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El rol de la ONU en la nueva Libia por Omar Hernández

Una nueva Libia ha nacido. Con el fallecimiento -o ajusticiamiento según la óptica con que se mire- del otrora autodenominado “líder” Gadafi, termina una penosa etapa de la historia de aquél país árabe y comienza otra cuyos rasgos son desconocidos. Y en ese desierto de incertidumbres el papel de las Naciones Unidas es fundamental en muchos aspectos. El organismo internacional se yergue como, o debería al menos ser, una especie de oasis en un país en el que de no haber apoyo internacional, habrá una segura ida hacia la anarquía.

En primer lugar, le corresponde a la ONU la tarea de promover la reconstrucción de infraestructuras en Libia que fueron severamente dañadas o destruidas por completo tras los bombardeos de la OTAN y los encarnizados combates entre los rebeldes -hoy en el poder- y el defenestrado régimen de laJamahiriya o “del poder popular” (sic). Ello incluye no sólo buscar donantes, que en tiempos de recesión económica global y tambaleos en la Unión Europea no parece que abunden. Incluye además supervisar las obras, en particular, aquellas que más beneficien a la población civil (centros educativos y hospitalarios por ejemplo).

En segundo lugar, la ONU deberá promover -y esto de modo expedito- un proceso de reconciliación nacional que acalle las pasiones políticas, promueva la justicia sin revanchismos pero atacando la impunidad (esto ha sido corroborado por el Consejo de Seguridad de la ONU en su Resolución 2016 adoptada este Jueves), reestructure las instituciones del Estado y cree una nueva Constitución y por consiguiente, un nuevo ordenamiento jurídico más democrático, que se deslastre del Libro Verde gadafista. Hacer democracia en un país no acostumbrado a ella no es tarea fácil. La experiencia del PNUD en materia de democracia es sumamente útil, incluso en lo que atañe a la formación del nuevo Gobierno, a fin de evitar sectarismos -cosa fácil en un país con tal multiplicidad de tribus y etnias-.

En tercer lugar, dado que la misma ONU -por conducto del Consejo de Seguridad- fue quien remitió el caso de Libia a la consideración de la Corte Penal Internacional es de esperarse que exista un apoyo concreto y no sólo de palabra, a la labor de la Fiscalía y de los magistrados. Para lamento de la mayoría, el eje del caso ya no está vivo. Pero su hijo, Saif al-Islam Gadafi sobre quien pesa una orden de arresto internacional dictada por la Sala de Cuestiones Preliminares de dicha instancia judicial, aparentemente y según notas de prensa no confirmadas estaría buscando manera de huir del fatídico destino de su padre y entregarse a La Haya. Dentro de pocas semanas se elegirá un nuevo Fiscal y los pronósticos indican que el puesto ahora ocupado por el argentino Luis Moreno Ocampo, recaerá sobre Mohamed Chande o Fatou Bensouda, ambos africanos (de Tanzania y Gambia, respectivamente). De confirmarse ello y de ser capturado Said al-Islam, la Corte Penal Internacional y la justicia universal tendrán un interesante pero complejo capítulo.

En cuarto y último lugar, la ONU no puede olvidarse del aspecto de seguridad que por ahora, no puede dejarse sólo en manos libias y que es necesario en aras de la preservación de estándares mínimos de gobernabilidad. Crear unas nuevas fuerzas armadas y un nuevo cuerpo de policía. Inspeccionar los depósitos de armas y evitar que caigan en manos de grupos ávidos de ellas en esa zona de África. Aunque fue casi de inmediato descartada la idea emanada de la Secretaría General de la ONU de establecer una “misión” de cascos azules en el país, no es para nada descabellada considerando que Libia, no es Túnez ni es Egipto. El contexto político y social libio, y las condiciones de seguridad están lejos de parecerse a las de sus vecinos que gracias a la “primavera árabe”, ya vieron o empiezan a ver, la luz al final del túnel.

Interesante será ver la postura de Venezuela sobre la labor de la ONU en Libia. Su enconada defensa del dictador caído en desgracia y su terca renuencia a reconocer al nuevo Gobierno, no le generará enemigos quizás, pero con toda certeza, tampoco ninguna amistad ni mejorará la deteriorada imagen de nuestro país en el exterior.

