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La crisis agiganta la desigualdad en Venezuela
La quiebra del Estado y el colapso de la economía dan paso a una sociedad de extremos:muy pocos arriba, muchos descolgados por debajo y la proletarización de la clase media. Se instala una distribución más regresiva de la riqueza.

@vsalmeron

 

Tras el colapso del socialismo del siglo XXI emerge una economía despiadada y contrastante. Se consolida una cotidianidad de pensiones simbólicas, trabajadores públicos con salarios precarios y ausencia de garantías sociales; pero al mismo tiempo, en Caracas, crecen las opciones para el consumo: tiendas repletas de productos importados, nuevos restaurantes y servicio de internet por fibra óptica.

Discretamente, sin modificar leyes, Nicolás Maduro aplica un severo ajuste con recorte sin precedentes del gasto público, liberación de precios, apertura de espacios a la empresa privada y libre circulación del dólar. Quienes pueden subirse al tren de la nueva economía respiran, pero la mayoría siente que la cadena de la prosperidad está rota.

Los pobres se quedan sin oportunidades, la clase media retrocede y aumenta la distancia con los grupos privilegiados.

La moneda oficial es el bolívar, pero luego de tres años en hiperinflación y el fin del control de cambio los precios y las transacciones giran alrededor del dólar. Las empresas usan sus divisas libremente para importar materia prima, cancelar a proveedores y en algunos sectores de la economía, los trabajadores reciben parte del salario o bonos en divisas.

Además, una capa de la población tiene ahorros en dólares que utiliza para complementar sus ingresos, mientras otros obtienen remesas o ayudas de familiares en el exterior.

El acceso al dólar es el ticket para mayor consumo y bienestar. Un estudio de Datanalisis con cifras a diciembre de 2020 precisa que 68,8% de las familias tiene acceso a divisas y 31,2% permanece al margen y solo cuenta con ingresos en bolívares, una moneda moribunda al punto que el nuevo billete de un millón de bolívares equivale a 0,5 dólares.

Pero hay una gran disparidad en los montos de acceso al dólar: según Datanalisis de la porción de la sociedad que obtiene divisas 2,7% de las familias dispone para sus gastos en el país de un promedio de 1.614 dólares al mes, es la capa de alta renta. El 66,1% restante dispone de solo 191 dólares al mes.

Nuevos proletarios

Tras siete años consecutivos de recesión, la economía venezolana se volvió enana y el cierre de empresas, la salida de trasnacionales, una industria que trabaja a la cuarta parte de su capacidad y la destrucción de puestos de trabajo bien remunerados ha desatado un proceso de proletarización de la clase media.

En el recuerdo queda la clase media que viajaba al exterior, compraba vehículos, no tenía problemas para reponer electrodomésticos y cubría sin sobresaltos el costo de las clínicas privadas. Este segmento se empobreció y mira desde más abajo a las familias de alta renta.

“Soy ingeniero de sistemas, tengo 37 años y vivo con mi madre. La empresa para la que trabajo me paga un bono en dólares que complementa mi salario en bolívares, que alcanza para muy poco. Si se daña la nevera no podría comprar otra, tampoco podría pagar una operación quirúrgica en una clínica privada y me queda muy poco de mis ahorros” dice Oswaldo Gutiérrez quien vive en El Cafetal, una zona de clase media en Caracas.

 

El estudio de la firma ORC Consultores con alcance nacional, con datos a diciembre de 2020, es elocuente: el 76% de quienes se califican como clase media afirma que en el último mes el dinero no le alcanzó para reparar el vehículo, a 92% para cambiar o reparar electrodomésticos y a 40% para pagar el servicio de televisión por cable o internet.

En Residencias Lorena, un conjunto de tres edificios situado en Chuao, otra zona de clase media en Caracas, un tercio de los propietarios se atrasa todos los meses en el pago del condominio y por falta de mantenimiento el cerco eléctrico para reforzar la seguridad está roto, las luces de emergencias se fundieron y en las paredes se está cayendo el friso.

Un estudio de la firma Anova Policy Research, publicado en febrero de este año por el Banco Interamericano de Desarrollo, basado en distintas fuentes como el Censo Nacional de Población y Vivienda, la Encuesta de Hogares del Instituto Nacional de Estadística y la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) que tiene datos hasta marzo de 2020, concluye que hay una “caída abrupta y sistemática en el tamaño de la clase media venezolana”.

Anova utiliza distintas metodologías para cuantificar el retroceso de la clase media. Una de ellas, con alcance relativo, determina que la porción de la población que vive en la franja intermedia de la distribución del ingreso se redujo desde 64,5% en 2012 hasta 41,7% en 2020, es decir, el reparto de la renta desmejoró en la última década. (1)

Otra considera que la clase media son familias en una franja de ingresos que provee protección frente adversidades y cierto grado de estabilidad económica. De acuerdo a este criterio el porcentaje de la población que se ubica en este rango se redujo desde 62% en 2010 hasta 15,5% en marzo de 2020. (2)

Una tercera metodología considera que la clase media son las familias que no son pobres y tampoco son ricas. De acuerdo con este criterio la clase media se redujo desde 72,0% de la población en 2010 a solo 5,3%. (3)

Omar Zambrano, economista principal de Anova, explica que “en la reducción de la clase media tenemos que mencionar el colapso del salario y la mortandad de puestos de trabajo. El sector industrial es el mejor remunerado, allí se concentraba 18% del empleo en Venezuela y hoy es 2% del empleo; eso ilustra lo que ha pasado en el sector productivo”.

