El “apátrida” por Víctor Maldonado C.
El “apátrida” por Víctor Maldonado C.

Exilio_

 

El mal existe. El mal contemporáneo esta necesariamente vinculado a la capacidad inmensa para hacer daño que tienen los poderosos sin probidad. A ese foso se llega de caída, cuando el único fin que parece apreciable es el mantener el poder para disfrutarlo concupiscentemente. Los que así piensan están sometidos al rentismo del poder, que se asume dentro de la perversa lógica de los juegos de «suma cero», y que tarde o temprano termina aniquilando a quien lo practica. Nada se comparte dentro de una lógica depredadora. Se juega en los extremos donde todo es posible porque no hay límites, ni éticas, ni principios morales que puedan darle sentido de proporcionalidad al certamen. Nadie lo pretende equilibrado, equitativo, ceremonial o siguiendo algún protocolo. Todo lo contrario. El duelo consiste en que todo vale a la hora de deshacerse de un adversario o de buscar aniquilar a quien lleve la contraria. La única norma del poder maligno es precisamente que no tiene parámetros. La ventaja del poderoso sin probidad es que resulta inimaginable e increíble hasta dónde puede llegar y las cosas que puede hacer. Pero allí están los testimonios de los que han sufrido cárcel, exilio, tortura, secuestro, extorsión y amenazas. Allí están los montajes realizados a los dirigentes políticos, las trampas psicológicas alevosamente aplicadas a Leopoldo López y a su familia, el proceso y cárcel aplicados al alcalde Antonio Ledezma, el acoso que sufre Teodoro Pettkoff, el exilio de Alberto Ravell, Miguel H. Otero y tantos otros que han tenido que interrumpir sus vidas para resguardarse del peligro inminente. En ninguno de estos casos hay dramas que puedan ser considerados como secundarios. Cada uno de ellos representa un proyecto de vida interrumpido, una expectativa suspendida, una vida maltratada y quién sabe cuántas rupturas imposibles de recomponer.

La práctica de la maldad política se convierte en una inmensa bola de nieve con perspectivas desoladoras. Nadie puede sentirse especialmente inmune. Una muestra es lo ocurrido al ciudadano Miguel Ignacio Mendoza Donatti, mejor conocido como Nacho. Ya sabemos que su discurso ante la Asamblea Nacional el día de la juventud le trajo como consecuencia el hostigamiento del gobierno. Al ciudadano le anularon el pasaporte y lo dejaron por unos días confinado en el país, imposibilitado de cumplir con sus compromisos profesionales,  y sometido al trapiche burocrático de tener que solicitar un nuevo documento. Los que vivimos en Venezuela sabemos que cualquier proceso público es una apuesta condicional. No hay ley aplicada universalmente sino mecanismos institucionalizados de extorsión. Pero el artista no se dejó amedrentar y su respuesta frontal y valiente, apelando al pueblo, tal vez fue su salvación. Al momento de escribir este artículo ya es noticia que obtuvo otro pasaporte. En ocasión de ese ultraje ciudadano, uno más de los que se cometen todos los días, @JJRendon escribió el siguiente tuit: «Toda mi solidaridad a la distancia. La lucha es la misma. La causa es Venezuela».

En ese momento caí en cuenta del verdadero sentido del mensaje. Nacho no es el primero que se ve sometido al maltrato de su ciudadanía. El estratega político venezolano tiene años sufriendo la infeliz circunstancia de tener que vivir como un «apátrida». Y no me refiero al usual insulto con el que el socialismo del siglo XXI intenta estigmatizar a cualquiera que le lleve la contraria. Es algo mucho peor, mucho más oscuro y siniestro. El ciudadano J.J. Rendón sufre una constante y sistemática persecución que ha pasado por el despojo de su nacionalidad legal porque no cuenta con un pasaporte válido y confiable, porque el régimen se niega a proporcionárselo y porque es público y notorio el ensañamiento contra lo que él es, lo que significa su trabajo y lo que tiene que ser visto como su derecho inalienable a disentir y a luchar por lo que él cree valioso. Dejar a un individuo sin ciudadanía, someterlo al exilio, dejarlo “en veremos”, es un castigo antiquísimo. Sócrates prefirió el suicidio antes que someterse al extrañamiento. El filósofo lo hizo como una demostración de pedagogía política. No iba a ir contra las leyes de la ciudad cuando estas lo perjudicaban. Nunca lo había hecho cuando le beneficiaron.

