mil muertes violentas de la era chavista.

En estos años de revolución resulta complicado compilar y mantener registros estadísticos de la realidad venezolana, básicamente porque los órganos oficiales han dejado de publicar cifras de manera deliberada y planificada. En el caso de la violencia, sin embargo, el país ha tenido la fortuna de contar con organizaciones no gubernamentales, tanto nacionales como internacionales que han asumido el reto de no permitir la invisibilización del problema más complejo y difícil de resolver que tenemos como sociedad.

Gracias a ello, y a la colaboración de mucha gente, que de manera anónima suministra información confiable y verificada, se ha podido levantar una estadística que nos muestra el aterrador panorama de la violencia homicida en Venezuela.

1999, primer año de gobierno del presidente Chávez, cerró con una cifra roja de 5968 homicidios, equivalente a una tasa de 25 muertes por cada 100 mil habitantes. Para la época, correspondía a 16 muertes diarias en todo el territorio nacional, número que ya despertaba preocupación, pues era la consecuencia de políticas públicas de seguridad ciudadana mal diseñadas y aplicadas, de un déficit importante funcionarios y equipamiento policial y un retardo procesal en el sistema de enjuiciamiento criminal traducido en creciente impunidad. En el año 2000 se practicaban alrededor de 87 detenciones por cada 100 homicidios cometidos, según cifras del entonces Cuerpo de Policía Judicial.

Así, llegamos a abril de 2017 con un total acumulado durante 18 años y 4 meses de 300.080 homicidios, con una tasa de 96 por cada 100 mil habitantes, materializada en unas 79 muertes violentas al día.

Como promedio, la violencia homicida en Venezuela ha exterminado a 45 personas diarias durante 6690 días consecutivos.

Para seguir con los números, la violencia venezolana ha producido alrededor de 3 heridos por cada homicidio y ha dejado aproximadamente 200 mil niños huérfanos en todos estos años. Adicionalmente, la edad del 70% de las víctimas está entre 14 y 21 años, así como la de los victimarios, que oscila en ese mismo rango.

En relación a las características de la violencia en el país, El Observatorio Venezolano de Violencia destaca en su informe de 2016 varios elementos, entre ellos; el delincuente y las policías se han hecho más violentas, se utiliza armamento de mayor poder, el incremento de homicidios múltiples, el crecimiento del sicariato, amateurismo en la comisión del delito, la aparición del delito por hambre y el linchamiento, entre otros, perfilan un deterioro generalizado en el tejido social e institucional, convertido en impunidad y corrupción.

Historico Homicidios Venezuela

Como muestra, en el año 2016, solo se realizaron en promedio 11 detenciones por cada 100 homicidios y se estima que, de ellas, 2 personas terminaron condenadas. Estamos ante cifras de impunidad que sobrepasan el 95%, esto sin incluir otros delitos de menor violencia.

Abordar la complejidad que se teje detrás del problema de la violencia en Venezuela requiere izar el nivel de consciencia de todos los ciudadanos, porque el esfuerzo para resolverlo es escalarmente más grande que aquel necesario para componer la economía, esto solo por mencionar uno de nuestros males. Lamentablemente, hemos normalizado como sociedad el tema de la seguridad ciudadana y hemos terminado adaptándonos a reducir nuestros niveles de calidad de vida y cediendo espacios al hampa. Está llegando el momento como nación de confrontarnos con nuestros demonios y ponernos a la altura de las exigencias, si de verdad queremos dejar un país de bien para nuestros hijos y nietos. No hacerlo ahora es terminar de entregarnos a la delincuencia que nos gobierna.

@seguritips

 

Jun 21, 2017 | Actualizado hace 7 años
Los escenarios del verano venezolano, por Alberto Ray

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Nos adentramos en el tercer mes ininterrumpido de protestas en Venezuela bajo un clima de indefinición sobre avances concretos de los bandos en conflicto. Se percibe a primera vista, un agotamiento callejero de las fuerzas opositoras y un debilitamiento en la cohesión del régimen. Sin embargo, si se observa con detalle encontraremos, por un lado, que las manifestaciones de calle se han extendido en tiempo y territorio abarcando zonas hasta hace poco dominadas por el discurso oficial, además se viene consolidando un grupo cada vez más diverso de jóvenes de la resistencia altamente motivados a conducir la lucha a una salida definitiva del régimen. Mientras tanto, el gobierno avanza sus posiciones con la propuesta constituyente e incrementa los niveles de represión a las movilizaciones callejeras.

En este marco, las opciones se van reduciendo a escenarios de mayor definición que pudieran simplificarse en cuatro espacios de acción:

Desesperación y hambre: El nivel de ingobernabilidad del país provoca una nueva y más activa escalada de protestas impulsada por el desabastecimiento y la inflación, que, aunada a la conflictividad actual, expande el radio de acción y la virulencia de la gente en la calle, provocando en un principio más represión y muertes, pero que terminará conduciendo a los mandos militares a presionar al régimen a una salida negociada de urgencia e intermediada por factores moderados del país. Se establece una Junta cívico militar para una transición breve que conduce a unas elecciones durante el 2017.