Brecha sideral

Una cascada de decisiones desafortunadas produjo un resultado trágico. Tras no ahorrar durante los años en que el barril de petróleo se cotizó a niveles récord, no invertir para mantener la producción petrolera, endeudarse masivamente, malbaratar el dinero y perder el crédito internacional, la revolución Bolivariana evaporó el ingreso de divisas y hundió a la economía en una profunda recesión.

Entonces, ante la caída en la recaudación de impuestos y el declive de los petrodólares el gobierno recurrió a la creación de dinero y estalló la hiperinflación que destruyó la capacidad de compra de la moneda. Luego las sanciones de Estados Unidos, que junto a una larga lista de países considera fraudulentas las elecciones en las que Nicolás Maduro se reeligió como presidente en 2018, profundizaron la debacle.

Quienes dependen del Estado sienten que caen al vacío desde la cima de una montaña rusa, la brecha con los grupos privilegiados ahora es sideral. La bancarrota del gobierno pulverizó las pensiones y el salario de los trabajadores públicos. La supervivencia de las universidades gratuitas está en jaque y se agrava el deterioro de la salud pública.

Los profesores de las universidades públicas reflejan la destrucción del salario. Claudio Briceño es doctor en historia y profesor titular en la Universidad de Los Andes. Explica que “este mes mi sueldo equivale a dos dólares. Para sobrevivir he trabajado como taxista y con un emprendimiento de venta de hamburguesas. Quiero emigrar a Argentina, donde hice mi doctorado, o a Chile”.

De acuerdo con la Federación de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela (FAPUV) en enero de 2001, cuando Hugo Chávez apenas iniciaba la Revolución Bolivariana, el salario de un profesor titular equivalía a 2.659 dólares.

 

El 8 de marzo FAPUV afirmó en un comunicado que “al no remunerar el trabajo, el Estado ha roto unilateralmente la relación de trabajo, razón por la cual declaramos la emergencia laboral en las universidades venezolanas y llamamos a nuestros agremiados a no aceptar trabajar en condiciones de oprobio”.

La seguridad social es simbólica. Cinco millones de ancianos cobran una pensión mensual que equivale a menos de un dólar, cantidad que el gobierno complementa con bonos que reparte todos los meses y cajas de comida que principalmente tienen carbohidratos como harina de maíz, arroz y pasta.

De acuerdo con Datanálisis 28,4% de las familias no tiene acceso a divisas y mediante salario, bonos y cajas de comida cuenta con un ingreso equivalente a aproximadamente 34 dólares mensuales.

Pero hay quienes viven en peores condiciones: 2,8% de las familias no tiene acceso a divisas y tampoco recibe ayuda del gobierno, por lo que dispone de un ingreso mensual que equivale a menos de 20 dólares proveniente de salario y dádivas.

Tiempos bárbaros

La producción petrolera cayó a niveles de 1940 y el otrora poderoso petroestado se desmoronó. El Estado pobre se traduce en peor educación pública, menos acceso a una sanidad digna, deterioro de las carreteras y mínimas oportunidades para los pobres.

Luis Pedro España, director del Proyecto Pobreza de la Universidad Católica Andrés Bello, señala que “el gobierno no tiene cómo planificar la transición de una economía que dejó de ser petrolera, el gasto público es mínimo”.

“Pasamos del control de la economía y la sociedad mediante la distribución de la renta petrolera a un proceso de liberalización obligada donde el Estado no puede controlar nada. No hay políticas de compensación para los perdedores del mercado, para los que no pueden pagar una escuela privada o un seguro privado en dólares”, agrega Luis Pedro España.

Apoyándose en los datos de la última Encovi afirma que el índice de Gini, un número que va de cero, la igualdad perfecta, a uno, la máxima desigualdad, se ubicó en 2020 en 0,51 el más elevado en la región después de Brasil. En 2015 el coeficiente era de 0,42.

Alejandro Grisanti, quien se ha desempeñado como analista de Barclays Capital para Latinoamérica y formó parte de la junta directiva de Pdvsa por el gobierno interino, considera que “los mecanismos de redistribución de la riqueza están muy deteriorados, prácticamente no hay compensación, en alimentación, educación y acceso a la salud”.

“Pasamos de una economía que perseguía al sector privado bajo la consigna del socialismo del Siglo XXI a una de la supervivencia del más apto. El Estado ha sido incapaz de crear arreglos sociales para aminorar la desigualdad”, dice Alejandro Grisanti.

 

Añade que “este año la economía no va a seguir cayendo, debería estabilizarse en el foso, pero un tercio de la población va a mejorar un poco y dos tercios seguirán empeorando. Tendremos una sociedad donde un tercio de la población va a llevarse una porción mayor de la torta y dos tercios se quedarán con una porción más pequeña”.

Los cimientos están destruidos. La magnitud de la debacle apunta a que sea cual sea la salida a las dificultades, lleguen cuando lleguen, por mucho tiempo los venezolanos no volverán al punto anterior al colapso del socialismo del siglo XXI. Toma forma una sociedad de extremos que se alejan del centro: muy pocos arriba y muchos descolgados por abajo.

(1) La franja intermedia son hogares con ingresos per cápita en una banda entre 50% y 150% de la mediana de los ingresos per cápita de la economía.

(2) Este rango tiene un piso de 10 dólares per cápita por día y un techo de 50 dólares per cápita por día, ajustados por un tipo de cambio de paridad de poder de compra que permite comparar cuánto dinero se requiere para adquirir una canasta de bienes y servicios en distintos países.

(3) Esta metodología utiliza como límite superior el utilizado por el Banco Mundial de 50 dólares per cápita por día, ajustados por un tipo de cambio de paridad de poder de compra y como umbral inferior la línea de pobreza moderada oficial de Venezuela hasta 2015 y su ajuste por inflación para los años posteriores.