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Caracas arde

#EstoNoEsNormal | Caracas arde, a la buena de El Señor
ÚLTIMA TARDE DE CARNAVAL. Nos reunimos con los vecinos en el parque del conjunto residencial para que los niños pudieran jugar «carnaval». No hay bombas de agua. No hay nada sino un aspersor de agua de jardín y siete niños que corren a su alrededor. Se hace tarde. Nos vamos. Al comenzar la huida de regreso a los respectivos apartamentos volteo y veo un incendio en una de las montañas que rodean al conjunto. Decidimos ver desde la calle colindante si hay algo qué hacer o si corre riesgo alguna vivienda fuera de nuestro conjunto.
Llegamos. Hay un chamo muy joven en bicicleta con una camisa de Protección Civil. Es voluntario y estaba yendo a su casa cuando vio el incendio y se quedó para ver si podía hacer algo. El fuego está sobre una cara de la montaña. Del otro lado de la calle hay casas; ya unos veinte vecinos están afuera en estado de alerta.

Llegan tres bomberos. Vienen en cola en una patrulla de la policía local. Dicen que no hay sino dos camiones funcionando en toda Caracas, que el más cercano es el de la Universidad Central de Venezuela. Estamos en El Hatillo. Igual no cree que lo presten hasta acá. Ellos dicen que el incendio es pequeño y controlable. Que si tenemos un par de mangueras ellos lo controlan.
En Caracas no ha habido agua en tres días. Hidrocapital ya había informado sobre el corte planificado para reparar una falla. Los tanques, en su mayoría, están secos. La zona viene siendo afectada por cortes prolongados en el servicio. Algunos por rupturas o fallas debido a la falta de mantenimiento del sistema de bombeo. Otros por racionamiento. La casa más cercana al incendio y cuyo propietario está presente dice que pasó carnavales en casa junto a la familia. Que no le queda agua. No hay sorpresa hasta que lanza un “pero”: “Pero… tengo la piscina llena, podemos sacar el agua de ahí”.
“Trajimos un tobo por si a caso”, dijo un vecino. “Todos a buscar tobos y pipotes”, dijo el jefe de bomberos al que abordan con un “comando” antes de cualquier intervención.
Reunimos tobos y papeleras en la plataforma de una pickup. A falta de una mayor cantidad de recipientes, usamos dos cavas y un pipote pequeño. Hicimos un poco más de diez viajes. Los vecinos nos movíamos en una cadena desde la piscina hasta la pickup, corriendo una cuadra hasta el incendio para hacer otra cadena para bajar los potes.

16 vecinos, usualmente desconocidos, ahora trabajaban en sincronía junto a tres bomberos y un policía para aplacar las llamas. “¡Aquí no hay ni pa’ los tobos!”, exclama uno de los bomberos mientras, rodeado de humo, pide que le regalen «un cigarrito».
Una vecina coló café, otra trajo agua y un ponqué. En el tiempo que toma rellenar los envases de nuevo hay chance para hacer estrategia y conversar. “Si esto hubiese sido más grande nos jodemos todos”, dice un vecino. “Estamos a la buena de El Señor”, contesta el bombero. Esta semana no han parado de apagar incendios. Estamos atravesando una sequía. Llegan los tobos y alguien pregunta: “¿Cómo vamos?”  Todo el mundo contesta en coro automático: “¡Vamos bien!”. Todos se ríen de la obvia referencia.

En el recorrido número 8 nos dicen que ya el incendio está casi sofocado. Que con dos viajes más lo terminamos de apagar. Ya el policía que trajo a los bomberos se fue. Los vecinos ya no sienten el riesgo del calor de la llamas. Quedamos solo la mitad.
En el onceavo viaje logramos apagar todo. “Ya lo que queda es humo blanco… estamos listos”. Hay que llevar a los bomberos de vuelta, pero antes hay que “resolver un tema”. “Jefe, estamos pasando hambre, si tiene algo con que resolvernos [hace seña típica de billetes con las manos] se lo agradecemos. La cosa está fea y hay que resolver”, dice un bombero.
Como es de imaginar nadie tiene efectivo. Y ningún monto en el poco efectivo a la mano sería suficientemente representativo para las tres horas de labor que han transcurrido. Los bomberos entienden la situación. Los vecinos también. “Mándame las cuentas de ustedes tres y les pasamos algo”, dice un vecino. “¡Jefe, y no se olvide de darnos la cola de vuelta por favor que no tenemos carro!”.
 Regresamos de vuelta al conjunto. Ahumados. Golpeados físicamente por el cansancio. Más golpeados aún moralmente. Ese “Estamos a la buena de El Señor” retumba en los oídos de todos los vecinos.