Repitan conmigo: No es un “paquetazo neoliberal”, por Alejandro Armas
Repitan conmigo: No es un “paquetazo neoliberal”

 

Si los fines de semana, por disposiciones originalmente bíblicas, son para el descanso y el esparcimiento, el pandemonium económico anunciado en cadena nacional el viernes pasado consiguió un efecto exactamente contrario. Debido a la culminación del accidentado proceso de reconversión monetaria, ya estaba previsto que serían unos días con opciones limitadas para quienes salen de casa con fines no laborales. Pero el conjunto de medidas presentadas por el Gobierno hicieron que el pronóstico se cumpliera con creces. Las calles de la capital lucieron desoladas, con pocos establecimientos abiertos. Entre los expendios de víveres, los que sí recibieron clientes estuvieron abarrotados de consumidores, ansiosos por comprar prodcutos de primera necesidad. Una nueva oleada de compras nerviosas, clásico síntoma de desconfianza masiva en quienes llevan las riendas de la economía nacional.  Al otro lado del mostrador, dueños y gerentes ponían su materia gris a trabajar a paso frenético para concebir cómo evitar la quiebra en el mediano plazo. Me tocó ver a un familiar, administrador de una empresa pequeña, llorar de angustia e impotencia.

 

¿Temores infundados? Lo que muy probablemente vendrá tras del plan para “alcanzar (ahora sí) la prosperidad económica” ha sido harto discutido por economistas de renombre. Yo, por supuesto, no puedo de ninguna manera aspirar a hacerlo mejor. Sin embargo, sí me atrevo a exponer consideraciones sobre un efecto de los anuncios presidenciales que salió a relucir de inmediato y cuya naturaleza problemática de hecho radica en los adversarios de la autoproclamada Revolución Bolivariana. Me refiero al hecho de que muchos opositores, algunos de ellos dirigentes, hayan tildado de “paquetazo neoliberal” el conjunto de medidas económicas. Una vez más quedó clara la antipatía que muchos en Venezuela profesan hacia el liberalismo y, lo que es peor, una profunda ignorancia sobre esta corriente de pensamiento.

 

Antes de proceder, me gustaría aclarar que no me considero liberal, pero veo al liberalismo como parte importante del debate de ideas en cualquier democracia sana. A veces el fortalecimiento de ese debate exige una defensa de posiciones con las que no siempre se está de acuerdo, para que no sean satanizadas o criminalizadas.

 

El presente caso hace necesario comenzar con un poco de pedagogía. El liberalismo es un ideario que pone la libertad de los individuos como máximo norte axiológico, como supremo valor. Es decir, la facultad de cada quien para decidir cómo conducir su vida y relacionarse con sus semejantes, sin que ningún ente en nombre de un supuesto bienestar colectivo le imponga restricciones. Aunque esa libertad no está restringida a la esfera económica, es en ella que el liberalismo suele hacer énfasis. Su ideal consiste en una red de relaciones transaccionales fundamentadas solo en las decisiones de las partes involucradas, siempre con un férreo respeto a la propiedad privada. Las intervenciones del Estado por lo general son percibidas como amenazas a la libertad, generadoras de corrupción o, incluso con las mejores intenciones, de ineficiencia y pobreza.

 

En cuanto al “neoliberalismo”, es un término hoy prácticamente vacío de significado. Tuvo sus orígenes en 1938, durante el llamado Coloquio Walter Lippmann, celebrado en una París que en poco tiempo conocería los horrores de la ocupación nazi. Se dieron cita entonces intelectuales de la talla de Raymond Aron, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y el periodista norteamericano epónimo. La palabra “neoliberalismo” fue propuesta para designar una alternativa ideológica que se distanciara del liberalismo clásico y el completo laissez-faire, pero que también rechazara tanto un fascismo en auge como la amenaza del comunismo soviético. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, del término se fue poco a poco apropiando la izquierda, que comenzó a usarlo de forma peyorativa contra liberales. En realidad, hoy cuesta conseguir a alguien que se considere a sí mismo “neoliberal”. Casi todos los simpatizantes de esta ideología se identifican como liberales a secas.

