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La adulación como recurso de la política
No hay duda que el ejercicio de la política se sirve de la adulación para jugar a la traición simulando lealtad

 

@ajmonagas

El servilismo, antes de exceder los límites que separan la descortesía de la sumisión, se convierte en la bajeza más vergonzosa que apalea la dignidad del ser humano. Y es el contexto en donde se mueve la adulación, toda vez que resultan ser variables del mismo cuño.

La historia política, cultural y social de cualquier sociedad que se precie de manejarse auxiliada con términos de una cultura propia, ha demostrado que la adulación es una vulgaridad que se pone en práctica cuando la intención de agradar se confunde con el intento de comprar el beneficio o el patrocinio ansiado a precio de “gallina flaca”. Incluso, al precio que considera la oferta.

Aunque la adulación y el elogio pudieran contemplar algunas semejanzas, no comportan las mismas características en cuanto al hecho de esgrimirlas como recursos del halago. Sin embargo, la praxis política se enriquece de sus servicios, por ocasionales o perseverantes que los mismos puedan ser.

Perdiciones que marcan realidades

Del elogio gratuito se hacen muchas conjeturas. Por ejemplo, que debilita al individuo en tanto y cuanto actúa como mecanismo para aplaudir el oficio propio de gobernantes que, por proselitismo, buscan seducir al gobernado con bagatelas y baratijas.

Refirió el extinto y reconocido periodista español, Francisco Gonzáles Cerecedo, también conocido como Cuco Cerecedo, que el elogio es “(…) una flor que crece en las ásperas laderas del poder creando una terrible adicción. Comienza a sentirse como un vino que embriaga ligeramente. Pero termina entregando a sus protagonistas a la frenética acción de inyectarse la amapola de la adulación en vena (…)”.

No hay duda que el ejercicio de la política se sirve de la adulación para jugar a la traición simulando lealtad. Es un tanto lo que aludía el filósofo griego Epicteto de Frigia para cuestionar la adulación como recurso político. Refería que “(…) los aduladores destruyen las almas de los vivos cegándole los ojos”.

O tal como lo deja ver la historia cuando describe cómo muchos gobernantes o activistas de la política buscan engañar, menospreciar o ridiculizar con la adulación. Por eso, cuando un operador político alaba a otro es porque, seguramente, necesitará algo de él.

Seducciones astutas

No debe confiarse en ninguna alabanza pronunciada en el ámbito de la política, pues cuando hay adulación de por medio, hay hipocresía de la cual se vale el personaje de marras para manipular al otro.

No hay duda pues que, en el fondo de tan obscena actitud, el adulador lo que busca es pervertir a quien cae en la trampa de la alabanza gratuita, ya que la misma enmascara un cierto “valor de cambio” y hasta un “valor de uso”, a decir de la economía marxista.

Aunque suena enteramente burdo y vulgar, deberá reconocerse que de la adulación se sirve la política para dar con lo que a sus intereses y necedades conviene. Su peligrosidad se advierte al comprobarse que la alabanza maliciosamente dirigida, o sea la adulación, encierra falsedades proclives a deformar toda creencia que, la mentalidad cándida del adulado, concibe al mundo desde una perspectiva bastante ingenua. Alejada la misma, de las amañadas ficciones que construye el adulador en su “emboscada”. Por eso las realidades tienen a la adulación como recurso de la política.

La Delpiniada

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