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Nicolae Ceauşescu

Jesús Yajure Jul 29, 2017 | Actualizado hace 5 años
La caída del dictador

@albertoyajure

HACE FRÍO, ES 21 DE DICIEMBRE DE 1989, y Nicolae Ceaușescu pronuncia su último discurso. El dictador no lo sabe aún —ni siquiera lo intuye— pero cuatro días después será juzgado y ejecutado por los militares que todavía hoy le apoyan. Sus asesores han hecho enormes esfuerzos para llenar la plaza central de Bucarest. Miles de trabajadores han llegado en autobuses, como un rebaño coaccionado por el partido, desde las centrales industriales y fábricas.

Nicolae viste un abrigo negro. Le acompañan en el balcón su esposa Elena, sus guardaespaldas, y un grupo pequeño de dirigentes que conforma la cúpula del partido. En la plaza se observan pancartas, banderas rojas y grandes fotografías del “padre y la madre” del pueblo rumano. Tres días antes, los militares y la Securitate —la temida policía secreta— han disparado contra cientos de hombres, mujeres y niños en Timisoara, a 533 kilómetros de la capital. El discurso que pronuncia hoy el dictador busca apaciguar la revuelta.

“Queridos camaradas y amigos, ciudadanos de Bucarest, capital de la Rumania socialista. Permítanme enviar mis sinceros saludos revolucionarios a todos los que participan en esta gran demostración”, dice. La alocución es transmitida en vivo a todo el país. En muchos hogares no se han enterado aún del levantamiento de ciudadanos en las calles de Timisoara que fue sofocado tras la masacre.

 

No son tiempos buenos para Nicolae. Los rumanos padecen de hambre. Hambre de libertad y de sosiego. Los más afortunados han sobrevivido 42 años bajo una feroz y brutal dictadura. La intervención del Estado en cada aspecto de la vida de los ciudadanos —cuántos niños puede tener una familia, qué se lee en las escuelas, qué libros se publican, quién sale o entra en el país, qué se ve en la televisión, qué se imprime en los periódicos— ha sido fundamental en el colapso.

El endeudamiento había alcanzado niveles históricos, comprometiendo el futuro de varias generaciones de rumanos, pero Nicolae dio con una fórmula para pagar, de una vez por todas, la deuda externa. Ya ha enmendado la Constitución y ordenado que casi la totalidad de las cosechas y producción del país sea exportada hacia países acreedores. Paga afuera y mata a su gente adentro. El resultado es una hambruna descomunal y el empobrecimiento acelerado de la población.

En las calles, los comercios se han convertido en espacios oscuros, vacíos, con maniquíes paupérrimos que visten ropa gris y zapatos maltrechos confeccionados en serie. En las puertas se exhiben carteles con los rostros de los enemigos del Estado. Las largas colas para comprar alimentos se extienden a lo largo varias cuadras. El racionamiento se ha impuesto como método para el acceso a bienes básicos. En las plantas, los obreros comen pedazos de tocino que han envuelto en papel periódico, tienen que rasparlos un poco para quitarles la tinta. Prosperan el mercado negro y los funcionarios con privilegios.

En las cadenas de establecimientos regidos por el Estado se han congelado en grandes bloques de hielo las cabezas, patas y piezas de aves que se expenden al público. Las miradas se pierden en las bolsas que chorrean sangre por toda la calle. Muchos se preguntan: ¿Cuánto más alcanzará el bloque?

El adoctrinamiento ha permeado todas las áreas de la vida, especialmente en el lenguaje. En las escuelas, a los niños se les enseña que Nicolae y Elena son los padres de la gran familia rumana, que es la patria. Se paran rectos como velas y ladran como autómatas el nuevo himno nacional, que ahora tiene nueve estrofas. El dictador ha suprimido la navidad porque la considera una celebración occidental. Pero la nomenklatura sí conserva en sus hogares pinos vistosamente adornados, y en sus cocinas abundan artículos y alimentos traídos de contrabando desde occidente.

La Securitate es el segundo cuerpo de inteligencia más grande de Europa del este. Cuenta con miles de agentes, colaboradores e informantes en las calles y fábricas. Se ha extendido en el país el miedo colectivo. Los securist entran a los domicilios, instalan micrófonos, intervienen las comunicaciones, arrestan a poetas, escritores, críticos y disidentes. Interrogan constantemente, confiscan manuscritos y papeles, persiguen, agobian. No sorprende que al volver a casa del trabajo, una silla del comedor aparezca en la habitación o en el baño. La han dejado allí a propósito, para que se sepa que la Securitate le vigila.

