Sergio Dahbar, autor en Runrun - Página 2 de 5

Sep 30, 2017 | Actualizado hace 7 años
El cambio que se avecina, por Sergio Dahbar

Democracia (1)

Un académico hebreo, profesor de historia de la Universidad de Jerusalem, Yuval Noah Harari, tiene una frase que merece cuidado: “Para organizar una revolución, nunca basta con los números’’. Las revoluciones, dice, las hacen pequeñas “redes de agitadores y no las masas’’.

Su argumentación apela a la Revolución Rusa: unos comunistas entendieron lo que debían hacer para cambiar la historia. Y lo hicieron. Para Harari lo importante no es cuánta gente lo apoya a uno, sino ¿cuántos de los que me dan su apoyo son capaces de colaborar para que cambien las cosas? ¿Remenber “Vamos a Miraflores’’?

Hay un dato que sorprende: en 1917 el partido comunista ruso tenía 23.000 miembros. Estaban organizados. Y lograron que un país de 180 millones de campesinos se sacudiera el poder del Zar. La chispa se encendió en 1917 y no se fueron hasta 1989. Ocho décadas infames, terribles, devastadoras, criminales… Abandonaron el poder cuando dejaron de estar organizados.

Uno de los que partió, trágicamente, fue Ceaucescu. El 21 de diciembre de 1989 organizó una  manifestación de apoyo a su gobierno en Bucarest. 80.000 personas. Ya la Unión Soviética le había quitado su apoyo a los países comunistas de del Este, el Muro de Berlín eran unas piedras y en cinco países había revueltas irreversibles. Ceaucescu quería demostrar que aún lo querían.

Apeló a unas de esas cadenas fastidosas. Se puede ver en You Tube. Ceaucescu empezó una frase y no la pudo terminar. El público lo abucheó. Hay discusión sobre quién fue el primero, pero ahí está registrado. Veinte millones de habitantes habían obedecido desde 1965. Bastó un segundo y aquel tirano se vino abajo.

Hasta ese momento la dictadura rumana había garantizado tres situaciones estratégicas: que comunistas leales permanecieran en posiciones claves en el ejercito, los sindicatos y las asociaciones deportivas; que se descabezara cualquier organización política, económica y social que hiciera oposición; que contaran con el apoyo de partidos comunistas cercanos.

Lo dramático es que 20 millones de habitantes no lograron articular una oposición. Cuando las tres patas del poder se vinieron abajo, no había organización que pudiera hacerse cargo del cambio que se avencinaba. Algo lamentable.

¿Quiénes tomaron el poder? El Frente de Salvación Nacional, disfraz de los comunistas moderados. Estaban organizados. Habían sido camaradas. Entendieron el viento de cambio y no quisieron inmolarse.

¿Qué hicieron? Privatizaron todo. Compraron barato. Se volvieron millonarios. Se metieron el país en el bolsillo. El lider de ese movimiento en la sombra era nada menos que Ion Iliescu, que había sido jefe del departamento de propaganda del partido. Un pragmático que supo adaptarse.

Las masas que se jugaron la vida en Bucarest y Timisoara recibieron monedas. Estaban desarticuladas. No crearon una organización opositora. Cómo lo refirió El País, “El Frente de Salvación Nacional tiene una ambigüedad: ha servido para encauzar el retorno a la libertad y, a la vez, para proteger a los viejos dirigentes comunistas’’.

¿Cual fue la clave de la tragedia rumana? La incapacidad de los partidos que intentaban efrentarse al tirano, con figuras deslucidas, más preocupados en disputas personales que en buscar una alternativa real de cambio. No hubo organización. No hubo foco. No se prepararon.

Muchas de estas ideas, expuestas en un libro excepcional, Homo Deus (Debate, 2016), le sirven a Yuval Noah Harari para destacar la importancia de la cooperación. Triunfan quienes cooperan. Y quienes le enseñan a los demás que de manera aislada y desorganizada sólo le hacen un favor a los que quieren quedarse en el poder para siempre.

Sep 16, 2017 | Actualizado hace 7 años
Odiar la vida, por Sergio Dahbar

brillante camarada

Foto: Cortesía

Lo que faltaba: nada menos que el pichón de enemigo sempiterno de James Bond se ha escapado de la historieta y se ha vuelto un peligro real para la humanidad. Como si no hubiera preocupaciones planetarias serias en este momento que atender, los seres humanos deben estar pendientes del deseo criminal de un muchacho gordo y cacheton, malcriado, abusador, que suele perder las horas de su vida viendo películas de Jean Claude Van Damme.