Omar Hernández

Internacionalista (UCV)

Prof. de Información Internacional y Derecho Internacional Público (UCAB Guayana)

twitter: @omarhUN

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Una nueva Libia ha nacido. Con el fallecimiento -o ajusticiamiento según la óptica con que se mire- del otrora autodenominado “líder” Gadafi, termina una penosa etapa de la historia de aquél país árabe y comienza otra cuyos rasgos son desconocidos. Y en ese desierto de incertidumbres el papel de las Naciones Unidas es fundamental en muchos aspectos. El organismo internacional se yergue como, o debería al menos ser, una especie de oasis en un país en el que de no haber apoyo internacional, habrá una segura ida hacia la anarquía.

En primer lugar, le corresponde a la ONU la tarea de promover la reconstrucción de infraestructuras en Libia que fueron severamente dañadas o destruidas por completo tras los bombardeos de la OTAN y los encarnizados combates entre los rebeldes -hoy en el poder- y el defenestrado régimen de laJamahiriya o “del poder popular” (sic). Ello incluye no sólo buscar donantes, que en tiempos de recesión económica global y tambaleos en la Unión Europea no parece que abunden. Incluye además supervisar las obras, en particular, aquellas que más beneficien a la población civil (centros educativos y hospitalarios por ejemplo).

En segundo lugar, la ONU deberá promover -y esto de modo expedito- un proceso de reconciliación nacional que acalle las pasiones políticas, promueva la justicia sin revanchismos pero atacando la impunidad (esto ha sido corroborado por el Consejo de Seguridad de la ONU en su Resolución 2016 adoptada este Jueves), reestructure las instituciones del Estado y cree una nueva Constitución y por consiguiente, un nuevo ordenamiento jurídico más democrático, que se deslastre del Libro Verde gadafista. Hacer democracia en un país no acostumbrado a ella no es tarea fácil. La experiencia del PNUD en materia de democracia es sumamente útil, incluso en lo que atañe a la formación del nuevo Gobierno, a fin de evitar sectarismos -cosa fácil en un país con tal multiplicidad de tribus y etnias-.

En tercer lugar, dado que la misma ONU -por conducto del Consejo de Seguridad- fue quien remitió el caso de Libia a la consideración de la Corte Penal Internacional es de esperarse que exista un apoyo concreto y no sólo de palabra, a la labor de la Fiscalía y de los magistrados. Para lamento de la mayoría, el eje del caso ya no está vivo. Pero su hijo, Saif al-Islam Gadafi sobre quien pesa una orden de arresto internacional dictada por la Sala de Cuestiones Preliminares de dicha instancia judicial, aparentemente y según notas de prensa no confirmadas estaría buscando manera de huir del fatídico destino de su padre y entregarse a La Haya. Dentro de pocas semanas se elegirá un nuevo Fiscal y los pronósticos indican que el puesto ahora ocupado por el argentino Luis Moreno Ocampo, recaerá sobre Mohamed Chande o Fatou Bensouda, ambos africanos (de Tanzania y Gambia, respectivamente). De confirmarse ello y de ser capturado Said al-Islam, la Corte Penal Internacional y la justicia universal tendrán un interesante pero complejo capítulo.

En cuarto y último lugar, la ONU no puede olvidarse del aspecto de seguridad que por ahora, no puede dejarse sólo en manos libias y que es necesario en aras de la preservación de estándares mínimos de gobernabilidad. Crear unas nuevas fuerzas armadas y un nuevo cuerpo de policía. Inspeccionar los depósitos de armas y evitar que caigan en manos de grupos ávidos de ellas en esa zona de África. Aunque fue casi de inmediato descartada la idea emanada de la Secretaría General de la ONU de establecer una “misión” de cascos azules en el país, no es para nada descabellada considerando que Libia, no es Túnez ni es Egipto. El contexto político y social libio, y las condiciones de seguridad están lejos de parecerse a las de sus vecinos que gracias a la “primavera árabe”, ya vieron o empiezan a ver, la luz al final del túnel.

Interesante será ver la postura de Venezuela sobre la labor de la ONU en Libia. Su enconada defensa del dictador caído en desgracia y su terca renuencia a reconocer al nuevo Gobierno, no le generará enemigos quizás, pero con toda certeza, tampoco ninguna amistad ni mejorará la deteriorada imagen de nuestro país en el exterior.

Omar Hernández

Internacionalista (UCV)

Prof. de Información Internacional y Derecho Internacional Público (UCAB Guayana)

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