Elecciones sucias por William Anseume
Para el momento en que esbozo esto no se ha producido aún el evento electoral. Pero ello no es indispensable para mi deseo de comunicar este hedor, esta putrefacción política en que han convertido el acudir a elegir a quienes regirán buena parte de nuestro acontecer diario en los próximos años.
Esta lucha tenaz contra el poder que se ha dado en nuestro país todo este tiempo enrojecido ha estado marcada, sí, por una continua confrontación que ha derivado en una resolución de voluntades manifiesta a través de votos. Esto, sin dudas, es lo deseable en cualquier nación que apueste a evitar el caos y un desangramiento por razones estrictamente políticas.
Una votación debería ser una celebración cívica a través de la cual los electores expresan su necesidad de cambio o de permanencia de lo establecido y de los sujetos establecidos; también un cobro de lo que se ofreció y no se cumplió: un desagravio, o, por el contrario, un enorme agradecimiento a quien ejecutó de buena manera su actividad de velar por los bienes públicos, todos.
Las elecciones deberían carecer de turbiedad. Pero en nuestro país hace tiempo esto no es así. Comenzando porque el organismo que se encarga de velar porque las cosas se lleven a cabo de la mejor manera posible, esto es desde una perspectiva neutra, no es neutro nada. Es una alita vital para el sostenimiento del poder establecido de manera canalla. Así, permite que sus copartidarios rojos hagan lo que les plazca, por ejemplo que se adueñen de lo público, como el Metro de Caracas, para solo ellos hacer su campaña, o que se coloquen imágenes electorales de los partidarios del Gobierno en centros de salud, lo cual está expresamente prohibido en nuestras leyes electorales, por señalar algunos detalles nada baladíes.
Y allí están entonces expresadas las dos vertientes por las cuales quiero desfilar hoy: la legal y la comunicacional. El Gobierno y sus congéneres parten de una premisa bastante ridícula, según la cual las leyes son para hacerlas cumplir en todos aquellos que la infrinjan, mientras sean detectados y siempre y cuando no sean ideológicamente amigos del PSUV o del Gran Polo Patriótico, de la patria. Los demás, o sea, todos nosotros, los demás, somos los perseguidos por la justicia, así no hayamos hecho nada que se pueda demostrar como Afiuni o Simonovis, o cualquiera de los tantos perseguidos o presos políticos. Acrece el sentimiento de que por no pertenecer al grupo encogidísimo ya del Gobierno somos ya ilegales. Allí entran las leyes y reglamentos electorales que hablan de equilibrio, de ir a votar sin coacción, ¿de qué se trata entonces el voto asistido a través del cual los psuvistas verifican que a quienes llevan a votar lo hacen a ojos vista por quienes finalmente marcan y convierten el voto en algo absolutamente colectivo y nada secreto? Ni hablar de los financiamientos de las campañas o los aprovechamientos de los bienes públicos para “partidizarlos”. Corpoelec es el más vivo ejemplo de esa apropiación, cuando se convierte hasta en transportista de votantes asistidos o no y en colocadores de afiches y pancartas con los camiones que deberían servir para hacer mantenimiento lumínico.
No hablemos del miedo que atrerroriza. El uso de colectivos armados para espantar.
Igualito pasa con las comunicaciones en este arropar pleno que el Gobierno ha hecho de todos los medios, apropiándoselos del modo que sea, por eso salió de RCTV, de Globovisión, girándola; de Últimas Noticias, vigilándola. Y ni para qué hablar de las radioemisoras, cubiertas en la casi totalidad por el enrojecimiento castro-comunista-revolucionario y fatal. Según Maurice Duverger en su Introducción a la política: “la multiplicación de los medios de comunicación impide el aislamiento necesario de las dictaduras”. No contaba desde luego con que las dictaduras pueden de hecho convertirse en las dueñas de todo y por tanto reproductoras discursivas diarias de un pensamiento machacado, contra el que se lucha desde una resistencia fuerte, fortísima, pero debilitada por el poder en su comunicación.
Estoy seguro de que la oposición o las oposiciones al poder establecido en Venezuela, con esta nueva elección, ganan un poco más de terreno en este expresar la voluntad nuestra y de nuestros compatriotas de salir de esta pestilente calamidad nacional en la que estamos metidos. Pero olvidémonos de pensar en elecciones justas, equilibradas o de igualdad de condiciones. En este juego por el poder político la oposición triunfa por doblegar de a poco a un monstruo gigantesco, establecido de las peores maneras imaginables, que se siente además indesplazable. No creo que sea esta la elección definitiva, pero sí sienta las bases para la indoblegable transformación hacia la que nos enrumbamos.
Son votaciones y hay que celebrarlas, pero sin caernos a coba. Son otras más de las elecciones sucias a las que nos hemos visto sometidos en esta resistencia al poder dictatorial al que finalmente doblegaremos.
Fuente: El Universal