Postales de migrantes y viajes sin retorno - Runrun
Postales de migrantes y viajes sin retorno

Fotografía: Elizabeth Ramos, Paloma Reyes, Ismael Quintana

 

Postales de migrantes y viajes sin retorno se publicó originalmente en el portal La Verdad de Juárez. Fue elaborado por las periodistas Paloma Reyes y Elizabeth Ramos como parte del proyecto “Defensa y acompañamiento de periodistas y familiares víctimas de graves violaciones a sus ddhh en México”, realizado por la organización Propuesta Cívica A.C. Runrunes lo reproduce íntegramente con su autorización. 

#1: Desaparecidos: ¿Dónde está José? 

Ciudad Juárez, Chihuahua. Roraisa perdió contacto con su hermano José Gregorio en las primeras horas de la madrugada del 25 de junio del 2022. Lo último que supo es que estaba a punto de cruzar hacia Estados Unidos, junto con otras dos mujeres, a través de las aguas del Río Bravo. 

Luego de eso, Roraisa no supo nada de “Cheo”, como le decía de cariño. Ella asumió que él había cruzado la frontera y estaba en detención en Estados Unidos: “como les quitan todo, yo me quedé tranquila, pero jamás imaginé todo lo que pasaría.” 

Cada vez que lo recuerda, la noche del 26 de junio vuelve a su mente con todos los detalles. Entró una llamada y con ella la noticia. Aparentemente, durante la noche anterior, José se había ahogado en el Río Bravo en su intento por cruzar la frontera norte de México. 

Ha pasado casi un año y Roraisa se niega a aceptar que José haya muerto: “no hay cuerpo que lo confirme…además, era de noche, estaba oscuro, ¿cómo iban a saber que era él?”. 

Luego de la llamada, comenzó a pensar en la pequeña posibilidad de que alguien hubiera rescatado a su hermano: “mientras yo no vea un cuerpo, no voy a creer que a él le sucedió eso”. 

Desaparición en cifras 

De acuerdo con el informe anual de la Fiscalía Especializada en Materia de Derechos Humanos, (2019-2020) la Unidad de Investigación de Delitos para Personas Migrantes (UIDPM) brindó información a familiares de 117 personas desaparecidas registradas en el Mecanismo de Apoyo Exterior Mexicano de Búsqueda (MAE), en particular de Honduras (43), El Salvador (41) y Guatemala (33); aunque cabe destacar que la cifra de personas registradas en el sistema incluye migrantes de más de 3 nacionalidades y es tan larga como el viaje que emprenden las personas en movilidad. 

Tan solo entre 2020 y 2021, al menos 672 personas en movilidad fueron reportadas como desaparecidas o ausentes en la República Mexicana, siendo Chihuahua el estado con mayor número de reportes, según cifras proporcionadas durante el Foro Regional sobre la Desaparición de Personas en

Contextos de Migración de la Organización Internacional para las Migraciones en México (OIM) . 

Sin embargo, organizaciones de la sociedad civil estiman que el número de migrantes desaparecidos podría no ser exacto debido a distintos factores como la desconfianza de quienes interponen la denuncia, el desconocimiento de los procesos, la falta de recursos, el miedo o la barrera del idioma; sumando a esto la dificultad para comunicarse al exterior debido a la política de cada país. 

 

 

 

Las desapariciones en México 

En el caso de México, el Protocolo Homologado para la Búsqueda de Personas Desaparecidas y No Localizadas es una herramienta que designa acciones a cada autoridad para llevar a cabo la búsqueda, así como la coordinación entre dependencias y los procesos correspondientes a cada caso. 

La búsqueda individualizada de personas en movilidad se hace a través de una solicitud de información a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) y al Instituto Nacional de Migración (INM) para confirmar la llegada de la persona en movilidad al país o las atenciones que recibió por parte de las autoridades. 

Para poner un reporte por desaparición de personas ante la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) en México, se puede hacer el registro a través del portal de internet, donde se anexa una fotografía de la persona desaparecida y se ingresan los datos que ayuden a su identificación. 

Como parte del protocolo se hace una búsqueda en albergues, casas de migrantes y otras organizaciones no gubernamentales de apoyo a personas en movilidad para tratar de dar con su paradero o tener algún indicio de este. 

