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El Comercio: El ocaso del eje bolivariano en América Latina

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La casi segura derrota de Evo Morales en el referéndum con el que pretendía postular por cuarta vez a la Presidencia de Bolivia en el 2019 es el último golpe al llamado eje bolivariano, cuya debacle se inició en el 2013, con la muerte de Hugo Chávez, líder de esta corriente populista que tuvo su auge en la década pasada.

El triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 dio inicio a un proceso político en la región marcado por el ascenso al poder de organizaciones ligadas a la izquierda y, en algunos casos, de líderes sin mayor pergamino político, apoyados por sociedades frustradas con el desempeño de partidos tradicionales que no supieron solucionar sus más acuciantes problemas.

 

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En enero del 2003, Luiz Inácio Lula da Silva, un ex líder sindical, asumía la Presidencia de Brasil y llevaba al poder por primera vez al Partido de los Trabajadores (PT).

De manera formal, Brasil no ha pertenecido al eje bolivariano; pero Lula, gran amigo de Chávez, sí simpatizaba con esa corriente política y fue un aliado clave de Chávez en numerosos foros regionales, además de impulsar estratégicas asociaciones comerciales.

 

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Hoy Brasil es gobernado por la heredera de Lula, Dilma Rousseff, quien debe enfrentar los pasivos de más de una década de corrupción incubada en el Estado a través de la empresa Petrobras, con políticos del PT y sus aliados como los principales protagonistas.

Con su popularidad en el piso, Dilma corre el riesgo de ser sometida a juicio político y finalmente ser sacada del poder. Además, si hoy fueran las elecciones en Brasil, la derecha tomaría el poder.

Un proceso similar sucedió en Argentina, otro país que no integró de manera formal el eje bolivaria, pero que sí fue un aliado clave de Chávez.

En mayo del 2003, el peronista Néstor Kirchner asumió la Presidencia de Argentina. Pronto se empezó a entender bien con Chávez, al punto que el venezolano, que tenía la billetera llena gracias a los altos precios del petróleo, le pagó la deuda externa a Argentina.

Otro hito en la relación entre Argentina y Venezuela fue la IV Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata en el 2005 y recordada porque en ese lugar se firmó el acta de defunción del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), promovido por Estados Unidos y rechazado con vehemencia por los bolivarianos, con Chávez a la cabeza.

 

A Néstor le siguió su esposa Cristina Fernández en el poder en Argentina. Durante su gestión también se mantuvo la estrecha relación con los bolivarianos.

 

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Sin embargo, hoy la realidad de Argentina es otra. La derecha está en el poder desde diciembre del año pasado, cuando Mauricio Macri asumió la Presidencia del país. Demás está decir que Macri es un enemigo declarado del heredero de Chávez, Nicolás Maduro.

En el caso de Ecuador, Rafael Correa asumió la Presidencia del país por primera vez en enero del 2007, luego de que el país se viera marcado por un inicio de siglo inestable políticamente, con presidentes que salían del poder sin completar sus períodos para los que fueron elegidos.

 

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Luego, el carismático y autoritario Correa ganó de manera arrolladora otras dos elecciones. Sin embargo, este ha desistido de llevar adelante una reforma constitucional que lo habilite para volver a postular en las elecciones del 2017 (finalmente, el Congreso ecuatoriano aprobó la reelección perpetua a partir del 2021).

En Venezuela, el país donde nació este fenómeno político, el presidente Maduro está en una caída libre que pone en duda la posibilidad de que pueda terminar su gestión en el 2019. A los casi endémicos problemas de inflación y escasez de alimentos se ha sumado la caída estrepitosa del precio del barril de petróleo.

El precio del crudo venezolano tuvo un pico de 103,42 dólares por barril en el 2012, lo que significó para el país un ingreso por US$48.000 millones. La caída ha sido terrible para las arcas, pues el año pasado esos ingresos se desplomaron a US$12.500 millones. Y las proyecciones para este año son más pesimistas.

Entre 1999 y el 2014 el chavismo destinó 717.900 millones de dólares a la inversión social, casi nueve veces más que en el período 1983-1996, según datos del propio gobierno.

