Dracón llegó a Caracas - Runrun
Alejandro Armas Abr 12, 2024 | Actualizado hace 3 semanas
Dracón llegó a Caracas
Todos los demócratas del mundo están en deuda con Solón y hasta cierto punto aspiran a emularlo. En Venezuela, en cambio, los poderosos evocan con nostalgia atávica a Dracón

 

@AAAD25

Cuando comencé esta columna, hace más de ocho años, era apenas un novato que había cumplido todos los requisitos académicos para optar por la licenciatura en Comunicación Social pero que, por la burocracia kafkiana venezolana, tenía que esperar varios meses más por su certificado. Un pichón de periodista al que este portal le dio una oportunidad dorada, por la que siempre le estaré agradecido. Necesitaba darme a conocer de alguna manera en un mar de plumas con bastante más experiencia y méritos que los míos. Se me ocurrió entonces que podía ofrecer algo distinto a partir de mi pasión por la historia. Entonces, en sus primeros años, la columna siempre siguió la fórmula de comparar hechos contemporáneos con otros, del pasado. El mecanismo cumplió su propósito y, cuando este espacio y su autor ya tenían un poco de reconocimiento, decidí dejar de emplearlo.

No obstante, a veces conviene volver a él. Hoy, por ejemplo. Este es el primero de dos artículos en los que haré analogías entre la Venezuela de hoy y la antigua Atenas. Me encantaría que los símiles correspondieran específicamente con el período de mayor esplendor de la ciudad helénica, cuando su democracia clásica hizo de ella un faro para la discusión plural de ideas políticas. Pero no puedo, por razones obvias. Los paralelismos serán más bien con dos épocas, una anterior a la democracia ateniense. La otra, posterior. Comencemos, pues.

Me llamó la atención hace unas semanas que desde la élite gobernante venezolana se describió un proceso legislativo que ahora está en pleno desarrollo con el término “draconiano”. Por no ser un vocablo de uso muy común, me permito aclarar su significado para quien no lo conozca. Dícese de aquellas medidas legales, especialmente las punitivas, que son excesivamente severas. Que el chavismo hable de sanciones muy duras no es algo que a alguien consciente pueda sorprender a estas alturas. Ese es su principal mecanismo para el control social. No es entonces el concepto de la palabra “draconiano” lo revelador, sino su etimología.

El término viene de Dracón, un célebre legislador ateniense del siglo VII a. C., el primero del que se tiene registro individual. Fue el autor de la primera “constitución” de la polis ática. Es decir, del primer código textual de leyes para la vida en la ciudad, en lugar de las tradiciones jurídicas orales anteriores. En tal sentido, pudiera decirse que Dracón fue un visionario del progreso, ya que, como bien señaló Platón en el diálogo Las leyes, es indispensable que una sociedad cuente con normas escritas para que todo el mundo pueda conocerlas inequívocamente y saber qué está permitido y qué no.

Pero hasta aquí llegan los beneficios de la “constitución” draconiana. Su gran problema era el establecimiento de castigos desproporcionados para varios delitos. Entre ellos, la esclavitud para deudores y la pena de muerte para robos menores. Todo esto se ve peor si tenemos en cuenta que, repito, no hablamos de la Atenas democrática, sino de su predecesora. Era este un Estado aristocrático en el que los pobres eran ciudadanos de segunda, con menos derechos que sus pares adinerados.

De hecho, la severidad de las leyes de Dracón pudo tener como propósito garantizar un orden desigual y opresor, mediante el miedo que inspiraban las penas.

Que cada quien en la jerarquía social supiera cuál es su lugar y ni se le ocurriera alterar ese statu quo, así fuera por necesidades básicas para cuya satisfacción los medios tolerados por el poder no alcanzan. Volviendo a Platón y a su concepto de justicia, que es dar a cada quien lo que le corresponde, se entiende fácil que estas no eran leyes justas. En algunos casos, criminalizaban conductas que no eran realmente ilegítimas. En otros, para conductas que sí eran ilegítimas establecían castigos desproporcionados.

Las reglas de Dracón fueron revocadas casi totalmente en el siglo siguiente por otro legislador de renombre: Solón, uno de los “Siete Sabios de Grecia” y  el padre de la democracia ateniense (tal vez, de toda la democracia subsiguiente en el mundo). Sus reformas expandieron los derechos de la ciudadanía y aligeraron las sanciones, haciéndolas más justas. Ese proceso fue continuado por otros dos reformistas, Clístenes y Efialtes, que produjeron el clima de tolerancia y diversidad de ideas de la Atenas democrática. No era, desde luego, un sistema tan permisivo como las democracias republicanas modernas. El juicio y condena a Sócrates son prueba suficiente de ello. Pero para estándares de la época, en la que las alternativas eran el militarismo aristocrático espartano o el despotismo de los reyes persas aqueménidas, era algo bastante avanzado.

Todos los demócratas del mundo están en deuda con Solón y hasta cierto punto aspiran a emularlo. En Venezuela, en cambio, los poderosos evocan con nostalgia atávica a Dracón, al celebrar el advenimiento de una legislación que expresamente recuerda a la mentalidad punitiva del legislador aristocrático. Creo que eso dice mucho en nuestro contexto político, económico y social, marcado por la alienación entre el gobierno y la voluntad ciudadana mayoritaria y por la exclusión de las masas con respecto a la prosperidad o la vida siquiera decente, mientras que un puñado de privilegiados goza de fortunas y privilegios exorbitantes. Exclusión e intimidación. De eso se tratan los planes de los discípulos de Dracón en el siglo XXI, aunque insistan en disfrazarlo con eslóganes socialistas y revolucionarios que prometen lo contrario.

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