Del Miranda jacobino al Marx bolivariano, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Jul 22, 2016 | Actualizado hace 1 semana
Del Miranda jacobino al Marx bolivariano
Hablar de un marxismo bolivariano es tan ridículo como de un Miranda chavista. Y como el chavismo es en esencia marxista, difícilmente puede reclamar para sí la herencia del denominado padre de la patria.

 

@AAAD25

Es un rasgo conocido del chavismo su predilección por manipular la historia, a retorcerla según convenga a su discurso e intereses, al punto de que a veces la deja irreconocible. Algo así como lo que hace con la Constitución.

Además de resaltar lo que quiere que se resalte y ni por asomo mencionar lo que le hace ruido, tiende a aspirar a monopolizar la apreciación que se tiene de las figuras del pasado cuya memoria se asocia generalmente con aspectos positivos por la colectividad. Que el pensamiento y las acciones de estos sujetos hayan tenido poco o nada que ver con lo que nuestros gobernantes piensan y hacen es poco relevante.

Así, por ejemplo, el legado político y cultural de Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco hoy solo mantiene vigencia, según ellos, gracias a Chávez y sus herederos. No importa que los dos escritores hayan sido adecos consumados (¿ven a qué me refiero con nunca hablar de lo que no conviene?). Por cierto que, a pesar de tanto elogio al vate cumanés, a la plaza que llevaba su nombre en la parroquia capitalina de Catedral la rebautizaron como “Lina Ron”.

En fin, todas estas personalidades distinguidas se describen, en cierta forma, como precursoras del chavismo. Aseguran como si fuera una realidad más clara que el cristal que, de estar vivas hoy, ellas militarían incondicionalmente en el movimiento fundado por el golpista del 4F.

Un ejemplo de esta actitud se vio la semana pasada, durante los eventos conmemorativos del bicentenario de la muerte de Francisco de Miranda. La Asamblea Nacional hizo su aporte con un acuerdo de homenaje en una de las sesiones ordinarias. En medio del debate un diputado del autodenominado “Bloque de la Patria” proclamó que, sin duda alguna, si el hijo de la panadera estuviera entre nosotros sería uno más de sus camaradas de partido.

Ahora bien, nadie puede tener la certeza de cuáles serían en la actualidad las posiciones de una persona que vivió doscientos años antes. En todo caso, lo correcto sería ver cuán similar fue su pensamiento en su respectivo contexto histórico con el acontecer de hoy, y asomar que probablemente el individuo en cuestión en la actualidad vería las cosas con tal o cual enfoque.

El legislador chavista pudiera decir entonces que la participación de Miranda en la Revolución francesa, ese proceso tan encomiado por la izquierda radical, es prueba suficiente para justificar su afirmación. Ah, pero si se va al detalle uno descubre que el caraqueño ilustrado se plegó a los girondinos, facción de republicanos moderados fundamentalmente burguesa (sí, ese calificativo que tanta espuma produce en las bocas oficialistas cuando la pronuncian). Fue al servicio de esta causa que Miranda brilló como general de los ejércitos galos, durante la etapa en la que los girondinos llevaron la batuta.

Tal vez haya sido por eso que cuando los grupos radicales que se han vuelto referencia para esa izquierda extrema de la que el chavismo orgullosamente es parte, los jacobinos, tomó el poder, apresó al venezolano. Solo tras el fin del Reinado del Terror pudo él salir de su celda y reunirse con su querida Sarah Andrews en Londres.

Si un pata caliente como Miranda decidió echar raíces en la capital inglesa fue quizás por su mayor inclinación hacia el parlamentarismo británico, tan burgués, tan propio de la democracia representativa, en contraposición a la democracia participativa esgrimida por el chavismo. ¿Es ese el Miranda que tenía en mente el diputado rojo rojito con su curiosa aseveración?