Ahora ha colocado en pausa la sala de cine de su palacio helado para jugar unos juegos de guerra que pueden en un tris volver la tierra un desolado paisaje postapocaliptico. Su sonrisa de psicopata no es buen augurio. Kim Jong-un, el Brillante Camarada, hijo del Querido Lider, Kim Jong-il, y nieto del Presidente Eterno, Kim Il-sung, quiere inflingirle “un dolor profundo’’ a Estados Unidos.

Lo que sorprende, lo que uno no puede comprender del todo sin ayuda de algún estimulador de neuronas, es cómo se ha convertido un país de 24 millones de víctimas en “un parque temático estalinista, gulag dirigido por los Monthy Python’’, en palabras del periodista inglés Tony Wheeler. Claro, los comunistas suelen justificar las peores atrocidades de manera primitiva. “Los propietarios únicos de la revolución y la construcción posterior son las masas’’. Suena conocido, no?

En Corea del Norte los niños hacen ejercicios que dan miedo:  “Tres soldados del Ejército Popular de Corea matan a treinta soldados norteamericanos. ¿A cuántos soldados mató cada uno si todos mataron al mismo número de soldados enemigos?’’. Una compulsión a convertir cualquier detalle de la vida cotidiana en pensamiento político. Pero también a vivir en tensión con un enemigo que le da sentido a la irracionalidad y al absurdo cotidiano.

Todo esta parafernalia de película de acción mala esconde una ineptitud a la hora de resolver graves problemas de alimentos y de electricidad. Un funcionario de Naciones Unidas recopiló testimonios de prisioneros políticos que confesaron delatar a su familia “por una ración de arroz”.

La mutación del Brillante Camarada merece cuidado: cambiaron su fecha de nacimiento, lo engordaron, le enseñaron a comportarse, aplaudir, vestirse y reír. «Cuando los norcoreanos miran a Kim Jong-un, ven a Kim Il-sung cuando tenía 33 años, momento en el que se proclamó libertador de un pueblo oprimido por los japoneses. Después de todos estos años de dificultades –bajo el yugo de Kim Jong-il-, el pueblo quiere un nuevo libertador», le confesó An Chang-il, ex oficial norcoreano, al New York Times.

El Brillante Camarada, hijo de la segunda esposa de Kim Jong-il, se educó en Suiza, habla inglés, francés y alemán, y aunque siempre trató de evitar las influencias de Occidente adora el básquet y admira a Michael Jordan. El ex jugador de la NBA Dennis Rodman lo visita con frecuencia.

Desde que la muerte de su padre, Brillante Camarada se convirtió en teniente general y vicepresidente de la Comisión Militar Central, que gobierna el cuarto Ejército más numeroso del mundo. 1,1 millones de soldados en activo y 4,7 millones en la reserva. 33% del Producto Interior Bruto.

Un país que es un enigma rotundo -geográficamente ubicado al norte del paralelo 38-, hasta hace poco tiempo se movía entre la excentricidad y el horror dentro de sus fronteras. Demasiados libros de periodismo, documentales, comics trazan el estado de ánimo de una nación esquizofrénica y aterrorizada.

Ahora el máximo líder ha decidido salir del closet y mostrar las garras. Quiere que el mundo entienda de una buena vez su capricho último. No cabe duda que odia la vida. Lástima que James Bond viva sólo en la literatura y el cine.

Ago 26, 2017 | Actualizado hace 7 años
La hora de la espada, por Sergio Dahbar

saturnodevorandohijos_goya

Que Saturno devoró a sus hijos para impedir que hicieran con él lo que había hecho con su padre (castrarlo), es una imagen fuerte. Establece desde tiempos inmemoriales una relación entre padres e hijos oscura, marcada por los rencores, que se encamina hacia el desastre, como un barco que no ve venir la tormenta. Que hoy uno pueda leerlo en la mitología griega es algo fascinante. Que esa idea simbólica haya perdurado en el tiempo resulta más inquietante.

Que el fundador de un linaje marque con fuego la línea de herederos, perturba. Que los herederos confirmen o rediman los impulsos de un origen cargado de sentidos contradictorios demuestra que la mitología establece aún lazos invisibles con cada uno de nosotros.

