Colombia también me duele - Runrun
Dhayana Fernández-Matos May 16, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Colombia también me duele

@dhayanamatos

Vivir en Colombia y ser venezolana, migrante, no siempre es fácil, pese a que reconozco que tengo una posición privilegiada: tengo un trabajo formal y estable. Pero ahora, ante lo que está sucediendo, las dificultades adquieren nuevos matices.

Salir huyendo de una situación angustiosa para revivirla en otra geografía, resulta cuando menos agobiante. Eso fue lo que me sucedió una de las noches de la protesta en Colombia, me agobié.

Estaba viendo un video en el cual los estudiantes, en vivo y directo, transmitían lo que estaba sucediendo en la ciudad en la que resido, cuando empezaron los cacerolazos.

No eran tantos como los que acostumbraba a oír en Caracas, donde las ventanas del apartamento donde vivía retumbaban con el sonido (y vivía en el municipio Libertador, por cierto), pero sí se escuchaban.

Me paré de la silla del computador para ver si por el otro lado del apartamento se oían los cacerolazos con más fuerza. En ese momento, se escucharon varios disparos y me asusté.

Alguna persona escéptica podría pensar que para alguien que vive en Colombia y nació en Venezuela, no sería la primera vez que escuchaba unos tiros en su vida y es verdad, no era la primera vez. Pero luego de vivir más de un lustro sin oír ese tipo de detonaciones, mi cuerpo reaccionó.

Fue breve, pero me transporté. Me vi en mi apartamento de Caracas, con el mejor uso que siempre le di a las sartenes: cacerolear (llámenlo privilegios de clase, pero la cocina y yo tenemos un pacto de no acercamiento ni agresión).

Vi mis ventanas, mi cortina, el color del piso, sentí que me transportaba. Eran los olores de Caracas, era su clima, eran sus colores, estaba allá. Cerré los ojos.

Los abrí y regresé a mi realidad, extrañada porque nunca había vivido algo parecido. Lo había visto en otras personas, en las víctimas, pero jamás lo había experimentado.

Cuando la situación era al revés y eran las personas colombianas quienes se trasladaban a Venezuela, estuve trabajando un tiempo con una organización internacional de ayuda humanitaria recabando los testimonios de las personas necesitadas de protección internacional y vi estas reacciones muchas veces.

La señora que contaba cómo dejaron el cuerpo de su hijo en bolsas de papel frente a su casa, el sindicalista que vio cómo asesinaban a todos sus compañeros, la madre que se escondió en el río mientras observaba hechos delictivos, el joven torturado porque no quiso pertenecer a uno de los grupos irregulares y muchos casos más.

Todas esas personas, cuando daban sus testimonios, revivían lo que les había sucedido y su lenguaje corporal era prueba de la veracidad de sus relatos.

Aprendí a detectar lo que sentían, esos doblamientos del cuerpo por el dolor, o aferrarse con fuerza a los brazos de una silla, con rabia, con indignación… Tenían en frente de nuevo los hechos.

También lo he visto con mujeres víctimas de violencia sexual y de otros tipos. Las he visto temblar, acurrucarse, sentirse asfixiadas, llorar de miedo, cuando al dar sus testimonios, reviven las agresiones sufridas. Por eso hay que cuidar tanto no revictimizar ni pedir constantemente que repitan lo sucedido.

Pero mi caso era diferente. Cuando estaba en Venezuela y caceroleaba, pitaba, o iba a una manifestación, nunca me sentí como víctima, por lo menos no una directa, por eso mi reacción corporal me causó tal extrañeza y comencé a buscar explicaciones.

Creo que no hay una respuesta única, sino distintos elementos que lo explican, entre ellos, el hecho de que aunque se trate de dos gobiernos muy distanciados ideológicamente, hay mucha similitud entre las dos situaciones: cacerolazos, abusos policiales, violaciones de derechos humanos, estudiantes ajusticiados y hechos vandálicos de los que quieren hacerlos responsables, desapariciones, compras nerviosas por miedo al desabastecimiento, frustración de quienes quieren hablar y no lo hacen por miedo a las consecuencias laborales, miedo a lo que viene, a lo que sigue, a lo que hay, a que no cambie nada o que cambio todo… Y esa urgencia de diálogo, acuerdo, reconciliación y paz.

Mi cuerpo reaccionó ante lo que conoce y no quiere que se repita, porque le duele tanto Colombia como le duele Venezuela.

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