Ciudadanos y políticos: la oposición, en una acción coordinada y acompañada por la Asamblea Nacional, plantea una agenda definida para detener el llamado constituyente que inspira masivamente a los ciudadanos a mantenerse activos en la protesta, generando ingobernabilidad y profundizando las fisuras en el poder, obteniendo así una mejor posición estratégica que fuerce la negociación con el visto bueno de sectores militares para la posterior salida de Maduro. Se constituiría un gobierno de transición desde la unidad nacional, incluyendo factores del chavismo, orientado a una reinstitucionalización en sectores claves del país, a fin de prepararlo para elecciones libres durante el 2018.

Nuevo eje de poder: creciente descontento en la Fuerza Armada motorizado por la ingobernabilidad y el llamado a la constituyente termina cohesionando a cuadros altos y medios que prefieren pronunciarse contra el régimen antes que seguir acompañando acciones abiertamente autoritarias y en franca violación a los derechos humanos, quitándole al gobierno el único soporte real que aun mantenían. Es un escenario tentador para algunos militares activos o retirados que se sienten capaces de dirigir el país durante un período indeterminado pero que conduciría a elecciones a mediano plazo.  Existe la posibilidad que surja un candidato civil de consenso entre los sectores militares y se conviertan en el líder de la transición.

Países y amigos: Varias naciones con diversos intereses en Venezuela plantean un calendario de diálogo y estabilización nacional de mediano plazo con la intermediación de algún organismo internacional que brinde ciertas garantías a los extremos en conflicto. El objetivo principal sería detener el llamado a constituyente, retomar la constitución del 99 y construir una salida electoral que le de oxígeno al régimen hasta diciembre del 2018. El proceso implicaría un pacto de gobernabilidad y la inclusión de sectores democráticos del chavismo en una agenda pública de mediano plazo.

Radicalización final: el régimen logra imponerse a través de la agenda constituyente con maniobras hábiles de negociación y represión. Una vez instalada tal asamblea se profundizan los cambios, garantizándose una plataforma política de continuidad indefinida en el poder y la virtual desaparición de las fuerzas opositoras, al menos durante un período de reacomodo.

La asignación de valores probabilísticos a cada escenario resulta complejo, pues las variables son volátiles. Sin embargo, independientemente del escenario, la realidad del futuro inmediato es una sola y siempre estará vinculada al mantenimiento o conquista del poder. A pesar de la velocidad de los acontecimientos, estos no son tiempos para actuar de manera improvisada. El éxito de los líderes y sus organizaciones dependerá de sus capacidades para escuchar, analizar, planificar y actuar, todo en ciclos cortos y dinámicos. El alto grado de inestabilidad del país hace insostenible la situación actual, de allí la irreversibilidad del proceso de cambio hacia terrenos más asentados y predecibles.

@seguritips

May 24, 2017 | Actualizado hace 7 años
Triunfar depende de entender el caos, por Alberto Ray

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Viendo el estado de conmoción que vive el país en estas horas, no me queda la menor duda que estamos ante un proceso indetenible e irreversible.

El escalamiento de la violencia que se incrementa en tiempo y territorio, transformó un movimiento de protesta ciudadana, en un conflicto fuera de control signado por facciones que se enfrentan abiertamente en ciudades y pueblos. Ya no se trata solamente de manifestantes que cierran vías para exigir libertad y democracia con pancartas y franelas, estamos frente a grupos organizados de resistencia que en muy pocas semanas demuestran actitudes decididas a seguir en las calles hasta que se materialice algún cambio político.

No me cabe la menor duda que la estrategia del régimen de huir hacia adelante reprimiendo a la gente, aunado a la sorda intransigencia gubernamental que ve frente a sus ojos una Venezuela que despertó de un letargo populista, son los catalizadores de la explosión social que estamos protagonizando. El llamado Plan Zamora, que en apariencia luce como una torpe acción de la FAN para contener el desbordamiento y controlar el orden público, es evidentemente un sistema para la generación del caos, en el medio del cual todo es posible para quién detenta el poder. Por ello, vemos violaciones masivas de derechos humanos, civiles juzgados sumariamente en tribunales militares y asesinatos selectivos de manifestantes, la mayoría hombres jóvenes. Es la dinámica perversa de lo que una vez Nassim Taleb, profesor de ingeniería del riesgo del a Universidad de New York, llamó la antifragilidad. Se trata de sistemas que obtienen sus ganancias del desorden y que se las ingenian para sobrevivir de la volatilidad y la incertidumbre.

Resulta evidente que hasta los momentos el escenario antifrágil venezolano viene favoreciendo al poder (es decir al régimen), sin embargo, estos modelos basados en la energía del caos son en extremo inestables y, en el marco de sus incoherencias, pueden voltearse con facilidad, alimentando a las fuerzas opositoras y despejando el camino al cambio.

Obviamente, todos queremos la receta para capitalizar la antifragilidad a nuestro favor, más aún en momentos en los que no vemos salidas fáciles a la crisis en la que estamos inmersos. Si bien, tal receta no existe, puedo dar algunas pistas que indiquen que transitamos por el camino correcto.