En la historia de América Latina hay demasiadas historias de padres políticos que han devorado a sus hijos. De hijos que han traicionado a sus mentores. De hijos de sangre que deciden cambiarse el apellido para alejarse de los horrores que cometieron sus progenitores. En esa complejidad se juegan misterios insondables.

Hay un caso impresionante en nuestro continente, porque sus ramificaciones están cargadas de referencias que lanzan su sombra hasta el día de hoy. Me refiero a la saga de Leopoldo Lugones (1874/1938), quien fuera escritor, historiador, pedagogo, teósofo, diplomático y político argentino. De formación católica estricta, se convirtió en masón. A pesar de que los años los condujeron hacia la reverencia de un nacionalismo autoritario, nunca fue un antisemita.

Autor de una poesía cercana al simbolismo francés, y de cuentos donde trabaja la literatura fantástica, Lugones en política fue un socialista, un liberal, un conservador y un fascista. En ese espectro, se convierte a finales de los años veinte en un propagandista férreo del golpe militar de José Félix Uriburu contra Hipólito Irigoyen.

Escribió un texto que pasó a la historia. «Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada… Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado, es decir, al hombre que manda por su derecho de mejor, con o sin ley, porque esta, como expresión de potencia, confúndese con su voluntad».

Estableció que: «El ejército es la última aristocracia, vale decir la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica”.

La historia de Leopoldo Lugones podría haber sido única. Pero hay sombra. Después se decepcionó de los militares y en 1938 se suicidó con un trago de whisky y arsénico en el delta del río de la Plata, conocido como El Tigre.

Lo curioso es que tuvo un hijo, Polo Lugones, que fue pederasta y sádico, entró a trabajar en el gobierno de Uriburu como policía, y desempolvó viejos métodos de tortura olvidados desde 1913. Inventó nuevos, como la picana. Como su padre, se suicidó en 1971.

Una de sus hijas, Susana Piri Lugones, a los 50 años ingresó en Montoneros, brazo armado peronista. En 1978 la detuvieron y la torturaron con los métodos de su padre y con la ideología de su abuelo. Aunque tenía un defecto en una pierna, le sobraba buen humor. Se dice que mientras la torturaban, los desafiaba. «No son capaces de torturar como mi padre». El salvajismo también tiene su estirpe.

Uno puede pensar que el azar y la mala suerte se ensañan a veces con ciertas historias individuales. Pudiera ser. Otra mirada podría referir cierta sabiduría arquetipal: las jerarquías de los dioses influyen en el presente continuo. No nos liberamos fácilmente de lo que hicieron nuestros padres. Mejor aún: estamos condenados a repetirlos o a redimirlos. Lo saben los dioses.

Ago 12, 2017 | Actualizado hace 7 años

dictadura

Dos obsesiones perturbaron la vida del primer emperador de China, Qin Shi Huang-Ti (260-210 antes de Cristo). Destruir lo que le antecedía, para poder ser de verdad el iniciador de todo lo que hubiera en la tierra, y proteger su inmortalidad, ante posibles desagravios y revisionismos que atentaran contra su legado.

De su devastador paso por la tierra dejó constancia (no sin temores comprensibles) Li Ssu, consejero del emperador y testigo fiel de sus desmesuras. Consignó una autobiografía que ha sido de enorme utilidad para historiadores y arqueólogos estudiosos de la antigua China.

Aunque el país antes de su llegada había desarrollado el conocimiento humano, desde la trigonometría aplicada a la astronomía, hasta el control de las inundaciones, sin olvidar el desarrollo de la seda, el vino y el papel. Los ciudadanos consultaban el gran libro de las adivinaciones, I Ching, para entender el propósito último de las decisiones de sus vidas. El pensamiento de la acción sin obrar de Lao-tsé y las virtudes del altruismo de Confusio, eran moneda corriente.

Qin Shi Huang-Ti sintió que ese esplendor era incómodo para su proyecto de país. O bien por resentimiento, o bien por mesianismo, desordenó la vida tal cual era. No quería ser un emperador más, sino el primero de todo. El pasado merecía el olvido. Entonces tenía cincuenta años.

Descabezó el feudalismo, para poder remover a  funcionarios y otras autoridades. Rápidamente ordenó al construcción de la Gran Muralla. Semejante empresa exigió movimientos de setecientos mil hombres, desplazamiento de campesinos que dejaron sus casas para que allí vivieran albañiles. Tanto movimiento produjo la construcción de la Gran Muralla, que la memoria de China nunca volvió a ser la misma.