Pero lo anterior no ha servido para corregir las distorsiones de la economía, que han terminado afectado a quienes en el pasado respaldaron sin condiciones al chavismo. Prueba de ello es la estrepitosa derrota electoral en los comicios parlamentarios de fines del año pasado, donde muchos ciudadanos chavistas desencantados con la realidad del país terminaron apoyando a la oposición.

Y la situación en el país en el que iniciamos este recorrido, Bolivia, no es diferente a los antes mencionados. Si bien la gestión de Evo Morales tiene altos índices de aprobación y económicamente la nación marcha mejor que, por ejemplo, Venezuela, la ciudadanía le ha dicho al mandatario que no es eterno.

Si se confirma el conteo rápido, que le da el triunfo al No en el referéndum del domingo, Evo Morales será el último protagonista del ocaso del eje bolivariano.

 

El eje bolivariano se reorganiza mientras Venezuela queda aislada

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La victoria de la oposición venezolana en las elecciones parlamentarias del pasado domingo, junto a la de Mauricio Macri en las presidenciales argentinas hace dos semanas, ha evidenciado un giro que, de facto, se inició el 5 de marzo de 2013. La muerte de Hugo Chávez dejó sin cabeza el proyecto bolivariano, constituido en torno a la figura del líder venezolano gracias al desorbitado precio del petróleo. Poco más de dos años y medio después, los aliados del chavismo tratan de salvaguardar sus intereses sin el apoyo económico de Venezuela, cada vez más aislada en la región.

El 6 de diciembre de 1998 supuso un punto de inflexión en la historia reciente de América Latina. Ese día Hugo Chávez llegaba por primera vez al poder. A su triunfo se fueron sumando varios con mucho contenido simbólico: en 2000, Ricardo Lagos se convertía en el primer socialista en presidir Chile después de la dictadura de Pinochet; dos años después, Lula, un exsindicalista, alcanzaba el poder de Brasil con el apoyo del Partido de los Trabajadores; llegaría un indígena, Evo Morales, a lo más alto de Bolivia; Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay. En 2009, el rojo predominaba en una región en la que 17 países estaban gobernados por partidos de centro izquierda o izquierda, dos bloques que muchos analistas resumían en pragmáticos y populistas.

Integrado principalmente por Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, con el respaldo de Cuba, la simpatía de Argentina y el visto bueno del Brasil de Lula, el eje bolivariano creció y se propagó gracias al liderazgo de Hugo Chávez y a una situación económica boyante. El país con las mayores reservas de crudo del mundo pudo contribuir, con el precio del petróleo rozando los 200 dólares, a pagar la deuda de Argentina, colaborar en el desarrollo de los países andinos o entregar a Cuba crudo por valor de unos 7.000 millones de dólares anuales a cambio de médicos, profesores o servicios de inteligencia. A cambio, Venezuela recibía un apoyo absoluto pese a consumarse una deriva autoritaria.

En poco más de dos años, ese escenario ha saltado por los aires. La muerte de Chávez dejó sin liderazgo al bloque y el desplome de los precios del petróleo ha obligado a sus aliados a resguardarse en políticas pragmáticas para tratar de salvaguardar sus economías. Mientras organismos de integración como el Alba y Petrocaribe pierden relevancia, otros bloques económicos como la Alianza del Pacífico cobran cada vez más protagonismo en la región.
El único país del que no brotan aires de apertura es Venezuela. La pérdida de respaldo de Maduro en poco más de dos años y medio es elocuente. El chavismo alcanzó su mejor resultado electoral en 2012. Entonces, 8,1 millones garantizaron la reelección de un Chávez ya enfermo. Unos meses después, ungido como sucesor por el fallecido líder bolivariano, Maduro ganó las elecciones a Henrique Capriles con el apoyo de 7,5 millones de personas; ocho meses después, para las elecciones municipales, el oficialismo consiguió movilizar a 5,7 millones de ciudadanos para apoyar a sus candidatos, una cifra que el pasado 6 de diciembre, con la participación del 74% del electorado, se redujo hasta los 5,5.

