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Chávez y el Poder Nacional por Víctor M. Mijares

En su alocución del día martes 22 de mayo, desde el Consejo de Ministros, el presidente Chávez anunció que ya contaba con el programa de gobierno con el que el PSUV inscribirá su candidatura el mes próximo, siendo el programa un requisito exigido por el CNE a los aspirantes a candidato. El contenido del documento no se ha hecho público, pero el mismo Chávez anunció que el espíritu del plan está orientado a apuntalar el poder nacional de Venezuela.

Son abundantes las definiciones de “poder nacional”, y la más reciente discusión al respecto se centra en el debate entre poder duro (hard power), poder blando (soft power) y poder inteligente (smart power). Valdría la pena abordar el poder de Venezuela desde estas tres categorías en un trabajo académico, por lo pronto consideramos suficiente abordarlo desde una doble concepción, según la cual, el poder nacional puede ser visto como “capacidades” o como “resultados”. Por capacidades se entienden los recursos que maneja un Estado, efectivos o potenciales; y los resultados se corresponden con los logros políticos que le permiten al Estado obtener ventajas internacionales.

Las capacidades potenciales de Venezuela son desproporcionadamente altas con respecto a su volumen de población, ya que el grueso de los recursos económicos es derivado de la renta petrolera. Ello ha permitido a Venezuela incorporar capacidades a su política exterior, dándole un impulso adicional a sus intereses. Sin embargo, la habilidad para convertir recursos brutos en capacidades de poder, que en la literatura sobre poder nacional es generalmente llamada “transformación”, es generalmente escasa en un país petrolero, sobre todo cuando un proyecto político contrario a la iniciativa privada y de tendencia hegemónica coincide n el tiempo con periodos de alta rentabilidad del negocio de exportar crudo. El desincentivo a la productividad industrial nacional nos ha dejado nuevamente como víctimas de la más cruel de las falacias del poder nacional: el factor único. En otras palabras, en términos de poder nacional como capacidades, el desempeño del actual gobierno, en especial en lo que concierne a transformación de potencialidades en capacidades, ha sido pobre.

No podríamos decir lo mismo en cuanto al poder nacional como resultados, pues las mismas potencialidades petroleras, y las supervivientes capacidades ya instaladas en la exportación de crudo y algunos derivados, le ha permitido al gobierno actual desplegar una petro-diplomacia orientada a la exportación de su modelo político y, sobre todo, a la diversificación, y muchas veces cambio, de las alianzas tradicionales. La ALBA fue un claro ejemplo de expansión del poder venezolano. Caracas logró construir una alternativa, y luego alianza, que se construyó sobre las cenizas de un ALCA que fracasaría antes de convertirse en estrategia de TLC bilaterales. Pero desde la caída del Zelaya en Honduras, y con el reciente apoyo de países ALBA, miembros del CARICOM, a Guyana en su solicitud de ampliar su plataforma continental (sin contar con la siempre “compleja” posición exterior de Ecuador), la alianza bolivariana parece cada día más pequeña, fragmentada y agotada. La curva de poder percibido de Venezuela, que se elevó con el inicio de la “revolución”, ya hace tiempo entró en una dinámica de decadencia en la que hasta la capacidad disuasiva del país ha desmejorado sustancialmente.

Lo anterior nos lleva a concluir que, para que la promesa electoral del apuntalamiento del poderío nacional entre 2013 y 2019 sea cierta, deberá darse un giro completo a las medidas que desde 1999 se vienen tomando, en el entendido que han hecho entre poco o nada para aumentar el poder de Venezuela, y sí mucho por aumentar su dependencia.

@vmijares

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En su alocución del día martes 22 de mayo, desde el Consejo de Ministros, el presidente Chávez anunció que ya contaba con el programa de gobierno con el que el PSUV inscribirá su candidatura el mes próximo, siendo el programa un requisito exigido por el CNE a los aspirantes a candidato. El contenido del documento no se ha hecho público, pero el mismo Chávez anunció que el espíritu del plan está orientado a apuntalar el poder nacional de Venezuela.

Son abundantes las definiciones de “poder nacional”, y la más reciente discusión al respecto se centra en el debate entre poder duro (hard power), poder blando (soft power) y poder inteligente (smart power). Valdría la pena abordar el poder de Venezuela desde estas tres categorías en un trabajo académico, por lo pronto consideramos suficiente abordarlo desde una doble concepción, según la cual, el poder nacional puede ser visto como “capacidades” o como “resultados”. Por capacidades se entienden los recursos que maneja un Estado, efectivos o potenciales; y los resultados se corresponden con los logros políticos que le permiten al Estado obtener ventajas internacionales.

Las capacidades potenciales de Venezuela son desproporcionadamente altas con respecto a su volumen de población, ya que el grueso de los recursos económicos es derivado de la renta petrolera. Ello ha permitido a Venezuela incorporar capacidades a su política exterior, dándole un impulso adicional a sus intereses. Sin embargo, la habilidad para convertir recursos brutos en capacidades de poder, que en la literatura sobre poder nacional es generalmente llamada “transformación”, es generalmente escasa en un país petrolero, sobre todo cuando un proyecto político contrario a la iniciativa privada y de tendencia hegemónica coincide n el tiempo con periodos de alta rentabilidad del negocio de exportar crudo. El desincentivo a la productividad industrial nacional nos ha dejado nuevamente como víctimas de la más cruel de las falacias del poder nacional: el factor único. En otras palabras, en términos de poder nacional como capacidades, el desempeño del actual gobierno, en especial en lo que concierne a transformación de potencialidades en capacidades, ha sido pobre.

No podríamos decir lo mismo en cuanto al poder nacional como resultados, pues las mismas potencialidades petroleras, y las supervivientes capacidades ya instaladas en la exportación de crudo y algunos derivados, le ha permitido al gobierno actual desplegar una petro-diplomacia orientada a la exportación de su modelo político y, sobre todo, a la diversificación, y muchas veces cambio, de las alianzas tradicionales. La ALBA fue un claro ejemplo de expansión del poder venezolano. Caracas logró construir una alternativa, y luego alianza, que se construyó sobre las cenizas de un ALCA que fracasaría antes de convertirse en estrategia de TLC bilaterales. Pero desde la caída del Zelaya en Honduras, y con el reciente apoyo de países ALBA, miembros del CARICOM, a Guyana en su solicitud de ampliar su plataforma continental (sin contar con la siempre “compleja” posición exterior de Ecuador), la alianza bolivariana parece cada día más pequeña, fragmentada y agotada. La curva de poder percibido de Venezuela, que se elevó con el inicio de la “revolución”, ya hace tiempo entró en una dinámica de decadencia en la que hasta la capacidad disuasiva del país ha desmejorado sustancialmente.

Lo anterior nos lleva a concluir que, para que la promesa electoral del apuntalamiento del poderío nacional entre 2013 y 2019 sea cierta, deberá darse un giro completo a las medidas que desde 1999 se vienen tomando, en el entendido que han hecho entre poco o nada para aumentar el poder de Venezuela, y sí mucho por aumentar su dependencia.

@vmijares

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