Un “porque” sobre las elecciones colombianas, por Alejandro Armas
Un “porque” sobre las elecciones colombianas

 

Las encuestadoras en todo el mundo han pasado un mal rato en materia electoral en la era de la llamada “posverdad”. Sus recientes desaciertos más memorables incluyen los comicios presidenciales estadounidenses, el plebiscito sobre el Brexit y la consulta a propósito del acuerdo de paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC. Sin embargo, en este último país las firmas de análisis estadístico tuvieron un respiro cuando Iván Duque y Gustavo Petro pasaron a la segunda vuelta por el Palacio de Nariño, con sendas votaciones más o menos de acuerdo con lo pronosticado.

Dada la extendida sensación de estancamiento en la política venezolana desde el punto de vista opositor, el cual abarca a la enorme mayoría de los ciudadanos, es tristemente razonable que resulte más interesante discutir la situación de otras tierras. Debido a nuestra cercanía geográfica y cultural con Colombia, es natural que las elecciones en casa del vecino sean tema muy discutido por aquí. En tal sentido, destaca una corriente de opinión casi uniforme: la inquietud sobre un hipotético triunfo de Petro. El perfil ideológico del ex alcalde de Bogotá, caracterizado por el populismo de izquierda, así como su pasado de fusil al hombro, inevitablemente hacen que el venezolano común lo identifique como una suerte de versión neogranadina de Hugo Chávez. De cara al estado abismal en que Venezuela se encuentra actualmente, en este lado de la frontera el hecho de que Petro haya pasado a la segunda ronda y tenga aún posibilidades de ganar resulta desconcertante.

Duque, por el contrario, es percibido en Venezuela como un nuevo adalid de la libertad y la democracia. ¿Por qué? En esencia, por tratarse de un protegido de Álvaro Uribe, uno de los políticos latinoamericanos más populares entre la oposición venezolana debido al tono fuerte que mantuvo hacia Chávez (entre uno que otro abrazo, hay que recordar) y que hoy mantiene hacia los sucesores del “eterno”.

Así pues, quien escribe estas líneas pudo ver el domingo pasado reacciones de perplejidad entre sus conciudadanos por el hecho de que Duque no ganara la Presidencia en primera vuelta y de que aún tenga que pasar por otro careo con Petro. Más aun sorprendieron los argumentos de politólogos y periodistas colombianos sobre la posibilidad de que, si bien Duque entró a la segunda etapa con mucho mejor pie que su contrincante, haya posibilidad de que el resultado definitivo sea inverso. Las probabilidades de que tal cosa ocurra aumentarían si el grueso de las elites políticas colombianas se inclinaran por Petro, más por rechazo al uribismo que por por otra cosa, aunque no necesariamente los votos de los candidatos que no pasaron a balotaje se transferirán hacia quien estos o sus respectivos partidos apunten. En fin, la sola posibilidad de una alianza con Petro y contra el Centro Democrático (partido de Uribe) a los ojos de muchos venezolanos luce como un disparate colosal. No siento ninguna simpatía por el señor Petro ni creo que sea bueno para Colombia. Lo que viene a continuación solo busca ayudar a entender por qué se está dando esta segunda vuelta.

Si bien el fin de la insurrección de las FARC y las negociaciones con el ELN podrían significar el cese del conflicto interno en el país, los efectos de la guerra se mantienen vivitos y coleando y es muy probable que así sea por años. Tales efectos han permeado las elecciones. Son el más reciente producto de la violencia política que ha caracterizado a Colombia de forma casi ininterrumpida desde la independencia. Un verdadero baño de sangre a menudo vinculado con las fortísimas desigualdades sociales que también han sido rasgo distintivo de la república vecina.

Comencé a informarme por cuenta propia sobre el conflicto colombiano durante mi primer año universitario. Antes de eso, mis referencias al respecto se limitaban a lo que desde mi niñez se comentaba en casa. Para mi familia, la guerra en Colombia se resumía a que un grupo de facinerosos estaba empeñado en acabar por las armas con la democracia e instaurar una dictadura comunista, con disposición a matar y a secuestrar inocentes, así como a traficar drogas, para lograr su objetivo. Y si bien en esto había mucha verdad, era solo uno de varios aspectos del conflicto. Puede que me equivoque, pero tengo la impresión de que muchos venezolanos ven el asunto teniendo únicamente en cuenta estos elementos.