Tan sólo en Juárez existen más de 30 albergues y casas de migrantes en las que se podría hacer la indagación. No obstante, Ivonne López de Lara, coordinadora del Departamento de Derechos Humanos de la Casa del Migrante A. C. en Ciudad Juárez, considera que existen algunos vacíos que dificultan la búsqueda de personas en movilidad que se encuentran en calidad de desaparecidas, ya que las bases de datos que manejan las fiscalías no están socializadas con los albergues, quienes además cuentan con sus propios datos y, en la mayoría de las veces, no coinciden con otras instancias.

En Casa del Migrante de Ciudad Juárez, el área de Trabajo Social se encarga de hacer la entrevista a quienes ingresan al albergue y, posteriormente, registra sus datos personales. Sin embargo, López de Lara reconoce que estos no siempre son reales o verificables, ya que la persona que ingresa a veces no cuenta con documentos de identificación y, en ocasiones, proporcionan otros datos como medidas de protección. 

“La gente no siempre dice la verdad; a veces se cambian el nombre por seguridad, por miedo o desconfianza. Entonces, cuando viene la Fiscalía a preguntar por alguien, nosotros revisamos nuestro registro con los datos que nos están dando y aquí puede ser que la persona esté en nuestra base o no, pero también puede ser que tengamos a la persona con datos distintos y nos damos cuenta con la fotografía que suele traer la Fiscalía u otra institución”. 

De Venezuela al Río Bravo 

La duradera crisis económica había empujado a José Gregorio a abandonar Venezuela en el 2017. Hizo una primera parada en Colombia, donde por un tiempo vivió con un grupo de amigos hasta el 2022, cuando decidió dar el siguiente paso y comenzar el largo camino hacia Estados Unidos. 

Roraisa D., hermana de José Gregorio D. (41 años), cuenta que ella y José eran inseparables y fieles compañeros de viajes, paseos y rumba, hasta que en 2017 la crisis del país y la necesidad de tener las mínimas condiciones económicas para solventar la vida, empujaron a su hermano a migrar a Colombia en busca de trabajo, algo que ya no se podía conseguir en Venezuela. 

Pero en marzo de 2022, cinco años después de su llegada a Colombia, motivado por sus amigos para buscar algo mejor para él y poder seguir mandando dinero a su familia e hija, que se habían quedado en Venezuela, emprendió lo que se convertiría, hasta el momento, en un viaje sin regreso. 

“Mi hermano Cheo, como le decimos en casa, era un bonachón, si tú le decías ‘aquí es bonito’, él iba para allá poniendo toda la confianza a lo que le decía la gente y esa era una de mis grandes peleas con él”, recuerda Roraisa. 

Así fue como sin previo aviso a su familia en Venezuela, sin una llamada telefónica, sin un mensaje y menos un beso o un abrazo de despedida, José

salió en silencio de Colombia con la esperanza de darle a su pequeña hija mejores condiciones de vida. 

Roraisa, quien se había quedado en Venezuela, recuerda que los primeros días de junio del 2022, a unos dos meses de que “Cheo” salió de Colombia, su hermano la contactó para avisarle que ya estaba en México: “Mi reacción fue de sentimientos encontrados; me puse feliz de saber de él, pero también me entraron unas ganas de llorar durísimo de imaginarme por todo lo que había pasado y eso que él no me dio mayor detalle de todo el viaje”, cuenta. 

 

 

Ambos mantuvieron contacto hasta el 24 de junio, cuando el último mensaje que recibió decía “ya estamos cerquita, vamos a pasar el Río”. Ese mismo día, a las 7:30 p.m., hora de Venezuela, llegó otro mensaje: “ya dentro de poco vamos a pasar”; adjunto venía una foto de él donde al fondo se observaba el Río Bravo. 

Roraisa le advirtió a “Cheo” que no cruzara el Río de noche. Hacia las 2:30 a.m. fue la última conexión de José. Se anunciaba la incertidumbre. 

Cuando las cifras sobrepasan los recursos 

El proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha documentado casos de personas en movilidad que han fallecido o desaparecido durante el proceso migratorio en su intento por salir de su país de origen. 

Según los registros de la OIM, del primero de enero al 25 de junio de este año, en las Américas han desaparecido 473 personas migrantes; de las cuáles 211 fueron registradas en la frontera entre México y Estados Unidos, siendo el mes de marzo el más alto con 82. 

De acuerdo con Luz Torres, abogada especializada en migración, debido al número de desapariciones a lo largo del territorio mexicano, el trabajo que hacen las autoridades y las organizaciones civiles ayuda y contribuye, pero muchas veces se ve rebasado. 

