Lo que nos deja Américo Martín - Runrun
Alejandro Armas Feb 25, 2022 | Actualizado hace 1 mes
Lo que nos deja Américo Martín
La pérdida de ciudadanos como Américo Martín es trágica porque seguimos bajo un régimen que trata de ajustar nuestra historia a sus burdos esquemas de propaganda

 

@AAAD25

Siempre sentí fascinación por la política y cultura de los años 60 del siglo pasado. La década de la Nueva Ola Francesa y los inicios del Nuevo Hollywood. Del boom de la literatura latinoamericana. De la psicodelia de Cream y Jefferson Airplane. De la revolución sexual. Del alzamiento de los estudiantes en París y la Primavera de Praga. Y, en Venezuela, de la consolidación de la democracia, muy a pesar de los intentos de derribarla desde distintas fuentes.

Al principio, la mayor amenaza vino de los reaccionarios, molestos por el fin del gobierno militar de Marcos Pérez Jiménez. A esa especie pertenece la insurrección de Jesús María Castro León y el intento de magnicidio de Rómulo Betancourt, tramado por la tiranía dominicana. Pero mucho más prolongada y grave fue la amenaza de los marxistas que quisieron imitar a los barbudos de Sierra Maestra.

Se pensó por un tiempo que el peligro pasó cuando el Partido Comunista de Venezuela y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria decidieron deponer las armas en 1967, tras lo cual el primer gobierno de Rafael Caldera dio paso a la pacificación. Pero no fue así. Y no solo porque grupos marginales como Bandera Roja y la Liga Socialista siguieron recurriendo a la violencia en las dos décadas siguientes, sino además porque las corrientes más radicales tuvieron un papel protagónico en el origen de la calamidad política venezolana del siglo XXI, al captar para sus propósitos a jóvenes militares que formaron logias conspiradoras, luego devenidas en movimiento político. Una vez en el poder, construyeron la trama ideológica con la que el chavismo justificó sus acciones y, aunque duela decirlo, sedujo a las masas.

Pero entre los insurrectos también emergió un grupo alternativo que trató de construir una izquierda democrática, más a la izquierda de la socialdemocracia blanca, y que progresivamente se fue moderando y volviendo crítica del autoritarismo, sea cual sea su filiación ideológica. Personas como Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y Argelia Laya. De estos, solo pude conocer al primero. Cronos avanza impertérrito y poco a poco acaba con esa generación de dirigentes.

Ahora le tocó a Américo Martín, a quien tampoco tuve el gusto de conocer. Solo lo vi una vez en persona, caminando como cualquier mortal por la Av. San Juan Bosco de Altamira. Pero siempre leía su columna de opinión en la edición física de Tal Cual, hasta que la misma desapareció por la censura indirecta que es el monopolio estatal sobre la importación de papel periódico. En ese espacio, así como en sus ocasionales entrevistas televisivas, me impresionó su sindéresis y afabilidad.

Me quedé con las ganas de compartir un café con él, como sí pude hacerlo con Pompeyo en un par de ocasiones en su modesto apartamento de Cumbres de Curumo. Hubiera sido una experiencia muy grata. Sé que no tiene mucho sentido lamentarse por la ley natural de la vida y la muerte, pero no puedo evitar sentir que la pérdida de ciudadanos como Américo Martín es trágica porque hacen falta personas que cuenten la historia, de manera testimonial, sobre lo que ocurrió en aquellos tiempos turbulentos de la década de los 60. Que, paradójicamente, fueron la época dorada de nuestro más prolongado experimento democrático, en términos de probidad gubernamental, crecimiento lento pero seguro de la economía y apertura para el ascenso social en un país históricamente pobre.

Lo digo porque seguimos bajo un régimen cuyo fin no se ve en el corto o mediano plazo, que sistemáticamente trata de reescribir nuestra historia nacional para ajustarla a sus burdos esquemas de propaganda.

Usando su hegemonía comunicacional, propagan esta versión distorsionada del pasado de una manera con la que es difícil competir.

Le ponen énfasis a las cuatro décadas de democracia que los antecedieron y que desde un principio se propusieron destruir, razón por la cual necesitaban denigrar de ella. En tal sentido, los guerrilleros de los 60 fueron héroes y mártires, aunque se estuvieran alzando para derribar, con apoyo de agentes extranjeros, gobiernos electos por el pueblo venezolano con amplia participación y condiciones limpias.

Así que, insisto, el testimonio de quienes fueron parte de aquello, pero luego entendieron el error que cometieron, es de un valor imponderable. Es un testimonio que no se envuelve a sí mismo en el manto épico y moral que el chavismo pretende darle, pero que tampoco omite los excesos cometidos en el combate a la sublevación.

Nos queda, por supuesto, su bibliografía. En el caso de Martín, queda en evidencia una evolución intelectual que da cuenta de la ruptura con el socialismo de corte marxista y una crítica a su principal impulsor en América Latina: el régimen castrista de Cuba.

A propósito, Fidel Castro jamás les perdonó a Américo Martín y similares el haber dejado la lucha armada. Desde la isla los tildaron de “traidores” que se pusieron al servicio del “imperialismo norteamericano”. Como nunca apoyaron al chavismo, este repitió los gruñidos habaneros.

Y en otro ejemplo más de la herradura política, el curioso fenómeno de una nueva extrema derecha venezolana que cree que oponerse al chavismo es abrazar un conservadurismo autoritario y paranoico estalla en ofensas y acusaciones infundadas con el mismo blanco. De Martín dicen que, hasta su muerte, fue un comunista impenitente que contribuyó con el ascenso de Hugo Chávez, sin importar la evidencia histórica monumental de lo contrario. Puras necedades, provocadas por el resentimiento irracional.

En cambio, quienes creen en la democracia valoran cuando uno de sus enemigos se redime y pasa a ser su defensor. En consecuencia, solo nos queda promover su legado, que consta principalmente en sus referidos textos. Es una cuestión de conocer la historia y explorar los dos lados de la política. Uno oscuro, violento y tiránico. Otro, luminoso, cívico y democrático. Américo Martín pasó del uno al otro.

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