En mi casa nunca se habló de los paramilitares, factor de peso enorme curiosamente omitido, y no por interés, sino porque mis familiares sabían poco o nada sobre ellos. Originalmente estos grupos armados surgieron por iniciativa de agricultores y ganaderos que buscaban protegerse a ellos mismos y a sus propiedades de las guerrillas de extrema izquierda, ante el fracaso del Estado en la provisión de seguridad. Por eso adoptaron el nombre de “autodefensas”. No obstante, los paramilitares no tardaron en  pasar a la ofensiva con el propósito de acabar con las guerrillas y defender las posiciones más conservadoras de la sociedad colombiana. El combate al comunismo fue su bandera y argumento para justificar algunas de las acciones más horripilantes del conflicto, siempre dirigidas hacia aquellos considerados como aliados de los rojos. Segovia, Mapiripán, El Aro, Villanueva y Macayepo son nombres que aún resuenan con terror en la memoria de muchos colombianos, por tratarse de los sitios donde las autodefensas llevaron a cabo masacres. Y así como las guerrillas comunistas se han visto implicadas en el narcotráfico al menos desde los años 80, otro tanto puede decirse de los paramilitares. Si no lo creen, averigüen sobre Salvatore Mancuso y otros líderes de grupos armados ultraderechistas extraditados a Estados Unidos por comercio de estupefacientes.

Uribe llegó a la Presidencia en 2002, con el compromiso de tener mano dura hacia las FARC y similares. Al poco tiempo su gobierno comenzó a negociar con los paramilitares para conseguir su desmovilización, proceso que duró entre dos y tres años, para que solo el Estado, como ente con monopolio sobre la violencia legítima, se encargara de eliminar la actividad guerrillera. No obstante, en 2006 se desató un escándalo por la revelación de vínculos y colaboraciones entre paramilitares y miembros connotados de las elites políticas colombianas. Senadores, representantes, gobernadores, alcaldes, directores de entes públicos y demás fueron procesados por el Poder Judicial y varios de ellos terminaron tras las rejas. Entre ellos había personas del entorno cercano al propio Uribe. Tal situación produjo varios roces entre el Gobierno y la Corte Suprema colombiana.

Adicionalmente, el Centro Democrático ha defendido enérgicamente a militares señalados de estar involucrados en violaciones graves de Derechos Humanos cometidas en el marco del combate a las guerrillas. Al menos uno de estos, el coronel retirado Alfonso Plazas Vega, se unió al partido. La conjunción de todos estos elementos explica por qué una buena parte de las elites políticas, sociales y culturales de Colombia, y también de la ciudadanía común, adversa al uribismo.

En cuanto a Petro, otro factor que pudiera anonadar a los venezolanos es la disposición a sufragar por un ex guerrillero. No obstante, se debe tener en cuenta que el dirigente de izquierda no viene de las FARC ni del ELN. No se trata de alguien que dejó las armas hace poco. Petro militó en el Movimiento 19 de Abril (M-19). Esta organización armada estuvo activa en los años 70 y 80 y fue en todo ese lapso una de las más peligrosas. Su primera acción destacada fue más bien simbólica: el robo de una espada de Bolívar. Luego protagonizaron el asesinato del sindicalista José Raquel Mercado, la toma de rehenes en la embajada dominicana en Bogotá y el especialmente traumático asalto al Palacio de Justicia. Todas fueron operaciones deleznables, pero a finales de la década de 1980 el M-19 negoció su desmovilización e incorporación a la vida política democrática. Desde entonces, sus ex combatientes han sido alcaldes, representantes, senadores y ministros. Petro es uno más.

En solo dos semanas se sabrá quién tendrás las riendas de Colombia, en un balotaje cuyo resultado también impactará sin duda la política venezolana. Mi deseo es que los colombianos no acaben padeciendo ni siquiera algo cercano a lo que nosotros experimentamos hoy. También que puedan encontrar un camino hacia el fin definitivo de las guerras que los han atormentado por casi dos siglos. ¡Éxito, amigos!

 

@AAAD25