Ordenó quemar todos los libros que lo precedían, incluidos los de Lao-tsé y Confusio, y ciertas enseñanzas milenarias del Tao. Protegió sí los libros sobre horticultura y yerbas medicinales. Sólo lo práctico tenía sentido para Qin Shi Huang-ti. La imaginación era un arma peligrosa. Condenó a diez mil letrados al degüello y el empalamiento sólo por haber mencionado una palabra despectiva sobre el emperador. Lo aterrorizaban las contrariedades.

Quería que existiera una sola moneda, conocida como la de Qin, acuñada en bronce y con forma de cuchillo. Una mañana –desconcertado con un texto que no podía entender- dio la orden de eliminar ideogramas innecesarios. Su obsesión requería una lengua simple y una escritura única.

La ilusión de inmortalidad también le quitaba el sueño. En 1974 campesinos chinos descubrieron la punta del iceberg de la tumba de Qin Shi Huang-Ti, que en realidad tiene 4100 metros y 82 metros de altura.

Los arqueólogos identificaron un ejército de seis mil hombres: infantes, lanceros, artilleros, chambelanes, bufones… Todos construidos en arcilla, de tamaño natural, para proteger el cadáver del emperador, por temor a las profanaciones. Nadie debía saber donde estaba su cadáver. Estas simulaciones ingresaron en los museos.

Los costos asociados a los caprichos megalomaníacos de Qin Shi Huang-Ti resultan difíciles de cuantificar. Lo sufrieron sus contemporáneos y las generaciones futuras. De todas formas la realidad se encargó de ajustar cuentas con este pichón de abusador que se creía único, destinado a la inmortalidad: murió a los sesenta años en su carruaje, mientras atravesaba las provincias. De manera insignificante.

Sobreviven la destrucción de un país para regusto de su ego atrabiliario, la revisión de su mito cada cierto tiempo por escritores (Kafka, Borges…), y una tumba donde lo acompañan cuatrocientas concubinas muertas de miedo. No mucho más puede preceder a un tirano que ha perdido la cabeza y cree tener la razón aún cuando se equivoca.

Ago 09, 2017 | Actualizado hace 7 años
Las épicas civiles, por Sergio Dahbar

Poder_

La historia de la soberbia política tiene anales de sobra para alertar sobre los peligros que entraña la borrachera del poder. Recordemos un caso emblemático. Napoleón emprendió su campaña contra Rusia, en 1812, con seiscientos mil hombres, ciento cincuenta mil caballos y más de un millar de cañones. Creía que lo esperaba la gloria.

Lo trágico es no haber advertido que llevaba a medio millón de personas a la muerte. La Gran Armada era una ciudad que se movía lentamente: consumía recursos imposibles. Era una operación insostenible, una máquina de muerte que sólo servía para una guerra puntual y rápida. No soportaron el frío del invierno ruso y menos la terca decisión del zar de no rendirse.

Como apunta con tino el periodista Mark Danner, esta epopeya trágica revela como pocas épicas la “caída del héroe, la precariedad de la gloria y su inevitable tendencia al exceso’’.

Danner, periodista norteamericano que ha cubierto guerras en Centroamérica, Balcanes e Irak, hace observaciones y preguntas esenciales: “Ningún ejército, no importa cuan grande sea, puede vencer el odio’’. “¿Cómo crear a partir de la destrucción un orden duradero?” “¿Cómo vencer a un enemigo que se niega a reconocer la derrota?”.

Napoleón es una lección desde entonces: “el poder depende no de las armas de la guerra o de los hombres que las empuñan, sino de la constelación política necesaria para su despliegue’’.

Otra lección que merece ser tomada en cuenta está de moda en estos días y tiene el nombre de un puerto, el tercero más grande de Francia después de Marsella y Le Havre: Dunkerque. Esa palabra que proviene del neerlandés (refiere una iglesia en una duna), entraña un acto de arrogancia que hizo posible la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial.

Varias películas recrean el caso Dunkerque. Es la historia de una evacuación que lucía a todas luces imposible. A los ocho meses de comenzar la Segunda Guerra Mundial, los alemanes cruzan la línea Maginot y superan todos los cálculos de los aliados. Bélgica se rinde antes de lo que se esperaba y Francia estaba derrotada. En ese momento el ejército inglés es arriconado en el puerto de Dunkerque. Deben escapar o morir.

