Andrés Galarraga parte 3
Pero llegó el año 1992 y Andrés Galarraga fue cambiado a los Cardenales de San Luís, equipo dirigido por Joe Torre.
Sufrió su peor campaña, había perdido la mecánica, como si se le hubiera olvidado cómo batear y muchos aseguraron que su carrera había llegado al final.
Pero Andrés, esa es su historia, siempre consigue cómo vencer la adversidad.
El entonces coach de bateo de San Luís era Don Baylor, quien decidió trabajar con él como si hubiera que enseñarlo a batear de nuevo.
Cambió su manera de pararse en el plato; ahora miraba de frente al pitcher, tenía una mejor visual de la bola desde que la soltaba el lanzador y podía preparase para conectarla con todo su poder.
Baylor fue llamado para ser el manager de una franquicia de expansión, los Rockies de Colorado y con él se llevó al de Chapellín.
Aquellos Rockies impresionaron desde los primeros días. Su alineación, en la que estaban Larry Walker, Dante Bichete, Vinicio Castillas y Galarraga, fue uno de los line ups más temibles de la época. Además jugaban en el Coors Field, un parque en el que la bola corre “fácilmente”.
En el nuevo equipo, Andrés dió batazos de todos los calibres, había recuperado la fuerza para dar jonrones y había mejorado notablemente el contacto.
Iba destrozando la liga, como dicen los beisboleros, hasta la tarde en la que, persiguiendo un fly, chocó con el segunda base y se lesionó la rodilla derecha.
Todo parecía haber terminado en aquella temporada, pero Baylor, conociendo la fuerza de voluntad de su pupilo, pactó con él para un día “X”. Ese día debía comenzar a practicar y poder incorporarse con el suficiente tiempo para pelear el liderato de bateadores de la Liga Nacional.
El día pautado apareció “El Gato” dispuesto a trabajar y en la fecha calculada fue reactivado.
La pelea no estaba fácil, su rival en la lucha por el título de bateo era nada menos que Tony Gwyn, uno de lo mejores bateadores de su época, hoy en día en el Salón de la Fama.
Muchos de los imparables de Andrés se fueron del parque. Él bromea e insiste en que daba jonrones para no tener que correr duro. Podría decirse que en una sola pierna, Andrés Galarraga fue el Campeón Bate.
En Venezuela delirábamos y empezó una locura llamada la “Galarragamanía” sus fanáticos no tomábamos el primer café antes de saber “qué hizo ‘El Gato’ anoche”.
Los años de Colorado fueron inolvidables, él y el resto de los “Bombarderos de la calle Blake”, como también eran llamados “El Gran Gato y su pandilla”, fueron el equipo nuevo que más rápido llegó a una postemporada, fueron los primeros en tener cuatro bateadores con más de 30 jonrones y 100 carreras empujadas y emociaban de verdad.
¡Un carro de leña! Uno detrás del otro, hábiles, fuertes, intimidantes…Tenían “química”, como se dice ahora, que no es otra cosa que una conexión que da la diversión, el poder ganar, hacerlo juntos, jugar y ser felices como cuando eran niños. Tenían mucho más que poder aquellos bombarderos.
Fue además de líder bate, líder en empujadas y en jonrones, aunque no el mismo año, pero ganó todos esos lauros, un bate de plata y apareció en la lista de los Más Valiosos.
Un sábado en la tarde los Rockies jugaban en el Pro Player Stadium, y el estelarísimo Kevin Brown se metió en líos dejando embasar a los dos primeros bateadores, con Larry Walker al bate; la decisión fue darle el boleto intencional para enfrentar a Galarraga. Al primer envío le devolvió la bola al último piso del parque. Fue el jonrón más largo en años y el más largo de Miami, creo que hasta ahora.
En principio se dijo que la bola había recorrido 570 pies, pero al rato, dice Andrés que cuando se dieron cuenta de que dejaría atrás a Mickey Mantle, rectificaron la medida y dejaron el batazo en 529 pies.
Unos innings más tarde, Dennis Cook entró a relevar y al enfrentar al Gato le pegó la bola, por primera vez en cientos de pelotazos; El toletero se fue al montículo con la intención de desquitarse a golpes; afortunadamente para Cook, no le atinó ninguno, porque lo habría lastimado. Lo expulsaron y lo multaron, pero si algo quedó claro, si algún día ven la repetición, es que Andrés no habría llegado tan lejos de haberle gustado el boxeo.
Cuando llegó el momento de renegociar, los Rockies salieron de Galarraga. A uno le da rabia que eso pase, que un equipo salga de un jugador “franquicia”, querido, que mete gente en el estadio, que la ciudad lo adora, etc, pero así es y es parte de como es todo.
El cambio, sin embargo, fue muy positivo para Andrés, porque su producción se mantuvo y así demostró que podía seguir siendo un excelente bateador fuera de Denver.
En su primer año con Atlanta despachó 44 jonrones, bateó para .305 y empujó 121 carreras.
El 17 de febrero de 1999, cuando abrieron los campos de entrenamiento de primavera, fiebrúo como siempre, se reportó con su entrenador personal, quien al verle le dijo que nunca lo había visto en tan buena forma. Haciendo swings de práctica, sintió un fuerte dolor en su espalda, que le impidió seguir con el trabajo.
Lo examinaron los médicos del equipo y decidieron que se chequeara en Chicago. Allí recibió la mala noticia que pronto impactaría en el mundo del beisbol. Tenía un linfoma en la quinta vertebra lumbar y había que someterlo a tratamiento de inmediato.
El cáncer era esta vez el violento pitcheo.
A estas alturas del cuento surgió una pregunta que, después de su respuesta, resultó ser importante, sobre todo a manera de consejo para mi vida en particular.
– “¿Tu no te has puesto bravo con Dios? ¿No has mirado al Cielo y le has reclamado que esto te haya pasado a ti?”
Entonces vino su respuesta que nunca olvidaremos quienes estábamos allí:
-“No, jamás me he puesto bravo con Dios, nadie se puede poner bravo con Dios, sino ¿quién te queda, quién te ayuda a enfrentar lo que sea que haya que enfrentar? !No, no me he puesto bravo con Él, confío en Él, sé que me voy a curar y que soy yo quien tiene cáncer, porque soy un ejemplo y seré ejemplo de que el cáncer se cura!”.
Sereno como el acostumbra decir las cosas, como si no fueran aleccionadoras sus vivencias y sus opiniones, nos dijo eso con una fe tal, que estoy segura de que ese momento fue uno en los que a César le provocó abrazarlo y también aplaudirlo…
Años más tarde, cuando mi hija Lucía estaba peleando en su incubadora contra la bacteria que finalmente causó su ida al lado de Dios, recordé esas palabras de Andrés y rogué porque, si pasaba lo peor, pudiera aceptarlo sin perder la fe. Le pedía que no me dejara arrecharme con Él, que no me dejara sola…
A los tres meses, estoy segura de que por no haberme puesto brava con Él salí embarazada de Santiago, mi hijo menor, un gran premio de la vida.
(Continuará)