Celebración con hambre - Runrun
Antonio José Monagas Feb 22, 2020 | Actualizado hace 3 semanas

@ajmonagas

 

La graves crisis que aqueja a Venezuela ha provocado múltiples comentarios cuyos contenidos no terminan de depurar los intríngulis que se han tejido sobre el suelo nacional. Muchos no solo confunden al lector toda vez que quienes opinan suponen razones tan nimias, que solamente avivan conjeturas que no se corresponden con la exacta naturaleza del caos en curso. También hay opiniones que enmarañan la situación, dado que los análisis expuestos lucen redundantes de factores. Pero que además, son causas que si bien se muestran alineadas con la crisis en cuestión, carecen del manejo y precisión conceptual que las mismas entrañan. 

Vale aclarar que, en el fondo, dar cuenta de las motivaciones a partir de las cuales se acentuó lo que en principio fue un problema de estrategia política y económica, fundamentalmente, no es asunto de fácil explicación. Menos, si se busca la funcionalidad de la estructura sobre la cual se adosa la crisis. De sus articulaciones con ámbitos colindantes a la susodicha crisis. Asimismo, con elementos que confabulan en perjuicio de esfuerzos planteados alrededor de su contracción. Aunque cabe reconocer que más que dificultad en la explicación, el problema radica en entenderlo. Y en su comprensión, descansa cualquier inferencia que de la crisis pudiera erigirse. 

Sin embargo, la historia permite advertir consideraciones que han sido periódicas tanto como insistentes. No solo como secuelas de hechos contraproducentes. Igualmente, como condicionantes lo que ha repercutido en cuanto a la inducción y consolidación del problema propiamente. De manera que, en su esencia, esta o cualquier crisis que haya mellado la sociedad en alguna forma, tiene la capacidad para provocar carencias o agravios. Y de estos, se aprovecha el poder dominante para manipular complicaciones que detrás de todo, generan ganancias políticas. Y que de ser bien administradas, le proporcionan al poder dominante los dividendos suficientes de los que luego se sirve para infundir el temor necesario sobre el cual estriba el manejo político de la crisis. 

Y que esto no es otra cosa que el HAMBRE. Más, cuando se presenta asociado a la pobreza. Pero aunque del “hambre” se han levantado infinitas consideraciones, no siempre su explicación ha recorrido parajes contagiados de las afecciones del poder. Tampoco, por canales cundidos de podredumbres de la política. O de las argucias de la economía. Por esos ámbitos, no circula el “hambre” ya que las respuestas que de los mismos derivan, serían incapaces de descifrar el problema con base en la verdad, la justicia, la libertad y la igualdad. 

Hay que saber que cuando el hambre arrecia, se nubla el pensamiento. Y esa condición es la que aprovecha el poder para dominar a sus anchas y a merced de sus intereses. Por ello, reparte migajas. O para imponer sus decisiones, hace ofertas que se desvanecen al primer asomo de lluvia. Y en eso, el autoritarismo se las sabe todas. Igualmente el socialismo pues como decía Winston Churchill, “(…) su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.

 

Por eso el populismo y la demagogia, en el fragor de lo que se plantean regímenes de oscuridad, intolerancia y engaño, manipulan a la población con discursos que rebasan realidades y transgreden verdades. De esa forma, sus deleznables economías movilizan disposiciones sin que las realidades descubran su verdadero contenido. En consecuencia, aparentando que se tiene un horizonte de impoluta imagen, toda gestión autoritaria o totalitaria termina provocando destrozos y corrupciones ocultas. 

Es ahí cuando se vive una sensación de sarcástica perplejidad toda vez que no hay forma de explicarse, con la contundencia del caso, la contradicción que se percibe del problema inducido por el poder dominante al infundir el ocio como recreación en medio de una celebración abultada por la publicidad y la propaganda. 

Eso termina siendo un vulgar ejercicio de control social mediante el cual todo régimen político, indistintamente de su condición ideológica, busca aliviar los padecimientos de aquellos sectores de la población de menores recursos y mermadas capacidades para superarse. Por tanto, propone medidas de política indolente, con base en espectáculos de gran impacto publicitario, para infundirle algún sentido a ilusiones y fantasías que hacen soportable la infeliz conciencia de pobreza bajo la cual estos sectores de la población viven.

El carnaval, las escandalosas ferias de pueblo o los días de asueto decretados populistamente por el régimen abusador, en virtud del oportunismo con el que desata sus medidas, son algunos de esos ensayos de los cuales se vale la política de minúscula condición para inducir ficciones de abundancia y felicidad sin que las realidades se compadezcan de tan desvergonzadas y utilitarias consideraciones.

Tan paradójica quimera inyecta, en la actitud de quienes son víctimas de tan burdas presunciones, el facilismo y la ociosidad como razones que sirven al populismo para aumentar su cuota de permanencia en la conciencia política de esas personas. Y por consiguiente, como factor que acentúa la ceguera ante la pobreza que se arrastra como problema social y económico. Por eso que a la política de “medio pelo” le resulta conveniente arrimar su gestión de gobierno a eventos que apunten siempre a animar una celebración. Solo que bajo el autoritarismo hegemónico, como el que padece Venezuela, es reiterativo el hecho humillante de observar siempre toda una celebración con HAMBRE.