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La absurda negación de la realidad, por José Antonio Monagas

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Entender la dinámica de la teoría económica, no es asunto fácil. Tampoco para quienes, sin formación en la materia, presumen de administradores y gestores de gobierno. Los temas propios de la economía, tienen la especificidad que a sus variables le imprimen razones y contestaciones correspondientes con el manejo macroeconómico, microeconómico o econométrico de problemas o situaciones afectadas por necesidades e intereses ligados a la demanda social en su ámbito más amplio. Este señalamiento facilita advertir la maraña que la politiquería hace al momento de elaborar y tomar decisiones relacionadas con ámbitos económicos como el mercado, el empleo y el salario. Ámbitos estos que resultan arrasados en su abordaje, por causa de la inopia de gobernantes para quienes la economía pareciera ser la fosa donde mejor pueden esconder la desesperación y los miedos que padecen ante la posibilidad real e inminente de verse desplazados del poder.

Tan fatal ignorancia de postulados de teoría económica, desató la peor intromisión que habrá de considerar la historia contemporánea venezolana toda vez que con ello se potenciaron problemas de finanzas, tanto como de cuentas nacionales y de políticas públicas, que terminaron imponiendo una economía a bandazos. La economía de un país sometido a golpetazos.

Hoy, Venezuela, sirve de escenario a toda hazaña de insolencia protagonizada por hijos de la mentira más infame con la cual ha pretendido engañarse a una población cuya piel siguen siendo desgarrada por las atrocidades de una dictadura con ínfulas de democracia.

El mal llamado Plan de la Patria, impulsó la descomposición de organizaciones que, en principio, se vieron acicaladas por el implante de normas “revolucionarias” que, en su texto, encubrían elementos de hipocresía y falacia como recursos viciados de gobierno. Además, necesarios para su sostenimiento. Sólo que dichas organizaciones fueron castradas de su razón de ser, sin que ello fuera notado para que así no respondieran o protestaran las imposiciones de “vendedores de terror” disfrazados de verde militar o rojo violencia. Para ello, se valieron de amenazas que se tradujeron en ejecutorias sin límites del autoritarismo y despotismo característicos de socialistas sin empacho alguno.

La situación acontecida con la medida que obliga a las panaderías (sin harina y complementos de materia prima) a producir según absurdos e incongruentes criterios, es la mejor demostración del carácter arbitrario y totalitario de lo que en esencia es la dictadura venezolana. Ahí es donde deja verse el mayúsculo problema que esta situación ha generado a consecuencia de impugnar la teoría económica con estúpidos pretextos construidos sobre la retórica de una politiquería ridículamente argumentada como “estrategia política”. Ello, sin entender que el forzamiento de tan barata excusa, constituye otra vía más para acelerar el recrudecimiento de la crisis nacional caracterizada por el derrumbamiento del ya debilitado sector productivo nacional. Más grave aún, cuando dicha situación está ocurriendo de cara a una encarecida inflación, ante desvergonzados niveles de corrupción y frente a una vulgar inseguridad no sólo jurídica, sino también social y personal.

En economía, las realidades no se mueven según lo determine una política gubernamental en un momento específico. La dinámica económica sigue sus propias reglas. Reglas éstas marcadas por la movilidad que establece la oferta y la demanda a instancia de un mercado de libre acceso y de funcionamiento articulado a manifiestas tendencias sociales. Cuando la arbitrariedad política de un régimen como el venezolano, ahogado en sus propias trampas, pretende contrariar postulados de la economía basada en la acepción de libertades democráticas, se agudizan problemas acumulados y surgen nuevos de agresiva incidencia. Como en realidad, ha sido en la actual Venezuela.

Es pues desatinado suponer que la pretensión de ordenar la producción de un alimento tan demandado como en efecto es el pan para la familia, así como la tradicional arepa para el venezolano, producto éste que busca satisfacer la apremiante complementación de la alimentación diaria, constituye un error de colosales dimensiones. Además, de todo orden y procedencia. Todo ello resume la vulgar contradicción de obligar a un sector, es el caso de las panaderías, producir a pérdidas lo cual, invariablemente, las conduce a verse borradas del mapa económico-industrial venezolano.

Aunque peor aún, resulta la amenaza gubernamental, denominado por el régimen: “plan productivo”, chantaje éste inducido por un quebrado populismo, hecho populacherismo, de seguir instrucciones infundadas e incoherentes a condición que de no ser acatadas, las panaderías serán tomadas por bandoleros asalariados del oficialismo para luego ser transferidas a los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, CLAP. Órganos éstos que sólo están sirviendo a intereses político-partidistas y funcionalmente convertidos en escondrijos de injusticias que incitan a la humillación, mediante el irrespeto a la dignidad del venezolano. Ello, en nombre de valores tan trascendentes como la igualdad, solidaridad y la verdad: equivocada declaración de motivos.

En el fragor de tan irracionales decisiones, desentendidas de los más elementales criterios trazados por la teoría económica, el país continúa su irrefutable caída en cuyo fondo lo espera la justicia internacional. Pero particularmente la Justicia Divina, tanto como la irreversibilidad del equilibrio de la energía sobre el cual se asienta la vida del ser humano. Precisamente, en medio de tanto antagonismo entre los factores que perfilan el desarrollo de una sociedad, lo que padece Venezuela por causa del discurso repetido de “encantadores de serpientes” jugando al papel de gobernantes, no es otra cosa que lo que puede caber dentro de lo que la prospectiva sistémica llama: la absurda negación de la realidad.

 

@ajmonagas