El poder se ha ejercido con terror, con detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos. Los disidentes han sido encarcelados o colgados por la policía política en sus viviendas. A otros tantos los han lanzado por una ventana o empujado a las vías del tren. En los informes se coloca “suicidio” con la anuencia de forenses en la nómina de los servicios secretos. No se permiten las autopsias.

Con sus leyes, el dictador ha colmado los cementerios. A los que intentan escapar huyendo por la frontera yugoslava se les persigue con perros de caza, los cuerpos destrozados son luego hallados por campesinos. A los que intentan desesperadamente cruzar a nado el Danubio se les dispara o se les tritura con las hélices de los botes para que sirvan de comida a los peces.

Al hospital de Timosoara han llegado más de 100 cadáveres con disparos. Los servicios secretos orquestan un apagón y aprovechan la oscuridad para sacar, ocultos en un camión frigorífico que trasladaba cerdos, cuarenta cuerpos que van a dar a fosas sin nombre en el cementerio de los pobres. El dictador lo sabe, pero hoy no hablará de eso.

En un instante, como un chasquido, cunde el pánico. Nicolae habla, pero la multitud habla más alto. Las primeras filas han sido reservadas para los más leales. Atrás, en el público, se gesta una rebelión. El dictador observa atónito, no puede entender lo que está ante sus ojos. Levanta el brazo para intentar calmar a la masa. Las cámaras dejan de transmitir durante unos segundos.

“Cálmense, cálmense”, repite al menos diez veces. Golpea el micrófono, exige que le escuchen, pero grandes grupos comienzan a abandonar la plaza, mientras otros braman “Ti-mo-so-ara”, la ciudad donde el gobierno abrió fuego contra los manifestantes. Elena interrumpe también, demanda orden. Las cámaras apuntan al cielo gris. “Camaradas, siéntense y cálmense”, grita Nicolae. “Qué es lo que pasa con ustedes”, increpa Elena. El dictador se queda sin habla en medio de una frase. Mueve su mano, estupefacto.

“Habla ahora”, le ordena Elena. Y Nicolae continúa: “Quiero destacar de nuevo que debemos demostrar fuerza y unidad por el bien de la independencia de Rumania, por la integridad y la soberanía”. Anuncia un aumento en 10% para las pensiones, las ayudas sociales también tendrán un alza, pasarán de 500 lei a 800 lei. Afirma que las medidas demuestran el fortalecimiento y crecimiento de la economía rumana.

Ahora viene a explicar la matanza en Timisoara: “Es claro que hay una acción conjunta de círculos que quieren destruir la integridad y soberanía de Rumania para detener la construcción del socialismo, para de nuevo poner a nuestra nación bajo la dominación extranjera”. Habla del pasado, de las gestas heroicas de hace más de dos décadas. Pide a los hambrientos que actúen con unidad y firmeza.

“Debemos actuar con fuerza contra cualquiera que intente debilitar la unidad de nuestra nación, porque ellos están del lado de los imperialistas y de varios servicios de inteligencia que buscan dividir a Rumania, para esclavizar de nuevo al pueblo”, machaca aferrado al poder. Sus guardaespaldas lo resguardan dentro del edificio. Pero al dictador se le han visto las cartas, ha mostrado su debilidad.

Al día siguiente, el alzamiento se extiende en las ciudades. El ministro de defensa muere en extrañas circunstancias, con un tiro en el corazón. Nicolae asume el liderazgo de las fuerzas armadas. Los soldados, al sospechar que el ministro fue ejecutado, se suman a la rebelión. La sede del partido, desde donde habló el dictador, es asaltada por civiles. Los rumanos descubrirán que mientras el pueblo moría de hambre, en el palacio presidencial había grifería y juegos de cubiertos de oro.

Nicolae y Elena suben con sus guardaespaldas a la azotea del edificio central del partido. Logran abordar un helicóptero. Escapan en el último minuto de la ira de una muchedumbre que ya se abrió paso por los salones. Son capturados luego y procesados en un juicio sumario. “Es mentira que hice morir de hambre a la gente”, dice Nicolae en su defensa. Tras 90 minutos, ambos son condenados a pena de muerte el día de Navidad de 1989. Elena protesta, se rehúsa a que la aten de brazos, grita y amenaza. “No nos aten, no nos ofendan… No me toques. Pero si yo te he criado como una madre”, dice a un soldado. Ambos piden morir juntos. Nicolae repite una y otra vez: “Vergüenza, vergüenza, vergüenza”.

Uno de los soldados que lo conduce a la muerte le responde: “Nadie puede ayudarle ahora”.

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El dictador Nicolae Ceauşescu y su esposa Elena fueron fusilados por crímenes contra el pueblo rumano el 25 de diciembre de 1989

¡Sí saldremos de esto…! , por Orlando Viera-Blanco

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“Pero los primeros en creerlo, tenemos que ser nosotros mismos… Venezuela no será la excepción.” 