Aunque el apoyo no necesariamente ha ido a parar a la oposición —su tope son los 7,7 millones obtenidos el pasado domingo— sí ha quedado evidenciado que los venezolanos han dado la espalda a su gestión de la crisis económica. A los ciudadanos les duele más la inseguridad y el desabastecimiento que el discurso del “no volverán” lanzado contra la oposición.
Maduro aceptó los resultados adversos, pero no ha dado visos de moderar su discurso. Mientras, sus aliados en el exterior son cada vez menores. Al sur, la victoria de Macri en Argentina le ha restado un aliado y para la brasileña Dilma Rousseff, acuciada por una crisis económica galopante y un más que probable proceso de destitución, la situación de Venezuela no entra entre sus problemas a resolver a corto plazo.

Pese a las palabras de solidaridad de los hermanos Castro con Maduro tras el varapalo electoral, entre las prioridades de Cuba tampoco está salvaguardar el proyecto chavista, toda vez que su mentor ya no está. El Gobierno cubano vive inmerso desde hace meses en un proceso de deshielo de las relaciones con Estados Unidos y una leve apertura tras 60 años de revolución castrista.
En los Andes, Ecuador y Bolivia hace años que iniciaron su propio proyecto de desarrollo, menos ideologizado que el de Venezuela. En el primero de los casos, aunque el autoritarismo de Correa ha quedado patente en la persecución a la prensa crítica y los límites a la oposición, los avances también son indudables. El mero trayecto de una hora del nuevo aeropuerto de Quito al centro de la capital ecuatoriana a través de autopistas de tres carriles que cruzan puentes imposibles sirve para hacerse una idea del moderno plan de infraestructuras desarrollado en estos años. No obstante, sabedor de la crisis económica que asoma el país, el presidente ha rehusado eternizarse en el poder de momento. El Gobierno aprobó recientemente la reelección indefinida a partir de 2021, con lo cual habrá al menos un mandato sin Correa en el poder.

La salud de Bolivia

En el caso de Bolivia, desde la llegada al poder de Morales, el país ha conseguido reducir la pobreza extrema 10 puntos (del 24% pasa al 14%) y 20 puntos (del 63% al 43%) en las zonas rurales. A base de contentar a los pobres, pero también de acercarse al empresariado, ha mantenido una senda de crecimiento económico que no cesa. Pese a ser económicamente el país con mejor salud económica del eje bolivariano, sin embargo, nunca ha optado por dar un paso adelante y apoyar a sus aliados, como hiciese Hugo Chávez.

De todos los líderes bolivarianos, Evo, inmerso en una campaña para lograr el sí en el referéndum de febrero que le permita seguir en el poder, es quizás el que más se asemeja a Chávez en cuanto a liderazgo y carisma. También es el ejemplo más gráfico de esa combinación de retórica anticapitalista y pragmatismo. Hace tres meses viajó, a la par que Lula, a Buenos Aires a apoyar la candidatura oficialista de Daniel Scioli.

“Es un amigo argentino y latinoamericano, pero sobre todo un revolucionario de la patria grande”, dijo entonces el líder boliviano. En noviembre, tras los resultados de la primera vuelta electoral, y ante el escenario de una más que posible victoria de Mauricio Macri, Morales advirtió que si vencía el candidato conservador podría haber “conflictos” entre ambos países. Argentina es el segundo mayor comprador de gas a Bolivia. Un mes después, un sonriente Evo Morales jugaba al fútbol con Macri y asistía a la toma de posesión del nuevo presidente argentino. El único ausente fue el presidente de Venezuela.

 

Funcionarios venezolanos sopechosos de convertir el país en eje del narcotráfico, según Wall Street Journal

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Una nota publicada el lunes 18 de mayo de 2015 en el Wall Street Journal afirma que Estados Unidos estaría investigando a funcionarios venezolanos de alto rango, por ser sospechosos de convertir a su país en un eje global para traficar cocaína, así como de lavado de dinero. Entre los investigados, señalan al presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.

Según la nota, firmada por Juan Forero y José de Córdoba, una élite de la DEA (Drug Enforcement Administration), así como varios fiscales de Nueva York y Miami están abriendo el caso con evidencias que han proporcionado antiguos traficantes de droga e informantes que han sido cercanos a altos funcionarios del Gobierno o de militares venezolanos.

«El blanco más importante, de acuerdo al departamento de justicia, y otras autoridades americanas, es el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, considerado el segundo hombre más poderoso en el país», reza la nota.