Además, los grupos de búsqueda no hacen un seguimiento para saber a dónde fue enviado el cuerpo o la persona una vez que ha sido localizada, sino que se turna a las autoridades correspondientes. Por ello, considera Luz Torres, es necesario la creación de prácticas que ayuden a fortalecer la búsqueda de

personas migrantes desaparecidas que realizan diversos actores y grupos sociales. 

En este sentido, uno de los canales de búsqueda deberían de ser las embajadas de México y Estados Unidos en los países de origen o las plataformas digitales; sin embargo, estas últimas pueden tardar mucho tiempo en contestar una solicitud. Tan solo en el caso de Venezuela, las relaciones diplomáticas con Estados Unidos son escabrosas, lo que dificulta aún más poder iniciar una búsqueda paralela y eficaz para casos como el de José Gregorio. 

Postal de un viaje sin retorno 

Las noticias anunciaban muertes de migrantes, pero ninguno coincidía con la descripción de José: “Vamos a relajarnos porque lo más seguro es que esté detenido. Vamos a esperar a que él llame”, dijo Roraisa a su prima, quién se encontraba de visita en su casa. 

La llamada de “Cheo” nunca llegó. En su lugar, la noche del 26 de junio, transcurridas las 24 horas sin saber de su hermano, desde un número desconocido le llegó una llamada a Roraisa; tenían noticias para ella: aparentemente, José se había ahogado en el Río Bravo. 

La persona que comentó a Roraisa sobre la muerte de “Cheo” era una de las dos mujeres que iban con él la noche que juntos intentaron cruzar el Río. Al llegar al otro lado, según lo narrado por la misma mujer, esta se percató de que José estaba siendo arrastrado por el agua, sin que nada pudieran hacer por él, ya que estaba oscuro y la corriente era muy fuerte. 

“Mientras yo no vea un cuerpo, no voy a creer que a él le sucedió eso”, fue la respuesta de Roraisa ante la noticia. Y al día siguiente comenzó la búsqueda de su hermano, sin saber a dónde ir ni cómo empezar. 

Aproximadamente una semana después, Roraisa no tiene clara la fecha, recibió una fotografía del cuerpo de su hermano que, según le dijeron, había tomado un fotoperiodista, mismo que fue contactado a través de una amiga en común de la abogada Luz Torres. Cabe agregar que dicha conexión fue posible porque la abogada Torres es de nacionalidad colombiana; sin embargo, actualmente vive en Ciudad Juárez.

No se obtuvo mayor información del periodista ya que para su localización intervinieron otras voces. 

“Lo que siguió fue la urgencia de querer saber dónde estaba el cuerpo, porque el periodista que pasó esa foto no quería hablar más, -de acuerdo con la información que recibió Roraisa de parte de la mujer que cruzó el Río con José-. Dijo que se iba a meter en problemas y solo nos comentó que el cuerpo estaba del lado de Laredo, Texas”. 

Epitafio: desaparecido 

En el periodo de enero de 2019 a julio de 2022, la Fiscalía de Distrito zona Norte localizó 7 cuerpos de personas en movilidad originarias de Sudamérica y el Caribe fallecidas en Ciudad Juárez. 

Pese a que ninguna contaba con reporte de desaparición, pero sí con documentos oficiales que ayudaron para su identificación, según información proporcionada a través de solicitudes en la Plataforma Nacional de Transparencia. A ellos, se suman 5 cuerpos de personas localizadas por Grupo Beta de Protección al Migrante en el mismo periodo de tiempo. 

Por otro lado, hay personas en movilidad que no cuentan con sus documentos oficiales que permitan hacer la identificación en caso de fallecimiento o algún accidente; personas que viajaban solas y nadie sabe lo que pasó con ellas, y personas con las que, sin previo aviso, se pierde comunicación. 

Lo que casi todas tienen en común es la dificultad para saber quiénes eran en vida y de dónde son originarias, sin un documento o un reporte de desaparición que aporte información para darle identidad al rostro localizado y poder abrir comunicación con sus familiares. 

En este sentido, de enero a marzo de 2023, la Dirección de Servicios Periciales y Ciencias Forenses informó que en el Estado de Chihuahua el Servicio Médico Forense (SEMEFO) ha tenido un total de 157 cuerpos, según el registro de todas las zonas. De los anteriores, 97 corresponden a la Fiscalía Zona Norte en Ciudad Juárez, donde solo 7 cuerpos han sido identificados hasta el momento. En total son 14 los identificados en todo Chihuahua. 