La violencia indebida con la cual ha arremetido el gobierno está incitando una confrontación civil sin precedentes en nuestro país. La gran pregunta que todos nos hacemos no es sólo hasta dónde llegará el gobierno en su represión (que es ilimitada), sino cuando culminará esta oscura etapa de exterminio, mortandad, saqueo y despojo ciudadano.

La historia nos da luces sobre qué sucede cuando las sociedades son ultrajadas y llevadas al límite, por dictadores y ocupaciones criminales. Los desenlaces son igualmente gendarmes, súbitos y violentos. Este fue el caso de Nicolae Ceausescu en Rumanía (1989), de Slobodan Milošević, el dictador de la antigua de Yugoslavia (2000) o de Manuel Noriega en Panamá (1989). Tres dictadores que no los elijo por casualidad, porque cada caso, amén de las brechas culturales, registra similitudes muy notorias respecto a lo que ocurre en Venezuela.

El hombre fuerte de Bucarest, Ceaușescu -habiendo tenido Rumanía elevados precios del petróleo en los 70- puedo mantener cierta “autonomía” con el gobierno de Leonid Brezhnev de la Unión Soviética, bonanza que le permitió consolidar su partido comunista, incorporarse a la alianza del telón de acero, pero sin ser ocupado militarmente. De ser un país agricultor e industrializado, pronto, debido a la aplicación del programa de sistematización y Securetate, lo convierten en un país improductivo, escaseado, hambreado y subyugado por los controles del Estado. A finales de los 80 el pueblo rumano se levanta en contra del dictador tras la matanza de Timisoara, extendiendo la rebelión a Bucarest. El Frente de Salvación Nacional (FSN) se va a la calle, y el 22D/ 1989, días después del genocidio de Timisoara, las FFAA le quitan el apoyo y obediencia al mandatario. Ceaușescu y su esposa tratan de escapar en un helicóptero de la policía nacional rumana, pero es obligado a aterrizar a las afueras de Bucarest, siendo encarcelado y juzgado sumarialmente por una junta militar.

Milošević, el carnicero de los Balcanes, propició la desintegración de la Republica Federal Socialista de Yugoslavia, devenida de enfrentamientos territoriales (Serbia, Bosnia y Herzegovina, Croatia), que los llevaron a una guerra fratricida. Milošević no participa del acuerdo de paz Dayton de 1995. Lo acusan de fraude las elecciones serbias municipales de 1996, y sale del poder un año más tarde tras fuertes protestas. Milošević es enjuiciado por un tribunal penal Yugoslavo, pero sin agotar los procedimientos de extradición, pacta su entrega y es llevado a la CPI de la Haya, donde es acusado por delito de lesa humanidad, genocidio, apartheid y exterminio selectivo. El dictador serbio muere en el centro de detención del tribunal penal en Scheveningen, antes de ejecutarse la sentencia por causa de un ataque al corazón. Aun se especula sobre la verdadera razón de su muerte.

Manuel Noriega, comandante de la FFAA de defensa de Panamá, 1983-1989, levanta la indignación del pueblo panameño tras el asesinato del médico opositor Hugo Spadafora (1985), quien acusó al dictador de vínculos con el narcotráfico. La crisis llega a tope cuando en mayo de 1989, Guillermo Endara arrasa en las elecciones, pero son desconocidas y anuladas por Noriega, “por injerencia extranjera”. Entretanto Noriega fue enjuiciado por tráfico de drogas por el Juzgado Federal del Distrito Sur del Estado de Florida, expediente que fue levantado en buena parte gracias a las confesiones recogidas del traficante Carlos Lehder. Noriega enfrentó a EEUU restringiendo el comercio y vulnerando sus intereses en el Canal de Panamá. El presidente Bush al ver afectado los intereses americanos en el istmo, decide su operación “Causa Justa” (Just cause) que da con la captura del gendarme panameño. El 19D/1989 -llegada la media noche- las Fuerzas Aéreas militares americanas bombardean Ciudad de Panamá, conduciendo el traslado de Noriega a EEUU, donde es enjuiciado y condenado a 40 años de prisión. Noriega -a quien le encontraron joyas y más de 8MM de dólares en efectivo en su residencia presidencial- después de cumplir condena en EEUU- es trasladado a Francia para pagar cárcel por lavado de dinero, y finalmente regresa a Panamá, donde falleció en absoluta soledad, producto de un tumor cerebral.

