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Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal

“Si me hubieran dicho que necesitaba una ampolla e incubadora mi hija estuviera viva”

SirleyRuiz

 

@ElPitazoTV

Sirley Ruiz tiene 34 años de edad. Durante gran parte de su vida quiso tener un hijo, pero no había podido concebirlo. Para ella quedar embarazada fue una orden divina y que su hija naciera el mayor de los milagros. Por ello, aquel 4 de febrero de 2016, lo describe como el día más feliz de su vida.

Tenía 7 meses y tres días de gestación cuando tuvieron que practicarle una cesárea en el Hospital Central de San Cristóbal. Desde el momento de su concepción, sabía que su presión arterial era alta. Vivía en la costa colombiana, donde por las altas temperaturas los médicos no pudieron controlarle la tensión. Eso la incentivó a mudarse a El Milagro, municipio Fernández Feo del estado Táchira, donde habita su mamá.

El clima tachirense la ayudó a mejorar. Comenzó a controlar el embarazo con una gineco-obstetra de una clínica privada en San Cristóbal, quien cada ocho días le realizaba un doppler fetal, y siempre le dejó claro que la bebé nacería antes de tiempo, para evitar que con el avance del embarazo los niveles de tensión aumentaran y ella sufriera las consecuencias.

Consumía estrictamente los alimentos recomendados por la galeno. No dejó de tomarse sus antihipertensivos, ni de ir a control prenatal. Como sabía que el nacimiento sería prematuro, adquirió el kit de cesárea con tiempo. Nunca supo que fue un síntoma de aborto, un sangrado o una situación radical de emergencia.

Antes de la cesárea estuvo hospitalizada en el Central por recomendación de la especialista.

Ingresó el 11 de enero al piso 8, donde estuvo “bajo los mejores cuidados” de médicos y enfermeras; pero nadie le dijo que para un niño prematuro ameritaba de un surfactante pulmonar, ni tampoco que no había disponibilidad de incubadoras.

Conoció a su “pequeña guerrera” -como la llama-, el 6 de febrero, día de su cumpleaños. Al recordarlo, Sirley no logra contener el llanto. De sus ojos verdes y grandes, brotan las lágrimas sin parar. Mientras relata su historia, la mano izquierda la coloca sobre el pecho, el dolor no lo aguanta; pero no se trata de un malestar físico, sino emocional.

“Encontré a mi hija llena de vida. Movía los piecitos, las manos, sus ojos, la boca. Esos ojos hermosos que tenía mi niña, fue el regalo más lindo que pude haber recibido. Tenía oxígeno y al lado estaba otra bebé. Mi hija no tenía incubadora, nunca la metieron en incubadora, porque según no había ahí. No me dijeron el peligro que corría mi hija por no estar dentro de una”, dijo, sin poder controlar el llanto.

Fue hasta ese momento, dos días después del nacimiento que el médico de guardia le dijo que su hija había evolucionado, pero que necesitaba una ampolla pulmonar, la cual debía haber recibido desde el primer momento. A partir de ese instante empezó su calvario. La pidió en Colombia, donde cuesta 2 millones de pesos. Su hermana que trabaja en una clínica en la localidad de Santa Marta, tampoco la encontró, el pedido le llegaba en tres días. En ninguna parte del Táchira ni del resto del país familiares y amigos pudieron acceder a ella. Ante el desespero, la abuela de la niña fue a Cúcuta, pero tampoco pudo hacer nada.

“Si yo sé que mi hija necesita esa ampolla en el momento de su nacimiento, me hubiera ido a parir a Colombia. A mi hija la hubieran atendido y esa ampolla se la colocan, porque a todo niño neonato cuando nace, se la ponen. Es la obligación colocarle su ampolla y meterlos en una incubadora como debe de ser. Cosa que no hicieron con mi hija”.

Aunque estuvo hospitalizada casi un mes en el piso ocho, nunca supo lo que ocurría en el siete donde está la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal –Ucin-, porque según dice, allí todo lo ocultan.