Pero no nos llamemos a engaño. No son las mismas circunstancias. No es la ciudad y su derecho los que deciden ahora, sino la perversidad convertida en régimen que despoja y desarraiga, sin importarle lo que al respecto se ha logrado en el plano de los derechos humanos consagrados internacionalmente, sin  prestar atención a los derechos y garantías establecidos en la constitución supuestamente vigente. En este caso concreto de J.J. Rendón el calificativo de “apátrida” lo coloca en un limbo porque por la vía de los hechos “no está siendo considerado como nacional suyo por Venezuela” y esto se hace al margen de lo establecido en la legislación venezolana. La nacionalidad y los derechos concomitantes a la identidad, al pasaporte, a la libre movilización le fueron confiscados con el interés de castigarlo, de convertirlo en un paria, de ocasionarle perjuicios y de confinarlo a la fragilidad perenne. No importa lo que al respecto digan las convenciones sobre refugiados y la que regula la condición de los apátridas. No importa tampoco que Venezuela sea signataria de la Convención Universal de los Derechos Humanos.  Al margen de todo decoro y sin importar que estemos en el siglo XXI y no en el siglo IV antes de Cristo, lo que es realmente sustancial es que a un ciudadano venezolano se le despoja de su condición y por esa vía se le invalidan todos sus derechos humanos. Sin ciudadanía no hay ejercicio posible de los derechos. Y las expresiones más conspicuas de la ciudadanía son la cédula de identidad y el pasaporte vigente. Y a quienes les niegan cédula y pasaporte los están lanzando al espacio insólito y atípico de los “apátridas”.

Por supuesto nada decente se puede esperar del mal y del poder ejercido maliciosamente. A un estratega político le resulta especialmente costoso el no poder movilizarse y el sufrir un ataque constante a su reputación. Ambos flancos han sido obsecuentemente atacados por los enemigos políticos de J.J. Rendón, cobrándole así sus éxitos y sus incuestionables capacidades para vencer al cartel del socialismo del siglo XXI allí donde ellos han intentado extender su franquicia. En un libro, todavía inédito, el estratega político relata su lucha, en tono pedagógico, positivo y autobiográfico. Su lectura resulta apasionante en la misma medida que la ciencia ficción se transforma en realidad comprobable y en un testimonial de hasta dónde hemos podido sufrir la descomposición activa de cualquier referente republicano. Para el protagonista del libro es el relato «de la más implacable persecución» cuyo afrontamiento «me ha demostrado la gran capacidad que tenemos para fortalecernos en la adversidad». Esa capacidad es la resiliencia y el libro trata sobre eso: luchar sin entregarse. No someterse al imperio del miedo. No resignarse. No conformarse. No guardar silencio. No entregar los principios.

El ser un ganador tiene sus costos. J.J. Rendón ha sido acusado de todo e insultado de todas las maneras posibles. Los que han perdido el poder gracias a sus estrategias y a la disciplina con la que las implemente lo bautizaron como «el rey de la propaganda negra» o el “experto en guerra sucia”. Los políticos por lo general son malos perdedores, y en lugar de asumir su responsabilidad en sus malos resultados prefieren decir que fueron víctimas de alguien. Allí esta Evo Morales como el ejemplo más reciente.  Pero el socialismo del siglo XXI no se ha quedado en ese tipo de calificativos sobre la forma como supuestamente encara las campañas políticas que están a su cargo. Ellos han pasado de los malos adjetivos al insulto. Al de “apátrida” habría que sumarle el de “mal nacido”, “piltrafa humana”, “bandido de siete suelas”, “terrorista”, “miserable”,  “sicario del imperio”, “agente de la CIA”, “enemigo público número uno de la revolución bolivariana”, e incluso el ser un “azote”, porque a juicio de los jerarcas del bolivarianismo del siglo XXI  “el talento a favor de las libertades es un talento  sin probidad, y por eso mismo es un azote”.  Todos hemos sido testigos del dossier de insultos aplicados al ciudadano J.J. Rendón, porque muchas veces han sido proferidos en cadena nacional, o a través del dossier de programas escatológicos divulgados a través de los canales oficiales.

Lo cierto es que programas transmitidos en cadena nacional lo han tenido a él como ejemplo de una degradación supuestamente intolerable. Las amenazas a su integridad y la descalificación son parte del repertorio usual de los medios oficiales que han acumulado más de 189 ataques desde abril de 2013 hasta la fecha. La inquina es pública y comunicacionalmente notoria. J.J. Rendón es el único venezolano al cual la red de TELESUR le ha dedicado varias campañas de infomerciales a nivel mundial, fomentando el descrédito y la explotación del odio  con los recursos que deberían ser dedicados a hospitales y educación. Agencias de relaciones públicas han sido contratadas para fomentar su desprestigio y problematizar aún más su condición de refugiado político que es la consecuencia automática de haber sido tratado como un ciudadano sin patria que lo reconozca como uno de los suyos.

Todo el mundo puede imaginar que quien siembra el odio contra alguien espera pacientemente que algún día esa cizaña de frutos. Basta revisar las redes sociales para hacer un inventario de las numerosas amenazas veladas en la que se ceban los adeptos del régimen que quisieran hacer realidad los deseos de sus líderes. Ese odio así sembrado, pacientemente regado, puede provocar resultados terribles e indeseables. J.J. Rendón lo sabe, sin embargo no se amilana, acostumbrado como está a buscar fuerza en la meditación zen, “sentarse tranquilamente quieto, tratar de deslindarse de la confusión, del descontento, del dolor, del sufrimiento…”