No cabe duda que las sociedades cualquiera que sea su cultura o linaje, pulsan las salidas de sus tiranos y represores. Igual ha sucedido en países centro-africanos, asiáticos o las primaveras árabes …Venezuela no será la excepción. A lo interno debemos cuidarnos de nuestra anémica perplejidad y reactiva indefensión vicariante, que transforma cualquier hecho favorable a la causa libertaria, en una conspiración. Decir que el G2 cubano ha sido el dramaturgo de «los guiones» del 11A/ 2002, de la victoria de 2007, de las alianzas imbatibles entre chinos, rusos, iraníes o colombianos; del desmarque de la FGR o del sobrevuelan del Cap. Oscar Pérez, a quienes convertimos en un robocop de inspiración antillana, son babiecadas que fragmentan el espíritu de lucha y enaltecen torpemente la neutralización.

Esto se va a acabar. La historia y los pueblos así lo sentencian. ¡Si saldremos de esto! Pero los primeros en creerlo, tenemos que ser nosotros mismos…

@ovierablanco

Abr 23, 2016 | Actualizado hace 8 años
Como acabar con el comunismo por Sergio Dahbar

IrinaNístor

 

Hasta la fecha nunca había oído la curiosa teoría sobre cómo el actor y campeón de artes marciales Chuck Norris (héroe de películas americanas clase B) venció al comunismo en Rumania. Parece una de esas ideas brillantes que suele disparar Pedro Carreño cuando quiere que la tierna grada chavista se entusiasme y pida sangre.

Es un documental -coproducción británica, alemana y rumana- dirigido por Ilinca Cálugáreanu: Chuck Norris contra el comunismo. Y lejos de ser un desatino, se trata de una obra importante, que puede verse entre las novedades que ha colgado la empresa Netflix. Antes, este trabajo fue presentado en el festival de cine de Sundance.

¿Qué es lo que cuenta Ilinca Cálugáreanu en esta película que se ha instalado en los grandes certámenes de documentales del mundo (Hotdocs, Toronto, Canadá) como una referencia ineludible?

Dos cosas fundamentales: una, que en momentos autoritarios de censura a la libertad de expresión la gente se las ingenia para ver lo que está prohibido. No importa las trabas que les pongan por delante.

Y dos (quizás pueda sonar a un lugar común): el cine es una vía de escape para huir de unas vidas cotidianas miserables; es una forma de encontrar la libertad que no respiramos a diario; es un espacio para dejar ir tensiones y dificultades.

¿Cuál es el contexto de Chuck Norris contra el comunismo? En 1967 apareció Nicolae Ceauşescu. Al principio fue percibido como un político independiente (y dictatorial): promovió la disolución del Pacto de Varsovia. Fue crítico con las intervenciones de Checoslovaquia y Afganistán.

Pronto se aisló de Occidente y encontró un modelo a imitar en Corea del Norte, con su culto a la personalidad. En los años ochenta intentó acabar con la deuda externa a través del método de la  «racionalización».

Comenzaron a desaparecer artículos de primera necesidad como la carne, la leche, los huevos, el agua corriente y la luz eléctrica. No tardó en incendiarse el país. Brasov, primero, y luego Timişoara, fueron el caldo de cultivo de la rebelión que arrasó con el gobierno. Nicolae Ceauşescu perdió el apoyo del ejército y fue ejecutado en navidad con su esposa.

En los años ochenta la libertad de expresión había llegado a su peor momento: el canal del estado sólo disponía de dos horas al día para difundir mensajes políticos. Un empresario, Teodor Zamfir, se aprovecha de los sobornos para ingresar 7000 películas americanas en vhs. Y contrata a la verdadera heroína de esta historia, la traductora Irina Nístor.

Nadie conocía a Nístor y por eso quizás creían que era un personaje misterioso, una mujer glamorosa que estaba relacionada con el mundo del cine. Era la voz de Julia Roberts en Mujer bonita, pero también le ponía personalidad a Richard Gere. Entre esas producciones, comenzaron a aparecer las de Silvester Stallone, Chuck Norris y Jean Claude Van Damme, donde estas estrellas luchaban contra gobiernos rojos corruptos y déspotas.

Viendo este documental, no me queda claro que Chuck Norris haya vencido a Nicolae Ceauşescu. Como el modelo que representaba, era ineficiente y obsoleto, y sus propios compañeros –sabiendo que debían sacarlo del medio para salvarse- lo eliminaron.

Pero el cine clandestino en vhs, doblado por la misteriosa voz de Irina Nístor, abrió una ventana de renovación en ciudadanos que no resistían más censuras.

Ilinca Cálugáreanu recoge testimonios estupendos, como unas ancianas que cuentan que la primera película que vieron fue El último tango en París. Ellas perdieron la cabeza igual que María Schneider. Y otro joven que al descubrir en la adolescencia al primer Rambo, comenzó a beber huevos crudos en la mañana y a correr por las calles de Timişoara como si fuera el semental Stallone.

@sdahbar