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Lenin

Julio Castillo Sagarzazu Abr 20, 2021 | Actualizado hace 1 mes
La NEP, Lenin y Venezuela

Imagen original: afiche de propaganda de V. Lenin, en la URSS. Bajada de la web historiageneral.com (Comp. Runrunes).

@juliocasagar

En 1921, la mano invisible del mercado abofeteó a Lenin. Luego de 4 años de colectivismo forzoso, de expropiaciones, de monopolio del comercio exterior, la naciente Unión Soviética estaba en medio de una terrible tragedia humanitaria. Una hambruna recorría el país; escenas de canibalismo tuvieron lugar en muchas ciudades y casi 4 millones de muertos por hambre se registraron en aquellos espantosos años. Fue esa bofetada lo que le llevo a proclamar una Nueva Política Económica, conocida como NEP (los comunistas siempre han sido especialistas en proclamar una “novedad” después de cada fracaso)

Esa Nueva Política Económica consistía en abrir sectores de la economía a un mercado rudimentario y permitir que la pequeña propiedad privada volviera a surgir de entre las cenizas del incendio que ellos mismos habían provocado. Especialista en eufemismos también, aquel primer régimen comunista del mundo llamó a ese mamarracho: “Capitalismo de Estado”. Y una de las consignas (otra especialidad comunista) para darle forma a aquel viraje, que Lenin lanzó a los cuatro vientos, fue la de “KULAKS ENRIQUECEOS”. Los kulaks eran los antiguos propietarios de tierras que habían dejado de producir y abandonado el campo a causa de la absurda regimentación económica socialista.

Este cambio de rumbo, obligado por el sentido común y por el temor a un pueblo hambriento, que puede llegar a devorar a sus dirigentes, es mutatis mutandi, muy parecido a lo que Nicolás Maduro intenta hoy en Venezuela.

Este intento, empero, como tampoco lo logró en la URSS, no tiene ninguna posibilidad de enderezar la tragedia económica del país. Primero porque, en realidad el plan de Maduro no es que la economía funcione. De hecho su “éxito” es que no funcione y que las pocas grietas por donde alguna pequeña libertad económica pueda colarse, esta esté bajo su control o bajo el control de sus amigos de siempre.

En realidad el gran plan político y estratégico de este régimen, como bien lo apuntó George Eickoff, en un reciente artículo, es dirigir y comandar el desorden, debilitar o extinguir todas las instituciones (incluso las que ellos han creado) y tratar de flotar como un éter sobre el desmadre nacional.

Todos los “acercamientos” e intentos de diálogo que propone, son en realidad abrazos de la viuda negra, caramelos envenenados. Ninguna institución que se le acerque logrará sobrevivir, o al menos se tendrá que resignar a vivir con el estigma de haberle servido a sus propósitos, luego de dejarlas en una cuneta en la mitad del camino. Así ha ocurrido con la Mesita y con las organizaciones gremiales que, por ingenuidad, se le han acercado.

Es también necesario decir que ninguna “apertura” podrá resultar exitosa si no va acompañada de una democratización de la sociedad y de una reconstrucción de las instituciones.

La libertad es más importante que las libertades de cada uno o de cada grupo particular, por más legítimas que están sean. El ejemplo de la URSS nos demuestra incluso que, ni con una apertura completa en la economía, la sociedad progresa en su conjunto. La destrucción de la sociedad civil en Rusia hizo que las oportunidades en la economía solo beneficiaron a pequeños grupos afectos al régimen. Los oligarcas rusos cercanos a Putin son los verdaderos dueños de un país, que sigue siendo pobre y de enormes desigualdades. El desastre de Lenin aún no ha sido superado. Los nuevos kulaks han sido los únicos beneficiados.

En Venezuela, es sumamente importante tener en cuenta esta realidad. Jugar adelantado, pensar que alguien se puede beneficiar en el terreno político o gremial porque negocie por su lado con el régimen, es, para decir lo menos, una ingenuidad.

