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La reproducción cancerosa de partidos venezolanos
La segunda década de hegemonía chavista fue fecunda en la formación de partidos, lo que coincide con el desmontaje definitivo de la democracia en Venezuela

 

@AAAD25

Si mal no recuerdo fue Groucho Marx quien, en uno de sus ingeniosos aforismos, dijo “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Lo que en circunstancias alternas es un chiste gracioso, en la política demasiado a menudo es una realidad triste. Por ejemplo, pensando en la broma de Marx, tenemos a los políticos incapaces de pasar mucho tiempo sin cambiar de partido.

Este no es un fenómeno para nada endémico de Venezuela (piensen por ejemplo en el señor Jair Bolsonaro justo al otro lado de las sierras de Parima y Tapirapecó). Pero nuestro país ha dado su buena camada de políticos marxistas, seguidores no del materialismo dialéctico sino de la inconsistencia ideológica de Groucho. Se me vienen a la cabeza Aristóbulo Istúriz e Ismael García. Pero ahora Henri Falcón quiere hacerles competencia.

Ah, Falcón. En la novela policíaca de Dashiell Hammett, todos quieren el Halcón Maltés. No ha tenido tanta suerte esta otra ave de presa oriunda no de Malta sino de Nirgua. Hay que decir que, apartando sus mutaciones propias, el rechazo por sus compañeros es otra razón de su trashumancia partidista.

Falcón comenzó su trayectoria política en el Movimiento Quinta República, devenido en el PSUV. Luego rompió con Chávez, sin aliarse con la oposición tradicional, para jugar a la alternativa «ni-ni» en Patria Para Todos. Aunque al PPT no le fue muy bien con ese cambio de identidad, el chavismo decidió intervenirlo vía TSJ para volverlo a cuadrar con el PSUV. Entonces Falcón fundó su propio partido, Avanzada Progresista. Estuvo al frente del mismo por casi una década… Hasta el mes pasado, cuando sus otrora colaboradores le arrebataron las riendas. A raíz de ello creó otro partido más, bautizado “Futuro”. En verdad, decir que Falcón es una figura trágica sería una deshonra para figuras trágicas como Orestes y Medea.

Así pues, debemos darle la bienvenida a Futuro al catálogo de partidos políticos venezolanos. ¡Porque entre más oferta, mejor para los consumidores! No, mentira. Eso es lo que les diría si fuera uno de esos tontos, o cínicos, que actúan como si estuviéramos en democracia.

La proliferación ad nauseam de partidos políticos venezolanos es más bien lamentable. Se reproducen de forma anormal, como células en un tejido canceroso. Es otro síntoma de la enfermedad que mantiene congelada nuestra crisis política. O, tal vez sea mejor decir, una señal de la estabilidad del autoritarismo imperante, porque a duras penas puede llamarse “crisis” a algo que no es accidental y que más bien se ha vuelto sustancial.

Venezuela tiene un exceso considerable de partidos políticos. Sobre todo, dentro del espectro de lo que se denomina “oposición”, sea esta real o ficticia.

La segunda década de hegemonía chavista fue sobre todo fecunda en cuanto a formación de partidos, lo cual coincide con el desmontaje definitivo de la democracia en Venezuela.

Hay dos causas fundamentales del boom de partidos. Una es el personalismo de dirigentes que no se conforman con direcciones colegiadas en las que comparten el poder. Quieren organizaciones en las que ellos son el Sol y los demás militantes son planetas en el mejor de los casos, y asteroides en el peor. El caso más notable es Leopoldo López, quien dejó Primero Justicia, de seguro cansado de estar por debajo de Julio Borges en la jerarquía; se pasó a Un Nuevo Tiempo, donde tampoco consiguió el protagonismo deseado, y terminó creando Voluntad Popular.

La otra causa consiste en diferencias de pensamiento, pero no exactamente ideológicas. En realidad, el grueso de los partidos opositores (insisto, auténticos o falsos) es más o menos homogéneo doctrinariamente. Se adscribe vagamente a la socialdemocracia. La verdadera diferencia radica en cómo lidiar con la hegemonía chavista.

Por muchos años, estas diferencias no fueron muy marcadas porque había una creencia casi unánime en que se podía lograr el cambio político mediante el voto. Eso fue lo que mantuvo cohesionada a la MUD como alianza que iba desde Henri Falcón hasta María Corina Machado. Una vez que el chavismo decidió eliminar los últimos vestigios de competitividad electoral y bloquear ese camino, la MUD hizo implosión. Pero, además, surgieron fracturas irreparables dentro de los partidos que la integraban. Es lo que vimos con Delsa Solórzano, quien renunció a Un Nuevo Tiempo para fundar Encuentro Ciudadano.

Entonces, tenemos a partidos que insisten en el voto como única forma legítima de resistencia, pese a su vacío total. Son estos los que se adaptan a la hegemonía chavista simulando oponerse a ella, aunque irónicamente se llamen “El Cambio” o “Cambiemos”.

Luego tenemos al bloque que aspira a forzar al régimen a que negocie una transición, por vías no necesariamente comiciales, pero que no ha logrado concretar alternativas. Ahí están Juan Guaidó y sus aliados. Por último, Vente Venezuela y compañía, reducto final de las fantasías de intervención extranjera à la Panamá 1989.

Al distinguir a cada uno, la lista de partidos individuales termina pareciendo una de esas vertiginosas enumeraciones borgianas: Primero Justicia, Primero Venezuela, Acción Democrática, Acción Democrática intervenida por el TSJ, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular, Voluntad Popular intervenida por el TSJ, La Causa R, Vente Venezuela, Avanzada Progresista, Movimiento Progresista de Venezuela, Copei, Copei intervenido por el TSJ, Alianza Bravo Pueblo, MAS, Encuentro Ciudadano Cambiemos, Fuerza Vecinal, Bandera Roja, Prociudadanos, Alianza del Lápiz, Redes, Movimiento Ecológico de Venezuela, Soluciones, Puente, Movimiento de Integridad Nacional, El Cambio, Gente Emergente, etc. Y ahora… Futuro.

Asociar el genio literario de Borges con este conjunto gris acaso sea insolente. Mejor hacemos el símil con el tedioso Canto II de la Ilíada, ese en el que Homero se dedica a recitar las identidades de los tripulantes de las naos, así como sus respectivos abolengos gloriosos. Y sin embargo sigue habiendo algo que está mal. Porque ya quisiéramos nosotros que estos políticos nuestros fueran como los guerreros aqueos ante Troya: se tardan mucho, pero al cabo de una década cumplen con el objetivo. Claro, Henrique Capriles no es un Aquiles, ni Antonio Ledezma un Diomedes, ni mucho menos Javier Bertucci un Áyax Telamonio.

No diré que el concierto de todos estos partidos en una sola alianza sea deseable. La oposición prêt-à-porter ha demostrado que sus intereses son otros, incompatibles con la causa democrática venezolana. Pero sí apreciaría menos personalismo soberbio y más cohesión estratégica entre quienes sí lo están intentando, aunque su desempeño sea pobre. Tal vez, precisamente, si atacaran esos dos problemas, serían más eficaces.

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