Los equivocados, por Gonzalo Himiob Santomé
Los equivocados, por Gonzalo Himiob Santomé

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Si alguien nos hubiera dicho, antes del comienzo de esta pesadilla, que hoy estaríamos de nuevo lidiando con el temor de que la fuerza policial, cobardemente encapuchada además, tumbara la puerta de tu casa y te llevara preso, sin orden judicial ni razón, solo porque unos desalmados deben cubrir unas “cuotas” de arrestados por protestar para cobrar un “bono”, o porque otros necesitan presos a quienes no piensan como ellos para justificar su infamia e hilvanar sus historias de miedo y sumisión, no le hubiésemos creído. Si alguien nos hubiera dicho que llegaría el momento en el que, si te detienen, incluso sin haber cometido delito, no habría garantía alguna de que te dejarían defenderte como corresponde o de que te llevarían en el plazo que pauta la Constitución ante un Tribunal objetivo e imparcial, pudiendo hasta pasar meses “retenido” en algún oscuro calabozo sin que nada se pueda hacer por ti, tampoco le habríamos creído. Si nos hubieran dicho que tendríamos que escuchar de un funcionario policial que para entrar a tu casa y violar la santidad de tu hogar no necesita una orden de allanamiento, porque tiene la “orden del ministro”, no le habríamos creído. Pero estaríamos equivocados.

Si nos hubieran dicho que los jueces dejarían de pensar, de estudiar, de razonar, de deberse en sus dictámenes solo a la Constitución y a la ley, que serían simples marionetas movidas por el poder ante las que ningún argumento que no sea el de la sumisión y el de la ceguera prospera, o que serían hasta capaces de calificar como “terrorista” a un grupo de indigentes y de jóvenes cuyo único pecado es el de haber estado en el lugar equivocado en el momento equivocado, habríamos arqueado las cejas con suspicacia y habríamos desechado la afirmación sin pensarlo dos veces. Le habríamos respondido, confiando en lo que habíamos vivido hasta ese momento, que eso pasaba en otros tiempos y en otros lugares, que nuestro país, con sus altas y bajas, era modelo de democracia en el mundo, que no todo era color de rosa pero que en general eso no ocurriría, que cosas así pasaban en los tiempos de Gómez o de Pérez Jiménez, o en otros países y de la mano de otros dictadores, pero que ya en Venezuela habíamos aprendido esa lección y que ese horror no volvería a ocurrir jamás. Pero estaríamos equivocados.

Si alguien nos hubiera dicho que en el país con las riquezas naturales más importantes del mundo la gente terminaría gastando en un paquete de arroz lo que cuando Chávez llegó a la presidencia costaba un apartamento o carro lujoso y de último modelo; que tener casa propia se convertiría en una meta inalcanzable para la mayoría, que muchos tendrían que buscar su alimento en la basura porque de otra forma morirían de hambre; que nuestros niños y ancianos morirían por no tener acceso a las medicinas o a la comida que necesitan o que nuestros jóvenes, no más finalizados sus estudios, ya estarían pensando en cómo salir corriendo de su país para buscar un mejor futuro lejos de su tierra y de sus familias, no le hubiésemos creído. Pero estaríamos equivocados.

Si alguien nos hubiera dicho que llegaría el momento en el que los militares no nos inspirarían respeto, sino miedo; que vendría el día en el que muchos de ellos olvidarían su juramento y dejarían, cobardes o cómplices, que a sus compatriotas los masacrasen sus compañeros de armas o los paramilitares, que por definición son sus enemigos naturales; que ante la vista de un delincuente común perderían toda valentía y huirían despavoridas, pero que ante el pueblo inerme se comportarían como si se tratase de un “enemigo de guerra” contra el que “todo vale”; que en lugar de ayudarlas a cumplir su sagrado deber de protegernos de cualquier enemigo, externo o interno, el gobierno las podría a sembrar arbolitos, a cortar matorrales y a vender viandas en mercaditos; si nos hubieran dicho que las fuerzas armadas (así, en minúsculas), las mismas que se pregonan hijas de aquellos ejércitos que al mando de Bolívar liberaron a un continente entero, terminarían disparando sus armas, que son nuestras, directamente contra el pecho de los niños que se les enfrentan con piedras y escudos de cartón, que terminarían convertidas en los guardaespaldas mercenarios de unos, los muy pocos, los menos, a los que solo les interesa mantenerse en el poder “como sea” y durante todo el tiempo que les sea posible para seguir dilapidando la nación, habríamos de inmediato pensado en aquel tío, primo, padre, hermano o amigo militar que, antes de que la locura se hiciera poder, no nos inspiraba más que admiración y orgullo, y le habríamos respondido que nuestros militares jamás se prestarían a esas felonías, que nos defenderían y que defenderían nuestra Constitución y a la Patria a costa de sus vidas si fuese necesario. Pero estaríamos equivocados.

¡Ah! Pero si alguien nos hubiera dicho, hace algunos años, que pese a todo lo anterior, el miedo dejaría de ser opción y regla; que Venezuela seguiría siendo nuestro hogar y que como tal la amaríamos y la defenderíamos; que en algún momento, cansados de tantos abusos, corruptelas y humillaciones, decidiríamos que no nos la dejaríamos arrebatar por la oscuridad ni por los perversos; que llegaría el día en el que sería el pueblo el que demostraría, hecho marejada y tormenta en las calles, que sí lleva en sus venas la sangre de El Libertador, que no le teme ni a la muerte y que no hay bala, bomba, perdigón ni bota que pueda contra los venezolanos una vez que se deciden a luchar contra la ignominia y por la libertad, quizás tampoco le habríamos creído. Quizás alguien habría respondido, porque eso es lo que algunos quieren que creamos, que somos un pueblo bobo, sumiso e indiferente; que somos inmediatistas, que somos débiles, que no nos metemos en política o que somos egoístas y miedosos.

Podría alguien quizás haber dicho todas esas cosas, pensando como a algunos les gustaría y les convendría que pensáramos todos, pero creo que también estaría, y con orgullo hay que decir que la realidad, la fuerza y la valentía demostrada en las calles lo demuestran, terriblemente equivocado. Tan equivocado como los que creen que pueden seguir matando a nuestros hijos y haciendo con nuestra nación, con nuestro futuro y con nuestros derechos lo que les venga en gana. Ya su tiempo pasó, y es hora de que comiencen a aceptarlo.

Sigamos, que falta mucho menos de lo que pensamos.

@HimiobSantome