Como lo hemos dicho, en notas anteriores, negociar y tener contactos con los adversarios es natural en las guerras, en la política y en los negocios, pero en Venezuela (lo repetimos infinitamente) es una torpeza, o mejor dicho, es criminal que tratemos de sacar ventajas individuales.

Cualquier negociación debe hacerse en el marco de un plan estratégico; debe tener en cuenta a nuestros aliados en el mundo que han sido consecuentes con la reconquista de la democracia en el país; e igualmente con el liderazgo político y social que día a día se enfrenta al régimen, asumiendo los riegos que ellos implican. Es en el marco de un plan estratégico global que cualquier negociación tiene sentido y que puede dar frutos. Hoy no se vale jugar para el promedio individual, sino jugar para el equipo.

Lenin y su Nueva Política Económica y la Nueva Política Económica de Maduro nunca funcionarán. En realidad son subterfugios, fintas, sombras chinas, juegos de guerra. Lo único que les interesa es mantenerse en el poder. Para ello jugarán, como dice el tango que “juega el gato maula con el mísero ratón” y una vez que obtengan lo que quieran, les desecharán como bagazo de caña después de exprimido.

Lo necesario entonces es jugar en equipo con dos objetivos: uno, hacer lo necesario para aliviar la espantosa situación humanitaria, agravada por la pandemia y hacer que entren y se administren las vacunas con un plan racional; y, el otro, unir esfuerzos para presionar con nuestros aliados por conseguir una salida democrática a la crisis del país.

Lo demás, ¡no va a funcionar!

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Chávez, Lenin y Kim Jong-un, estrellas de la feria del libro de Caracas

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Fotos: EFE/Miguel Gutiérrez

Los libros del difunto presidente Hugo Chávez en español y traducidos al ruso, las biografías y semblanzas de Lenin y las retrospectivas de los 100 años de la revolución soviética son, junto a la caseta de Corea del Norte, las estrellas de la Feria Internacional del Libro de Venezuela (Filven), que arrancó este jueves en Caracas.

“En la tele solo vemos esos desfiles tan grandes, pero no sabemos nada de Corea del Norte”, justifica su curiosidad un señor mayor frente al puesto que la embajada del país asiático, que pese a no estar especialmente surtida es uno de los grandes puntos de interés de la décimo tercera edición de la feria.

Mientras el señor hojea las obras de Kim Jong-un, de su padre Kim Jong-il y de su abuelo Kim Il-sung traducidas al español, varias mujeres se fotografían sonrientes ante un retrato del joven líder supremo del último reducto de stalinismo del mundo y delante de las fotografías de las infraestructuras que son el orgullo de Corea del Norte.

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Atiende el puesto un diplomático discreto y amable con una insignia redonda con el rostro de su presidente sobre fondo rojo.

El hombre explica en español criollo a los visitantes que ninguno de los materiales que expone -de folclore, obras públicas, paisajística y literatura popular, además de pensamiento de los Kim- están en venta: están esperando que les lleguen más ejemplares desde Corea, y de momento solo están para verse.

Cerca del puesto de Corea del Norte están las casetas de India, Ecuador, Palestina, China y Rusia.

La imagen de Chávez vestido de rojo es lo que más se repite entre los libros desplegados sobre la mesa expositora de Rusia. Son obras del revolucionario venezolano traducidas al ruso que comparten espacio con un volumen gráfico sobre la Revolución Bolchevique.

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De la pared al fondo de la caseta cuelgan reproducciones de carteles socialistas y portadas del periódico del Partido Comunista de la Unión Soviética, el célebre Pravda.

Otros dos revolucionarios, Fidel Castro y el Che Guevara, asumen el protagonismo en la caseta de Cuba, mientras que el ayatolá Jomeini, líder político-espiritual de la Revolución islámica de Irán, es el centro del puesto del país persa.

