La advertencia de una periodista que dejó Venezuela por EEUU: No era el fin de la pesadilla
La advertencia de una periodista que dejó Venezuela por EEUU: No era el fin de la pesadilla

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Univisión

 

La periodista Tamoa Calzadilla reconoce en Trump los gestos autoritarios de Chávez. Tras la primera rueda de prensa del presidente electo, recuerda en primera persona, hoy desde EEUU, lo que ha vivido la prensa venezolana desde hace años.

I. “Tú eres noticia falsa”, condena Donald Trump al periodista Jim Acosta, de CNN, en su primera conferencia de prensa como presidente electo. Las cámaras están grabando, el mundo se entera en vivo.

El periodista lo increpa con aplomo para que lo deje hablar. Pero desde el poder de su investidura y el estrado, Trump lo cubre con su voz amplificada por el micrófono y su control de la situación. Desde el público su equipo aplaude.

Algunos periodistas no pudieron entrar por “falta de espacio”.

La primera vez que sentí que la saliva se me secaba de impotencia estaba parada en medio de la redacción de El Mundo, un vespertino caraqueño que vivía sus mejores tardes de la mano del mítico director Teodoro Petkoff, exguerrillero y figura política prominente que descubría el periodismo como un adolescente al rock. Esa tarde de mediados de 1999, él también escuchaba atento, dentro de su oficina, lo mismo que los reporteros apiñados frente al pequeño televisor del ala de política, en la Torre de la Prensa.

Un Hugo Chávez inflado de rabia y poder arremetía contra nuestra primera página, lanzaba fuegos contra el titular y nos exponía en pantalla. Sí, “nos”, porque era con todos. Ya los reporteros en la calle estábamos saboreando las consecuencias que tenían inmediatamente sus señalamientos. Para sus fieles seguidores era el “play” que necesitaban para cobrarle a sus nuevos enemigos la falta de lealtad con el “proceso revolucionario” que comenzaba a teñir de rojo cada rincón institucional del país.

Empezábamos a arrancar los logotipos de los carros, que otrora nos abrían puertas en lugares insospechados. Guardábamos el carnet de “PRENSA” en mayúsculas dentro del bolsillo o la cartera. Después de un ataque de Chávez en cadena de radio y televisión, lo que venía era piedra, insultos y hasta orín que bañaba equipos y la autoestima de camarógrafos, fotógrafos, reporteros y conductores de esos autos.

El grito de Petkoff rompió el murmullo. Salió en volandas mientras arremangaba su camisa azul claro y se paró donde estábamos: “Les voy a decir una vaina: ¡yo espero que a nadie en esta redacción se le ocurra amedrentarse o dejarse aplastar por lo que está diciendo este señor ahí. A nadie! Seguimos haciendo lo que sabemos hacer, seguimos siendo críticos, que todo el mundo vuelva a sus puestos y siga haciendo periodismo”.

Ese día entendí que era nuestra nueva forma de vivir, que así sería nuestra rutina con Hugo Chávez. Pero me quedé corta. Al poco tiempo ya eran nombres y apellidos de periodistas directamente y un juego macabro en el que exponía, especialmente a mujeres, al escarnio y al divertimento personal de él y sus ministros, que reían y aplaudían sus hazañas. Más tarde, ellos las repetirían.

II.»@Político, que no es leído o respetado por muchos, puede ser el más deshonesto de los medios de comunicación, y eso por decir algo». (24 de septiembre, 2015)

 

Ese Chávez grandilocuente, iluminado y enfocado por tres cámaras que aprendió a manejar con soltura – y que en ocasiones captaba los regaños a sus operadores- identificaba a su presa y jubaga con ellas como los gatos con el ratón recién atrapado: le pisa la cola, lo deja correr, le cierra el paso y lo mece y lo arrincona contra la pared antes de morderlo con placer y encono.

Cuando sabía que las cámaras estaban encendidas y de manera obligada el país tenía que verlo por radio y TV (tumbaban la señal para que solo se transmitiera su mensaje) señalaba a la reportera ¿cuál es tu nombre? ¿y de qué medio vienes? Con el tiempo supimos que así comenzaba un acto sádico de humillación pública. “No te voy a contestar, chica, pero no te alteres, ayyy, esta se altera y ahora va a decir que solo hace periodismo…”.

El registro es vasto. “Tú estás mal informada”, “estás siguiendo la línea de tu medio”, fueron acusaciones que se quedaron pálidas ante las de estar conspirando con la CIA estadounidense para un golpe de Estado o estar “pagado” por alguien. Sus ministros aprendieron pronto que lo peor que puedes decirle a un periodista es “palangrista”, que consiste en recibir dinero o beneficios a cambio de callar noticias o publicar informes a favor de alguien. La calle repetía: “digan la verdad”, al paso de los equipos periodísticos en alguna cobertura.

III.»En base a la cobertura y reportaje increíblemente incorrectos de la Campaña Trump que sigue rompiendo récords, de ahora en adelante vamos a revocar las credenciales de prensa del farsante y deshonesto Washington Post», escribió Trump en su Twitter. (13 de junio, 2016)

Después no nos dejaron pasar a ninguna parte. A los hospitales, a las cárceles, a los lugares públicos, a los archivos. Al principio era la orden de algún director, luego se giraron cartas oficiales con la prohibición de hablar y dar acceso a los periodistas. El chavismo sembró cancerberos en cada oficina pública y el “no estoy autorizado para declarar” se convirtió en el rezo que repetían desde una maestra de escuela sobre su sueldo hasta el Ministro de Petróleo sobre el precio del barril.

El apartheid contra la prensa nacional se convirtió en una regla y no volvimos al Palacio de Gobierno ni a ningún lugar donde el mandatario de origen humilde y formación castrense ofreciera alguna de sus cada vez más inusuales conferencias de prensa. En algunos ministerios y en el Parlamento sometieron a los reporteros a unas salas pequeñas con un televisor que transmitía lo que el funcionario público decía. Sin derecho a preguntar, a corroborar y a hacer las preguntas «necias» que hacemos los periodistas.