La anulación del pasaporte es solamente un detalle que ha podido salvar gracias a que países amigos –cuyos nombres no pueden hacerse públicos para evitarles las tradicionales arremetidas del régimen- le han concedido salvoconductos humanitarios y algunas facilidades contingentes y provisorias. Al «mal nacido» (y con ese epíteto los del régimen le quieren señalar que para ellos nunca debió haber nacido en Venezuela, porque no lo merece al no haberse plegado al socialismo del siglo XXI) le niegan los beneficios de la nacionalidad y lo persiguen implacablemente por todo el mundo. Las solicitudes de captura intentadas ante la INTERPOL han sido refutadas y rechazadas una tras otra, pero lo siguen intentando. Los esfuerzos de penetración de su personal de confianza, una y otra vez, con el fin de perjudicarlo, han resultado infructuosos, lo que no significa que no haya tenido costos. Estratagemas para entregarlo y venderlo a la guerrilla colombiana y planes de extradición forzada al país para «juzgarlo revolucionariamente» son solo una porción de un dossier de iniciativas aviesas que están relatadas como parte de una vida azaroza que sin embargo, permite a quien la ha vivido sacar lecciones positivas de todas esas experiencias extremas.

Muchos amigos saben de estas peripecias y se preocupan. «Tus enemigos han saboteado tus negocios, tus finanzas, tu vida familiar, atentan contra tu vida, amenazan con meterte preso y con destruir tu honor, y sin embargo aquí estás, como si nada… ¿Cómo haces?» La respuesta de J.J.Rendon deja ver su formación budista. «Todos tenemos nuestra ración de catástrofes personales. Parte del secreto está en no asumir una actitud catastrofista… La única manera que puedo explicar el haber resistido al acoso de un estado poderoso, el haberme levantado varias veces y el haber florecido profesionalmente es el empeño que he puesto en prepararme para fortalecer mi condición de ser humano con resilencia». Para J.J. Rendón la resiliencia es negarse a la indefensión aprendida. Es no entregarse. Es seguir luchando, estudiando y preparándose para la victoria. Amat Victoriam Curam es su lema.

Por esa razón es que al ver lo que le estaban haciendo al ciudadano Miguel Ignacio Mendoza Donatti la reacción fue de plena solidaridad. Le estaba diciendo a Nacho que se podía y se debía encarar con coraje el desplante neototalitario. Que no era el único tratado como «apátrida» y violado en sus derechos esenciales. Pero que todo, incluso las peores catástrofes terminan siendo anécdota y posterior olvido si no caemos presas del miedo, único alimento del poder perverso. «Enfrentar el miedo es fundamental para la resiliencia, aprender a enfrentarlo es esencial para nuestra preparación para la victoria». Y de victorias sabe  J.J. Rendón,  aunque sigue sin pasaporte, negados sus derechos ciudadanos y perseguido implacablemente. Esos son los riesgos que decidió asumir una vez que se percató  que sus principios y valores personales lo iban a terminar enfrentando con el régimen neototalitario establecido en Venezuela. Por eso mismo aún así sigue luchando sin detenerse un instante para que esta época de desmanes y fracasos sea superada de una buena vez, eso sí, como lo sabe hacer, dando la batalla política para lograr el relevo por medios previstos constitucionalmente, democráticos, electorales y pacíficos.

Termino el artículo y me quedo pensando, por ejemplo, en las veces que a Nelson Bocaranda lo han retenido al ingresar al país. En los cientos de obstáculos que cotidianamente tiene que superar María Corina Machado para hacer política. En los desmanes de la lista de Tazcón, en la pesadilla de dirigir una empresa o de soportar todas las infamias que ha tenido que soportar Lorenzo Mendoza y Empresas Polar,  en las difíciles decisiones que han debido tomar todos los que han sentido que no pueden seguir viviendo en Venezuela, en los infinitos cálculos de los que decidimos quedarnos, en fin, en lo que todos tenemos que decir, contar, compartir o relatar sobre esta época en la que la ciudadanía se nos ha rebanado de manera tan infamante. Leer el libro de J.J. Rendón, aun inédito, es pasearse por un compendio de lo peor que nos ha ocurrido a todos, pero que en su caso dramático, le ha ocurrido todo a él, eso sí, sin doblegarlo, sin vencerlo. Por eso a la luz de su experiencia me surgen un conjunto de interrogantes ¿Por qué no nos hemos constituido en un club de víctimas si la verdad es que sumamos 30,6 millones de ciudadanos conculcados en sus derechos esenciales? ¿Cuándo nos vamos a condoler de lo que le ocurre al otro tanto como cuando nos ocurre a nosotros? ¿Cuándo vamos a comenzar a practicar con intensidad la solidaridad activa si todos hemos sido de alguna manera rasgados en nuestra integridad? ¿Cuándo nos vamos a asumir como desplazados internos, replegados de las calles, despojados de las libertades más esenciales, confinadas a vivir el país como castigo? ¿Cuándo vamos a mirar con compasión la tragedia del exilio? ¿Cuándo vamos a comenzar a relatar nuestros sufrimientos para construir esa gran moraleja nacional que tanta falta nos hace para superar esta indefensión, esta indiferencia? Porque no nos quepa ninguna duda: La lucha es la misma. La causa es Venezuela.

@vjmc