En el corazón de la feria se encuentra el expositor del Instituto de Altos Estudios Hugo Chávez, donde se invita a conocer la visión del político y militar bolivariano sobre la cuestión indígena, la problemática urbanística o el papel del amor en la batalla revolucionaria.

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Se vende asimismo un libro titulado “Aló Presidente teórico”, una transcripción prologada por su sucesor, Nicolás Maduro, de seis emisiones de 2009 del programa semanal de Chávez “Aló Presidente”.

El Ministerio de Cultura venezolano es otra de las entidades oficiales representadas y ha reservado el centro de su caseta a biografías de El Libertador, Simón Bolívar, y de Vladímir Ilich Uliánov (Lenin).

Además de los distintos ministerios e instituciones del Estado, en la feria -que se celebra hasta el 19 de este mes en el histórico teatro caraqueño Teresa Carreño- tienen lugar también las universidades del país, editoriales privadas, públicas y semipúblicas, y libreros de viejo.

Uno de los espacios con mayor afluencia es la librería del teatro, cuya explotación está a cargo de la fundación gubernamental Librerías del Sur.

La tienda tiene un amplio surtido de literatura y ensayo de escritores latinoamericanos de izquierda, y un vacío aún más grande de escritores venezolanos no alineados con el chavismo que gobierna, a los que hay que buscar en los puestos de las editoriales privadas y los montones de libros de segunda mano.

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Del techo del teatro cuelgan dos largos carteles verticales en forma de marcador de libro. Uno de ellos recuerda el centenario de la muerte de Teresa Carreño, pianista, cantante y compositora venezolana que brilló en escenarios de todo el mundo con su talento.

En el otro está estampada la cara de Chávez, con una de sus citas mil veces repetidas por sus seguidores: “No hay herramienta, en verdad, como la cultura, para lograr esa recuperación de conciencia, resurrección de pueblos, profundización de quienes hemos sido, quienes somos, y quienes podemos ser”.

Putin, Maduro y el fantasma de Lenin, por Kenneth Ramirez

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Junto a las murallas del Kremlin, se encuentra el Mausoleo que resguarda la momia de Lenin. Un fantasma del pasado que ya no recorre Europa como antes, pero que sigue clavado en pleno corazón de Moscú. Ante el Centenario de su Revolución, el otro Vladímir que es hoy el hombre fuerte de Rusia, prefirió mirar hacia otro lado. En nuestros días, la élite rusa celebra otras fiestas, como el “Día de la Unidad de la Patria”, el 4 de noviembre; este año con acto encabezado por el Presidente Putin y el Patriarca Kirill en el Monumento de Minin y Pozharski en la Plaza Roja –los héroes de la rebelión que echó a los polacos de Rusia en 1612. En cambio, Lenin tuvo que conformarse con el silencio oficial tres días después.