Un oficial del departamento de justicia dijo que hay «suficientes evidencias para justificar que él (Cabello) es uno de los líderes, si no el líder principal, del cartel».

Los periodistas intentaron contactar a Cabello pero aseguran en la nota del Wall Street Journal que no tuvieron respuesta. Las autoridades venezolanas han rechazado todas las informaciones que involucran a altos funcionarios del Gobierno con el narcotráfico. Alegan que es una campaña de EEUU para desestabilizar el gobierno de Caracas.

El reportaje también señala a Rafael Isea como otro desertor que ha estado hablando con los investigadores del caso. Además, apuntan al gobernador de Aragua, Tareck El Aissami como uno de los involucrados en estos delitos. «El ex ministro de finanzas y ex gobernador de Aragua, Rafael Isea reveló a los investigadores que Walid Makled, un narcotraficante que está en prisión, pagó a El Aissami para pasar cargamentos de droga a través de Venezuela».

El reportaje publicado por el Wall Street Journal incluye entre los señalados a Hugo «El Pollo» Carvajal, ex director general de Contrainteligencia Militar, Néstor Reverol, comandante general de la Guardia Nacional Bolivariana, José David Cabello, hermano de Diosdado Cabello, ministro de Industria y superintendente nacional aduanero. Incluyen también al general Luis Motta Domínguez, ministro de Estado para la región estratégica de Desarrollo Integral  de la Región Central (REDI).

Si quiere ver la nota original de esta información, puede hacer clic aquí y entrar al Wall Street Journal.

 

Derretimiento antártico puede redibujar el mapa de la Tierra (Fotos)

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CABO LEGOUPIL, Antártida (AP) — Desde el terreno, ubicados al extremo norte de la Antártida, una espectacular cubierta blanca de hielo parece extenderse hasta el infinito. Lo que escapa al ojo es la batalla épica que kilómetros abajo se libra y que está redibujando el mapa de la Tierra.

El agua está licuando el hielo antártico. Lo derrite justo cuando se encuentra con el océano. Aunque la capa de hielo se derrite lentamente, en la última década se han vertido al mar unas 118.000 millones de toneladas métricas de hielo, según cálculos satelitales de la NASA.

Eso representa más de 350.000 veces el peso del Empire State, o la misma cantidad de hielo necesario para llenar más de 1,3 millones de piscinas olímpicas. Y la tasa de descongelamiento se está acelerando.

En el peor de los casos, el deshielo podría elevar el nivel del mar hasta 10 pies (3,3 metros) en todo el mundo en uno o dos siglos y que cubra las costas que están densamente pobladas.

Partes de la Antártida se están derritiendo a una tasa tan acelerada que el continente se ha convertido en «la zona cero del cambio climático global, sin duda alguna», dijo Jerry Mitrovica, geofísico de la Universidad de Harvard.

Aquí, en la península antártica, donde el continente se está calentando más rápidamente porque la tierra se adentra a un océano cada vez más cálido, se pierden casi 45.000 millones de toneladas métricas de hielo cada año, según la NASA.

El agua se calienta desde abajo, lo que hace que el hielo retroceda y hace que el aire más cálido continúe el proceso. Las temperaturas subieron 5,4 grados Fahrenheit (3 Celsius) en el último medio siglo, mucho más rápido de que el promedio, dijo Ricardo Jana, glaciólogo del Instituto Antártico de Chile.

Con los pingüinos de fondo, Peter Convey, del British Antarctic Survey, reflexionó sobre los cambios que se pueden ver en la Isla Robert, un ejemplo a pequeña escala y quizás una advertencia de lo que está sucediendo en la península y en el resto del continente.

«Yo estuve aquí hace diez años», dice Convey en un raro día soleado en la isla, con temperaturas apenas por encima de cero grados Celsius. «Y si comparas lo que vi entonces con ahora, la diferencia básica debida al calentamiento es que las secciones permanentes de hielo y nieve son más pequeñas. Siguen ahí, pero son más pequeñas que antes».

La Isla Robert reta a los sentidos: desde el hedor de los pingüinos hasta el suave musgo que invita al visitante a acostarse, como si fuera una cama de agua, o el lodo marrón, que es como hundirse en chocolate. Porciones de musgo, con colores que van desde el verde fluorescente hasta rojo oxidado, han crecido al tamaño de una cancha de fútbol.

