La Guajira también es nuestra por María Teresa Belandria
La Guajira también es nuestra por María Teresa Belandria

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PHOTO: María Teresa Belandria

Visité la Guajira el 9 de octubre de 2015, allí pude constatar la destrucción, el maltrato y la crisis humanitaria que si bien asola todo el país, allí muestra su peor cara.

Estos habitantes, originarios de la península Guajira y que jamás han reconocido límites pues sus tierras se extienden a lo largo y ancho de la frontera entre los dos países, históricamente han cruzado esos espacios. El pastoreo y cría de ovejos, chivos, ganado y la siembra,  así como las  artesanías han sido sus actividades desde tiempos remotos. Una sociedad matriarcal, donde la madre cuidaba de sus hijos, centrada en clanes, con leyes y costumbres que nadie había osado perturbar.  

Esto cambió dramáticamente cuando los municipios Machiques de Perijá, Rosario de Perijá, Jesús Enrique Lossada y Las Cañada de Urdaneta (Decreto 2.013) y los municipios Catatumbo, Jesús María Semprún y Colón del Zulia (Decreto 2.014)  fueron colocados bajo estado de excepción en la Gaceta Oficial N° 40.746 de fecha 16 de septiembre de 2015 y la frontera entre Paraguachon y Maicao se cerró.

Para “enmendar” los horrores cometidos en el cierre de frontera con Táchira, que obligó al desplazamiento forzado de más de 20.000 colombianos, se fijó un régimen especial de tránsito a la etnia wayúu. Este régimen, ha significado para los wayúu todo lo contrario a lo que esperaban. Se traduce en la legalización de los abusos y el otorgamiento de una patente de corso para los funcionarios policiales y militares quienes, amparados en la excepción y estas normas sobrevenidas, lo interpretan arbitrariamente.

Se le exige a cada venezolano-wayúu, que presente en cada alcabala, su cédula de identidad, cédula indígena y constancia de residencia. Pues bien, aún mostrando todo ello, la autorización para ir a sus tierras depende del ánimo del funcionario de guardia. Peor aún, si un wayúu posee un vehículo de doble tracción, o nuevo, sencillamente no pasa el puesto de control del río el Limón. Allí tiene 3 opciones: devolverse a Maracaibo, dejar su automóvil o, permitir que le vacíen la mitad del tanque de combustible en pimpinas que luego son revendidas en la carretera por menores de edad, ante la mirada complaciente de quienes deberían impedir tal despropósito. Las autoridades suponen que todos son contrabandistas.

La aplicación del citado régimen de tránsito, incluye a los difuntos. Si un venezolano-wayúu fallece en Maracaibo para ser inhumado en las tierras de su clan, debe contar con un permiso otorgado en el puesto militar de La Barraca. La solicitud, debe acompañarse con: el número de deudos que asistirán (nombres, apellidos) y el número de vehículos que irán en el cortejo fúnebre. La autorización puede tardar días, o sencillamente no concederse. A ese ciudadano venezolano-wayúu se le niega el derecho de cumplir su tradición.

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PHOTO: María Teresa Belandria

 

Describir el caos en la carretera es complejo, dos canales se transforman en cuatro porque hay 8 puntos de control. Un trayecto que toma normalmente 1 hora 30 minutos se vuelve impredecible. El tráfico avanza conforme los funcionarios policiales y militares agilicen la revisión de vehículos y personas. Una vía que carece de hombrillo o de sobre anchos donde realizar ese trabajo es sencillamente un desastre.

La carretera muestra un paisaje desolador, la basura supera con creces las plantas xerófilas típicas de la zona. Entre puesto y puesto de control de la Guardia Nacional, la Policía Nacional, Policía del estado Zulia o el Ejército, se observan niños que deberían estar en la escuela, y que se esconden embutidos en ropa, con la cara tapada por el sol inclemente para no ser reconocidos, ofrecen corriendo todos los riesgos inimaginables: gasolina. Pimpinas de 5 litros, “el punto” que tiene un precio variable. Cuanto más cerca estás del límite, más caro el combustible.  

Describir la desolación es difícil. Rostros tostados por el sol, gente deambulando por la calles esperando que lleguen las “bolsas” de comida que la gobernación ofrece pero que son insuficientes. Niños desnutridos, cuyo percentil no se corresponde con su edad, madres rumbo a Maracaibo abandonando a sus hijos para buscar algo de alimento, niños que fallecen de los cuales no hay registros. Ancianos solitarios y enfermos.

La frontera cerrada, ya hace mas de 1 mes, lejos de reducir o controlar los males que históricamente la aquejan como el contrabando, en narcotráfico, la migración ilegal, los agrava. Si bien el estado tiene la competencia para regular actividades en su territorio, una verdadera frontera se hace viva cuando hay libre intercambio de personas, bienes y servicios, cuando el ciudadano construye, produce y hace de ella no solo su sitio de residencia sino el espacio en el que nace la patria y desde allí la defiende.

El gobierno declara que está construyendo una nueva “frontera de paz”. La contradicción salta a la vista, ¿paz cuando se aumenta el pie de fuerza militar?; ¿paz cuando los venezolanos-wayúu son discriminados en su propia tierra?; ¿paz con toque de queda a las 8:00 p.m que no está contemplado en el estado de excepción pero que se aplica en la Guajira? Así como defendemos con convicción que el territorio Esequibo es nuestro, ha llegado la hora de que asumamos también que los venezolanos-wayúu deben ejercer plenamente sus derechos ancestrales con libertad y dignidad y que, la Guajira también es nuestra.

@matebe