De 2019 a marzo de 2023, en el SEMEFO de Ciudad Juárez ingresó un total de mil 167 cuerpos. Sin embargo, estos están en el Servicio por un tiempo limitado mientras se recolectan los datos necesarios que permiten establecer su identidad en caso de una posible identificación o reclamación de parte de algún familiar. 

 

 

Aquellos que no son identificados o reclamados, son inhumados en la fosa común del panteón San Rafael, ubicado al surponiente de Ciudad Juárez, y donde a manera de epitafio solamente se lee el número de registro correspondiente a cada caso. 

Son los “desaparecidos de los que nunca se sabe qué pasó con ellos, esas cifras negras que nadie conoce”, lamenta la abogada Luz Torres. 

En diciembre de 2022, la Casa del Migrante A. C. llevó el caso de una persona en movilidad originaria de Veracruz que falleció en Ciudad Juárez. Ivonne López de Lara califica de dolorosa y desgastante la recuperación e identificación de un cuerpo que no tenía documentos de identidad ni familia cercana. 

Narra cómo la recuperación de un cuerpo de la SEMEFO es complicada debido a los procedimientos y el desgaste emocional de “ver los cuerpos amontonados y en diferentes niveles de descomposición.” 

“Tú traes tu dolor, tu pérdida, y luego todavía están todos los protocolos que te ponen para poder sacar a un cuerpo de ahí (…) ¿Por qué después de una muerte, una persona tiene que batallar tanto para que pueda darle cristiana sepultura (a su familiar)?”, se cuestiona Ivonne en entrevista. 

El fin de un sueño 

Después de recibir la foto de José, Roraisa comenzó la búsqueda de su hermano por su cuenta. Primer obstáculo: en Venezuela no hay embajada de Estados Unidos, lo que dificulta pedir ayuda por esa vía. Intentó por otras alternativas: “hago contacto con las embajadas paralelas (políticos opositores al gobierno de Venezuela), pero ni así conseguía saber de mi hermano por ningún lado, ni detenido, ni como fallecido.” 

“Al principio nos decían que no hay un certificado formal de defunción de mi hermano porque oficialmente no está fallecido, ya que no hay un cuerpo que lo confirme. Yo me imagino que porque el cuerpo es localizado sin ningún tipo de identificación y que, como él, habrá muchos casos”, comenta Roraisa. 

La búsqueda de José inició en la frontera norte de México. Sin éxito, se indagó después en la morgue de Laredo, Texas, con ayuda de las embajadas paralelas.

No pierde la esperanza, pero hay momentos en que Roraisa cree que todo va a quedar así: “no creo que esta gente de la morgue en algún momento diga que sí lograron identificarlo.” 

Ella trata de no hablar mucho de su hermano, le duele el tema; sin embargo, intenta amortiguar el dolor en la construcción de una ilusión: “con los amigos de repente nos hacemos a la idea de que él sigue en Colombia… pero caemos en cuenta de que (tal vez) ya no vamos a ver más el cuerpo”. 

Aun así, los recuerdos que quedan son buenos, como los de José divertido y trabajador; el que bailaba de forma cómica. Roraisa prefiere recordarlo con sus sonrisas y como al que le gustaba usar palabras de las que desconocía el significado “a veces metía palabras en donde no iban, lo que lo hacía más divertido”. 

Roraisa recuerda con alegría la vez que platicaba con José y su prima sobre anécdotas divertidas que habían pasado juntos: “Cheo dijo ‘adelante, esas son incógnitas que le quedan a nuestros hijos’, él quiso decir anécdotas”, relata con una sonrisa en su rostro. 

Pronto los ánimos cambian. Como si hablara consigo misma, se pregunta despacio y casi en silencio: “¿Quién garantiza la vida?, los fallecidos son tantos que ya no los ven como una noticia: ‘mira, un fallecido’. Es que son muchos y nadie se está ocupando de eso, nadie está asumiendo esa responsabilidad de cómo la gente se está jugando de esa forma su vida.” 

Enlace a la versión original del artículo

El otro camino de regreso a casa 

#2: Ronald y Karen, Morir en el intento 

A finales de octubre de 2018 las caravanas de migrantes comenzaron a llegar y cruzar por México, puente de acogida y tránsito de cientos de personas en movilidad que, día a día, buscan llegar a los Estados Unidos. 

Las personas en movilidad padecen a lo largo de su camino todo tipo de riesgos y violaciones a sus derechos humanos y en muchos de los casos, ni siquiera logran pisar un milímetro de los Estados Unidos. 