Orden antónimo del caos: lo primero es entender que hasta en las realidades más caóticas existen pequeñas islas de orden y a partir de ellas se puede construir una estrategia ganadora. La primera clave es la organización en todos los niveles.  Para organizarse se requiere unidad de propósito, si bien es cierto que no todos luchan por las mismas razones, todos quieren lo mismo, el fin inmediato del régimen actual y dar paso a una transición ordenada y ordenadora.

Obtener logros: las fuerzas operando en todas las direcciones y sentidos son sinónimo de caos, por lo que es necesario establecer objetivos, lograrlos y comunicarlos para que todos los que actúan se identifiquen y sigan empujando en la misma dirección. Los logros, pequeños o grandes son los peldaños de la escalera. No podemos llegar hasta la cima si no subimos paso a paso. La percepción de avance es indispensable en la estrategia contra la antfragilidad.

Identificar las fuerzas de mayor atracción: en el medio del desorden es difícil distinguir quién capitaliza los éxitos tempranos. Detectar con prontitud hacia dónde se mueven las fuerzas que tienen poder de organizar nos va a ahorrar tiempo y esfuerzo. Aprendamos a reconocer cuáles son los líderes que articulan el mensaje que mejor dibuja el futuro que deseamos. Quienes promueven el cambio a pesar de los obstáculos y ven las dificultades con resiliencia para aprender de ellas, son los que efectivamente avanzan y salen adelante en entornos complejos. Una muestra de liderazgo ordenador es aquél que en medio de la incertidumbre habla con la verdad sin perder el optimismo. El líder que toma decisiones hace el futuro más tangible y por tanto menos caótico.

En la dinámica del caos todo depende de la acumulación de poder. Alrededor del poder pueden desatarse huracanes u ordenarse grandes fuerzas transformadoras. En Venezuela estamos bajo el dintel de una nueva e irreversible realidad, mientras que al régimen solo le queda la trágica estrategia de arrasar, los que apostamos por el cambio y queremos triunfar debemos entender que seguir adelante implica asumir los altos costos de ordenar un nuevo país, a pesar que por ahora todo se destruye.

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May 10, 2017 | Actualizado hace 7 años
El discurso del miedo, por Alberto Ray

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Ya los venezolanos sabemos quién es Donald Trump. Sus palabras, sus gestos y hasta sus silencios nos son inequívocamente familiares. Diría que, en su impredecibilidad, casi podemos predecirlo. No en vano hemos padecido 18 años de autoritarismo arrogante.

En estos cortos días el nuevo presidente del Norte ha atacado, descalificado y aplanado desde su posición de poder a propios y extraños en un desconcertante monólogo de improperios, descolocando hasta sus más cercanos colaboradores, quienes alegan como último recurso que no debe juzgársele por sus palabras, sino por sus acciones. Frase que resuena por estas fronteras como si nos perteneciera.

Pero mi objetivo en esta oportunidad no es cuestionar sus formas irreverentes y antipolíticas, voy a lo profundo; a su discurso.

Para mí, que he pasado veinticinco años rebuscando en los orígenes de la inseguridad, el sentido de las palabras del presidente Trump tienen un propósito extraordinariamente claro, destruir el tejido de confianza que entrama las relaciones del Estado con sus ciudadanos para sustituirlo por una dinámica del miedo, basada en la muy elaborada idea que todo lo que los rodea es una amenaza, y sólo él es capaz de entenderlas, retarlas y destruirlas, cambiándole el sentido a todo, pues de ahora en adelante, toda confianza necesita a Donald, erigido protector y salvador de los desposeídos. No por casualidad se da la paradoja del multimillonario elegido por los más pobres y marginados.

Stephen Bannon, el principal estratega de la administración Trump es un fiel creyente de la teoría negra de la historia, en la que todo se da en ciclos, y todo ciclo contiene el inevitable apocalipsis de la guerra. Por ello, Los Estados Unidos deben prepararse atrincherándose tras grandes muros, incrementando sensiblemente el gasto militar, poniendo más policías en las calles para deportar indocumentados, apartando a medios de comunicación que le son incómodos, pero sobretodo, generando pánico en la población, haciéndola dependiente de su liderazgo, único ungido para una lucha definitiva y final.

El discurso del miedo de Donald Trump opera como de cierta manera como el Síndrome de Estocolmo, donde aquel que te amenaza y manipula desde las debilidades debe ser protegido pues resulta indispensable para salvarse. En su reciente participación en el Congreso, su alocución estuvo cargada de palabras como amenaza, terror, violencia, ataque y diabólico. Todas bien hiladas en una oratoria de lucha, división, derrota y victoria.

Por primera vez los ciudadanos de América y sus instituciones se han quedado, al menos temporalmente, sin defensas frente a este nuevo tipo control político. Una nación que se basa en el valor y peso de la palabra, encuentra en ella su principal instrumento de sometimiento. Es una forma sofisticada de destruir desde el eje mismo de la irracionalidad. Nada muy distinto a los métodos de la revolución bolivariana que hoy nos subyuga con el hambre y la inseguridad.

@seguritips