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Opinión

El peor amigo secreto por @totoaguerrevere

Zea
13/12/2011

Siempre hay una emocionada que me arruina la Navidad. Estoy en un almuerzo con seis de mis amistades más cercanas cuando uno de ellos sugiere repetir el intercambio de regalos que hacemos todos los años. Me quedo callado y espero. Los ojos de mi amiga Margot se achinan y comienza a abrir la boca para emitir sonido. Ahí viene. Margot pega un grito perceptible sólo por las palomas. El gritico que tardo un año completo en olvidar, con las siete palabras que más detesto en el mundo: «¡Síii! ¡Vamos a hacer el amigo secreto!». Demonios. Soltaron al monstruo.

Estoy convencido de que el juego del amigo secreto fue inventado por una china insoportable quien sabía que nadie le iba a regalar un carrizo. Eso hizo que propusiera anotar los nombres de sus compañeros de clase en un papelito individual con el objetivo de que cada quien sacara de forma anónima una persona para ofrecerle un regalo en nombre de todos. Lo que esa china no supo es que los capitalistas hicimos desastres de su juego comunista. Margot mi amiga se ha encargado de hacer del juego una miseria para todos.

El problema de mis amigos es que sufren de amnesia navideña. Se les olvida que cada año somos sometidos a un bombardeo de reglas por parte de Margocita, quien se nombra automáticamente como la Comandante del Amigo Secreto. La fijación del precio límite para el regalo, las especificaciones de su envoltura y una lista en Excel de regalos deseados por ella son sólo un puñado de razones por las cuales yo me paso el año completo odiando a Margot.

Temiendo la repetición de ediciones anteriores, les digo a mis amigos en la mesa que este año no quiero jugar. Margot lanza una risa de burla que se torna en maléfica. Carlitos, quien está sentado a mi lado me susurra: «¡Dale a undo! ¡Dale a undo!». Meto el paro de que me han obligado a estar en tres juegos de amigo secreto más y que no necesito darles regalos a mis mejores amigos para que ellos sepan que los quiero. Margot me ve de arriba para abajo y hay un silencio incomodo en la mesa. «Está bien –digo renuente- hagamos el amigo secreto».

Margot aplaude y saca de su cartera un taco de notas donde anota nuestros nombres. Junta sus manos formadas en una bola y los sopla como si lanzara dados. Cada uno de nosotros saca un papelito. ¡Diablos, me ha tocado regalarle a Margot! He aprendido a no intercambiar papelitos. Hace dos años a Carlitos le tocó Margot y me quiso pagar para que le cambiara el nombre. Margot se enteró. La Navidad del paro petrolero no fue tan triste como la que vivimos ese año.

De vuelta a casa abro mi computadora y me encuentro con el siguiente correo de Margot cuyo asunto es: «Reglas para el Amigo Secreto». En el texto hay veinte especificaciones dentro de las cuales se incluye la prohibición de dar regalos reciclados, agendas corporativas, estuches de promoción y mi favorita: «No se vale regalar Cesta Tickets como le dieron a Andrés hace tres años». Si ella supiera que a Andrés le pareció una genialidad mi regalo.

Es el día de la cena navideña de mis amigos para el intercambio. Margot decide que la mejor manera de comenzar a repartir es por el tamaño de los regalos, su manera tácita de desenmascarar a los pichirres. Como el mío está envuelto en una caja enorme, yo voy de último. Cada mujer que abre su presente suelta un «¡qué práctico!», frase heredada de sus épocas de despedidas de soltera. Cada hombre dice «gracias», mentando madre que por el séptimo año consecutivo, recibe una billetera. «Es de cuero original así que no te quejes», le dice Margot al infortunado.

Me toca darle mi regalo a Margot. Levanto la caja enorme del piso, forrada de amarillo y amarrada con un lazo imposible y se la entrego con un beso de «soy tu amigo secreto». Margot lo mira golosamente. Lo hace sonar como una maraca mientras repite «A ver, a ver ¿qué será?» como suele hacer todos los años antes de defraudarse completamente. Rompe el papel como un caníbal, mientras me dice que no he debido molestarme por este gesto.

Abre la tapa de la caja y la hace volar hacia un lado. Adentro de la caja no hay nada más que papel de periódico cortado. Veo a Margot meter sus manos y comenzar a sacar trizas y trizas de periódico sin dar con algo concreto. Me ve con ojos de furia y me dice: «¿Pero esto es una burla? ¿Dónde está mi regalo?». Me río a carcajadas y mientras le entrego la tapa de la caja que ha descartado, le muestro donde he amarrado dos zarcillos y le digo: «Shhh, amiga. Es secreto».

Toto Aguerrevere

@totoaguerrevere

Una base de datos de mujeres y personas no binarias con la que buscamos reolver el problema: la falta de diversidad de género en la vocería y fuentes autorizadas en los contenidos periodísticos.

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