Aunque 97% de la península sigue cubierta de hielo, ahora hay valles completamente descubiertos. En otras partes, el hielo es menos grueso y la extensión de los glaciares ha disminuido, dijo Convey.

Luciendo una enorme parka roja y un gorro azul, la bióloga Angélica Casanova se quita los guantes para recoger muestras, lo que le deja los dedos azules de frío. Casanova dice que no puede dejar de notar los cambios desde que comenzó a visitar la isla en 1995. Cada vez más hay plantas que crecen en la tierra y las rocas depositadas por la retracción de los glaciares, dice.

«Es interesante porque la vegetación en cierta forma responde positivamente; crece más», dijo, a unos pocos pasos de una foca dormida. «Lo lamentable es que toda la información científica que vemos nos dice que ha habido mucha reducción de los glaciares y eso nos preocupa».

Apenas el mes pasado, los científicos notaron en imágenes de satélite que una enorme grieta de hielo en la península llamada Larsen C había crecido unas 12 millas (20 kilómetros) en 2014. Lo que es peor, la grieta afectó un tipo de banda de hielo que usualmente frena esas grietas.

Si sigue así, puede causar la separación de un iceberg gigantesco de hasta 2.500 millas cuadradas, dijo Paul Holland, del British Antarctic Survey. Y existe la pequeña posibilidad de que eso haga desprenderse la plataforma de hielo Larsen C (aproximadamente del tamaño de Escocia), como la Larsen-B lo hizo espectacularmente en 2002.

Hace unos pocos años, los científicos pensaban que la Antártida en su totalidad estaba en equilibrio, sin ganar ni perder hielo. Los expertos estaban más preocupados por Groenlandia, más accesible y fácil de notar. Pero una vez que pudieron estudiar bien el fondo del mundo, el centro de sus temores cambió.

Ahora, científicos en dos estudios separados usan términos como «irreversible» e «indetenible» para hablar del deshielo al occidente de la Antártida. El hielo está creciendo al este del continente, donde el aire y el agua son más fríos, pero a un ritmo menor que en el oeste.

«Antes la Antártida era mayormente una incertidumbre», dijo Ian Joughin, científico de la Universidad de Washington. «Ahora yo diría que es menos una incertidumbre y mucho más aterrador que lo que pensábamos».

En la NASA, el especialista en hielos Eric Rignot dijo que el derretimiento «avanza más rápidamente que lo que nadie había pensado. Es una señal de alarma».

Lo que está sucediendo se puede explicar fácilmente echando mano de la física. El agua cálida derrite hielo dese abajo. Entonces, más hielo queda expuesto al agua y se derrite. Finalmente, el hielo sobre el agua se desploma en el mar y se derrite.

Los cambios climáticos han variado los patrones de vientos alrededor del continente, empujando agua más cálida contra y debajo de la capa de hielo al occidente de la Antártida y la península. El agua del norte, más cálida, remplaza al agua más fría. Es apenas un par de grados Fahrenheit más cálida, pero eso es una enorme diferencia, dicen los científicos.

La suerte del mundo depende de cuán rápido se derrita el hielo.

Al ritmo actual, el fenómeno solamente elevaría el nivel del mar aproximadamente un tercio de milímetro al año, porque los océanos son muy vastos.

Pero si toda la capa de hielo al oeste de la Antártida, que está conectada con el agua se derrite indeteniblemente, como pronostican los expertos, no habrá tiempo para prepararse. Los científicos estiman que tomará entre 200 y 1.000 años para que se derrita suficiente hielo para elevar el nivel del mar unos 10 pies (3.3 metros), quizás solamente cien años en el peor de los casos.

Si eso sucede, ciudades costeras como Nueva York y Guangzhou pudieran enfrentar hasta un billón de dólares en daños por inundaciones en unas pocas décadas e innumerables centros poblacionales quedarían vulnerables.

«Los cambios en el clima de la Tierra y la reducción de los glaciares no son problemas siempre que no sucedan demasiado rápidamente. Y en estos momentos el cambio es rápido. Eso no es bueno», dijo Rignot. «Tenemos que frenarlo. O tenemos que demorarlo lo más que podamos».

 

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