La ambivalencia de Putin hacia el fantasma de Lenin se debe a varias razones. En primer lugar, debido a la división que aún genera el período soviético en la sociedad rusa, apenas 25 años después de la caída de la URSS. En segundo lugar, debido al fuerte rechazo de la Iglesia Ortodoxa –aliada de Putin– hacia Lenin, quien ordenó confiscar sus propiedades, ejecutar sus obispos y acosar a sus creyentes. En tercer lugar, por el rol del Partido Comunista de Rusia como principal fuerza política dentro de la fragmentada oposición rusa. En tercer lugar, porque Lenin representa a las “revoluciones” que en la visión actual del Kremlin rara vez responden a los anhelos genuinos de la población, sino que tienden a ser el resultado de manipulaciones de sectores sediciosos en conjunción con intrigas geopolíticas, orquestadas desde Occidente para atacar a Rusia. Es decir, aquellos que hoy desafían el poder de Putin dentro de Rusia y en su esfera de influencia, mediante las llamadas “revoluciones de colores”: Yugoslavia (2000), Georgia (2003), Ucrania (2004 y 2014), Kirguistán (2005), Belarús (2006) y, Moldavia (2009). Al fin y al cabo, fue el Imperio alemán quien facilitó –lo envió “cual bacilo de la peste” en palabras de Churchill– el épico viaje en tren de Lenin desde su exilio en Zúrich hasta Petrogrado (como se conocía a San Petersburgo) para desestabilizar al Imperio ruso y provocar su salida de la Primera Guerra Mundial. Ergo, idealizar ahora la Revolución de Octubre sería caer en una contradicción; así como un error al dar una potencial bandera a eventuales protestas sociales debido a una economía rusa que apenas se recupera de la recesión provocada por la caída de los precios del petróleo y las sanciones internacionales tras la anexión de Crimea. En cuarto lugar, tenemos las críticas públicas de Putin hacia el personaje: “Lenin puso una bomba atómica bajo el edificio que llamamos Rusia al conceder derecho a la secesión a las repúblicas integrantes del Estado y luego explotó. No nos hacía falta una revolución mundial”. En quinto lugar, porque en el proceso de definición simbólica de la nueva Rusia, Putin ha escogido elementos del pasado zarista (la bandera, el escudo, y la citada alianza con la Iglesia Ortodoxa) a la vez que del pasado soviético (el himno, las Fuerzas Armadas, y la nostalgia imperial por la Guerra Fría). Esta mezcla denota la puesta en marcha de una nueva narrativa nacional simplificada, sincrética, y vinculada a los aspectos más destacables de su pasado; según la cual Lenin “traicionó”, Stalin recuperó”, Gorbachov volvió a “perder” y Putin ha logrado “rehabilitar” a la “Madre Rusia”. Así, Putin no enarbola las banderas de la revolución ni de la reacción, sino que representa la síntesis: unidad, estabilidad y grandeza. En este contexto, se explica la erección de monumentos al Príncipe Vladímir –quien cristianizó la Rus de Kiev en 988– junto al Kremlin en 2016, o a Kaláshnikov –inventor del famoso fusil de asalto– en 2017. También explica la reivindicación del “Día de la Victoria” (en la “Gran Guerra Patria”, como denominan los rusos a la Segunda Guerra Mundial, el 9 de mayo): la celebración del 60 Aniversario en 2005 fue fastuosa y se utilizó para rehabilitar la figura de Stalin; mientras la celebración del 70 Aniversario en 2015 supuso una demostración de fuerza militar sin parangón desde la caída de la URSS. En resumen, para el Kremlin no hay nada que celebrar a un siglo de la Revolución. Mejor no reabrir heridas dolorosas.