Winston Churcihill siempre acuñó grandes frases: “Debemos cuidarnos de dar a esta operación el carácter de una victoria. Las guerras no se ganan con evacuaciones’’. Lo que sí podría decirse es que allí ocurrió un milagro.

Técnicamente, se llamó la operación Dínamo. Churchill se empeño en salvar a 338.226 combatientes británicos. Y lo logró con 861 embarcaciones pequeñas, entre veleros, ferrys y buques de pesca. Algo que estaba condenado a la derrota, se convirtió en una acción civil sin precedentes.

¿Qué lo hizo posible? La borrachera del éxito de Hitler. Decidió frenar sus tanques a 25 kilómetros de Dunkerque, cuando podía arrasar. Y oyó al genio de Goering, que le aseguró que sólo la Luftwaffe podía vencer a los británicos. Todo lo contrario de lo que ocurrió, ya que esos ataques fueron esporádicos e imprecisos.

Las lecciones de Napoleón y Hitler echan luces sobre los días presentes. Cuando Churchill solo veía en el horizonte una derrota, ocurrió un milagro para la historia. Un milagro que hizo posible que cinco años más tarde Alemania fuera derrotada. ¿Hubiera podido advertirlo Hitler, ebrio por sus triunfos en Bélgica y Francia? Quien sabe.

Dunkerque nos dice que hay que confiar en las épicas anónimas y civiles. Desde entonces se reconoce lo que ocurrió entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1940 como “un espíritu indómito que aflora contra toda lógica’’, para combatir los peores miedos de la historia. No es poca cosa.

Ago 05, 2017 | Actualizado hace 7 años
Cuando los imperativos morales caen, por Sergio Dahbar

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Pensó Hannah Arendt que nada es verdad y que todo es posible. El terror impuesto por las autoridades militares venezolanas, desde que se intensificaron las protestas de calle en Venezuela en 2014, en principio es negado por las autoridades venezolanas y de todas maneras será motivo de estudio en el futuro.

Los han sido casos más emblemáticos, como abusos cometidos en guerras, genocidios, plan cóndor  latinoamericano. Y lo será la dictadura de Nicolás Maduro, empeñada en ingresar en el hall de las grandes tragedias de la humanidad.

Cuando el momento de los juicios llegue, advertiremos que muchos tratarán de resguardarse en la calle ciega de la obediencia debida y el respeto a la autoridad. El problema es que constitución venezolana establece que no se deben cometer crímenes contra los derechos humanos de las personas. Ninguna persona por lo tanto está obligada a cumplir órdenes que atenten contra esa norma constitucional.

Sobre el tema de la maldad del ser humano y las excusas que han intentado alzar algunos criminales en la historia de la humanidad para salvarse de atrocidades cometidas, como Eichmann en Jerusalén y una larga lista de otros, recomiendo revisar, entre la abundante bibliografía, el libro del psicólogo y sociólogo social, Stanley Milgram, Obediencia a la autoridad (Capitán Swing, 2016). Se reeditó en setiembre pasado.

Este trabajo, publicado originariamente en 1974, fue el corolario de una investigación realizada por Milgram en la Universidad de Yale a comienzos de 1961, después de que el investigador observara el juicio a Eichmann y leyera el reporte de Hannah Arendt, sobre la banalidad del mal.

En el colofón del libro Capitán Swing colocó con tino la frase de la recientemente fallecida sobreviviente del Holocausto, Simone Weil: “La obediencia a un hombre cuya autoridad no está alumbrada con legitimidad es una pesadilla’’. Una frase que muchos militarotes que violan derechos humanos, deberían memorizar.

Milgran contrató 500 personas por cuatro dólares la hora para realizar un experimento sobre la memoria y el aprendizaje. En realidad, debían apretar un botón de una consola que descargaba un shock eléctrico en una persona, si ésta se equivocaba de respuesta.

El que emitía el shock sabía que a medida que avanzaba el experimento la descarga aumentaba y el dolor en la otra persona crecía. Muy pocos declinaron formar parte de este proceso, aún cuando se incomodaban con los gritos de los que recibían la descarga eléctrica, amparados en que estaban obedeciendo una orden de un académico.

La enseñanza de Milgram fue devastadora: “en cualquier sociedad, en cualquier parte del mundo, la obediencia a la autoridad ocurre con demasiada facilidad’’. Quizás por eso a nadie debería sorprenderle que muchas tradiciones constitucionales establecen que en una democracia la autoridad “nunca debe volverse singular y unívoca (la separación de poderes, defendida por James Madison)’’. Una doctrina que peligra cuando la democracia estornuda.

En muchos sentidos, Stanley Milgram hace consciente a quienes se han acercado a sus ideas del peligro que entraña aceptar de manera acrítica la autoridad de gente sin legitimidad ni moral.

He allí el problema que enfrenta Venezuela, una sociedad gobernada por la anarquía y el caos, sin separación de poderes, con gente que obedece acríticamente a la autoridad a la hora de reprimir ferozmente, de validar fraudes electorales, de mantener en la cárcel presos políticos con boletas de excarcelación…

Cito a Milgram: “Quienes dan por sentado la obediencia a la autoridad, lo hacen a costa de la cuenta y el riego de su propio país’’. No es juego.

@sdahbar

Jun 24, 2017 | Actualizado hace 7 años
Anatomía del mal, por Sergio Dahbar

Laboratorio-Paz-Venezuela

Quizás deba comenzar por una frase del historiador alemán Philip Bloom: “Para arreglar las cosas había que instituir la censura, la policía, los espías, excluir a la gente o ejecutarla. El ejemplo paradigmático sería Pol Pot, que, a través del asesinato de masas, intentó llevar a una sociedad hasta el feliz estado de la inocencia. En la filosofía de Rousseau está el comienzo de toda dictadura”.

Rousseau está en el comienzo. Y retumba en la Casa Amarilla, donde días atrás psicólogos cercanos a Nicolás Maduro participaron en el foro “Violencia y operaciones psicológicas en Venezuela”.

Impresionante escuchar a terapeutas “demonizar” protestas de 80 días: por desabastecimiento, inseguridad y ruina económica; por ausencia de un Estado de Derecho; por destrucción de la institucionalidad; por aniquilación sistemática de justicia, y por la convocatoria de una asamblea nacional constituyente tapa amarilla.

Cuesta no advertir esta jugada a varias bandas del Ejecutivo, donde sacan del sombrero psicólogos que satanizan a los más jóvenes. Para justificar “laboratorios de paz, y reeducar guarimberos”. Como éramos pocos, con el fantasma de Pol Pot nos hemos topado, Sancho.

Los ataques criminales a los vecinos de Los Verdes nos remiten inexorablemente a la patología represiva de Pinochet, con visitas nocturnas de terror y destrucción. Los testimonios de torturas en La Tumba revelan lo que ocurría en los centros de vejámenes del sur.

Los laboratorios de paz ahora tienen la firma de la revolución comunista que aplicaron los jemeres rojos, entre 1975 y 1979, en Camboya, para reeducar a una población “desviada”, todos parásitos eliminables.

Cinco años de terror y exterminio caracterizaron la Kampuchea Democrática de Pol Pot: hospitales fueron desocupados, se destruyeron documentos de identidad, los billetes eran arrojados en las calles y cadáveres se acumulaban en las cunetas. Los libros y los juguetes fueron confiscados. No se podía usar calzado. Solo vestimenta color negro. Los lentes eran señal de superioridad intelectual. Toda expresión de sentimiento era sospechosa. Cruzar las piernas era un hábito capitalista.

¿Quiénes diseñaron este horror primitivo? Los jemeres rojos pertenecían a la clase media y alta; habían estudiado en liceos privados y en la Sorbona, París; fueron atrapados por la peor doctrina estalinista; tenían razones para ser resentidos, y fueron genocidas.

Mientras esta aberración ideológica se cobró 1.700.000 camboyanos (25% de la población), la izquierda occidental consideraba que los jemeres rojos solo hacían el bien. ¿Suena conocida esa complicidad?

Noam Chomsky acusó “una fabricación de evidencias” para desacreditar a Camboya. Aseguró que refugiados camboyanos en Vietnam y Tailandia prestaban falso testimonio. Remitió las causas del genocidio a bombardeos estadounidenses sobre Camboya, entre 1969 y 1973. No fue el único. Malcolm Caldwell, del Journal of Contemporary Asia, objetó los testimonios de refugiados, mientras imitaba frases de los discursos de Pol Pot.

Los jemeres rojos repetían que querían “empujar a la gente a ser feliz”. Ninguno de los intelectuales superdotados de Occidente que los celebraron advirtió el odio de esa frase. Hay gente que puede comerse un elefante y no eructa.

Empecé con Rousseau y voy a terminar con Pin Yathay, sobreviviente de un campo de reeducación camboyano. Él recordó una nana para dormir niños. “Hijo, ¡recuerda! Tu padre ya no existe. Era un puro revolucionario… Debes guardar en tu corazón el odio de los opresores burgueses, capitalistas, imperialistas y feudales. Te toca vengar a tu padre”. Aquí estamos.

Publicado en El Nacional

May 06, 2017 | Actualizado hace 7 años
Estos son mis principios, por Sergio Dahbar

Chavismo15

Vivimos días aciagos. El planeta ha visto la represión -ejercida por efectivos del “socialismo’’ del siglo XXI de Nicolás Maduro, es decir por los hombres nuevos de la revolución- contra ciudadanos que piden democracia parlamentaria, libertad de presos políticos y una economía que restituya la vida digna frente al desabastecimiento de comida y medicinas.

El saldo de la violencia (35 muertos, 500 heridos y 1300 detenidos, saqueos indiscriminados, robos de equipos periodísticos, ataques a primeros auxilios que atienden heridos) confirma que este gobierno no tiene un ápice de aquel “humanismo’’ tan mentado de la izquierda. Sin embargo, consigue la solidaridad de sus pares en el mundo.

Como bien indica José Ignacio Torreblanca (Jefe de Opinión de El País de Madrid), el 27 de abril pasado ocurrió una votación en el Parlamento Europeo para expresarse contra el respeto de la Constitución y la libertad de los presos políticos. Quedará para la historia.

La votación merece entendimiento. 6 por ciento (35) de los eurodiputados votaron en contra; 77 por ciento (450) lo hicieron a favor; 17 por ciento (100) se abstuvieron. Torreblanca se pregunta: “¿Quiénes destacan entre ese selecto grupo de personas que encontraron razones políticas o morales de orden superior para no condenar un asalto a la democracia tan burdo que hasta el propio Maduro, instado por su fiscal general, se vio obligado a retirar?’’.

Selecto era el grupo. Filonazis griegos de Amanecer Dorado, la derecha italiana de Lega Nord, la tenebrosa alemana de Voigt; Izquierda Unida española; el partido comunista griego y portugués; Syrisa de Grecia; y el Front Gauche francés. En la abstención entraron los muchachos bien pagados de Podemos. Un autobús con lo peorcito del viejo continente. Ellos solos quisieron tomarse la foto.

De la derecha siempre podremos esperar el horror. Pero ¿y qué nos dicen los comunistas? Siguen los designios del comité central. Y para muestra quiero recordar un hecho entre millones: el 24 de marzo de 1976. Ese día los militares argentinos dieron un golpe sangriento que enterró la democracia en Argentina.

Ese día el Partido Comunista Argentino, uno de los más ortodoxos y retrógrados del mundo, emitió un comunicado que se podía leer como una celebración: no había triunfado el ala más pinochetista de las Fuerzas Armadas. En la lucha entre halcones y palomas, habían triunfado las que simbolizan la paz. Los muchachos de Bahía Blanca se pusieron creativos y entonaban un estribillo: “Videla, Viola, esto es un golpe piola’’ (chévere).

¿Qué había ocurrido? ¿Cómo era posible que semejante acto de barbarie, condimentada con Falcon verde oliva que desaparecían disidentes como hormigas, fuera celebrado por el partido comunista? Fácil: Jerarcas de la ex URSS le pidieron tranquilidad a su base, porque Argentina era geopolíticamente estratégica en la lucha contra Estados Unidos.

Fue trágico. Muchos comunistas murieron tratando de convencer a militares asesinos de que eran comunistas, pero nunca radicales.

Para cerrar los episodios de una izquierda que ha sido una farsa, hay que detenerse en Borges. Vino a Venezuela en 1983, porque quería presenciar una “coleada de toros’’. Admiradores de tres universidades (UCV, LUZ y ULA) propusieron que se le otorgara un doctorado Honoris Causa.

En las sesiones de los consejos universitarios los amigos de la izquierda se lo negaron. 3 veces. “¿Qué ha hecho Borges por Venezuela’’, preguntaron? “No es más que un reaccionario conservador’’. Borges sonrió: “Entiendo que se han abstenido noblemente’’. Groucho Marx le hubiera puesto humor al asunto: “Estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros’’.