Su camino se trunca en las áridas tierras de la frontera norte de México, ahí donde termina un viaje, comienza otro. El camino de regreso ya no lo alcanzan a contar y solamente, a través de la voz de sus familias, es que se pueden ir reconstruyendo las historias, vivencias y aspiraciones de aquellas personas en movilidad que murieron en su intento por llegar a suelo estadounidense. 

Es a través de otras voces, que se logra conocer los costos económicos y emocionales de lo que implica regresar el cuerpo del familiar que murió en el intento. 

Como lanzar una moneda al aire 

Luego de un primer intento fallido de emigrar en familia a Estados Unidos, Vanessa Silva, originaria de Honduras, relata que tiempo después y tras una difícil toma de decisiones, su esposo Ronald Edgardo E. (30 años) se preparaba para salir nuevamente de Tegucigalpa, Honduras, el 17 de mayo de 2019. 

La primera vez Vanessa, Ronald y sus hijas habían llegado hasta Villa Hermosa, Tabasco, donde estuvieron detenidos en Migración por 8 días, antes de ser devueltos a su país. En esa ocasión, Ronald dejó caer una frase como ancla: “Lo quiero volver a intentar”. 

Esta vez en el viaje no iría toda la familia. Él y su hija Karen (9 años) fueron quienes subieron al autobús nuevamente camino a Estados Unidos. Pronto, Vanessa interpreta y narra una señal como si fuera una advertencia: “la maleta se quedó botada abajo del autobús; ya era de Dios, ¿verdad?, pero uno que es necio”, dice resignada.

El trayecto iba bien, según le informaba cada día su esposo; sin embargo, hacia finales de mayo, unos 10 días después de haber salido de Tegucigalpa, lo último que supo Vanessa es que su esposo e hija habían llegado a Migración: “Ya no puedo hablar, voy a apagar el celular y cuando ya esté allá, yo te voy a avisar”, dijo Ronald durante la última llamada. 

“Cuida mucho a la negrita y no la sueltes, está siempre pendiente de ella (…) Los amo mucho, con todo mi corazón”, le respondió Vanessa sin saber que esa sería la última vez que sabría de su familia. Así es como comienza la agonía, el misterio y las constantes incógnitas de saber dónde están y qué ocurrió con ellos. 

Una foto de malas noticias 

Pasaban las horas y los días y Vanessa seguía sin recibir alguna noticia sobre su esposo e hija, solamente esa “conexión” que ocurre entre miembros de la familia fue la principal mensajera… “minuto a minuto iban en aumento los presentimientos de que algo estaba mal”. 

A las 9 de la mañana del primero de junio de ese 2019, una llamada desde un número desconocido interrumpió sus pensamientos. La voz de una mujer al otro lado de la línea le narró un accidente. 

La camioneta en la que viajaban Karen y Ronald junto a otras personas en movilidad, entre ellas la mujer portadora de la triste noticia, perdió el control volcando en la carretera de Villa Ahumada, Chihuahua… La última escena que describió la mujer al otro lado del teléfono y que Vanessa ya escuchaba como una voz que se iba perdiendo, era haber visto a Ronald gritar; después de eso, no supo más. 

Vanessa estaba impactada por la noticia. De momento, la voz de la mujer al teléfono parecía distorsionarse, como si estuviera sumergida en agua, como un eco que poco a poco iba desapareciendo a lo lejos. De golpe volvió a la mente de Vanessa una escena de la noche anterior. 

El 31 de mayo, como a las 10:30 de la noche estaba sentada en la grada de una pila de agua afuera de su casa: “Mi hija llegó preguntando ‘mami, ¿qué le pasó?’, le dije: ‘hija mía, perdóname por haber dejado ir a tu papi’. La abracé fuerte y me fui para el cuarto. A las 11 de la noche me puse a orar y a las 3 de la mañana sentí un escalofrío por todo mi cuerpo.”

El primero de junio, tras la noticia del accidente, Vanessa inició la búsqueda de Ronald y su hija; primero en internet, luego de voz en voz con los grupos que migraron y finalmente tuvo contacto con una periodista juarense, quien la ayudó a comunicarse con un Ministerio Público (MP) de Ciudad Juárez. 

Ambos mantuvieron contacto hasta el 4 de julio. Nuevamente, como en el caso de “Cheo” (historia adjunta), una fotografía fue la portadora de malas noticias: “Ellos son de piel trigueña”, decía el pie de foto que acompañaba el mensaje enviado por el ministerio público. 