Paradójicamente, la celebración oficial negada a Lenin en Moscú se hizo presente en la tórrida Caracas, donde Nicolás Maduro convocó una marcha “en honor al Centenario de la Gran Revolución Socialista de Octubre”. Al invocar el fantasma de Lenin en la Venezuela de hoy, Maduro y su camarilla asumen abiertamente la  verdadera naturaleza del putsch que han venido dando a “las reglas democráticas-burguesas” de la Constitución de 1999, al ya no poder ganar una elección libre y justa: desde la suspensión del referéndum revocatorio hasta las fraudulentas elecciones de la Constituyente comunal y de gobernadores. De hecho, para no dejar lugar a dudas, Maduro recibió la marcha en una tribuna instalada en el Palacio de Miraflores con la figura de Lenin como telón de fondo, arengando: “Venezuela, inspirada en la Revolución de Octubre, ha tomado el camino de la Revolución Bolivariana para construir una nueva sociedad y humanidad. Todo el poder para el pueblo”. Así, Maduro nos grita que sigue la estrategia que ejecutaron los bolcheviques hace un siglo, donde una minoría cohesionada, utilizando las armas y el control social (de los Sóviets a las Comunas y CLAPs), doblegó al resto de la sociedad en nombre de una mayoría que en realidad le adversaba. Empero, donde flaquea la estrategia leninista de Maduro es a nivel internacional, ya que ningún “país desarrollado socialista” vendrá en su ayuda como mecenas. China ha tomado una postura prudente y privilegia el cobro de deudas contraídas a partir de los proyectos en marcha. Mientras desde Rusia, un Putin que –como vimos– tiende al conservadurismo, observa con cierta aprensión al imitador tropical de Lenin: prefiere hombres fuertes y solventes. De allí que haya resultado absurda –y hasta jocosa de no haber sido por su plegamiento e indignidad–, la declaración de Maduro durante su última visita a Moscú el mes pasado: “El líder del Mundo en que queremos vivir es el Presidente Vladímir Putin”. Cabe esperar, eso sí, que Putin siga dando respaldo diplomático a Maduro en el marco de su gran estrategia de erosión del orden internacional liderado por EEUU; y que refinancie deudas a cambio de activos petroleros: ¿acaso tiene otra opción? No obstante, cualquier apoyo económico será limitado debido a la propia situación rusa (con un PIB actual apenas similar al de la ciudad de Nueva York) y la baja prioridad de Venezuela en su política exterior. Además, están los riesgos que supone una figura como Maduro que viaja en Cubana de Aviación, representa una minoría y fomenta la división de su propio país con el fantasma de Lenin como guía.

El problema de fondo, tanto en Moscú como en Caracas y más allá, es que aún no se han ajustado todas las cuentas con el comunismo como se hizo con el fascismo, lo cual hace que muchos puedan seguir defendiendo “legítimamente” sus banderas a pesar de todo el sufrimiento que ha causado desde 1917. Debemos recordar que el comunismo se sustenta en tres ideas fuerza: una revolución social como mito apocalíptico inevitable; un Estado jacobino que en nombre de la emancipación de las masas las termina oprimiendo (suprime la libertad negativa en nombre de la libertad positiva, siguiendo el magistral ensayo Dos conceptos de Libertad de Isaiah Berlin); y una concepción hegeliana de la Historia como progreso dialéctico hacia un fin, lo cual permite aseverar que existen retrocesos y avances de acuerdo a determinados criterios políticos y morales, y hace a su vez posible justificar tautológicamente las acciones revolucionarias y del Estado jacobino. De ese credo se desprenden sus dos grandes errores: el fanatismo extremista y la falta de una dimensión ética en lo que respecta al derecho de las personas frente a la coacción del Estado; lo cual supone que los comunistas no pueden reivindicar la emancipación humana. También explica el lado oscuro de sus revoluciones. En un discurso intitulado Mensaje al Siglo XXI, Isaiah Berlin nos advierte de los peligros de abrazar en forma intolerante ideales simples como lo hace el comunismo. Una vez que un líder comunista expone las verdades esenciales, sólo los estúpidos y los traidores ofrecerán resistencia. Quienes se oponen deben ser persuadidos; si no es posible, es necesario aprobar leyes para contenerlos. Si eso tampoco funciona, se ejerce la represión del Estado jacobino. Y por último, de ser necesario, el terror. Lenin creía en todo esto después de asumir como biblia El Capital de Marx y Engels. De allí el Terror Rojo, los fusilamientos y deportaciones, los gulag, y el Holodomor  (“matar de hambre”) en nombre de la utopía; con un saldo final de 20 millones de muertos en la URSS.

Isaiah Berlin conocía bien todo esto, ya que lo había visto durante su infancia: “Cualquiera que, como yo, hubiera visto la Revolución Rusa en acción hubiera tenido pocas probabilidades de sentirse tentado con ella”. Con unidad, todos los venezolanos debemos detener la necia conjura del fantasma de Lenin que viene haciendo Maduro, antes de que sea demasiado tarde. ¿Y usted qué opina?

@kenopina

*Doctor en Ciencias Políticas, MBA en Energía e Internacionalista. Profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y Presidente del Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI).