La rebelión metafísica de los niños rata - Runrun
La rebelión metafísica de los niños rata
Siempre he creído que los autócratas y quienes los consideran mandatarios ideales son en esencia como niños (rata)

 

@AAAD25

El título de este artículo no es preciso. No lo es porque los aludidos no son menores de edad. Dedicar un texto a la reprensión de niños sería ridículo. Hablo más bien de adultos con ciertos rasgos psicológicos infantiles. De esos sujetos que son malos perdedores y que montan en cólera cada vez que son derrotados hasta en el más banal de los juegos. Hablo de esos sujetos que tienen una necesidad incontenible de hostigar a quienes no piensan como ellos (ojo, casi siempre de forma digital, porque lo que tienen de ira les falta en temple). Hablo de esos sujetos que sienten que tienen un derecho a que les den todo lo que quieren.

Esos son los niños rata, que, insisto, son un problema mayúsculo cuando dejaron biológicamente la puerilidad pero no mentalmente. Como yo no soy psicólogo, no voy a hablar exhaustivamente de las patologías que los llevan a comportarse así. Solo quiero poner la lupa sobre el rasgo específico que sí está relacionado con mi campo de estudio: la mentalidad autoritaria.

Siempre he creído que los autócratas y quienes los consideran mandatarios ideales son en esencia como niños.

Se comportan de forma impulsiva, tienen poca empatía hacia otras personas y ven el mundo en blanco y negro, poblado solamente por héroes y villanos arquetípicos, como en los cuentos de hadas o los cómics de superhéroes.

Si vieron la película estupenda de Taika Waititi Jojo Rabbit, recordarán que su protagonista es un niño en el Tercer Reich, aspirante a las Juventudes Hitlerianas, y con un amigo imaginario que no es otro que el propio Führer, o mejor dicho una versión conductualmente pueril del mismo. Ese Hitler de mentira representa el cúmulo de prejuicios, egoísmo y pulsiones antisociales del propio niño. Afortunadamente (¡alerta de spoiler!), el muchacho supera todo eso, lo cual es simbolizado al final del filme con la defenestración del amigo imaginario. Pues bien, los adultos que ansían gobiernos autoritarios son ese mismo niño, si nunca hubiera ejecutado el acto final. Si nunca hubiera madurado psicológicamente. Su inocencia infantil se convirtió en mediocridad adulta. Jamás se molestaron en distinguir entre lo admisible y lo inadmisible. Desarrollaron la banalidad del mal arendtiana, y ya sabemos la clase de personajes tétricos que la portan.

La rebeldía adolescente es “romantizada” (me sorprende que el verbo no haya sido reconocido por la Real Academia Española) como un fenómeno creativo y liberador, pero también amonestada por sus consecuencias destructivas y hasta autodestructivas. Para algunos púberes, la rebeldía se convierte en un bien en sí mismo, sin propósito utilitario claro. Tienen un impulso a desafiar no solamente a autoridades concretas como padres y maestros, sino también reglas y mandatos abstractos. A burlarse de lo que está “bien”. Deliberadamente tratan de ofender a la sociedad, de escandalizarla, de dar a entender que para ellos nada es sacrosanto e inviolable.

Las más de las veces lo hacen con jugarretas, actos vandálicos menores o discursos nauseabundos. Mientras no lleguen a manifestaciones extremas con efectos harto dañinos, esta inmoralidad es señalada pero también perdonada, habida cuenta de la socialización incompleta de los infractores, con la esperanza de que con el tiempo aprenderán a hacer juicios éticos por cuenta propia.

Lamentablemente no siempre es el caso, y he ahí a nuestros niños rata adultos. Ellos mantienen lo que Camus llamaba “rebeldía metafísica”. Su alzamiento, o la pretensión de alzamiento, no es contra estructuras específicas de poder opresivo. Es más bien contra todo el orden moral mediante el cual las sociedades viven de forma civilizada, el cual se aspira a sepultar bajo una avalancha de nihilismo.

Se permite todo, todo se puede y, por lo tanto, la única ley es la del que tiene más poder.

La consecuencia lógica de este nihilismo, en la política, es la mentalidad autoritaria. Es así como se llega a la conclusión de que la tiranía es aceptable y hasta deseable. Los niños rata sienten que la humanidad les debe lo que ellos desean, y que solo hace falta que ellos, o alguien que los represente, tome el poder y lo use para cobrar. Quien se atraviese debe ser quebrado o eliminado. Porque no hay respeto por la dignidad del ser humano. No hay respeto por ninguna de las virtudes políticas, como la libertad, la igualdad y la justicia.

Mientras no llegan a ese punto, se limitan a fantasear en voz alta. A falta de fuerza bruta, su pequeña rebelión metafísica es retórica, con el consabido propósito de escandalizar. Los vemos entonces inundando las redes sociales de mensajes glorificando la violencia arbitraria y el extremismo político, así como hostigando sistemáticamente a quienes sí tienen escrúpulos morales y valoran la democracia y el Estado de derecho.

Las redes sociales son un ecosistema ideal, pues los algoritmos los ponen en contacto unos con otros. De esa manera forman comunidades virtuales que los radicalizan aun más. Se vuelven turbas digitales que atacan el disenso en conjunto y que se dejan llevar por ese frenesí de rebaño en estampida furiosa. La atrofia de su capacidad de juicio empeora. Pierden cualquier independencia de criterio que les quedaba. Dejan de ser individuos para volverse “hombres-masa” en rebelión, diría Ortega y Gasset.

En la medida en que los valores evolucionan hacia la aceptación y reivindicación de grupos tradicionalmente discriminados, vemos a nuestros niños rata metafísicamente alzados yendo por supuesto en contra de esa tendencia. Su odio se expresa en mensajes misóginos, racistas, homofóbicos, etc. Pero también vemos a algunos de ellos intentando usar aquella causa justiciera como trampolín para otra mentalidad autoritaria. Esa que pretende linchar retóricamente y condenar al ostracismo social y profesional a todo aquel que, con o sin intención, cometa hasta la más mínima desviación con respecto a nociones identitarias dizque “progresistas”.

No todo aquel que asume este comportamiento de troll da el gran paso para convertirse en un activista a favor de las ideologías radicales y del despotismo. Pero es evidente que hay una línea muy delgada entre aquellas personas que, como adolescentes en un patio de recreo, quieren lucirse como “raticas” irreverentes, y aquellas que ya se entregaron al lado más oscuro de la política. Asimismo, de la agresividad virtual a la física hay pocos pasos, sobre todo cuando los números compensan la cobardía del acosador solitario.

Si usted tiene familiares o amigos que ya alcanzaron la mayoría de edad pero retienen conductas de niño rata, encárelos. Con sensibilidad a cualquier inquietud que tal vez los motive a actuar así, pero también con tesón. No solo estará ayudando a un ser querido, sino que también estará contribuyendo con una esfera pública más sana.

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