“Cuando miré la foto de mi esposo, me quedé en shock y no pude ni llorar. No podía creerlo, para mí no era él. (Pero) yo ya sabía, en mi corazón, que la niña también había muerto, porque si él lo estaba, lógicamente la niña también (…) De un momento a otro yo sentí un ahogo en mi pecho que no me dejaba respirar”. 

Una vez que identificó a su esposo entre los rostros fotografiados, fue el turno de hacer lo mismo con Karen. 

Vanessa relata con la voz fragmentada lo desgarrador que fue para ella tener que ver la foto de Karen: “Cuando yo miré a mi hija con el golpe en su cabecita, yo le dije a mi cuñada ‘es mi hija’, y solo sentí que el cuerpo se me puso helado. Yo no lo podía creer.” 

Llegó el dictamen de necropsia: Karen falleció de un traumatismo craneoencefálico y Ronald en el transcurso al hospital. 

 

Como pan y mantequilla 

Ronald era albañil. Vanessa lo describe como el mejor papá del mundo y la mejor persona que ha conocido en su vida; el mejor ser humano. Su matrimonio duró 13 años; para ella fueron los mejores años de su vida y piensa que jamás volverá a conocer a alguien así. 

Vanessa era una esposa cariñosa con él, con amor le llamaba “Pusungui”, nombre que escucharon mientras veían juntos un video en el celular. Por el contrario, “Ronald, aunque era divertido, no era ni un poquito cariñoso, era más como un pan sin sal, un pan sin mantequilla”. 

Karen tenía el cabello negro, era pequeña y de piel trigueña, tenía pecas y una boca chiquita. Vanessa la recuerda como una niña risueña, coqueta, juguetona y de mucha chispa: “Ella era un amor, Dios mío. Ese pan sí tenía mucha mantequilla”, dice con una sonrisa. 

La niña era cercana a su hermana mayor y hacían todo juntas; además, siempre cuidaba de su hermano, que estaba recién nacido. 

Vanessa recuerda con cariño todo lo que pasaron juntas. En una ocasión, para el día de las madres, Karen le regaló un vaso de dulces que decoraron ella y su tía; incluso, una noche antes de que salieran de Tegucigalpa, jugaron al salón de belleza. 

“Le doy gracias a Dios por los 9 años que me prestó a mi hija, por haberla conocido y tenido conmigo”, dice Vanessa mientras las palabras se diluyen en una larga pausa. 

El sinuoso camino de regreso a casa 

La pareja presentía que este largo viaje sin fecha de regreso tendría grandes implicaciones emocionales para la familia, pero nunca imaginaron que lamentablemente su destino sería como el de muchas otras personas en movilidad. 

Con el duelo tras recibir la información, Vanessa y su cuñada se trasladaron a la Cancillería de Tegucigalpa para llevar a cabo los trámites para repatriar los cuerpos de su esposo e hija, proceso que duró alrededor de un mes y medio. 

No hubo necesidad de hacer algún pago para la repatriación y mucho menos de viajar a identificar los cuerpos. Para ello, bastaron las fotografías y las embajadas de México y Honduras asesoraron y costearon el proceso de repatriación, pero el costo emocional solo lo conocen Vanessa y su familia. 

Luego de un largo camino de regreso, los cuerpos de Karen y Ronald Edgardo llegaron a Honduras el 19 de julio de 2019, donde su familia pudo llevar a cabo la ceremonia religiosa y darles sepultura. 

A pesar de que el viaje no resultó como esperaban, Vanessa mantiene firme la esperanza de algún día poder llegar a Estados Unidos y cumplir un sueño anhelado en familia: una mejor calidad de vida, tener una casa propia y mejores oportunidades de futuro para sus hijos. 

El 21 de febrero de 2022 intentó migrar nuevamente a lado de su hija de 14 años y su bebé de apenas 3 años. No tuvo éxito y una vez más fue devuelta a su país de origen, sin embargo, concluye Vanessa: “Si me preguntan si lo volvería a hacer, la respuesta es sí”. 

Enlace a la versión original del artículo

Esta investigación forma parte del proyecto “Defensa y acompañamiento de periodistas y familiares víctimas de graves violaciones a sus ddhh en México”, realizado por la organización Propuesta Cívica A.C. Durante el desarrollo de la investigación se contó con la asesoría y supervisión de Jacinto Rodríguez Munguía, también con la capacitación de María Teresa Ronderos e Ignacio Rodríguez Reyna http://eticalab.propuestacivica.org.mx