Veamos ahora otro caso de los peculiares maridajes ideológicos de los que el oficialismo se presenta como producto, sin ser síntesis hegeliana por la falta de una integración natural de ideas contradictorias. Recientemente el Banco Central de Venezuela fue la sede de un encuentro internacional de economistas marxistas. Cabe acotar que esta es otra muestra de cómo un ente público se usa para el fomento de una parcialidad política. Otro gallo cantara si el banco se prestara también para cónclaves de profesionales de pensamiento keynesiano, de economía social de mercado o, incluso, liberal al más puro estilo de Milton Friedman (“¡Fuera, Satanás!”, gritan en Miraflores). Por supuesto, con esta gente no es así.

Lo llamativo es que la organización del evento estuvo a cargo de un tal “Instituto Bolívar y Marx”. Esta vez la fusión forzosa es más disparatada. ¿Fue Bolívar marxista? Desde luego que no, ya que al momento de su muerte, Marx era un preadolescente de doce años. Ello obliga a repetir el ejercicio y cambiar la interrogante. ¿Pudiera haber alguna gran afinidad ideológica entre los dos personajes, a pesar de las distancias temporales? Nada mejor para responder que apelar al propio autor de El capital.

A finales de los década de 1850, Marx estaba en aprietos financieros, así que aceptó escribir una biografía de Bolívar para una colección que preparaba la Enciclopedia Británica. El texto es uno de los más oprobiosos jamás escritos sobre don Simón. Marx lo describe en campaña como un general mediocre, oportunista y cobarde, que en más de una ocasión abandonó a sus tropas para huir del enemigo y usurpó la gloria de triunfos ajenos. También criticó su talante autoritario, sus intrigas políticas y su racismo, por el destino que le deparó a Manuel Piar y José Prudencio Padilla. Su título de Libertador lo encerraba entre comillas, poniendo en duda su mérito para ostentarlo, algo que ameritaría por parte del chavismo una de sus típicas alharacas furibundas contra quien haya osado cometer tal infamia. Al enterarse de la identidad del profanador, muy probablemente seguiría una reacción de perplejidad.

La América Latina de entonces debió parecer a Marx el colmo del atraso. Una tierra totalmente rural y repartida en una suerte de versión decimonónica del feudalismo, a siglos del desarrollo industrial capitalista de las potencias europeas donde él veía como inminente la revolución proletaria. Por sus raíces aristocráticas, el caudillo Bolívar sería para el filósofo alemán un personaje caricaturesco más en esa pobre región entre México y la Patagonia.

De manera que un instituto cuyo nombre reúna los de Bolívar y Marx resulta ofensivo para el recuerdo de ambos hombres. Al del primero, por juntarlo con el de un hombre que denigró de él, y al del segundo, por unirlo con alguien a quien tanto repudió. Hablar de un marxismo bolivariano es tan ridículo como de un Miranda chavista. Y como el chavismo es en esencia marxista, difícilmente puede reclamar para sí la herencia del denominado padre de la patria.

Lo que no es tan descabellado es el sentido utilitario de la integración chocante del pensamiento bolivariano en el chavismo. Para conseguir apoyo popular, es mucho más sencillo apelar a las emociones nacionalistas del colectivo, mediante la mitología patriótica que enseñan desde la infancia, que obligarlo a leer La miseria de la filosofía y a asimilar las ideas que formuló un musiú hace siglo y medio.

No hay que olvidar que el chavismo como movimiento de masas es un fenómeno emocional, no racional. Un gran dolor de cabeza es lo único que puede lograrse buscándole coherencia a ese cosmos donde conviven, además de los personajes aquí abordados, Jesucristo y el Che Guevara, Cipriano Castro y Fabricio Ojeda, todos agarrados de manos y cantando loas al comandante eterno en algún lugar del más allá.

Nota del editor: este artículo, publicado inicialmente el 22 de junio de 2016, se actualizó el 12 de abril de 2024.

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