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El ‘movimiento tech' cubano ante el reto del fin del embargo de Estados Unidos

Cuba

 

Frente a tres automóviles antiguos, el símbolo más explotado de la nostalgia cubana y a su vez del embargo, se izó la bandera estadounidense en la embajada americana de Cuba tan solo hace una semana.

«Los Estados Unidos acogen con beneplácito este nuevo comienzo de su relación con el pueblo y el gobierno de Cuba», decía entonces John Kerry, el primer secretario de estado estadounidense en pisar la isla desde 1945.

Kerry dijo que el camino hacia la normalización de las relaciones entre su país y Cuba es largo, pero reconoció la urgencia de emprenderlo sin tener temor alguno: «No hay nada que temer ya que serán muchos los beneficios de los que gozaremos cuando permitamos a nuestros ciudadanos conocerse mejor, visitarse con más frecuencia, realizar negocios de forma habitual, intercambiar ideas y aprender los unos de los otros».

Restablecer la diplomacia entre los dos países facilita aquello de «visitarse con más frecuencia», pero el intercambio de ideas y de negocios sigue pareciendo más una moneda de extorsión política que una posibilidad cercana, tanto en Florida como en La Habana.

El Presidente Barak Obama y su aspirante sucesora, Hillary Clinton, han declarado que el embargo que mantiene Estados Unidos contra Cuba «se tiene que ir de una vez y por todas».

La comunidad internacional, así como el 70 por ciento de los cubanos-estadounidenses en Estados Unidos están de acuerdo. Esa cifra anti-embargo se corta al 51 por ciento cuando se trata de la población votante, lo que explica por qué a pesar de su juventud y las opiniones de sus contemporáneos, Marco Rubio, precandidato presidencial republicano, defiende el embargo venerado por sus votantes.

Sin embargo o con él, valga el juego de palabras, hay una realidad urgente e imposible de ignorar en Cuba. La conectividad es un derecho básico del hombre de este siglo y en Cuba ese derecho se reduce a un lujo.

Cuba es el país menos conectado de todo su hemisferio, pero lo desconectado no lo hace enajenado o des-enterado. Los cubanos jóvenes saben y se maravillan de que en sus países vecinos la gente tenga «internet hasta en la cama». En la isla siguen pagando un tercio del salario promedio por una hora de internet a una velocidad propia de los años 90.

Pueden ser pasos de tortuga, pero son pasos lo que esta dando la juventud cubana para bregar con lo que se tiene y llegar a crear lo que la periodista Yoani Sánchez llama el «internet sin internet», mejor conocido en Cuba como «el paquete».

Durante años, aquellos cubanos que no se han querido perder las series televisivas, los artículos de periódico y los apps que disfrutan sus familiares en otros países, se han pasado la información a través de memorias USB que llaman «el paquete semanal». Así, miles de cubanos logran mantenerse al día con sus capítulos de House of Cards y El Patrón del Mal. Hoy día, Netflix existe en Cuba, pero los cubanos ya habían creado hace tiempo su propio Netflix.

Aunque Airbnb ya tiene listados en la isla y trabaja con locales para facilitarle la estancia a extranjeros acostumbrados al servicio, ya hace mucho tiempo que los cubanos alquilan sus «casas particulares» a turistas. Y el servicio «Uber Pool» que está tan de moda en New York, no es nada más que el «taxi colectivo.» Ante la necesidad, los cubanos resuelven.

El típico instinto de emprender, innovar e ingeniar que tienen los jóvenes cubanos radicados ahora en Estados Unidos, le ha dado a muchos una ventaja en el movimientotech. La mezcla del ánimo emprendedor, junto a la actitud de «no tengo nada que perder» y las bases académicas del antiguo modelo cubano han impulsado a una corriente de programadores, diseñadores e ingenieros en la isla a salir a Estados Unidos en búsqueda de grandes oportunidades.

Esas oportunidades tienen un potencial exponencial en sectores tecnológicos. A diferencia de otros profesionales en el pasado que necesitaban licenciarse o atenerse a impenetrables burocracias para practicar en Estados Unidos, en el sector de tecnología basta con el talento para conseguir grandes oportunidades al cruzar el charco.

Otros jóvenes desde la isla también se están incorporando para ofrecer servicios de programación a compañías radicadas fuera del país, pero lo hacen con discreción.

 

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