 

En Venezuela, “paquetazo neoliberal” es una expresión asociada sobre todo con las medidas económicas emprendidas por Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno. Sin duda, este conjunto de decisiones gubernamentales significaron un empeño liberalizador sin precedentes en la Venezuela petrolera, ya que fueron desmontados los controles de precios y de cambio y un pequeño número de empresas públicas fue privatizado. Algunos liberales acérrimos no consideran que esta haya sido una política plenamente liberal, debido a que, por ejemplo, la mayor industria del país (la petrolera) haya seguido en manos del Estado.

 

La más recordada de todas las medidas de CAP fue el aumento en el precio de la gasolina. Imagino que, por falta de visión panorámica y de entendimiento sobre ambos casos, varios opositores han hecho la asociación con la “internacionalización” del monto del combustible ordenada por Maduro y empezado a hablar de un nuevo “paquetazo neoliberal”. Insto al lector a que considere el concepto de liberalismo expuesto arriba y que reflexione si las medidas actuales tienen aunque sea un ápice de ese ideario.

 

Comencemos por lo obvio. Las regulaciones se mantienen. Que se haya despenalizado las actividades contempladas en la Ley de Ilícitos Cambiarios y asumido un tipo de cambio flotante no implica el fin del control de cambio. El Estado sigue estableciendo límites a la compra y venta de moneda extranjera y reservándose el uso del grueso de las divisas que entran al país mediante las alicaídas exportaciones petroleras. El control de precios más bien se ha fortalecido, con otra reedición del llamado Plan 50, acompañado de una nueva oleada de fiscalizaciones y sanciones para obligar a comercios a vender sus productos con montos impuestos por el Gobierno. Esta vez el foco ha estado en supermercados y farmacias. Se insiste en culparlos por la hiperinflación, a pesar de que el propio Maduro reconoció el financiamiento monetario al gasto público, principal causa del aumento desbocado de precios.

 

Además, luego de un gigantesco aumento de sueldo, el Ejecutivo se ha comprometido a pagar la nómina del sector privado. Ello supone que todos los trabajadores contemplados pasan a depender el Estado ni más ni menos que para contar con la remuneración a su actividad laboral. Más intervención pública que, de paso, choca de frente con el supuesto objetivo de acabar con el déficit fiscal.

 

¿Saben qué indigna a los liberales como pocas otras cosas? Los impuestos, en tanto que parten de la idea de que el Estado es mejor que los individuos manejando riqueza para el bienestar social. Pues bien, el plan de Maduro contempla elevar los gravámenes. El argumento es que con el dinero recaudado se podrá financiar el gasto público. Pero ya varios especialistas han apuntado que eso sería insuficiente para cubrir el elevadísimo desembolso en las llamadas misiones, más sueldos, bonos y pensiones. Además, con una contracción brutal de la actividad económica y del consumo es poco lo que puede esperarse en recaudación tributaria. A lo que se agrega una rápida devaluación de lo recolectado debido a la inflación acelerada (Efecto Olivera-Tanzi). Por último hay que considerar que en vez de reconocer la raíz del problema en decisiones propias y hacer sacrificios (como pedir ayuda a entes multilaterales a cambio de enmiendas en la política económica), el Gobierno ha optado por encargar a los ciudadanos sacar de su bolsillo el dinero que hace falta para corregir el déficit.

 

En fin, es un verdadero absurdo llamar “liberal” el nuevo paquete de medidas económicas. Todo lo contrario, es propio del socialismo revolucionario que gobierna el país. Ya va siendo hora de que los venezolanos entendamos que el liberalismo no es una suerte de filosofía satánica basada en el amor inescrupuloso por el dinero y que aspira a la explotación de una mayoría empobrecida en beneficio de unos pocos ricos. Por desgracia, el liberalismo ha sido históricamente marginado por nuestras elites políticas y culturales, lo cual ha hecho tabú debates que hoy son muy pertinentes. Urge cambiar eso. ¿Le interesa contribuir? No tiene que hacerse liberal. Basta con entender el liberalismo y abrirse a la discusión respetuosa con quienes lo abrazan. Un buen primer paso es dejar de llamar “neoliberal” cualquier medida económica que a usted no le gusta.

 

@AAAD25